¿La clase obrera? No es problema, puedo comprar a la mitad para que
mate a la otra mitad.
J. P. Morgan (1991)[1]
Creo que ya he escrito alguna vez que eldiario.es es el máximo
portavoz de la corrección política en España, al menos entre los medios que
reciben una cierta audiencia. Por eso me sorprendió encontrar el otro día un
artículo titulado “Culpad a los apóstoles de la identidad, ellos nos empujaron
al camino del populismo” y cuyo subtítulo “Con su excesiva defensa de las
minorías, la izquierda ha puesto en peligro medio siglo de progresismo” me hizo
augurar una catarata de comentarios en contra[2].
Me equivoqué. De los veintiséis comentarios que constaban cinco días
después, doce eran favorables, ocho críticos y los otros seis no me ha bastado
mi pobre intelecto para ubicarlos en ninguno de los bandos. No entraré en
detalle en el artículo porque se escapa un poco de lo que quiero tratar aquí,
me basta con reproducir un párrafo (quizá el más polémico) que sí viene al caso:
El progresismo de identidad alzó a la “víctima sagrada”, a las minorías
étnicas a las que no se puede criticar, a las mujeres, los homosexuales y los
inmigrantes, a quienes Hillary Clinton se refirió una y otra vez en cada
discurso. Por ende, favorecer a un grupo es excluir a otro, en este caso a los
llamados olvidados, identificados como el “hombre blanco, rancio y fracasado”.
Luego volveré sobre esta cita.
Marx y su compadre Engels no inventaron el socialismo (ni el
comunismo, ni el concepto de revolución social). Esas ideas ya existían y hay
quien las remonta hasta la Grecia Clásica, lo que no parece disparatado si se
piensa que en esa época se inventó la democracia, y estas derivaciones son solo
sus formulaciones más avanzadas... Lo que sí hicieron estos dos con infinita
arrogancia fue definir el suyo como “socialismo científico” y catalogar los
anteriores como socialismos “utópicos”, con el sentido de irrealizables.
No soy experto en Marx. He leído sus textos juveniles (que según
algunos son los más aprovechables porque aún no estaba poseído por esa locura
científica y se movía con más libertad) y alguna cosa posterior, aunque no
de forma sistemática. En cualquier caso, de las ideas comúnmente aceptadas
resulta difícil hasta para los expertos delimitar con exactitud dónde llega el
pensamiento de Marx, cuál es la parte que añadió Engels[3]
y, desde luego, sin un conocimiento profundo de ambos autores es imposible
saber hasta qué punto lo que se identifica generalmente como marxismo en
sus dos variantes de materialismo histórico y materialismo dialéctico
refleja su pensamiento o el de comentaristas posteriores. Es sabido que Marx
dijo en más de una ocasión que él no era marxista. Así que, una vez declarada
mi ignorancia, me considero capacitado para escribir sobre hechos que sí sucedieron
en el último siglo y medio a despecho de que alguien pueda acusarme de que
aquello no lo dijo el barbudo. Lo dijera quien lo dijera, lo cierto es que tuvo
muchos seguidores que lo aprobaron y siguieron con fe.
Cuando quedó claro para los científicos que el tránsito de una
sociedad capitalista a otra socialista solo podía tener lugar por medio de una
revolución, se planteó cuál sería el sujeto histórico encargado de
llevarla a cabo. Para definirlo recuperaron una categoría ya olvidada del
Imperio Romano, los proletarios. En Roma se clasificaba a los ciudadanos por su
riqueza y la última categoría la ocupaban los que no poseían otra que sus
hijos, su prole. Traspasado a la época de la Industrialización, el
concepto aludía a aquellos que no poseían más que su fuerza de trabajo y se
veían obligados a venderla a los propietarios de los medios de producción, ya
fueran dueños de industrias, talleres u otro tipo de negocios. En teoría esa
clase abarcaría también a los campesinos sin tierra, pero ambos barbudos
pensaban que el campo era un lugar dominado por las fuerzas antiguas, de modo
que solo en las ciudades podía darse el motor necesario para el cambio, lo que
Engels sintetizaba con un antiguo proverbio alemán: “El aire de la ciudad hace
libre”. Este proceso llevó a que se acabase identificando al proletario con el
obrero industrial, que sería el encargado de conducir el tránsito a la nueva
sociedad mediante la dictadura del proletariado, entendida también a la
manera romana, es decir, un periodo en el que alguien, investido de todos los
poderes de forma temporal, llevaría a cabo las transformaciones necesarias que
no permitían las leyes comunes[4].
