sábado, 30 de septiembre de 2017

ECLIPSES



Está la actualidad, constituida por aquellos asuntos que marcan la agenda y que los medios reflejan con su objetividad y precisión habituales.
¿Cuál era la más rabiosa actualidad a principios del mes pasado? Sé que es una pregunta difícil, ha pasado mucho tiempo... Recuerdo una gran preocupación, la turismofobia. Los aguerridos guerrilleros urbanos de Arran habían pinchado la rueda de un autobús turístico, obsequiaron con un espectáculo de luz y sonido a los clientes de un restaurante de lujo mallorquín que ni siquiera se molestó en denunciarlo y sabotearon bicicletas de alquiler con peligrosas pegatinas.
¿Para qué quieres más? Hay colectivos vecinales que llevan años alertando de los efectos nocivos que la colonización turística produce en los barrios más afectados. (Aunque para mi gusto nunca se hace suficiente hincapié en que si cada vez hay más pisos turísticos es porque propietarios de aquí prefieren alquilar sus propiedades a los turistas por obtener grandes beneficios inmediatos a alquilárselos a gente de aquí a precio razonable[1]). Escriben estudios bien razonados en los que muestran los problemas que ya se dan y las malas perspectivas futuras. ¿Para qué? Para nada, maldito el caso que les hacen... quedan en Internet como testimonio y poco más.
Pero bastaron dos vídeos cutres para volver la actualidad del revés. Y lo primero, que hoy es obligatorio, es crear una palabra para definir el fenómeno que va a ocupar todo el espacio, la turismofobia. Un gran hallazgo, por cierto. Hoy todo lo que acabe en fobia ya denota su carácter horrible.
El odio al turista. Bien es cierto que estos mierdosos aprendices de terrorista que amaga y no da saben que los propietarios de los autobuses turísticos de Barcelona son TMB (los públicos) y Julià Tours (los privados), que serían los verdaderos culpables si vamos a la raíz. Y si somos radicales, vamos a la raíz del problema. En todo caso, una nimiedad desde cualquier punto de vista. Todos los días se rajan ruedas de coche en una gran ciudad, se rompen escaparates o se pintan persianas de comercios decorados artísticamente sólo por joder. Objetivamente, sus actos no son nada, absolutamente nada, se pierden entre tantos sucesos extraños que albergan las ciudades por la noche...
Sea por lo que fuere, esta historia captó la atención de la prensa y durante unos días no oíamos otra cosa que turismofobia para desayunar, almorzar, comer, merendar y cenar. Lo curioso del caso es que ciertos medios experimentaban un extraño placer anunciando la ruina inminente del negocio turístico por tres subnormaladas de unos hijos de papá que hierven porque se niegan a aceptar el destino que aceptarán cuando tengan diez años más sin ningún problema[2]. Alguna agencia gubernamental asociada a la Marca España[3] llevaba la contabilidad con precisión enfermiza, “hoy ha salido en tal periódico de tal país una foto del autobús[4] y un comentario muy negativo. Se espera que en próximos días se hagan eco en los países vecinos” y mensajes similares.
Un problemón de primer orden. La turismofobia, objetivamente innegable, ponía en riesgo el turismo. Y aquí los opinantes fachas entraban en una graciosa contradicción, no podían ocultar su alegría pensando que sería la industria turística catalana la que se iría a tomar viento, sin darse cuenta de que razonaban como los catalanistas, que creen que el turista medio conoce la diferencia entre Cataluña y España. Hay una anécdota muy repetida porque es muy reveladora[5]: Jordi Pujol invitó a comer a Gabriel Ferrater Mora, que llevaba muchos años viviendo en Estados Unidos, y en un momento le preguntó qué opinión tenían sobre los catalanes en Estados Unidos. Ferrater respondió que en Estados Unidos nadie sabía qué era Cataluña. Pujol se llevó las manos a la cabeza, y cómo puede ser, y cómo podemos arreglarlo...  La respuesta de Ferrater es legendaria: Un terremoto vendría muy bien.
Igual de contaminados por sus prejuicios ideológicos que el único Honorable que ha habido y habrá, pensaban que los turistas conocen las divisiones administrativas, como si en Las Ramblas los turistas pidiesen pa amb tomàquet y botifarra amb seques en lugar de paella y tapas.
Los fachas se corrían de gusto pensando que los cuatro memos de Arran hundirían el turismo catalán sin tocar el resto, y entonces cargaban la mano en sus artículos sobre la turismofobia  augurando un futuro horrible para los catalanes, nacido de su propia falta de vigilancia hacia las minorías radicales que les crecían bajo los sobacos sin advertirlo por su propia negligencia...
Y en estas estábamos cuando llegó el atentado. Una quincena de muertos y casi un centenar de heridos de países variados, sin contar con los miles que sufrieron experiencias fuertemente traumáticas. Sé de lo que hablo, me tocó consolar a unos cuantos aquella noche...
Y el turismo no se hundió en Cataluña. Al contrario, el setiembre está siendo histórico, aún con la amenaza del famoso referéndum que parece que va a ser en Escocia y no aquí por el impacto que está teniendo en nuestra vida diaria. Quién sabe, igual se anima de aquí al domingo y acaban escenificando todo un teatro bélico los de Piolín contra los del burro pero de momento las perspectivas, en fin...
Conscientes de que estaban haciendo el ridículo más espantoso los de la turismofobia han cerrado la boca, aunque haya hecho falta una masacre de verdad para que se diesen cuenta de lo patéticos que estaban resultando. Aquello que llenaba páginas de información y tribunas de opinión es hoy un recuerdo muy lejano. Quién sabe, quizá regrese el próximo verano como el monstruo del lago Ness, pero de momento no es cosa que les haya vuelto a preocupar...

