En una época en
que el delito de odio es la estrella del Código Penal no es extraño que se oiga
conjugar muy a menudo el verbo odiar. Como tengo una cierta vocación de
lingüista aficionado quería compartir aquí un nuevo uso de este verbo que he
creído detectar últimamente pero, como carezco de credenciales, me limitaré a
exponer mi teoría y os reservo a vosotros el juicio sobre ella.
Un verbo
transitivo
Como todos los
verbos de pensamiento, odiar es un verbo transitivo. Precisa de un objeto.
Cuando alguien odia, odia a algo o a alguien.
Veamos un
ejemplo reciente. Los ideólogos disfrazados de economistas o sociólogos nos han
instruido últimamente para que odiemos a los pensionistas, una banda de
egoístas insolidarios que han tenido la desfachatez de plantear que se les
revaloricen las pensiones según el IPC, sin conformarse con el magro cuarto de
punto que les lleva a perder poder adquisitivo cada año que pasa. Por citar sólo
tres, los viejos amigos de esta página Juan Ramón Rallo y Gonzalo Bernardos o
un tal Julio Carabaña.
Debemos odiarlos
por pedir que cumplan lo que les prometieron. Al parecer son ellos los que nos
roban, los causantes de que cobremos unos sueldos de mierda... Aquí entramos en
una de esas disociaciones que tanto gustan a estos ideólogos de pacotilla.
Sucede que los pensionistas no son una clase extraña a nosotros que nos exprime
el jugo sino que son nuestros padres y abuelos que nos ayudan siempre que lo
necesitamos, que suele ser a menudo. Supongo que se sienten mal y se ven en la
necesidad de devolvernos algo de lo mucho que nos roban...
Porque este
estado de cosas es insostenible: “Así, en Moncloa sostenían hasta anteayer que
era imposible subir todas las pensiones lo mismo que el IPC, tachando la
petición de “populismo letal” que pondría en riesgo el sistema mismo”.
Pausa. Hace
tiempo que me hace mucha gracia que un partido que se apellida Popular utilice populismo
como insulto pero, ya digo, me faltan credenciales de filólogo. Sigo:
“Pero la
necesidad del disputado voto del nacionalismo vasco ha obrado el milagro. Y
pelillos a la mar”.
Qué desperdicio,
tanto odio derramado para nada...
Odiar se vuelve
reflexivo
Este es el uso
que yo no conocía, volcar el odio contra uno mismo. Lo más parecido eran las autocríticas
que puso de moda Stalin y cuyo ejemplo más acabado para mi gusto fueron las del
grupo peruano Sendero Luminoso. Las recomiendo sin reservas, creo que son un
modelo de uso de la retórica que debería estudiarse, amén de divertidas si uno
sabe dejar aparte el lado trágico.
Pero esas
autocríticas eran siempre individuales, uno se acusaba a sí mismo por sus
propios errores. Sí, es evidente que pueden calificarse de autoodio, pero
últimamente hemos avanzado muchos pasos en muy poco tiempo.
Veamos por
ejemplo un artículo de Octavio Salazar, publicado en eldiario.es el 28
de abril y titulado “Todos somos parte de ‘la manada’”.
Aquí me basta con reproducir las dos frases seleccionadas para acompañar al
título porque indican el tenor del artículo:
― Todos
nosotros, varones que desde que nacemos somos educados para el privilegio,
formamos parte de ese orden que nos ofrece tantos dividendos
― Es
por tanto responsabilidad nuestra desvincularnos de la manada, iniciar un
proceso de reconstrucción personal y convertirnos en agentes para la igualdad
Es decir, vuelve
el pecado original. La gentuza que portamos el cromosoma XY ― un
poquito menos de la mitad del género humano ―
somos culpables salvo que nos desvinculemos, reconstruyamos y convirtamos en
agentes para la igualdad. Si no seguimos estos pasos, daremos mucho asco.
En los
comentarios al artículo gente con sentido común le señalaba lo obvio: si tus
padres te dieron una educación machista, es tu problema. Los míos no sólo no
han tenido la desvergüenza de robarme el sueldo sino que tampoco han tenido la
poca delicadeza de enseñarme que la mujer es un espécimen distinto a mí. No
guardo un gran recuerdo del colegio “de curas” al que asistí doce de los años
más largos de mi vida pero debo dejar claro que jamás escuché un comentario
machista de boca de ningún profesor, fuera fraile o seglar. Las cosas como son.
Aclaración no
requerida (y por tanto se puede interpretar como se quiera)
Para que nadie
piense que me escondo, alguna impresión sobre el tema de la famosa manada. Por
ejemplo, me llama la atención que algunas manifestantes que muestran su rechazo
a la manada reivindiquen en carteles que “la manada somos nosotras”. Pensaba
que eso de la manada era un concepto repugnante, al menos para mí lo es, resume
casi todo lo que no me gusta.
Pero es que el feminismo de confrontación consigue efectos extraños, como que
se alíen con él Ana Botín o unas monjas de clausura, es lo que tiene fiarlo
todo al género...
Es el riesgo de
aplicar una lente deformada a la visión. Aparte de este, el otro gran caso que
recuerdo es el de Juana Rivas y los dos comparten la misma condición, la de
mostrar una fachada con más agujeros que un queso de gruyere.
Sé que ninguno
de los jueces que formaba el tribunal será jamás amigo mío, uno de los pocos
privilegios que me quedan es el de elegir a mis amigos. Pero también tengo
claro que su torsión argumental es posible porque la presentación del caso por
parte de la defensa lo permite.
El otro día un
canalla intentó violar a una chica de trece años en La Barceloneta. La cría se
puso a dar gritos y a su llamada acudieron unos cuantos hombres (mucho me temo
que ninguno de ellos desvinculado, reconstruido ni convertido en agente
para la igualdad) que propinaron un severo correctivo al presunto violador
y lo entregaron a la policía.
Si esta niña no
obtiene una sentencia de acuerdo con la ofensa recibida que nadie dude de que
estaré en la primera fila de la manifestación que se convoque. Y dispuesto a
todo...