A la pregunta de
¿Qué camino deben tomar ahora las izquierdas? el vicepresidente
boliviano Álvaro García Linera responde:
En principio las
fuerzas progresistas tienen que crear la capacidad de remontar el ruido y
volver a redefinir un camino más o menos claro y preciso de cómo superar este
conjunto de adversidades que ahora agobia a la gente. En lo práctico las
izquierdas tienen que hacer otras combinaciones de gestión económica y en lo
político tienen que construir otro relato, otra manera orgánica de concentrar
expectativas distintas a las que han prevalecido en las últimas décadas. Porque
la izquierda llega al gobierno con un discurso movilizador agrupando a los
agraviados, planteando una reivindicación, pero cuando fruto de sus acciones
hay una parte que asciende socialmente, el discurso del desagravio ya no
funciona. Y ahí es cuando tienen que complejizar el discurso. Y la otra
cuestión clave es que las políticas de movilidad social de los sectores
populares tienen que tener una sostenibilidad en el tiempo porque cuando no lo
son, los sectores sociales que ascendieron fácilmente pueden adoptar el punto
de vista de los sectores más conservadores que desde un inicio se opusieron a
estas políticas de movilidad social. Y entonces se da la paradoja que gobiernos
progresistas pierden por la votación de personas que habían logrado ascender
socialmente gracias a la política económica de los gobiernos progresistas.
No es poco lo
que se encierra en estos dos centenares de palabras, tanto que temo que no
podré abarcar todas sus implicaciones en un solo texto, qué le vamos a hacer. Si
la memoria no me traiciona es en el último cuarto del año, cuando se supone que
se hace recopilación de lo vivido, cuando más suelo sacudir a la izquierda realmente
existente y no es cuestión de echar a perder las buenas costumbres...
Porque la
izquierda llega al gobierno con un discurso movilizador agrupando a los
agraviados, planteando una reivindicación, pero cuando fruto de sus acciones
hay una parte que asciende socialmente, el discurso del desagravio ya no
funciona
Engels nos
informa en el prólogo a la edición alemana de 1883 del Manifiesto comunista de
que “La idea cardinal que inspira todo
el Manifiesto, a saber: que el régimen económico de la producción y la
estructuración social que de él se deriva necesariamente en cada época
histórica constituye la base sobre la cual se asienta la historia política e
intelectual de esa época, y que, por tanto, toda la historia de la sociedad ―
una vez disuelto el primitivo régimen de comunidad del suelo ― es
una historia de luchas de clases, de luchas entre clases explotadoras y
explotadas, dominantes y dominadas, a tono con las diferentes fases del proceso
social, hasta llegar a la fase presente, en que la clase explotada y oprimida ― el
proletariado ― no puede ya emanciparse de la clase que
la explota y la oprime ― de la burguesía
―
sin emancipar para siempre a la sociedad entera de la opresión, la explotación
y las luchas de clases; esta idea fué fruto personal y exclusivo de Marx”.
Esta idea de
Marx es absolutamente equivocada. No hacen falta grandes disquisiciones
teóricas para probarlo, basta con comprobar que el proletariado no fue
protagonista, vehículo o agente de ninguna de las revoluciones triunfantes
posteriores al manifiesto. Ni Rusia, ni China, ni Cuba, ni Argelia, ni
Nicaragua, ni ninguna otra que se quiera añadir. Todas eran sociedades agrarias
en las que el proletariado (entendido como población obrera, ya trabajara en
fábricas o en unidades de producción menores) tenía una importancia residual.
El debate actual
entre obreristas e identitarios está desvirtuado desde la base porque ambos
parten de la concepción errónea de que hay un grupo que nos va a salvar, que
cada uno conforma a su manera, siempre
centrado en los agraviados. Permítaseme un par de ejemplos personales
carentes de cualquier valor científico y, precisamente por eso, los
traigo aquí.
El 23 de abril
del 2011, apenas tres semanas antes del 15 – M, asistí a una charla en la que
uno de los ponentes era un trabajador de TMB, la empresa municipal de
transporte de Barcelona, que no sé si entonces militaba en la Confederación
General del Trabajo (CGT) pero estaba muy cerca de sus planteamientos.
Los trabajadores de TMB llevaban una lucha larga que la CGT ―
que tiene un cierto peso en esa empresa ―
había aprovechado para lo que los cursis llaman “hacer pedagogía” sobre la
bondad de los métodos asamblearios, la autoorganización, la horizontalidad y
todas esas cosas... Hubo un cierto éxito, aunque no recuerdo si consiguieron
todas pero al menos sí algunas de las reivindicaciones. Pues bien, el tipo nos
explicaba a continuación, con una amargura fácil de entender, que en las posteriores
elecciones sindicales UGT y Comisiones Obreras habían vuelto a arrasar.
