Si quieres, puedes
El año pasado asistí a un cursillo de esos a los que tenemos que
asistir de vez en cuando los que trabajamos para otros o los que no tienen
plaza fija en alguna de las múltiples administraciones, por aquello de la importancia
de la formación continua, que viene a ser una especie de ITV que
sufrimos con resignación. El conferenciante[1]
nos ilustró sobre la reciente teoría del 90/10. Este nuevo hallazgo se resume
en que cuando tú te propones algún objetivo, tan solo el diez por ciento son
condiciones que escapan a tu control, el otro noventa por ciento depende de ti.
Y esta casilla se puede llenar con toda la basura optimista que se nos ocurra: afán
de superación, constancia, desprecio al fracaso, creencia en las propias
posibilidades... Vamos, el viejísimo “si quieres, puedes”. Sin embargo, es tan
evidente que por mucho que yo me esfuerce jamás podré correr los cien metros
lisos por debajo de los diez segundos o que tampoco podré levantar una pesa de
ciento cincuenta kilos...
Por supuesto, lo interesante de esta frase no es su afirmación
radiante y luminosa de la creencia en uno mismo sino su negación. Si no has
podido, es porque no has querido lo suficiente, es decir, una vez más, la culpa
es tuya. Sí, no hay que decirlo, la idea no tiene nada de nuevo. Los que
venimos de una herencia judeocristiana sabemos que ya hemos nacido con un
pecado, por lo que pueda pasar. Por eso hay que montar catarsis públicas como
la del fin de semana pasado aquí donde yo vivo, donde ciento sesenta mil o
medio millón (¿qué importa la exactitud ante semejante gesto?) salieron a
proclamar que ellos son buenos aunque los gobernantes sean malos.
Lo he escrito más arriba, lo de que no hay límites es una idea más
vieja que el mundo. De ella dan testimonio los relatos de milagros y héroes y
los libros de magia. Sin embargo parece que ahora tiene más éxito que nunca,
lejos queda ese sabio dicho de “fíate de la Virgen y no corras”. Y es que,
(esta idea merecería más espacio y quizá alguna vez se lo dedique) me da la
impresión de que en estos tiempos recientes la frontera entre realidad y
ficción se está borrando a una velocidad alarmante. La demostración más cruda
la proporcionan las páginas de Internet que recogen autofotos que se hicieron
algunos creyentes en sus posibilidades de burlar los límites, segundos antes de
morir[2].
Curiosamente, la gente que vivía en siglos anteriores, a la que estos
miran con condescendencia como unos pobrecillos que nacieron “en la época
equivocada”, sí tenía claros los códigos de lectura. Si leían una crónica en la
que se decía que los cristianos habían matado a trescientos mil moros sin
sufrir baja alguna gracias a la intercesión del apóstol Santiago, ya entendían
que la batalla se ganó porque los cristianos tuvieron el viento a favor y
mientras las flechas del enemigo se perdían en el trayecto, las propias
contaban con un impulso suplementario.
Nunca como ahora
Pero pese a tanta inyección de moral somos pesimistas, ese es el
diagnóstico. Los que trabajan por nuestro bien se han dado cuenta. La gente
refunfuña de todo, se queja, no está contenta. Le ha dado por decir que la
corrupción, la mentira y el despilfarro lo invaden todo, desde la Universidad
Rey Juan Carlos hasta la familia del propio rey Juan Carlos. Hasta el Papa está
asustado con lo que ve en su propia casa... Miremos donde miremos, no vemos más
que escenarios deprimentes y Trump solo es la imagen que condensa el malestar
pero los expertos, que no son tontos, saben que antes de la llegada del hombre
de la mofeta en la cabeza también andábamos cabizbajos y renqueantes. Por
tanto, descartan la salida fácil, que sería decir odiad a Trump, que es el
causante de todos los males, pues saben que tendría corta vida.