El calentón de la turismofobia desapareció, pero la prensa tiene un tema que aparece día sí, día también, Venezuela. Una situación a la que no cabe dejar de lado porque es una caldera a punto de explotar. Y sin embargo, hace días que no leo nada sobre ese tema candente. Podría haber una explicación: Maduro se ha pronunciado a favor del referéndum y quizá haya querido rebajar los ánimos para no interferir en el proceso de sus amigos pero es dudoso que la oposición haya decidido concordarse con él.
No. Más bien parece que hay noticias de quita y pon. Es cierto que llama la atención que pasen de la portada a la nada pero seguro que detrás hay una buena razón...

Y aprovechando el espacio recojo una información de la más rabiosa actualidad: un obispo catalán acaba de decir que irá a votar. No me cabe duda de que votará para cambiarlo todo...



[1] Trabajo en el negocio turístico y puedo asegurar que los turistas no se diferencian de la media de la gente de aquí. En mi valoración absolutamente subjetiva, un 80% que ni frío ni calor, un 10% a los que me llevaría a vivir a casa y un 10% a los que deseo lo peor. Exactamente los mismos porcentajes en los que encuadro a los de aquí.

[2]
Hace poco leía que los votos de la CUP se concentraban en los barrios más acomodados de Barcelona. No es del todo cierto, la CUP se divide en dos grupos: los hijos de papá con la colección completa de apellidos catalanes y los inmigrantes acomplejados que se suman dispuestos a ocuparse de cualquier tarea a cambio de un reconocimiento. David Fernández o Anna Gabriel son ejemplos luminosos.



[3] El Alto Comisionado del Gobierno para la Marca España, Carlos Espinosa de los Monteros, IV marqués de Valtierra, ostenta el dudoso honor de ser probablemente el facha más salvaje que he escuchado en mi vida. Guardando las formas como nadie, eso sí...
[4] Que, por cierto, el espabilado de Albert Rivera dijo que lo habían quemado. Pincharon una rueda y escribieron en el parabrisas. Lo que aparece entre comillas no es una cita textual sino una recreación, pero quien quiera buscarlo por Internet, que no es una tarea difícil, verá que no traiciono el espíritu.
[5] Hasta la ha reproducido mi gran amigo Fernando Savater, el exanarquista antianarquista devenido exproetarra antietarra, sólo le falta completar el círculo volviéndose exsavater antisavater. Sería un avance, por cierto...

miércoles, 27 de septiembre de 2017

AGARRARSE A UN CLAVO ARDIENDO

El otro día mostraba mi extrañeza ante ese fenómeno de los independentistas que no eran nacionalistas, esos que quieren la independencia para cambiarlo todo de arriba abajo aunque esa posibilidad no figure ni en la letra pequeña del contrato independentista que conocemos.
Pues bien, tengo comprobado hace tiempo que, por alguna razón diabólica cuya comprensión se me escapa, las malas ideas viajan mucho más rápido que las buenas y esta ha logrado atravesar el Ebro en los últimos días con mínimas adaptaciones. Extendida por Podemos, pero no sólo por ellos, circula la idea de que hay que apostar por el referéndum[1] porque provocaría un cataclismo que permitiría acabar con el “régimen del 78”.

Aquí haré un pequeño inciso[2]. Quizá suene retórico o abstracto pero no me gusta eso de impugnar la Santa Transición. Por una parte transmite la ilusión de que el pasado se puede enmendar, como si pudiera echarse atrás el calendario y corregir los errores. Y de paso, presentarse como una “versión buena” de los actores de entonces. Si Albert Rivera tiene un trastorno de personalidad  que le hace creerse la reencarnación de Adolfo Suárez, Pablo Iglesias[3] vendría a ser una versión mejorada de un Felipe González setentero que no hubiera hecho renegar al PSOE del marxismo chantajeándolo con una dimisión que no se creía ni él. Agua pasada no mueve molino, pero aquí subyace una cierta forma de pensamiento mágico. Si vamos a la raíz del Mal, que es el orden constitucional del 78, y la abolimos por consenso o por decreto, automáticamente triunfará el Bien.

Pues no. Las cosas mejorarían si se presentara un programa mejor y se dispusiera de los medios para hacerlo cumplir aunque fuera mediante el uso de la fuerza, pues tener el poder no significa otra cosa que disponer de la fuerza. Pero ese programa alternativo no aparece por ningún lado, se supone que se dará por sí mismo una vez pongamos en fuga al malvado Rajoy.
Alguien lo ha sintetizado muy bien en un texto dado a conocer hoy: al “crack económico se ha sumado la crisis política, institucional, social y territorial” por lo que considera que “las grietas del régimen del 78 resultan evidentes”. E incluso destaca que el proceso catalán es la realidad principal que puede quebrar ese régimen”.
De todos los textos que he leído, este es el que mejor condensa esta idea de que la independencia catalana conlleva aparejada la caída del régimen del 78.
Mentiría si dijera que no me ha sorprendido su autoría. Es el último comunicado de ETA[4].

Mientras se cocía el régimen del 78, ETA entrenaba y armaba al primer comando operativo de Terra Lliure. Frederic Bentanachs, uno de los supervivientes, suele recordar que su instructor Txomin Iturbe[5] les dijo que en tres meses estarían muertos, presos o huidos.
Mira por dónde, esta profecía sí se cumplió.








