Así debería haberse titulado la traducción del libro que Christopher
Hitchens dedicó a Teresa de Calcuta (en adelante TC) pero por razones fáciles
de explicar pero difíciles de entender, este es el único texto importante de
Hitchens que no ha sido publicado en castellano[1].
Con la excusa de que el pasado domingo TC fue proclamada santa por el papa
Francisco, voy a aprovechar para difundir parte de lo que se cuenta en el libro
en el idioma que usan mayoritariamente los católicos de este mundo.
Un milagro muy curioso
TC recibió la preceptiva iluminación divina sobre la que debía ser su
misión en 1948 y consiguió la autorización del Vaticano en 1950, pero no fue
hasta veinte años después cuando su proyecto comenzó a hacerse famoso por obra
y gracia de un documental emitido por la BBC en 1969, Something Beautiful
for God, y adaptado a libro con el mismo título en 1971. Malcolm Muggeridge
no era católico cuando lo concibió pero se convirtió poco después. Lo que hizo
único en su género a este documental es que en él se contiene el primer milagro
fotográfico obrado por Dios y, que yo sepa, el último hasta la fecha. Aunque la
cita sea larga, merece la pena reproducir el relato de Muggeridge:
Esta Casa de Moribundos está iluminada pálidamente por pequeñas
ventanas abiertas en la parte alta de los muros y Ken se mantenía firme en que
era casi imposible rodar ahí. Solo llevábamos una pequeña luz y resultaba casi
imposible iluminar adecuadamente el lugar con el tiempo de que disponíamos. No
obstante, se decidió que Ken lo intentaría pero, para asegurarnos, hizo también
alguna filmación en un patio exterior donde algunos internos se sentaban al
sol. En la película revelada, la parte rodada dentro estaba bañada con una
suave luz particularmente hermosa, mientras la parte rodada fuera aparecía
pálida y confusa... Estoy absolutamente convencido de que esa luz inexplicable
técnicamente es, de hecho, la Luz de Bondad a la que [el cardenal] Newman se
refiere en su bien conocido y exquisito himno [...] No me sorprende en absoluto
que la luminosidad se registrara en película fotográfica. Lo sobrenatural es
solo una proyección infinita de lo natural. Como horizonte más lejano, es
imagen de la eternidad. Jesús frotó con barro los ojos de un ciego y le hizo ver
[...] Precisamente para eso están los milagros, para revelar la realidad
interior de la creación exterior de Dios. Estoy convencido personalmente de que
Ken registró el primer milagro fotográfico auténtico.
El tal Ken era Ken Macmillan, un cámara que gozaba de gran prestigio
porque había participado en la serie Civilisation, que entonces se
consideró un producto técnicamente perfecto. Aquí sigue su testimonio sobre lo
que sucedió:
Durante Something Beautiful for God hubo un episodio en el que nos
llevaron a un edificio que TC llamaba la Casa de los Moribundos. Peter Chafer,
el director, dijo: “Bueno, está muy oscuro aquí, ¿crees que podremos conseguir
algo?” y en la BBC acabábamos de recibir una nueva película fabricada por Kodak,
que no tuvimos tiempo de probar antes de salir, así que le dije a Peter:
“Bueno, podríamos probarla”. Así que filmamos y cuando volvimos varias semanas
después, un mes o dos después, estábamos
sentados en la sala de montaje, en los Estudios Ealing, y allá que aparecen las
tomas de la Casa de los Moribundos. Y fue sorprendente, podías ver cada
detalle. Y dije “¡esto es asombroso, extraordinario!” E iba a seguir diciendo,
pues eso, ¡tres hurras por Kodak! No tuve oportunidad de decir lo que pensaba
porque Malcolm, sentado en primera fila, se dio la vuelta y dijo: “¡Es la luz
divina! Es TC. Date cuenta, chaval, es la luz divina”. Y tres o cuatro días
después me encontré con que me llamaban periodistas de periódicos de Londres
que decían “hemos oído que acabas de volver de la India con Malcolm Muggeridge
y fuiste testigo de un milagro”.
Lo que se muestra y lo que se ve
La razón que movió a Hitchens a escribir el libro fue lo que él
percibía como una enorme diferencia entre lo que era realmente TC y lo que
mucha gente creía que era[2].
Sirva como ejemplo una anécdota que cuenta
el propio Muggeridge (y me he esforzado mucho por tratar de preservar su
lenguaje relamido): “Pese a las estrecheces financieras crónicas de las
Misioneras de la Caridad, cuando fui el instrumento para canalizar en dirección
a TC unos pocos cientos de libras, me asombró ― y debo decir me encantó ―, gastándolas en el cáliz y el copón para su nuevo
noviciado... Su acción podría, supongo, ser criticada en la misma línea que el
derroche de esencia de nardo[3],
pero me aportó un gran sentimiento de regocijo entonces y subsiguientemente”.