Así que últimamente les ha dado por glosar lo bien que vivimos, visto
en perspectiva. Que si el hambre y la pobreza han retrocedido, que si avanza la
alfabetización, que si nunca ha habido menos violencia, como recordaba hace
poco un tonto egregio[3].
Parece que siguen un guión escrito por otros, y bien pudiera ser[4]...
En cualquier caso, la idea a retener es que nunca se ha vivido mejor que ahora,
la Humanidad jamás ha estado mejor. Y por uno de esos azares del destino,
descubro que no hacen sino reproducir un argumento que ya se usaba en
Inglaterra cinco años atrás, pues según decía el número de navidad de 2012 de
la revista The Spectator: “Puede que no se perciba así, pero 2012 ha
sido el año más extraordinario en la historia mundial. Puede parecer una
afirmación extravagante, pero los datos la corroboran. Nunca ha habido menos
hambre, menos enfermedad ni más prosperidad. Occidente sigue en su bache
económico, pero casi todos los países en vías de desarrollo progresan
rápidamente, y la gente sale de la pobreza a un ritmo como nunca se recuerda.
Las víctimas mortales de la guerra y de los desastres naturales felizmente
también han sido bajas. Vivimos en una edad de oro”[5].
En fin, tanto Gibraltar español y siguen mirándose en el espejo
británico como palurdos que salen de casa por primera vez. Hasta Rajoy dijo que
quería hacer de RTVE una cadena como la BBC que, por cierto, tampoco es ya una
cosa extraordinaria. Algunas alcaldías están contratando asesores dotados de
poderes mágicos para conseguir que las compañías radicadas en Londres se
trasladen por arte de birlibirloque a su ciudad, sin dudar de que conseguirán
tan dudoso objetivo. ¡Qué demonios, es la ley del 90/10!
Está claro, el que no se consuela es porque no quiere, en los países
donde una parte importante de la población ha pasado de ganar un dólar diario a
un dólar y medio ha aumentado su poder adquisitivo en un cincuenta por ciento,
lo que es un considerable avance de la distribución de la riqueza que redunda
en un enorme beneficio para la Humanidad en su conjunto.
Puede ser que haya elegido muy mal a la gente con la que me relaciono,
pero diría que el noventa y cinco por ciento de ellos[6]
están dispuestos a declarar que vivían mejor hace diez o quince años...
[1] Un tipo que tuvo la osadía de atribuir a Quevedo una
frase de Antonio Machado (“solo el necio confunde valor y precio”). Fue muy
divertido, una pequeña satisfacción después de asistir a semejante tabarra.
Cuando le hice notar que se había equivocado de autor, me respondió citando al
Quevedo de los chistes: Sí, sí, Quevedo, el de “entre el clavel y la rosa,
su majestad escoja”. Después me sopló un colega que mientras este la
pifiaba, su compañero buscaba la cita en el portátil y le hacía un gesto de
“cambia de tema”. Desde luego, nadie está obligado a conocer la obra de Quevedo
o la de Machado, pero sí parece buena práctica centrarse en lo que uno
conoce...
[4] No me gustan las teorías de la conspiración, que
pienso que tratan de atribuir un orden, aunque sea “diabólico”, al caos en que
vivimos pero por una circunstancia que me involucró casi directamente (un
suicidio en la acera de enfrente de donde me encontraba), acabé descubriendo
que cuando comenzó la crisis los editores de los principales diarios
suscribieron un pacto con el gobierno para no informar sobre suicidios, por
miedo a la imitación y por ser una noticia que bajaría la moral colectiva.
Sucedió bajo la presidencia de Zapatero pero parece que Rajoy no renegó de esa
parte de la herencia.
[5] Citado
en Slavoj Žiżek: Problemas en el paraíso. Del fin de la
historia al fin del capitalismo, Anagrama, (Barcelona), 2016, p. 27s.
[6] Excluidos
los funcionarios de carrera, que quizá no debieran sentirse tan optimistas si
contemplasen las barbas rapadas de sus vecinos griegos.