[1] O sea, por el triunfo del voto afirmativo, pues nadie contempla la otra posibilidad.
[2] En los próximos meses me gustaría dedicar espacio a cuestiones de teoría política. Espero que no sea una de tantas promesas incumplidas en estos ya casi tres años. En mi descargo he de decir que si no las he cumplido, tampoco las he olvidado y me suelen atormentar de vez en cuando...
[3] Que no se llama Pablo Iglesias por casualidad, como dijo una vez...
[4] Aitor Ubarretxena: “ETA pide para Euskadi un proceso independentista como el catalán”, El Periódico, 27/09/17. Las negritas y las comillas son suyas.
[5] La otra era María Dolores González Cataráin, Yoyes, ejecutada por ETA en la década siguiente por botiflera.

jueves, 21 de septiembre de 2017

SOY UN RESENTIDO. Y LO QUE DISFRUTO...


 Ayer escuchaba en Catalunya Radio a un tal Kílian o Kilian Sebrià que hablaba de “estado de excepción” e inmediatamente informaba de que había miles de personas en una concentración sin autorizar. Supongo que cualquier persona con edad suficiente como para recordar los estados de excepción franquistas como el de 1969, no digamos ya los iberoamericanos exiliados por razones políticas, reiría o lloraría al escuchar semejante cosa. Bajo un estado de excepción una reunión de más de diez personas se disuelve a tiros. Ese analfabeto político debería saberlo.
Pero hoy estoy de buen humor y si este periodista de mercadillo quiere llamarlo así, sea. El caso es que el causante de este “estado de excepción” es un juez, Juan Antonio Ramírez Sunyer, y he encontrado un perfil suyo bastante interesante en la prensa de hoy.

Primero una de reír: “en 2016 fue condecorado por los Mossos d’Esquadra por su trayectoria profesional, junto con otros magistrados y unas 230 personas más, en el Dia de les Esquadres, un acto presidido por Carles Puigdemont”. Ay, ahora se tirarán de los pelos, pero entonces pensaban que tenían un buen motivo...
Prosigue el artículo: “Es en su actual destino donde más enemigos se ha granjeado, principalmente entre representantes del colectivo anarquista y okupa. En 2004 ordenó prisión preventiva de dos vecinos de l’Hospitalet de Llobregat de 18 y 19 años por participar presuntamente en un ataque con cócteles Molotov a una comisaría en el Distrito de Sants de Barcelona. Ramírez Sunyer consideró que existía “riesgo de fuga”. Permanecieron en la cárcel unos dos meses hasta que salieron en libertad. En el juicio fueron declarados inocentes por lo que después de una reclamación al Estado tuvo que indemnizarlos por el tiempo pasado en prisión. Un año después también ordenó cárcel para varios anarquistas que habían participado en una protesta de apoyo a compañeros de Italia y en 2006 envió a la cárcel a un anarquista detenido por poner artefactos incendiarios en bancos. Por eso, el grupo anarquista Las Brigadas de la Cólera le envió un paquete bomba, que fue desactivado por los TEDAX antes de explotar, por su “especial celo en perseguir la disidencia anarquista y antiautoritaria””. Fin de la cita, que diría aquel[1].

La memoria es un artefacto curioso. Tomemos como ejemplo la memoria de las buenas familias de Cataluña, los que aquí llaman “de casa buena”[2]. Suelen olvidar los orígenes de sus fortunas. Últimamente han aparecido estudios que demuestran que la de la familia de Artur Mas procede del tráfico de esclavos. Vulgares “negreros” que compraron su honorabilidad con un dinero de la procedencia más sucia posible pero, como digo, la memoria obedece a sus propias reglas, no siempre fáciles de entender. Han hecho cargar con toda la culpa a Antonio López, el charnego (hoy dirían español), y quieren tirar su estatua en un exorcismo colectivo como si su muerte simbólica purgara los pecados del resto. Tampoco suelen pararse a explicar cómo durante el Franquismo una familia podía salir más rica de lo que entró sin haber sido al menos neutral. Lo digo así de suave porque hoy estoy más alegre que otra cosa. En este caso no hay chivo expiatorio porque está todo demasiado cercano aún y las familias están demasiado mezcladas como para que no les salpique por un lado u otro.
Sin embargo hay algo que tienen bien clavado, bien metido en la mollera, me atrevería a decir que grabado en el ADN: el malvado enemigo anarquista.
Sí. Recuerdan muy bien la única vez que han pasado miedo en su vida. La única vez en que el dinero no servía para salvarles. Peor aún, la única vez en su vida en que ese dinero podía condenarlos a muerte.
Sus verdugos eran los anarquistas. No es este lugar para entrar en si tenían o no razón, si matar es lícito o si la violencia anarquista se quedó muy por debajo de la violencia patronal. Quien quiera ilustrarse sobre el tema tiene bibliografía de sobra y para todos los gustos. No hablo de historia sino de memoria. La burguesía catalana temía y odiaba al anarquismo y supo transmitirlo a sus descendientes y estos a sus perritos falderos.

La consecuencia es que para los del proceso condecorar a un juez que empura anarquistas es la cosa más lógica y natural del mundo y los gilipollas que quieren relacionar el proceso con el anarquismo son sólo eso, gilipollas.
Así que ayer les escuchaba pidiendo cuentas a Europa por haberles abandonado[3] y recordaba que cuando los míos cobraban de mala manera ellos estaban en casa viendo el partido del Barça bebiendo el brebaje infame que comercializan los herederos del ministro franquista Carceller.
Por mi parte, rencoroso y vengativo como soy, me estoy dando una buena ración de sofá y palomitas, como dice un amigo. Y cerveza digna de ese nombre...