El problema de las teorías es que por mucho que uno las bautice como
científicas, necesitan que la realidad les haga caso y en esta ocasión no fue
así. Para empezar, los obreros se mostraron más partidarios del socialismo
(entendido como tal el que aspiraba a reformar el sistema, que hoy llamaríamos
socialdemocracia) que del comunismo que proponía la revolución. Pero los
herederos no se dieron por vencidos y probaron con un nuevo concepto, el internacionalismo
proletario. Dado que habían demostrado de forma irrefutable que los obreros
eran los encargados de hacer la revolución, ahora era necesario convencerles a
ellos de que la hicieran y uno de los argumentos fue ese internacionalismo
proletario, hacerles ver que pertenecían a una clase que era la misma más allá
de las fronteras. Estaban tan convencidos de haberlo logrado que cuando se declaró
la Primera Guerra Mundial daban por hecho que los obreros se negarían a
participar en ella porque no estarían dispuestos a disparar sobre sus
compañeros, pero lo cierto es que muchos de ellos se alistaron alegremente para
matar o morir en nombre de su monarca[5].
Acabada la Segunda Guerra Mundial, la presión de tener en casa a
varios millones de jóvenes que habían desafiado a la muerte y sabían usar las
armas, junto con el miedo al contagio del ejemplo ruso (que no soviético, que
de eso no tenía nada), llevó a la invención del concepto del “Estado del
Bienestar” (que hoy hay quien lo llama con gracia el “Estado del Bienestuvo”).
Una idea muy sencilla: que los asalariados obtuvieran mayor parte en el reparto
de la riqueza, mediante subidas periódicas de sueldos y mediante acceso a
servicios básicos como la sanidad o la educación para sus hijos. Y, por
supuesto, a los bienes de consumo. El historiador Pierre Vilar decía que hay
más objetos en un hogar medio actual que en un palacio antiguo[6].
Y para algunos científicos ahí se pinchó el globo, con los obreros no se
podía ir ni a la vuelta de la esquina (pero como veremos más adelante, para
otros no).
Así que cabía buscar otro sujeto histórico. Siguiendo la tradición,
tenía que tratarse de un oprimido y la época lo ponía muy fácil: los
súbditos de las colonias que luchaban por su liberación. Sobre este punto no hace
falta insistir mucho porque todavía está muy reciente el espectáculo de la
procesión del churrasco de Fidel Castro de punta a punta de la isla, que evoca
una combinación grotesca entre la multitud que desfiló ante la capilla ardiente
de Paco Franco y el traslado a hombros de los restos de José Antonio Primo de
Rivera desde Alicante al monasterio de El Escorial. Aún hay algún despistado
que llama gobierno progresista a lo de Daniel Ortega y su mujer en
Nicaragua, pero es que por comparación aún lo podría parecer, porque si miramos
a África... Y aquí está uno de los trucos: no mirar. Aunque se sucedan durante
más de medio siglo dictaduras de ladrones matarifes de su propio pueblo, la
culpa no es suya, sino del pérfido hombre blanco que tiene nosequé oscuros
intereses. No se suele señalar lo que hay de racista en este argumento, donde
el negro es siempre una marioneta en manos del blanco, como perpetuo menor de
edad fácil de engañar...
La cuestión es que los colonizados también salieron rana y cada vez
quedaba menos campo hacia el que volverse. A raíz de las agitaciones de
Berkeley el desafío mucho más serio del mayo del 68 francés, los buscadores
descubrieron a los estudiantes como sujeto histórico[7].
Lamentablemente para ellos, los Situacionistas ya se les habían adelantado publicando
una crítica demoledora titulada “Sobre la miseria en el medio estudiantil”
antes de que los científicos volviesen sus ojos hacia los estudiantes.
El panfleto se tradujo a varios idiomas y alcanzó una difusión notable.
Desde entonces todo fue a peor. La entrada en los años setenta ofrecía
muy buenas perspectivas. Mayo del 68 fue un momento mucho más decisivo de lo
que nos han transmitido los relatos posteriores, descrito de forma interesada
como una especie de jolgorio estudiantil que reivindicaba lemas pueriles como
“la imaginación al poder”. Lo cierto es que la inquietud se trasladó a las
fábricas y el partido comunista francés tuvo que apoyar públicamente al
gobierno de De Gaulle y utilizar toda su influencia para evitar un movimiento
huelguístico masivo que quién sabe dónde hubiera llevado... Pero casi como por
arte de magia, la década entrante acabó por barrer de las mentes la posibilidad
de una revolución en Europa. Hubo una esperanza, la Revolución de los
claveles portuguesa, desencadenada por el protagonista más insospechado ― uno de los
últimos ejércitos coloniales de Europa ―, pero su indecisión en el momento clave la llevó a
ser tranquilamente “encarrilada” tras un golpe de estado incruento dado por la
rama derechista del ejército.