También es fácil
de entender la explicación, más en estos tiempos de la autoayuda: fuiste
ofreciendo un método mágico cuando nadie les daba solución, te lo compraron y
funcionó. Pues bien, ya te volveremos a llamar cuando necesitemos ayuda otra
vez...
El otro es aún
menos científico, la anécdota que nos contaba un profesor del colegio de curas
al que asistí y la transcribiré como la recuerdo. Decía el hermano Alberto: “El
otro día vino un pobre al colegio a pedir limosna. Nosotros no les damos
dinero, ¿para qué? ¿para que se lo gasten en vino? En vez de eso les damos un
buen bocadillo y mientras se lo comía, nos dijo que llevaba una quiniela y que
a ver si podíamos rezar para que le tocara y un hermano le preguntó: ¿y si
te toca, la vas a repartir con los pobres? y dijo los pobres, que se
jodan”.
No existen las
clases como tales, alguien objetivamente oprimido puede considerarse un
privilegiado. Hace unos años leí que en Estados Unidos se había hecho una
encuesta y el 30% de los que respondieron se consideraban entre el 10% más rico
de la sociedad. Se supone que la encuesta era mínimamente seria, así que se
puede descartar que el 30% de los encuestados procedieran de Bel – Air o
barrios equivalentes de otras ciudades.
No es extraño que uno de esos pobres que no se consideran tales desprecie a sus
antiguos compañeros si tiene un golpe de suerte que le saque del agujero.
Pero es jodido
salir del camino trillado porque uno se ve sin referencias a las que agarrarse.
Hay gente que no aprende ni a palos. Leo a uno que dice que “Hay que dejar de
lamentarse y construir organización popular. Hay que abandonar los espacios de
confort y apelar a las clases oprimidas, acompañarlas y buscar conjuntamente
momentos de ruptura y contrapoder”.
Siempre hay que
buscar a esas clases míticas que Marx dibujó, tú no tienes derecho a sentirte
oprimido, debes apelar a ellas, existentes en algún lugar del espacio sideral,
acompañarlas y buscar juntos nosequé montón de basura... no es extraño que
acabe su aportación escribiendo (y respeto sus negritas) que la única
ruptura viable es la independencia de Catalunya.
Y ahí es cuando
tienen que complejizar el discurso
García Linera se
da cuenta de la paradoja, aunque no tiene claro cómo encararla.
Para explicar
esta contradicción aparente se recurre a lo que Anselm Jappe llama otro
argumento predilecto de la nueva izquierda: la “manipulación”: “A través de
este concepto, se concibe el surgimiento de la sociedad de mercado y de las
sociedades opresivas del pasado como una agresión externa, procedente de un
lugar indeterminado, contra un sujeto preexistente y “diferente” del orden
social impuesto por las “clases dominantes”. Esos sistemas, contrarios a los
intereses de la gran mayoría, se mantendrían en el poder de modo inexplicable,
desde hace milenios, mediante una astuta “manipulación”, además de la
violencia, que de por sí nunca es suficiente”. (...) “se pone de manifiesto una
ilusión fundamental común a toda la izquierda: las masas, los proletarios, los
individuos, los sujetos son manipulados, seducidos, corrompidos, engañados, no
se pueden expresar, no pueden actuar. Pero si se los dejara hacer de veras, la
sociedad capitalista se desvanecería de inmediato como un mal sueño. Nadie
explica, sin embargo, dónde puede haberse formado esa subjetividad ya
plenamente articulada”.
Y aquí se juntan
dos problemas. El primero es despojarse de esa concepción mítica de que los
oprimidos ya constituyen una clase por el hecho de serlo. Recordaré una frase atribuida
a J. P. Morgan que ya cité una vez y que encuentro certera: “¿La clase obrera?
No es problema. Puedo comprar a la mitad para que mate a la otra mitad”. Y le
faltó añadir: “y por mucho menos de lo que estaba dispuesto a pagarles”. El
segundo, en realidad, deriva del primero. Y lo señala bien y mal Anselm Jappe
cuando escribe que nadie explica, sin embargo, dónde puede haberse formado
esa subjetividad ya plenamente articulada. Bien y mal porque aunque acierta
en el hecho de que la conciencia debe crearse, no viene dada, habla de
subjetividad porque en su respeto hacia Marx no termina de despegarse de esa
idea de que existiría una conciencia de clase que sería objetiva...
Si no existe una
conciencia, hay que formarla. Y hay que formarla hablando y haciéndose escuchar
y comprender. En buena parte la obsesión por hacer revela que detrás no hay
discurso. A esos partidarios de la acción a tontas y a locas bastaría con
preguntarles por qué creen que compañías como Coca ―
Cola gastan tanto dinero en publicidad al cabo del año, siendo como son ya
conocidas en todo el mundo desde hace medio siglo. O recordarles que Podemos
subió hasta situarse como primer partido en intención de voto y empezó a bajar
cuando, víctimas de su propio éxito, empezaron a desdecirse de su programa
inicial, que era el que les había llevado a esa posición, y a caer en cuanto se
dieron a La Práctica, entendida como campo diferente de la teoría.