[1] Germán González: “Un juez veterano y antianarquista”, El Mundo, 21/09/17. Las negritas y cursivas son suyas.
[2] Hay otro nombre más gracioso, “los de la cebolla”, pero nadie me ha dado aún una explicación sobre su origen que me satisfaga completamente.
[3] Uno de los momentos más hilarantes de una jornada que fue de mucho reír. Mientras se quejaban ante el silencio europeo una mujer les dijo “¿De qué os quejáis, si los ingleses ya nos dejaron tirados en 1714?”. Juro que no me lo invento.

martes, 19 de septiembre de 2017

DESEOS Y REALIDADES



Una idea extraña

El referéndum  está servido. Emplatado de forma un tanto antihigiénica pero ya está encima de la mesa, listo para consumir.
Si algo me ha llamado siempre la atención de este proceso, tan aburrido por repetitivo, es la actitud de la que podríamos llamar ala izquierda del soberanismo. El estímulo ha sido un artículo de Eudald Carbonell, uno de los excavadores de Atapuerca, pero en realidad sólo sirve de pretexto, de él apenas voy a comentar una frase que me ha llamado la atención.
Escribe que “tanto los comunistas como los anarquistas queremos la supresión del Estado cuando el pueblo tenga la conciencia crítica suficiente y sea capaz de autogobernarse”[1]. A pesar de su cuidadosa redacción para evitar decantarse, apostaría a que anarquista no es. El anarquismo propugna la supresión inmediata del estado una vez producida la revolución, mientras el comunismo es efectivamente partidario de mantener el estado como forma de transición. Lo de la toma de conciencia del pueblo parece un asunto largo, la URSS no llegó a conseguirla en más de setenta años...
Esto tiene su importancia, no se trata de un mero tecnicismo de teoría política. Lo que viene a indicar es la diferencia entre uno y otro modelo ideal de revolución[2]. Si los anarquistas suprimirían el estado desde el inicio es porque la revolución solo podría llegar cuando una buena mayoría de la gente ya fuera anarquista y no hiciera falta explicarle nada. Sin embargo, el modelo comunista aspira a la toma del poder de cualquier forma, sin desdeñar alguna tan ligada a la derecha clásica como el golpe de estado. Obviamente, si una minoría se hace con las riendas del estado de cualquier manera, necesitaría convencer de las bondades de prescindir de él a un pueblo que hasta entonces sólo ha sido espectador. El problema es que de ese modo el estado nunca desaparecerá y además acabará por dar en una forma de tiranía. Ya se lo señaló Bakunin a Marx durante los debates de la Primera Internacional y la profecía se ha cumplido con precisión absoluta desde entonces, como no puede ser de otro modo.
El espejismo del que quiero tratar lo resumía muy bien el otro día el tardo Tardà con su frase “Adiós corrupción, bienvenida república”.
Un movimiento que nace desde abajo y que va a generar un proceso constituyente de raíz popular que pondrá todo en cuestión, esa es la imagen que presentan los procesistas de izquierdas. De ser verdad sería el sueño del anarquista y sin embargo...
Hay un detalle que encuentro muy interesante y es que con los años ha cambiado el momento fundacional del proceso.  Si al principio era la manifestación de julio del 2010 contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el segundo estatuto, ahora prefieren considerar tal la Diada del 2012.
Sin embargo, salieron encantados de aquella manifestación y durante mucho tiempo era el símbolo favorito del inicio de la rebelión catalana y todas esas cosas... Incluso se publicó un libro titulado Jo hi vaig ser (Yo estuve) compuesto por docenas de fotografías tomadas durante la manifestación y que la gente compraba para ver si aparecía en alguna[3]. Desde luego tenía sus incoherencias, empezando por la cabeza de la manifestación. Allí se encontraba el entonces President José Montilla[4], lo que no era incoherente en sí, pues presidía el gobierno que había redactado el estatuto, pero sí resultaba incoherente a futuro como fecha de nacimiento del soberanismo, pues Montilla de independentista bien poquito. Había una incoherencia más clara pero que a los soberanistas no les ha afectado en lo más mínimo: allí estaba defendiendo el estatuto con el furor del converso Esquerra Republicana de Catalunya, uno de los dos partidos políticos que se había opuesto a él. El otro era el PP.
Y aquel fue el origen hasta que se comenzó a reescribir hacia 2014[5], otorgando la cualidad de primera piedra a la Diada del 2012. La causa profunda la ignoro, pues soy incapaz de introducirme en unas mentes tan complicadas y tan simples a la vez, pero apostaría a que el problema no es tanto que la mani de 2010 no diera la talla como origen sino que resulta difícil explicar lo que pasó entre julio del 2010 y setiembre del 2012. O mejor, lo que no pasó...