Siguió un canto del cisne, el Movimiento de la Autonomía italiano de
1977[8],
pero ― sin pretender frivolizar sobre el tema, pues hubo mucha gente que iba
a por todas y lo pagó muy caro ―, recordaba demasiado a un intento de reverdecer los
laureles del mayo francés. Y ya que he escrito reverdecer, al mismo tiempo hubo
un grupo de científicos que volvieron a la idea del obrero como sujeto
histórico de la revolución. Les llamaban obreristas y el más conocido fue Toni
Negri, un profesor que en su vida había empuñado una herramienta, hablaba desde
fuera. Al pobre le tomaron tan en serio que la justicia italiana le acusó de
ser el ideólogo de las Brigadas Rojas, con las que no tenía ninguna relación...
El hecho es que al inicio de la década de los ochenta la posibilidad
de la revolución había desaparecido del mapa. Subsistían de mala manera grupos
que habían optado por la lucha armada como las Brigadas Rojas en Italia,
la RAF en Alemania, Acción Directa en Francia o los GRAPO en España, pero se
hallaban desconectados de cualquier tipo de apoyo de masas... Todas las
opciones con un mínimo de influencia eran reformistas, partidarias de entrar en
las instituciones. Pero de algún modo, esa especie de “subasta a la baja” del
antiguo sujeto revolucionario se había mantenido. Basta recordar el
primer gobierno de Felipe González, que no se cansó de arrear a los obreros con
la Reconversión Industrial mientras al mismo tiempo creaba un Ministerio de
Asuntos Sociales para cumplir debidamente con las diferentes minorías en el
sentido en el que él lo entendía, es decir, repartiendo dinero sin miramientos
entre las asociaciones que se arrogaban su representación.
Tres décadas después la adoración acrítica de las minorías como
fermento de quiensabequé y la santificación del camino reformista han cocinado
una sopa infernal. Uno puede leer disparates como este: “Para el buen marxista,
la interpretación del mundo en principio debe servir para transformarlo. Y esto
solo puede hacerse desde dentro de las instituciones, renovándolas y
relegitimándolas para propiciar su conexión a las necesidades ciudadanas, no
cuestionándolas en nombre de una alternativa ignota o diluida en mera
teatralidad”[9].
Ingenuo de mí, yo que me creía eso que había leído tantas veces de que Marx
cuando supo sobre la Comuna de París dijo que esa era la forma de organización
que él había estado buscando...
Pero no es el reformismo lo que más daño ha hecho a la izquierda
mediática sino esa deformación de la doctrina cristiana que dicta que el
izquierdista siempre tiene que sacrificarse por otro, nunca tiene derecho a
exigir lo suyo porque siempre hay uno que está peor. Es una visión tan
degenerada que acaba por llevar a que el izquierdista se sienta mal por serlo y
pida perdón por arrogarse algo que en teoría no le compete. Pondré un ejemplo
bastante significativo del mismo diario, una periodista que humildemente
solicita su sitio porque siendo quien es reivindica lo que reivindica. El texto
recuerda más a las “autocríticas” de la época de Stalin que a otra cosa, pero
dejémosle golpearse el pecho a gusto: “Como trabajadora que ha sido delegada
sindical ― despedida ilegalmente por ello además ― pero jamás obrera ni jornalera, que no puedo
definirme como proletaria sin sentirme impostora, sino miembro, por mi realidad
socio-económica, de la clase media, reivindico mi derecho a ser, vestirme y
ejercer mi ideología de izquierdas”[10].
El acabose. Primero, nadie tiene conocimiento de que Marx fuera
proletario o jornalero. De hecho, hay datos fehacientes que indican que no la
hincó un solo día de su vida. Esta chica fue despedida de su trabajo por hacer
actividad sindical pero no le es suficiente porque debe cometer el terrible
pecado de ganar lo suficiente como para pagarse el alquiler o la hipoteca. Aún
peor, puede ser que ni aún así le llegue y sus padres contribuyan a sus gastos,
lo que ya sería una vergüenza muy difícil de sobrellevar, una hija de papá...
Pues anda que no ha habido jornaleros lameculos... el Paco el Bajo que
ideó Delibes y retrató magníficamente Mario Camus no era un producto de la
imaginación. Y respecto a los obreros, fui testigo durante una época de mi vida
de cómo, en cuanto llegaba la hora de la pausa, el peón más joven de la obra de
enfrente era el encargado de ir al bar a comprar los bocadillos de todos sus
“compañeros”. Los ideales aristocráticos en estado puro.
Sin embargo no era eso lo que proponían los utópicos. La
mayoría de ellos creían en una comunidad de gente que abrazara lo que
proponían, no pensaban que el hecho de nacer en una casa u otra marcase tu
destino. Una comunidad de gente consciente. No me importa de dónde vienes sino
hacia dónde quieres ir. Pero por desgracia ganaron los científicos.