En lo práctico
las izquierdas tienen que hacer otras combinaciones de gestión económica
Hombre, pues
ayudaría. Pero hay que partir de la idea de que no son capaces de hacerlas en
lo práctico porque primero no han sido capaces de hacerlas en lo teórico.
¿Qué proponen las izquierdas conocidas? La redistribución. Por ser más preciso,
la redistribución a través de los impuestos. Recaudar mucho para poder desviar
fondos hacia los más desfavorecidos. Y la conclusión es obvia: si de lo
que se trata es de recaudar más, el capitalismo ha de funcionar como un tiro.
Que lo diga el
PSOE está bien, es un partido contento con el capitalismo, pero que lo diga Teresa
Rodríguez, que se define anticapitalista, pues como que amos anda, que te den,
háztelo mirar...
Hoy, y siempre,
el pilar central es la economía y sobre eso no hay nada.
Nada diferente.
Es difícil, sin
duda, porque la economía hoy gobierna todas las fuerzas de la vida más que
nunca. Ya no se trata de quién pensaba
hace treinta años que iba a pasar del agua del grifo al agua embotellada sin
darse cuenta sino de quién concebía hace sólo diez años que cupiera pagar un
dinero a alguien para que te hiciera la lista de la compra. Pues hoy les llaman
personal shoppers y son lo más de lo más, tener uno de ellos es un
símbolo visible de que uno ha alcanzado una posición respetable. La pregunta es: ¿cómo lo han conseguido?
¿Mediante la práctica? ¿Acaso los asistentes de compras han ido ofreciendo
gratuitamente sus servicios hasta que la gente ha comprobado la bondad de su
método y desde entonces ha decidido pagar por el servicio?
No. Lo han
conseguido mediante una hábil estrategia de publicidad.
Ver los toros
desde la barrera
Una expresión de
desprecio. Los que no se mojan, los que no se manchan las manos blablabla. Se
supone que mientras el torero padece, los que no saben de qué va el tema lo
juzgan frívolamente, haciendo abstracción de sus sufrimientos. Pero los
críticos taurinos siempre han visto los toros desde la barrera, porque de lo
que se trata es de juzgar los resultados, no las penalidades que pueda sufrir
alguno de los participantes en el juego.
Desde mi cómoda
localidad de barrera de sombra y sin la mínima intención de abandonarla, digo
en toda mi suficiencia que cualquier idea alternativa lo mínimo que tiene que
tener es un programa alternativo. Alternativo viene de alter, que
significa “otro”. Por tanto, no debe ser una variación del programa vigente.
¿Cuál? La respuesta es que si lo tuviera me dedicaría a pregonarlo. Sé lo que
no me gusta de lo que hay. Básicamente que es insostenible, pero hasta hoy no
me gustan las alternativas que se proponen. ¿Como vas a proponer a la gente de
hoy, con permiso de mi querido Miquel Amorós, que la gente se lance a fundar
comunas agrarias? Yo escapé de una ciudad que tiene un cuarto de millón de
habitantes porque me parecía un pueblo, no puedo ser hipócrita. En ese sentido
mi instinto me guía más por poner los adelantos técnicos a nuestro servicio,
como pensaban los Situacionistas en su primera época. No sería sencillo pero
creo que sería la opción más viable y si en el futuro tengo fuerzas y me queda
lucidez, trataré de desarrollarla.
En cualquier
caso, el primer paso es construir un programa económico alternativo al
capitalismo que parezca viable.
Y el segundo,
venderlo sin miedo ni vergüenza. Ser más pesado que el comercial más pesado.
Pero no sólo vender los resultados. Aquí está el secreto. No es una cuestión de
decir “eres lo que eres y aquí vengo yo a arreglarte la vida”. No. La cuestión
que hay que transmitir es que para poder sacar adelante ese programa hay que
construir una comunidad de antagonistas. En la que no se pregunte de dónde
vienes sino hacia dónde vas. Los obreristas deberían hacer una indagación seria
sobre los orígenes sociales de las figuras que han aportado algo al mundo a
través de la contestación.
Y una vez
convencidos y reclutados, cuando seamos muchos, entonces sí, entonces adelante
con todo, hasta vencer o morir.
Y no cambiar una sola coma del programa antes de probarlo pero siempre
dispuestos a cambiar el texto entero si a la hora de la verdad fallase. Porque
esa hora de la verdad será la verdadera hora de los hechos.
Página 9 de la edición del Manifiesto comunista
de la Editorial Ayuso de 1976, traducido por Wenceslao Roces. He mantenido la
tilde de fue para resaltar lo arcaico de todo el asunto.
Anselm Jappe: Guy Debord, Anagrama, (Barcelona), 1998, pp. 156s.