Dos años y dos meses dan para mucho

Sí, en aquel momento en que los periodistas saludaban la fecha como aquellas de las que “marcan un antes y un después” era todo muy distinto. CiU estaba a punto de volver a la presidencia de la Generalitat y ERC de sufrir un gran castigo electoral por su gestión frívola e incompetente. Cosas que vistas desde hoy no es extraño que muchos hayan olvidado, cuando ERC parece probable ganadora del primer premio electoral y los restos de la antigua CiU se acercan peligrosamente al cubo de la basura[6].
También se ha olvidado otra cosa que hoy parece incomprensible: dos meses después de que Cataluña “dijera basta”, la Diada del 2010 no se diferenció en nada de las de años anteriores. Y aquí me gustaría explicar un poco cómo eran esas Diadas, pues tenía el mal gusto de acercarme a verlas. Lo llaman curiosidad malsana.
Entre los puestos de libros, vídeos, chapas, pegatinas, camisetas y baratijas varias había amplia presencia de extranjeros peninsulares, a falta de los transpirenaicos. Mi recuerdo entrañable para el independentista andaluz que con tesón envidiable se desplazaba cada año desde la otra punta de la península con su mesa de caballetes y su amplio muestrario de libros y panfletos para no vender una castaña. Y ahí seguía el tío, año tras año, inasequible al desaliento.
También recuerdo a las juventudes de los partidos nacionalistas[7] gritando entusiastas “ETA, ETA, ETA, ETA, ETA” o “¡Visca, visca, visca, visca Terra Lliure!” al son de unos sonsonetes colegiales que no cuadraban mucho con el mensaje que estaban emitiendo. Pero sobre todo recuerdo a los paletos y sus expresiones de éxtasis. Lo que más me llamaba la atención era que no necesitabas preguntarles de dónde eran porque siempre llevaban colgada la etiqueta, cual fuet bien oreado... ¿Cómo olvidar aquella camiseta que decía “Els vigatans no som espanyols” y el chasco al mirarla más de cerca porque en lugar de reproducir el plano de Vic llevaba los Países Catalanes en pleno, islas incluidas?
Pero lo que más recuerdo es el eco. Recuerdo a oradores de la izquierda abertzale siendo escuchados por menos catalanes de los que luego han ido a recibirles a las puertas de la cárcel el día que salían.
Y pasó el 2010 y llegó el 2011. Y llegó el 15 M. Y aquí recordaré un dato objetivo y otro subjetivo. El incontrastable es que a Podemos aún le quedaban unos años para nacer y el subjetivo es que no recuerdo a Ada Colau en el tenderete de la PAH. Quizá estuviera, puede ser que alguien conserve alguna foto, pero lo que es yo, no la recuerdo aunque no me costaría reconocer mi error si alguien me demuestra lo contrario.
Con el 15 M barcelonés ya me he metido, no me repetiré, solo añadiré dos cosas que no escribí en su momento. Que no abundaban las banderas catalanas y que pese a que la corrección política impusiera que los parlamentos públicos fueran en catalán, el idioma que se utilizaba en los corros era el castellano. Preocupante...
Y llegó el verano del 2011.  Y el campamento de la Plaza Cataluña se había desintegrado y poca gente lo lamentaba. Tras haber cumplido su objetivo se había convertido en una muestra de gente rara que exhibía teorías peregrinas, pero el hecho de que se desmantelase el campamento no significaba que su espíritu rebelde hubiera muerto. Aquel verano el influjo del 15 – M se manifestó en dos sentidos, uno con mucho eco en los medios y el otro con muy poco. El primero fue la obstrucción de la toma de posesión de los miembros del parlamento catalán, cuando Artur Mas tuvo que acceder en helicóptero[8]. Muy publicitado y, de hecho, he leído en alguna parte que es el inicio de la reacción soberanista.
Pues quizá. No seré yo quien lo niegue. Pero sí quiero añadir algún dato que no está en ninguna de las versiones oficiales, pues no parece convenir a nadie[9]. Durante aquel verano del 2011 hubo varias manifestaciones contra los recortes de Artur Mas, nacidas a la estela del 15 M. Todas fueron concurridas pero la primera fue multitudinaria. Vi pasar la cabeza de la manifestación por la Vía Laietana, una calle que no es estrecha precisamente, a las 17 horas y me incorporé a ella a las 21 cuando aún faltaba por pasar gente. Había alguna senyera pero no recuerdo “estrelladas” y las pancartas, como es norma aquí cuando no manda el rodillo, unas en catalán, otras en castellano y otras en inglés pensando en los posibles fotógrafos extranjeros...
Las manifestaciones se repitieron durante el verano con menos asistencia, pero aún así dignas de ocupar la portada de los medios locales, que no las reflejaron como era debido porque no muerden la mano que les da de comer.
Y llegó la Diada y una vez más me acerqué a curiosear. Por la mañana, mínimas variantes de lo que ya he contado arriba y por la tarde la manifestación más numerosa tardó quince minutos en pasar. Por supuesto estaba reloj en mano, quería comparar...
Fuera el detonante el cerco al Parlament  o las manifestaciones subsiguientes, lo cierto es que debieron sembrar la alarma en los despachos del Govern y decidieron que había que organizar el contraataque.
Les tomó un tiempo, estas cosas no se improvisan de la nada. ¿Con qué podían contar? ¿Con unas juventudes tan envejecidas mentalmente que jaleaban a Terra Lliure disuelta veinte años atrás y a una ETA a la que faltaban meses para adoptar la misma forma de azucarillo mojado?
Estaba Òmniúm Cultural, una asociación tan rompedora que el Franquismo la legalizó en 1967. Pero Òmnium vivía de la inercia en 2011 y había que revitalizarlo y no bastaría con eso. Habría que crear algo más.
Y ahí viene al pelo una Conferència Nacional per l’Estat Propi celebrada el 30 de abril de 2011, un día antes de que los anarquistas nos manifestáramos. Otra de tantas fantasmadas catalanistas con nombre rimbombante y nada detrás, pero decidieron invertir en ella de forma que en marzo del 2012 se reconvirtió en la Assemblea Nacional Catalana,  pese a no ser en realidad ninguna de las tres cosas. Ya tenían el huevo, la gallina y lo de enmedio y ya sólo faltaba regarla con subvenciones abundantes y mostrarla al sol de los medios públicos y subvencionados.
Trabajando a toda máquina con una determinación y coordinación envidiables lograron armar una manifestación grandiosa para la Diada del 2012. Por supuesto, las cifras oficiales no son creíbles cuando pasan de ciertas magnitudes[10] pero aún con eso las imágenes eran impresionantes y se han repetido con suerte diversa. Parece claro que esta última ha estado por debajo de las anteriores salvo la de 2016. La pregunta es, ¿representan un proceso popular, nacido desde abajo, en el que todo se puede poner en cuestión?