(Y TC le hizo ver una enorme ventaja añadida: “Estarás a diario en el altar
junto al Cuerpo de Cristo”. Lo que para un creyente en el dogma de la
Transubstanciación es así literalmente).
Pos supuesto, aunque después se declarase encantado, su asombro
inicial nació de que TC no dedicara ese dinero a socorrer a los pobres, como él
daba por sentado, sino a proseguir la expansión de las Misioneras de la
Caridad, la orden que fundó. Es el motivo que impulsa a Hitchens, intentar
entender por qué había (y sigue habiendo en buena parte) una diferencia tan
enorme entre la imagen que se tenía de TC y su realidad, habida cuenta de que
ella ofrecía elementos suficientes para ser juzgada de forma objetiva. Como
veremos, era muy hipócrita, pero no en lo que respecta a sus fines y los medios
para lograrlos.
Ya lo dijo el gran Mark Twain: “Dad a un hombre la reputación de
madrugador y podrá dormir hasta mediodía”.
Más papista que el Papa
TC era una integrista fanática. Se puede decir que era, literalmente, más
papista que el Papa. Si Juan Pablo II pidió perdón en nombre de la Iglesia
por la condena a Galileo, TC respondió en una entrevista que de haberse visto
obligada a elegir entre Galileo y la autoridad de la Inquisición, se hubiera
mostrado a favor de las autoridades eclesiásticas. Pero su postura venía
de atrás. Durante las deliberaciones acerca del Concilio Vaticano II que
convocó Juan XXIII, TC se opuso a cualquier intento de reforma. Dijo que lo
único que se necesitaba era “más fe y más trabajo”, no una revisión de la
doctrina...
Nacida en 1910, sus creencias y su moral no evolucionaron un punto
desde las que recibió en su infancia. Entonces la doctrina oficial católica
defendía que en el mundo había pobres y ricos porque los pobres eran necesarios
para que los ricos pudiesen ir al cielo practicando la caridad[4].
Y esa distinción marcó toda su vida. Los ricos y los pobres habitan mundos
distintos y cada uno se rige con sus reglas y sus exigencias particulares. A
los ricos se les puede pedir una cosa y a los pobres otra y no tiene sentido ni
juzgar a los ricos con las condiciones morales que se exigen a los pobres ni
viceversa. Cada uno tiene su sitio en la Tierra y responderá en el Cielo ante
la lista de exigencias que corresponden a su clase, no a la de los otros.
Así se puede entender la moral de Teresa de Calcuta. Si el frívolo
papa Francisco la proclama la santa de los pobres es porque no ve más
allá de su nariz. Teresa de Calcuta era exactamente lo contrario, fiel a las
enseñanzas que había recibido desde niña, era el agente privilegiado de los
ricos para redimir a los pobres a través de la caridad. Solo así se puede
entender su vida y su obra. Esta parte sorprende mucho a Hitchens y el resto de
críticos criados en ambientes protestantes o de otras religiones pero en
realidad, para alguien que se haya educado en el catolicismo, no debería ser
una idea nueva.
Los últimos serán los primeros en el reino de los cielos
Eso dijo su maestro Jesucristo y si la cosa funciona así ― si realmente
están en situación privilegiada para afrontar lo que viene después, que es la
felicidad plena para toda la Eternidad ―, sería criminal alterar esa posición ventajosa de
la que parten los desposeídos. Así que no se trata de paliar su sufrimiento
sino de prepararles para afrontar la muerte en la mejor condición posible.
¿Quién puede escandalizarse entonces de que en su morgue hubiera un cartel que
decía “Hoy voy al Cielo”?
Y si para conseguir su salvación eterna había que hacer alguna
trampilla, ¿acaso no existe ese concepto tan católico de “mentira piadosa”?: TC
enseñó a las hermanas cómo bautizar en secreto a los moribundos. Las hermanas
tenían que preguntar a cada persona en peligro de muerte si quería “un billete
al Cielo”. Una respuesta afirmativa suponía dar el consentimiento al bautismo.
La hermana entonces tenía que fingir que solo refrescaba la frente de la
persona con un paño húmedo, cuando en realidad estaba bautizándola, diciendo en
silencio las palabras requeridas. El secreto era importante para que no se supiera
que las hermanas de TC bautizaban hindúes y musulmanes.
