Rosalía puso un
mensaje a Vox y los voxeros replicaron con una cita de Ramiro Ledesma.
Ledesma es una
figura histórica a la que la posteridad no ha tratado muy bien, de forma que no
es demasiado conocido y tampoco se ha interpretado su obra de forma adecuada.
Ledesma es el
verdadero fundador del fascismo español. Aunque el excéntrico Ernesto Giménez
Caballero fue el primero que se declaró fascista en España, no hizo el menor
intento de crear una organización de tipo fascista.
Es a Ledesma a quien corresponde el dudoso honor con la fundación de las Juntas
de Ofensiva Nacional Sindicalista, las JONS. Él aportó los conceptos y símbolos
de los que luego se nutriría el falangismo: la bandera roja y negra, inspirada
en la bandera de la CNT, el yugo y las flechas
y el propio concepto de nacionalsindicalismo, que de nuevo bebía de la CNT.
No quería usar
el nombre de fascismo porque consideraba que era como importar una ideología
extranjera, lo que era incoherente con su crítica al marxismo por ser una
ideología importada.
Por contra, José Antonio Primo de Rivera y Julio Ruiz de Alda sí llegaron a
tirar octavillas con el lema Fascismo Español antes de que se fundase Falange
Española.
Como es bien
sabido, la Falange Española de Primo acabó por fundirse con las Juntas de
Ofensiva Nacional Sindicalista de Ledesma y Onésimo Redondo para dar lugar a FE
de las JONS.
Pero José Antonio y Ledesma se llevaban mal y este acabó por dejar el partido.
Esa es una de las razones por las que la memoria de Ramiro Ledesma no fue muy
cultivada durante el Franquismo pese a haber sido también un mártir de la
Cruzada, de hecho asesinado antes que José Antonio.
Franco y José Antonio se llevaron mal en vida y se dice que Franco no se
preocupó mucho por sacarlo de la cárcel pero una vez muerto era un símbolo
irresistible, basta ver que era el único mortal enterrado en paridad con Franco
hasta hace unas semanas.
Como expone
Roberto Muñoz Bolaños, a partir de 1968 Ledesma comenzó a ser recuperado por
una corriente falangista de izquierdas que veía en él al fascista puro, que no
se había vendido a la derecha, al contrario que José Antonio. Sin embargo, como
bien argumenta Muñoz, mientras ambos convivieron en Falange, José Antonio era
partidario de mantener la pureza ideológica y Ledesma de atraer a todos los
elementos de derechas que se acercaran para luego “fascistizarlos”. De hecho,
la intransigencia de José Antonio fue la causa de su ruina. Había salido
elegido parlamentario por ir colocado en buen lugar en una candidatura
derechista y cuando en febrero de 1936, con Ledesma ya fuera de FE de las JONS,
optaron por presentarse solos a las elecciones, cosecharon un rotundo fracaso y
Primo perdió su inmunidad parlamentaria.
Pero quiero
detenerme en otro aspecto de Ledesma que se suele ignorar.
Ledesma era un
gran admirador de Hitler
. Hasta el punto de que imitaba su peinado, lo que le valió las burlas de
Giménez Caballero. Ledesma estudió Filosofía ― y
Física, nadie ha dicho que fuera tonto ― y
como se suele decir, para saber Filosofía hay que hablar alemán.
Hablaba alemán,
y también visitó Alemania siempre que pudo. No cabe ignorancia por su parte,
conocía el nazismo de primera mano.

Traeré aquí una
muestra de uno de sus textos, su “Discurso a las juventudes de España”, cuya historia
editorial ya nos dice algo: se reeditó en 1938, 1939 y 1942 y, salvo error por
mi parte, no volvió a aparecer impreso hasta un cuarto de siglo después,
en 1968, al amparo de esa recuperación
izquierdista. Mientras tanto las Obras Completas de José Antonio (que no eran
tales porque estaban podadas de algún elemento incómodo para el Franquismo) se
reeditaban puntualmente porque formaban la base de la asignatura escolar Formación
del Espíritu Nacional.
Aunque Franco, del que aún hoy hay que
leer que era un genio militar, dijera el 13 de agosto de 1941 que “Se ha
planteado mal la guerra y los aliados la han perdido”, pronto su régimen se dio
cuenta de que había que rebobinar y comenzar a borrar los rastros de
connivencia con los nazis. Ni siquiera se libró su película, Raza, que
hubo de convertirse a toda prisa en la desfascistizada Espíritu de una raza.