La revolución de las sonrisas

Así les gusta que les llamen. Lo de las sonrisas es opinable, tanto por lo que puede significar una sonrisa como por las veces con las que puede alternarse con otras expresiones. Será mejor centrarse en lo revolucionario de su actitud y sobre todo en esa promesa de que todo podrá ponerse en cuestión y ser cambiado si el pueblo de Cataluña así lo decide.
Los datos que luego expondré apuntan a que no pero ¿qué pueden frente a una ilusión establecida con firmeza?
Este proceso ha dado a luz una de las frases más sorprendentes jamás escritas: soy independentista pero no nacionalista. Entiendo lo que quieren decir, soy independentista para que en un espacio más pequeño podamos decidir nuestro futuro. Hermoso. Pero esa posibilidad no se contempla. O no de esa forma. Está diseñado para que a un estado le sustituya otro (como dirían los perezosos intelectuales, “desde el minuto uno”).
Pero siguen creyendo que podría ser así y para esquivar la evidencia se refugian en cuestiones que podríamos llamar “laterales” como ¿la burguesía está a favor del proceso o no? y se da por entendido que si no está a favor, estaríamos ante un proceso de raíz popular. Dejando aparte el hecho de que la burguesía lleva dos siglos al frente del negocio por su capacidad de adaptación, el dilema es irresoluble. La burguesía italiana apoyó a Mussolini porque venía avalado por el rey y la alemana despreció a Hitler porque tenía miedo de un partido que se definía socialista. Por supuesto, una vez triunfador apostó por él, no podía ser de otro modo, pero es evidente que hubieran preferido al candidato del Zentrum  u otro partido similar.
Pero lo que es, es.
Pese a los años y los hechos sigue transmitiéndose esa idea de que los procesos nacional y social van de la mano, pero siempre el nacional va por delante, pese a la realidad. Hemos tenido muchos procesos de liberación nacional en los últimos dos siglos. Iberoamérica, buena parte de Asia y prácticamente toda África. Y ya hemos visto cuántos de esos procesos han traído aparejada la liberación social: ninguno.
Ha habido un ejemplo inverso, una revolución social que tuvo aparejada una liberación nacional, la revolución francesa. De hecho, fue la que inventó el concepto de nación como se entiende hoy. Solo que en lugar de hacerlo con un sentido divisivo lo hizo con uno de suma. Mal ejemplo. El problema es que lo contrario no se ha dado pero ¿quién puede poner límites a la imaginación por mucho que se estrelle contra la realidad?
Ya hablando en serio, ¿quién puede pensar en una revolución a cuya manifestación acude el primer ministro? ¿Quién imagina una revolución a la que los manifestantes van con camisetas de apoyo al jefe de policía o depositan flores sobre las furgonetas policiales?
Sí, Corea del Norte o Cuba. La revolución catalana aún no ha llegado al nivel norcoreano pero sí pienso que ha superado el castrista[11].

Lo que hay

La transición está diseñada hace tiempo. La “Ley de Transitoriedad Jurídica y Fundacional de la República” (LTJFR), la Norma Suprema, ya ha dejado bien claro cuál es el lugar de las reivindicaciones populares: “De hecho, el reconocimiento específico de derechos sociales se reduce al punto segundo del artículo 23, exactamente cuatro líneas, 40 palabras, de un total de 45 folios[12]”.
Estará en vigor hasta que la reemplace la Constitución Catalana.
Por supuesto, hay que aprender de la realidad, la LTJFR fue parida en secreto por no se sabe aún quién y mantenida así mientras se posponía por dos veces su presentación en el Parlament y se hurtaba todo el debate el día que se presentó con un enorme muestrario de tretas y argucias.
Dicha ley estará en vigor hasta que sea sustituida por la futura Constitución Catalana. Conociendo los precedentes, quien piense que esa constitución recogerá el sentir del pueblo catalán merecerá todo lo que le pase de ahí en adelante.
Yo ya habré huido...