No eran hospitales, eran pistas de despegue a la Gloria. No se trataba
de curarles y que luego se echaran a perder, sino de prepararles para una buena
muerte que les permitiera alcanzar el descanso eterno. Una voluntaria cuenta el
caso de un chaval que llegó a la casa con una enfermedad renal leve que se
hubiera podido curar con antibióticos. Por supuesto, no se los dieron, pero
cuando ella llegó aún se le podía salvar con una sencilla operación. Dijo de
pedir un taxi y mandarle a un hospital a que le operasen, pero le dijeron que
no porque si operaban a uno, tendrían que operar a todos... Ella estaba
indignada, ¡Pero si tiene quince años!
No conocía las reglas de la casa, TC lo tenía bien claro: Creo que
es muy hermoso que los pobres acepten su destino, que lo compartan con la
pasión de Cristo. Creo que el mundo se beneficia mucho del sufrimiento de los
pobres. Por supuesto, cualquiera que no conozca la ideología católica de
hace un siglo pensará que estamos delante de una sádica. Pues no, estamos
delante de una creyente enfebrecida por doctrinas que la Iglesia Católica había
desterrado y que estaba tan convencida de
su misión como para narrar una historia
como esta: Una vez dijo a un agonizante “Estás sufriendo como Cristo en la
cruz. Así que ahora Jesús debe estar besándote”. Y el moribundo respondió: “Dígale
por favor que me deje de besar”.
Por supuesto, las alegaciones que se han hecho diciendo que no se
dispensa el trato médico adecuado carecen de sentido, porque TC no quería curar
a la gente sino prepararla a bien morir...
En este mundo, Dios y dinero, lo segundo es lo primero...
En fin, esto es lo que ha canonizado el papa Francisco. Pero mucho me
temo que él mismo sufre de la misma enfermedad, lo que podríamos llamar una inflación
de imagen pública... Da igual que se hable de cantidades ingentes de dinero
― solo en el
Bronx, que no es el barrio más rico de Nueva York precisamente, guardaban cincuenta
millones de dólares, tirando por lo bajo [5]―, porque esas
enormes sumas no estaban destinadas a socorrer a los pobres sino a financiar la
expansión de su orden, las Misioneras de la Caridad. Lo que proporcionaba
infinidad de situaciones sorprendentes en apariencia, como que las mismas que
habían recaudado sumas increíbles tuvieran que fingir pobreza extrema para
conseguir más, pese a que ellas sabían que su orden como tal era millonaria. La
disociación mental que TC hacía en el asunto económico podría considerarse
patológica: mientras la orden atesoraba cientos de millones, echó una bronca
histórica a las monjas de un convento que decidieron envasar el superávit de su
pequeña cosecha de tomates por dudar de que Dios proveería en caso de
necesidad...
Porque el dinero era para lo que era. Primero para tenerlo guardado,
evidentemente, y segundo para gastarlo en crecer. En el crecimiento de la orden
y, aparejadamente, en la expansión de la leyenda de su santa fundadora.
Alardeaba de haber abierto quinientos conventos en más de ciento cinco países,
“sin contar la India”.
Hay acusaciones probadas de sobra de que mientras TC vivía, en sus
mortuorios no se esterilizaban las agujas de las jeringuillas sino que solo se
lavaban bajo el agua del grifo. Lo que no sirve para nada, claro. ¡Pero
esterilizarlas solo significa hervirlas un rato!
La respuesta mecánica de las hermanas era que no había tiempo. La
respuesta, igual de mecánica, es que esa institución podrida de
dinero podía comprar millones de jeringuillas de un solo uso, pero en este caso
solo se puede entender la decisión ― perfectamente, eso sí ―, teniendo en cuenta que estamos hablando de
medicina para los pobres, no para los ricos.
Juzgando su obra. ¿Hipócrita de tomo y lomo o santa cavernícola?
TC acababa de participar en una campaña que pedía el NO en un
referéndum sobre el divorcio que se iba a celebrar en Irlanda[6]
y declaró al Ladies’ Home Journal que la princesa Diana, su nueva amiga,
estaría mejor cuando se ”liberase de su matrimonio” (es decir, cuando se
divorciase): Es bueno que haya acabado. Ninguno era feliz.
El resto de los hechos son bien sabidos o fácilmente localizables en
Internet. Alabanzas desvergonzadas a dictadores repugnantes como Baby Doc
Duvalier o Enver Hoxha. Por no hablar de que mientras sus muertos vivientes iban
al pudridero contando con que no habría mañana, ella se hizo tratar en las
clínicas privadas más caras del mundo cuando se sintió presa de los achaques de
la edad o de problemas cardiacos.