Volviendo a la cita de Jenkins, material de sobra para entender el
triunfo de Trump y los que quedan por venir, salvo que la realidad es aún peor.
Ya no se trata de que la población, digamos, homogénea haya de
sacrificarse por un congénere más desfavorecido, es que ahora también debe
preocuparse primero por los derechos de los animales. Y no es una broma, aunque
lo parezca. El PACMA, el partido de los zoófilos, fue el más votado entre los
que no obtuvieron representación parlamentaria en las últimas elecciones
generales. Muy probablemente, el número le hubiese bastado para lograr asiento
en elecciones con circunscripción única como las europeas. Los partidos nuevos
han incluido el asunto en su agenda, en especial lo que atañe a los
espectáculos taurinos. No seré yo quien los defienda, pero creer que el mayor
problema que tiene esta sociedad es el “maltrato animal” me suena a delirio. Y
tras ellos vienen los herbívoros, que aunque aún no cuentan con una
organización fuerte, van ganando un espacio en los medios del que no disfrutan
grupos con reivindicaciones que yo diría mucho más atinadas, pero seguramente
estaré equivocado de nuevo.
Hay un dato que la ultraderecha mediática repite con insistencia desde
que el Frente Nacional francés salió de la marginalidad, hace ya unos treinta
años: muchos barrios que votan al FN votaban antes al Partido Comunista. Por
una vez, dicen la verdad.
[1] Unfinished business... the politics of Class War, The Class War Federation y A. K.
Press, (Stirling), 1992, p. 55.
[2] El
autor es Simon Jenkins y se publicó el 04/12/16 en la sección de Internacional,
que incluye muchos textos procedentes de The Guardian como este. No he
buscado el original, me he conformado con la traducción de Javier Biosca
Azcoiti.
[3] Al
parecer la mayor parte de El Capital, aunque se dice que se basó en los
apuntes que dejó Marx y en las muchas conversaciones que tuvieron.
[4] Por
supuesto, el asunto es más complejo y he de simplificarlo para que se entienda.
Por ejemplo, por debajo del proletariado existiría el
lumpenproletariado, compuesto por elementos marginales como mendigos,
delincuentes o prostitutas y cerca de los burgueses se encontrarían los
pequeñoburgueses, que incluirían entre otros a los tenderos o a las llamadas
“profesiones liberales”.
[5] Desde
luego, se cuentan historias heroicas de desertores individuales o unidades
enteras que se negaron a participar en la carnicería y lo pagaron muy caro,
pero no conviene olvidar que fueron muy pocos. La mayoría siguió una
trayectoria similar a la de un don nadie llamado Adolf Hitler, que se alistó
voluntario con gran entusiasmo y fue ascendido a cabo y ganó la Cruz de Hierro
por su comportamiento. El resto son ilusiones. Y la misma actitud se repitió en
la Segunda Guerra Mundial, incluidos muchísimos obreros que fueron a defender a
tiros las ideas salvajes del antiguo cabo.
[6] No es
una cita literal, aunque sí fiel. Y hay que tener en cuenta que hablaba de un
hogar de hace por lo menos cuarenta años...
[7] Como he
escrito más arriba, tengo que simplificar en favor de la claridad. Hubo quien
apostó por la minoría negra estadounidense, cuyo representante más combativo
(por no decir el único) eran los Panteras Negras, otro fenómeno cuyos ecos
retumban hoy. El mismo día que publicaba este artículo, eldiario.es incluía
otro de Andrés Gil titulado “Todo el poder para el pueblo”; las Panteras Negras
en las que se mira Pablo Iglesias”.
[8] Todos
estos hechos son muy desconocidos, por razones obvias. Un buen resumen en
Encyclopédie des Nuisances: Historia de diez años. Esbozo para un cuadro
histórico de los progresos de la alienación social, Klinamen, (¿Sevilla?),
2005.
[9] Fernando
Vallespín: “Transgresiones fútiles”, El País, 08/12/16. Por supuesto, es
un ataque a Podemos...
[10] María Iglesias: “Separémonos todos en la lucha final”, eldiario.es,
05/12/16. Una
anécdota. Leyendo un blog anarquista que parece escrito por gente muy joven
(regeneracionlibertaria.org) uno de los contribuyentes se define como
“Anarquista social y de la rama comunista libertaria solo en cuanto a
pensamiento político. Por lo demás soy una persona normal. Aportando mi pluma
como un diminuto grano de arena a que el anarquismo sea una alternativa
política real y transformadora. Deconstruyendo mis privilegios de hombre.
¡Luchar, crear, poder popular!”. Se ve obligado a pedir perdón por haber nacido
con un rabo entre las piernas. En la misma línea, en su último congreso el
sindicato CNT se declaró feminista. Yo pensaba que en el programa anarquista
estaba incluida la igualdad entre sexos pero está claro que debo ser de otra
época...