[1] Eudald Carbonell: “Estat i Catalunya”, El Mundo, 08/09/17 (la traducción es mía). Le recomendaría humildemente que se centrara en lo de los huesos.
[2] Tengo un artículo pendiente sobre esta cuestión tan aparentemente pasada de moda desde antes de que naciera el blog. A ver si puede ser en los próximos meses...
[3] Una coincidencia curiosa: la manifestación fue el día anterior al triunfo de España en el mundial de fútbol. Resultaba sorprendente ver Las Ramblas llenas de banderas catalanas el sábado y españolas el domingo.
[4] Ya dijo la dicharachera Marta Ferrusola que podía ser President pero nunca sería Honorable. Ella sabía mucho de eso.
[5] Uno de los primeros en hacerlo fue el patético Josep Fontana en un bodrio que perpetró entonces al que me referí hace unos meses, pero ahora no me apetece buscar la referencia.
[6] También unos y otros han olvidado que aquella CiU triunfante se entendió a la perfección con el Partido Popular y tan ricamente que se aplicaron en comandita a recortar lo que fuese menester, como si fuesen socios de gobierno con pacto de por medio.
[7] Entiéndase CiU, ERC y partidos marginales, pero no las CUP como tales, aunque alguno de aquellos grupúsculos se integrara en ellas en el futuro. Entonces aún estaban en un estado de desarrollo embrionario.  Como la memoria es traicionera vuelvo a recordar que las CUP no entraron en el Parlament hasta el 2012 y con una presencia puramente testimonial, aunque David Fernández ocupase muchas portadas por su especial habilidad para dar la nota.
[8] No sé si se conservará pero en youtube estaba disponible un discurso que un chaval echaba a unos “secretas” de los mossos que ya lo hubiesen querido firmar Cicerón o Demóstenes. Entonces, en lugar de aplaudírseles y llenar sus furgonetas de flores se les gritaba “secreta, idiota, ¿te crees que no se nota?”. Por cierto, el porcentaje de acierto rondaba el 100%.
[9] Y una pequeña anécdota que no leeréis en ninguna parte: En la manifestación alternativa de la tarde del Primero de Mayo del 2011 pasamos por delante del Hospital Clinic denunciando los recortes y salieron los trabajadores a aplaudirnos. A quince días del 15 M que parece haberlo inventado todo. También nos tocó correr un par de veces...
[10] El millón es una cifra muy recurrente y no hablo de las manifestaciones catalanistas sino en general. Equivaldría más o menos a diez Campnous o Santiagobernabeus llenos hasta la bandera. ¿Alguien se ha parado a pensar cuánto espacio ocupa tanta gente, por no hablar de los problemas logísticos que conlleva reunirla?
[11] Y hay un paralelismo que no deja de inquietarme: alaban a Puigdemont pensando en Mas como los cubanos alaban a Raúl pensando en Fidel.
[12] Soledad Gallego Díaz: “Lo que conviene leer con lupa”, El País, 10/09/17. Después leí un artículo en Público que defendía la ley como mucho más avanzada que la constitución del 78. No es por tomar partido en una carrera de caracoles, pero “por sus obras los conoceréis”, que dijo El Sandalias.

