He leído estos
días artículos de opinión que llamaban fascista a Matteo Salvini, el nuevo
ministro de Interior italiano, a cuenta de que dos gobiernos europeos recién
estrenados han decidido hacer un gesto. El suyo, rechazar un barco de
inmigrantes ilegales y el de Pedro Sánchez, recogerlo. Ya se ha escrito en
muchos lugares que la política actual ha devenido en una sucesión de gestos, de
modo que resulta arriesgado predecir cuáles serán los comportamientos de ambos
gobiernos en el futuro por un par de acciones que, sin intención de ofender, recuerdan
a cuando los perros mean en las esquinas para “marcar territorio”.
Más me sorprende
el regreso del calificativo fascista. Para mí el fascismo está sepultado
en el pasado y llamar fascista a alguien me parece equivalente a llamarle
sanfedista, carbonario o garibaldino, por no salir de Italia. Aunque no está
basado en el capricho, acepto que es un punto de vista muy personal y que
tendré que explicarme.
¿Qué es el
fascismo?
En abril de 1934,
Luis Araquistáin escribía que “En España no puede producirse un fascismo de
tipo italiano o alemán. No existe un ejército desmovilizado, como en Italia; no
existen cientos de miles de jóvenes universitarios sin futuro, ni millones de
desempleados, como en Alemania. No existe un Mussolini, ni siquiera un Hitler;
no existen ambiciones imperialistas ni sentimientos de revancha, ni problemas
de expansión, ni siquiera la cuestión judía. ¿A partir de qué ingredientes
podría obtenerse el fascismo español? No puedo imaginar la receta[1]”.
El texto me
interesa especialmente porque está escrito en la época en que el fascismo
conocía su mayor auge y su autor era izquierdista. Por supuesto, habrá quien
diga que Araquistáin se equivocaba miserablemente y que exactamente cinco años
después en España había un régimen fascista, pero aquí hay que tener en cuenta
un dato: desde 1932, Oliveira Salazar tenía el poder en Portugal y al año
siguiente entraba en vigor la constitución que definía al país como un “estado
corporativo”, con muchas semejanzas con el fascismo italiano[2].
Pero parece que para Araquistáin eran sólo semejanzas, no características
verdaderas. Por mi parte no creo que la
dictadura franquista constituyera un estado fascista. Creo que adoptó algunos
rasgos del fascismo, y a ello me referiré más adelante.
Si llaman
fascista a Salvini por sus declaraciones racistas, aún sigue habiendo material
para el debate. La Alemania hitleriana fue abiertamente racista, Hitler
proclamó serlo desde que se dio a conocer y hay quien dice que si en la época
se hubiera tomado en serio su libro se habrían evitado muchos males porque todo
estaba ahí. Pero en el partido fascista original, el italiano, se admitían
judíos. De hecho, durante la guerra, los alemanes tuvieron que tomar por su cuenta
la persecución de los judíos italianos y húngaros porque consideraban que sus
aliados no ponían el suficiente empeño en la cuestión[3].
Por no salir de casa, Franco no hubiera podido ganar la guerra sin el concurso
de las tropas marroquíes y no está de más recordar que su guardia personal era
la Guardia Mora y que en el complejo del Palacio de El Pardo se construyó una
mezquita para que hiciesen sus oraciones. Estaría bien saber qué opinión
tendrían sobre el hecho de que se construyera una mezquita en los terrenos de
un palacio real los reyes “españoles” que reinaron desde Don Pelayo hasta los
Reyes Católicos[4].
Hablando con
términos tomados de la Lógica, para que exista fascismo deben cumplirse dos
condiciones necesarias, aunque no suficientes. La primera es que el estado
tenga capacidad para regular cualquier aspecto de la vida, sea público o
privado. La segunda es que ese estado esté gobernado a través de un partido
único. Si no se cumplen esas condiciones, no se puede hablar de fascismo y es
evidente que en la Europa actual no se dan en ningún país[5].