Uno de sus mayores golpes de efecto se produjo cuando fue a visitar al
papa de entonces en autobús, vistiendo un sari que valía una rupia. ¿Y cómo
llegó de Calcuta a Roma? ¿Navegando en una patera[7]?
Merece la pena contar lo de Charles Keating para completar una idea
cabal sobre el personaje, dando por sentado que lo que se presenta en este
epígrafe podría multiplicarse por diez sin dificultad. Keating era un estafador
que engañó a pequeños ahorradores y de ese dinero robado donó alrededor de un
millón doscientos cincuenta mil dólares a
TC, sabiendo que su imagen era extrañamente bien percibida en el mundo.
TC recibió el regalo siguiendo las órdenes escritas del Fundador (aquello de
que “tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda”), pero resultó que
el tribunal que juzgaba a Keating no sabía de esas sutilezas. TC escribió a
favor del reo. Después de explicar que no se mezclaban en negocios, política o
tribunales, decía que el acusado siempre había sido “amable y generoso con los
pobres de Dios” y les exhortaba a “hacer lo que Jesús hubiera hecho en esta
circunstancia”.
El fiscal del distrito, Paul Turley, le respondió no como tal, sino
como ciudadano particular (si el asunto es un campeonato de humildad, aquí
jugamos todos). En su carta mencionaba que el tal Keating había defraudado 252
millones de dólares a 17.000 personas. Turley le explicaba que conocía las
identidades de los robados y que si ella se avenía a devolver el dinero
producto de un delito, él se comprometía a devolvérselo a sus legítimos
propietarios y darle cuantas explicaciones fueran oportunas...
La Santa puso el dinero
a buen recaudo y nunca respondió a la carta. Ya se dice que la caridad bien
entendida, empieza por uno mismo.
No hay constancia de que el papa Juan Pablo I, cuyo pontificado duró
apenas un mes, simpatizara con la santa de otro siglo...[8]
[1] Christopher
Hitchens: The Missionary Position. Mother Teresa in Theory and Practice.
Verso, (Londres ― Nueva York), 1995. Aunque por
ahí fuera causó un cierto efecto, en realidad se trata de un librito de
pequeño formato que no alcanza las cien páginas. En este caso se puede decir
bien alto que la calidad suple con creces la cantidad. Todas las citas remiten
al libro salvo lo referente a Lady Di, que sucedió después y se recoge en una
carta publicada en The New York Review of Books el 19/12/96, y las traducciones son mías.
[2] Por
supuesto, en los medios católicos militantes la única razón posible es el odio,
pero Hitchens era un formidable razonador, capaz de explicar sus argumentos
hasta la extenuación. Por esa razón era muy requerido para todo tipo de
debates. Eso no significa que compre todas sus ideas. Por ejemplo, él
estaba a favor de la invasión de Irak y yo estuve y estoy en contra, pero
defendía su posición sin recurrir a trucos fáciles como las armas de
destrucción masiva que tanto fascinaron a las mentes débiles...
[3] Se refiere
a un episodio del Nuevo Testamento. Jesucristo estaba cenando con una gente y
apareció María Magdalena y le ungió con un aceite que entonces era carísimo.
Jesucristo se dejó hacer pero algunos comensales criticaron el derroche. Como
ya he comentado alguna vez, los libros sagrados están tan bien hechos que en
una página se encuentra justificación para una actitud y en la siguiente para
la contraria...
[4] No se
olvide que el Cristianismo nació como una religión de pedigüeños. En los
primeros siglos los Padres de la Iglesia no se cansaban de fustigar a los
ricos. Después la Iglesia fue conquistando una posición cerca del poder o en el
poder mismo pero, como dijo su fundador, “lo escrito, escrito está”. De modo
que el Cristianismo ha tenido que hacer mangas y capirotes para justificar la
existencia plácida de los poderosos. Hay un libro muy hermoso, pero algo
abstracto, de Jacques Le Goff que explica el proceso que llevó a la invención
del concepto del Purgatorio en el siglo XIII, precisamente para permitir la
salvación de los prestamistas cristianos en una época de expansión de la
economía en la que el crédito judío era insuficiente...
[5] Hablamos
de antes de la hidalguización, que los vagos e ignorantes llaman
gentrificación, aunque signifique exactamente lo mismo.
[7] En este
caso no creo que San Nicolás le hubiese ayudado de presentarse una tempestad,
porque amaba la sinceridad sobre todas
las cosas...
[8] Los
periódicos que aventuraban una cifra de medio millón de asistentes dieron cien
mil y se quedaron tan anchos, sin necesidad de ofrecer explicación alguna. No
daré nombres, todos son en papel. En este caso son presa de su materialidad...
Me gustaría tanto poder leer este libro en castellano...
ResponderEliminar