viernes, 8 de septiembre de 2017

UN ASUNTO SIN IMPORTANCIA




Si tuviera que elegir entre una de mis pasiones me quedaría con la música sin dudarlo. Me encantan los discos y tengo una buena colección, pero lo cierto es que una interpretación en directo produce una sensación irrepetible. La paradoja aparente es que genera ciertos recuerdos en forma de sensaciones que quedan ahí anclados para siempre de forma tan firme como la que reproducen eternamente las grabaciones.
Cuando vivía en una ciudad pequeña me mataba leer crónicas de conciertos a los que no había podido asistir por falta de tiempo o dinero (generalmente lo segundo) que yo suponía inolvidables, narrados por un crítico musical que parecía haber sido secuestrado de su casa en lo mejor de un coito y haber sido conducido allí a punta de pistola.
Así que cuando vine a vivir a una ciudad grande y descubrí que no tenía que hacer nada para ir a conciertos porque los conciertos venían a mí, no podía creerlo. Ya no había que añadir al precio un desplazamiento en uno o varios medios de transporte y una noche de hotel. Porque la entrada siempre había sido asequible, el problema eran los gastos extra y, como por arte de magia, esos gastos extra se habían reducido a dos viajes de la tarjeta de metro.
Aún así, empecé con moderación. No traté de quitarme de un golpe el hambre atrasada. Si mi artista favorito actuaba tres veces en la temporada elegía una de las tres, la que mejor me pareciese. Tenía un cierto pudor que no soy capaz de explicar[1]...
En esa época de conciertos racionados había dos momentos que se repetían invariablemente. Uno, que realmente es inadecuado calificar de momento por su duración, era la excitación nerviosa. Cuando menos, iba del despertar al instante en que ocupaba mi localidad. A veces, con diversos grados, podía ocuparme toda la semana. El otro se producía durante el concierto. Llegaba a introducirme tanto en la música que me abandonaba hasta el punto de sentirme dentro de la época como si fuera un noble mantuano sentado en un sillón forrado de terciopelo asistiendo al primer ensayo operístico digno de tal nombre, o el mismísimo Luis XIV escuchando una música a la que él no pudo prestar mucha atención en su momento porque bastante ocupado estaría intentando recordar sus entradas y pasos de baile[2]. La gente de mi edad recordará aquella historia del “viaje astral”, cuando uno podía abandonar su cuerpo, verse a sí mismo tumbado en la cama y viajar libremente como diablo cojuelo, metiendo las narices en la casa que le apeteciese[3].
De modo que solo fue un movimiento natural  pasar de elegir entre tanta propuesta interesante a descartar de entre la amplia oferta lo poco que iba a perdonar.
A partir de ahí se creó un ritual. Los conciertos a los que yo voy carecen de amplificación eléctrica, por lo que es muy importante seleccionar una buena ubicación del asiento antes de comprarlo. Si voy a ver a un solo intérprete que toca un instrumento de poco volumen sonoro, mejor cuanto más cerca. Si el programa consiste en una misa a 53 voces con bajo continuo, entre ellas diez trompetas naturales cuyo sonido se proyecta casi hasta el infinito, lo mejor sin duda es sentarse en el primer anfiteatro y aún así la música sonará tan intensa que te puede dejar aturdido. Agradablemente aturdido, eso sí. Suelo diferir el momento de la elección, hasta un día en el que me siento con el estado de ánimo suficiente como para elegir todas las ubicaciones de la temporada de una sentada, y hoy era el día.
Cuando empecé a comprar entradas, hace ya una década, era muy sencillo. Entraba en la página de Internet, elegía mis asientos y la propia página me desviaba a una ventana más segura donde introducía los números de mi tarjeta. Hecha la compra, imprimía las entradas y se acabó. Pero hace unos años, no muchos, acabada la elección, no pude culminar el proceso porque me exigían introducir un código que mi banco me había enviado al móvil en un sms pero en el móvil no había nada. Tuve que quedarme con las ganas y confiar en que al día siguiente, después de ir al banco a pedir explicaciones, me encontrara en el mismo estado de gracia para elegir como en el que me había hallado en ese momento.
Entonces había un señor en mi sucursal con el que me entendía muy bien. Por supuesto, desapareció de un día para otro. Espero que fuera por jubilación y no porque le hayan sustituido por uno de esos estúpidos jóvenes encorbatados que han tomado la oficina por asalto, esos que piensan que teclear a la velocidad del rayo con faltas de ortografía significa trabajar bien. Cuando le comenté el problema me dijo que era porque no tenían registrado mi número de teléfono y le hice notar que cada dos por tres me llamaban al móvil comerciales del banco de a tanto la pieza a ofrecerme cosas que yo ya sabía que existían y que si no las había contratado era evidente que no me interesaban. Se encogió de hombros, señaló con la cabeza hacia la oficina del director (un gilipollas de manual que podía ser su hijo) y me dijo “ya sabes”[4]. De forma que registré “oficialmente” mi número que todos los departamentos del banco ya conocían para intentar venderme basuras varias y a partir de ahí pude empezar a comprar por Internet.
Pues bien, hoy era el día elegido para sumergirme en la compra de entradas y cuando he llegado al fin, me envían el código por teléfono, lo introduzco y aparece una ventana que dice que mi banco no aprueba la transacción. Vuelvo a probar, no sea que se me haya ido el dedo y me haya equivocado al introducir el código. Misma respuesta.
Mi banco tiene un número de teléfono específico para resolver problemas relacionados con la tarjeta. Es un 902, lo que quiere decir que pese a que tengo contratada una tarifa telefónica plana, ese número se cobra aparte, pero no me ha importado pagar la llamada si a cambio me resolvían el problema.
Llamo y me atiende una máquina estúpida (o mejor, programada por un estúpido) que “no me entiende” y me transfiere a un operador, en este caso hembra. La chica me atiende con un tono de voz absolutamente robótico. No soy ajeno al hecho de que las llamadas se graban, de hecho me han avisado de ello, pero aún así sería difícil encontrar una voz más desprovista de vida. Me pide mi número de DNI y una vez que lo tiene, mi nombre y apellidos. Inmediatamente me pregunta por mi problema y me explica que ella no puede acceder a mis datos porque me falta nosequé mierda multicanal. Para conseguirla debo entrar en la página del banco, dar aún más datos de los que ya tienen de mí y una vez hecho eso, puedo volver a llamarles, que me ayudarán con todo su ánimo[5]. Yo ya estoy harto, no pienso hacerlo, voy a ir a la taquilla a comprarlas como si viviera hace decenios, y si no me permiten pagarlas con la tarjeta me acercaré a la sucursal y sacaré el dinero en billetes, pero más allá de mi pequeña peripecia, hay dos cosas que me han llamado la atención. Habrá a quien le parezcan menores, pero a mí me han dejado rascándome la cabeza. Un banco que ha estado años incitándome a gastar más dinero del que ganaba y ofreciéndome créditos a intereses irresistibles, ¿ahora me impide hacer un gasto completamente asumible sin que sufran mucho mis pobres finanzas?
En cuanto a los robots... ¿no son conscientes de que están luchando con toda firmeza contra su propio puesto de trabajo? Si la condición previa para que les vuelva a llamar es solucionar yo mismo el problema, ¿para qué sirven ellos? Ya he sufrido varios casos, entre ellos el de un director de una oficina central, que defienden alegremente la decisión de ponerse una soga alrededor de su propio cuello. Supongo que piensan que a la hora de la verdad echarán a todos menos a ellos. Exactamente lo mismo que piensa el resto del rebaño.
Robot es una palabra que procede del checo. Significa una prestación en trabajo que el siervo debía a su señor. En castellano se conoce como corvea, aunque la palabra medieval más difundida era serna. En este caso añade un matiz, el de la autodestrucción. Los señores medievales, en teoría tan bárbaros, eran suficientemente inteligentes como para no encomendar una tarea a sus siervos que acabase con ellos pero hoy en día, los señores que han pasado por prestigiosas escuelas de marketing (que literalmente significa “mercadeo”) no se paran a pensar en esas minucias. Y los siervos ya ni decir, cavan su tumba cantando...





[1] Porque carece de lógica, claro está...
[2] Disfrazado de Sol, por supuesto, que de ahí le viene el nombre, no de que se considerase el centro del universo, como tan equivocadamente se ha dicho tantas veces.
[3] Todo el mundo conocía a alguien que lo había conseguido pero no era persona accesible, siempre era “un amigo de un amigo”. En inglés, que es un idioma muy dado a los acrónimos, lo abrevian FOAF, friend of a friend, que significa exactamente lo mismo pero ahorra espacio.
[4] Hay una clase de energúmenos que se hacen llamar liberales que hablan de “la brutal ineficiencia del estado” frente a las virtudes de la empresa privada. Los viejos son todos funcionarios, pero esa es otra historia...
[5] Recordaba tanto aquel viejo chiste del vago al que le ofrecían un trabajo en el que solo le pedían ir a cobrar el día uno y respondía: “¿y no puede venir mi hermano?”.