Se diría que tienen miedo. En menos de veinticuatro horas El País
publicaba tres artículos dominados por la preocupación de que tiremos por la
borda lo conseguido, lo que uno de ellos denomina “estos últimos y gloriosos 40
años de democracia”.
Empezaré por este,
que es el más enigmático porque carga duramente, pero no se sabe contra quién. Nos
alerta de que la caída de Roma “se produjo en tan solo el transcurso de una
generación”. Porque, según dice, ahora “estamos a cien pasos del abismo”. Nada
menos.
Una de sus frases me ha dejado perplejo: “las élites guardan silencio
atenazadas por una corrección política que el infantilismo de izquierdas ha
convertido en pensamiento dominante”. Quien se haya paseado alguna vez por este
sitio sabrá que detesto la corrección política con todas mis fuerzas y no dejo
pasar oportunidad para fustigar a los que la practican pero, ¿realmente cree que esas élites que no define
callan por miedo a ser políticamente incorrectas? ¿No será más bien que están
esperando a que haya un ganador con el que poder entenderse? Las élites saben
que Podemos es tan temible como las CUP, que ladran pero no muerden. Ven cómo
sus intereses siguen seguros en Madrid y Barcelona, por mucho que hayan llegado
a sus gobiernos unos comunes que dan risa y a los que no se puede llamar
comuneros porque sería un insulto hacia estos. En una parte sí estoy de
acuerdo, y es que nos define como “una sociedad pasiva y paternalista
acostumbrada a mirar para otro lado ante el reto de la responsabilidad”, pero
me pregunto cuánto habrán tenido que ver en ello esos gloriosos 40 años.
Antonio Elorza detesta a Pablo Iglesias como un exorcista al demonio y
en esta ocasión se queda a gusto.
Dice de él que no solo no es un demócrata sino que rechaza la democracia. Es
maniqueo y simple, un violento que emplea vocabulario militar y su acción política se alimenta
sobre todo de boxeo. Tiene ya pensado cómo “librarse de opositores elegidos
mediante la democracia representativa”, pues, no en vano, es un caudillo
populista que practica el centralismo autocrático (al menos Lenin propugnaba el
centralismo democrático, así que este es aún peor). La verdad es que Elorza
sabe mucho de leninismo, pues durante una época más bien larga fue bastante más
leninista que el propio Lenin. Aunque ahora sus simpatías están (o estaban
hasta hace poco) más cerca de UPyD. Recuerda mucho al amigo Savater y es que la
vergüenza es como la virginidad, cuando se pierde, se pierde para siempre. Antonio
Elorza es catedrático en la misma facultad donde daba clases Pablo Iglesias y
supongo que las miserias de la vida universitaria tendrán su parte en ese odio
tan llamativo.
En el tercero,
Antoni Zabalza nos da unas cuantas lecciones ― incluida la demostración matemática de que “no es
cierto que la regla de la mayoría sea capaz de sintetizar de forma coherente la
voluntad de una colectividad cuando esta se enfrenta a más de dos alternativas”―, pero solo me
interesa parte de lo que dice en el párrafo final: “La democracia directa no
funciona y es incompatible con una sociedad abierta, basada en el imperio de la
ley y en la libertad del individuo (...) los países que han jugado con la
democracia directa han acabado eliminando libertades individuales, causando
dolor y miseria, y destruyendo los fundamentos de su sistema económico. Por el
contrario, los que con más modestia se han abstenido de formular arcadias
sociales, y limitado la práctica democrática al control de sus gobiernos, han
conseguido respeto y tolerancia para con la diversidad, altas cotas de libertad
individual, economías dinámicas y prósperas y un reparto razonable del
bienestar”.
Así que la democracia directa no funciona, por lo que no es de
extrañar que los países que han jugado con ella hayan acabado fatal. En este
caso no hay demostración matemática, ni siquiera un triste ejemplo. Porque la
democracia directa no se ha podido aplicar jamás en país alguno y el único que
ha jugado y sigue jugando con ella es Suiza que, como todo el mundo sabe, no
para de eliminar libertades individuales, causar dolor y miseria y destruir los
fundamentos de su sistema económico. Ha habido, eso sí, experiencias de
democracia directa, pero limitadas a territorios más pequeños. La lista es
larga ― incluye entre otras la Comuna de París, Kronstadt, los espartaquistas
berlineses, las colectividades de Aragón o los consejos húngaros de 1956 ―, y todas
tienen algo en común: fueron aplastadas sin piedad por la gente de orden, ya
fuera este la democracia representativa o la tiranía comunista. A veces ese
aplastamiento muestra paradojas que son solo aparentes, como que las tropas
prusianas que habían derrotado a los franceses esperaran caballerosamente
a que estos acabasen con su chusma, que era el mayor peligro para el régimen
que ambos ejércitos defendían, o que las colectividades aragonesas que habían
resistido al ejército franquista fueran desmanteladas por los comunistas de
Enrique Líster.
Pero seguro que debe haber una demostración matemática por alguna
parte, aunque quizá sea demasiado larga para un artículo de prensa. Por cierto,
¿quién es este Antoni Zabalza que prodiga las certezas con tanta generosidad?
Según El País, “es profesor de Economía y fue secretario de Estado de
Hacienda”. Sí. Pero es algo más, también es presidente y consejero delegado de
Ercros, un pequeño detalle que el diario olvida mencionar. La trayectoria
empresarial de Zabalza recuerda mucho a otras cuyas consecuencias hemos tenido
que padecer recientemente en nuestros bolsillos. Secretario de Estado de
Hacienda y director del Gabinete de Presidencia del Gobierno de Felipe
González, fue vocal del consejo de administración de varias empresas estatales
como Transmediterránea, el Instituto de Crédito Oficial, Iberia o el extinto
Instituto Nacional de Industria, hasta recibir Ercros de las manos de otro
ilustre incompetente, Josep Piqué. La empresa, que este ya había dejado muy
tocada, no ha dejado de perder valor desde entonces. Apenas dos días después de
publicado el artículo se informaba de que antes de final de año despedirá entre
ciento cincuenta y doscientos trabajadores.
Ya dice Rajoy que las cosas funcionan “razonablemente bien”. Solo que
funcionan razonablemente mejor para don Mariano y don Antoni que para los
futuros despedidos de Ercros...

Con las tropas de Bismarck y la totalidad del ejército francés
concentrados en las afueras de París, los miembros de la Comuna no tenían la
menor oportunidad, y lo sabían. Muchos estaban decididos a morir debido a que,
después de haber probado el sabor de una libertad que solo podía ser medida por
las insuficiencias de las sorpresas del día anterior, no estaban demasiado
dispuestos a aceptar nada que fuese inferior a eso, a vivir como habían vivido
solo un día antes, y mucho menos a regresar a la libertad de elegir entre las
mercancías que los demás ponían a la venta, entre un domingo en el parque o en
el río, lo cual afirma la leyenda inventada después del hecho. En este sentido,
la Comuna no fue un secuestro de la historia, sino un regalo que se le hizo a
esta, un patrón con el que juzgar al futuro, un momento para ser adorado o
condenado.