¿Qué decir de estas perlas?:
El
nacional-socialista alemán vive ese concepto como una angustia metafísica,
operando en él un resorte biológico y profundo: la sangre. Es, por ello,
racista. Alemania es, pues, para él un organismo viviente, que marcha por la
historia en plena zozobra, entre acongojada y fuerte, sostenida en todo momento
por el espíritu de sacrificio y la vitalidad misma de todos los alemanes. (...)
La síntesis de
«lo nacional» y de «lo social», que es para los observadores y comentaristas extranjeros
la suprema dificultad vencida por Adolfo Hitler, aparece a la luz del racismo
socialista como una empresa de pasmosa sencillez. La agitación en torno a los
problemas de índole social-económica, la tarea de abordar sus crisis y
delimitar ante las masas los propios trastornos y perjuicios que le
sobrevienen, resulta en los demás pueblos una cosa en extremo árida, cuya única
emoción posible es, si acaso, de índole negativa, a base de ofertas demagógicas
que satisfagan las apetencias concretas de los grandes auditorios. Pero en
Alemania se produce una variante fundamental, de clarísimo signo racista, y
cuyo manejo ha proporcionado realmente a Hitler la victoria. Pues la desgracia
de cada alemán no es sólo suya, coincide y se identifica con la desgracia de
Alemania, de la Patria entera. (...) esta especie de apelación a la Patria
alemana permitía a su vez a Hitler señalar ante las grandes masas, como
originadores y culpables de sus desdichas de índole material, no a unas ideas
erróneas, ni tampoco a meras abstracciones, sino a enemigos concretos, enemigos
de Alemania misma como nación, y sobre todo, bien visibles y señalables con la
mano: De una parte, el judío y su capital financiero; de otra, el enemigo
exterior de Alemania, Versalles, y sus negociadores, firmantes y mantenedores,
es decir, los marxistas y la burguesía republicana de Weimar.

El pueblo alemán
comprendió y entendió «la voz» de Hitler, que le hablaba de veras a lo más
profundo y real de su naturaleza. Que sublimaba sus angustias diarias, dándole
relieve heroico y suprema categoría de catástrofe nacional alemana. Iba así
comprendiendo el obrero en paro forzoso, el industrial en ruina, el soldado sin
bandera, el estudiante sin calor, el antiguo propietario sin fortuna, toda la
gran masa, en fin, de gentes como desahuciadas y preteridas por el sistema
vigente, que todas sus miserias y toda su desazón eran producto de un gran
crimen cometido contra Alemania, crimen ocultado al pueblo por la cobardía y la
traición de «los criminales de noviembre», edificadores del régimen de Weimar y
verdaderos cómplices de todos los actos realizados contra Alemania. Pues
constituían partidos y sectas cuyo espíritu era absolutamente ajeno al espíritu
de Alemania, manejados por el judío y elaborados por gentes de otras razas,
invasoras y aniquiladoras de la gran raza alemana. (...)
Bien sencillo
es, pues, el complejo emocional a que obedece el racismo socialista. Pues
estamos en presencia de una idea social, de un socialismo, cuyo móvil reside,
no en la necesidad de conseguir justicia para los alemanes, como hombres a
quienes priva de bienestar un régimen económico injusto, sino más bien en la
idea de conseguir para Alemania, como pueblo, como raza, como unidad viviente,
el régimen social mejor y más justo.
Por eso, el
anticapitalismo del hitleriano es diferente al anticapitalismo del marxista.
Aquél ve en el régimen capitalista no sólo un sistema determinado de relaciones
económicas, sino que ve también al judío, añade al concepto económico estricto
un concepto racista. La idea antijudía y la idea anticapitalista son casi una
misma cosa para el nacional-socialismo. Y es que, como hemos dicho, el alemán
objetiva su problema particular en Alemania, y su inquietud socialista persigue
en todo momento una ordenación en beneficio de la raza entera.
El marxismo
dejaba, pues, intactas en el alemán sus reacciones más íntimas y vigorosas.
Resbalaba episódicamente por su superficie, y sólo en los falsos alemanes, es
decir, en los individuos naturalizados en Alemania pero extraños a la voz de la
sangre, al mito de la raza, podía constituir una actitud más profunda.
No es, pues, «el
hombre», sino «el alemán», quien resulta así objeto estimable para el
socialismo racista. Por eso, el programa de Hitler establece con claridad
diferencias entre los que denomina «ciudadanos alemanes» y los otros, los demás
que como extranjeros residan en Alemania, reivindicando sólo para aquéllos el
derecho a participar del acervo económico y de las posibilidades económicas de
Alemania.
A esta bazofia
reivindica esa panda de simpáticos. Luego se extrañan de que les llamen
cosas...