Otra cosa es que adoptemos los modos groseros de la ultraderecha, como cuando
Vargas Llosa llamaba al PRI mejicano “la dictadura perfecta” y Jiménez Losantos
dedicó todo un libro a caracterizar al gobierno del PSOE de principios de los
90 como “la dictadura silenciosa”. Ninguno de ellos rectificó cuando el PRI o
el PSOE cedieron el poder sin sobresaltos. Poca sorpresa.
Lo que no es el
fascismo
Jesús C.
Aguerri, que se presenta como Doctorando en sociología en la Universidad de
Zaragoza, recurre a un diálogo de una película para definir la esencia del
fascismo:
“Pues, aunque no
sea la fuente más ortodoxa, creo que en este punto conviene recordar las
palabras de Olmo en la película Noveccento (sic): Los fascistas no son como
los hongos, que nacen así en una noche, no. han sido los patronos los que han
plantado los fascistas, los han querido, les han pagado. Y con los fascistas, los
patronos han ganado cada vez más, hasta no saber dónde meter el dinero”[6].
Absolutamente
falso. Lo cual, por supuesto, no va en contra de la película. Bertolucci, como
buen cronista de la época que narra, simplemente pone en boca de un personaje
una teoría muy difundida entonces.
Los empresarios
italianos apoyaron a Mussolini porque su toma del poder fue un hecho consumado
avalado por el rey, como pasó en España con la dictadura de Primo de Rivera,
pero eso no significa que fuera su opción favorita. Mucho menos que ellos
hubieran maniobrado para provocarla.
Aún mucho más
claro fue el caso de Hitler. Hasta muy poco antes de llegar al poder, Hitler
fue visto con mucha desconfianza por la gran mayoría de empresarios alemanes.
La razón es fácil de entender, su partido se declaraba socialista y de los trabajadores, cosa que a un
empresariado que había visto el nacimiento de la Unión Soviética no le
resultaba fácil de tragar[7].
Ahora puede resultar extraño, pero durante muchos años la principal fuente de
ingresos del partido nazi procedía de la venta de entradas para asistir a los
mítines. Los comunistas que iban a reventar los mítines nazis pagaban su
entrada religiosamente, como hacían los nazis cuando iban a devolverles el
golpe...
No. El fascismo
no fue un invento del capital. Otra cosa es que el capital se pliegue a quien
tiene el poder, pero tanto Hitler como Mussolini tomaron decisiones que según
la lógica capitalista eran incongruentes, pero a los empresarios no les quedaba
otra que plegarse ante quien mandaba. ¿Que obtuvieron beneficios? Desde luego.
Pero tampoco cabe duda de que si ellos hubieran podido dictar la política
económica, habrían optado por otra. Por ejemplo, Mussolini mantuvo
artificialmente alto el cambio de la lira con el dólar por razones de prestigio
y esa decisión, evidentemente, perjudicaba a las exportaciones. Si en realidad
Mussolini hubiera sido una marioneta de los empresarios, esa tasa de cambio
jamás hubiera existido.
Antes hablaba de
que el régimen de Franco mantuvo algunos rasgos del fascismo y ese fue uno de
ellos. Franco manejó la economía española a su antojo y la consecuencia fue que
casi acabó con ella. Se vio obligado a dejar el gobierno en manos de la
ortodoxia capitalista más estricta., que lo primero que hizo fue devaluar la
peseta. Que estaba inflada como un globo, claro...
El alcance de la
teoría
Hay
historiadores, politólogos y sociólogos que no aciertan a explicarse por qué el
Partido Comunista Alemán, relativamente potente entonces, fue barrido por
Hitler con muy poco esfuerzo. La respuesta canónica es que “les pilló por
sorpresa”.
En absoluto. Lo que
sucedió fue que el partido compró la idea de que Hitler era una marioneta de
los empresarios y no tomó ninguna precaución especial porque pensaban que en
cuanto tomara el poder los empresarios le sujetarían. Y bien caro que lo
pagaron...
Hoy la teoría está
totalmente desprestigiada y ese es uno de los mayores errores. Si el análisis
de lo que viene va a bascular entre el fascismo y el patriarcado, tendremos que
atenernos a las consecuencias...
[1] En
un artículo para la revista Foreign Affairs. Citado por Stanley G.
Payne: Franco y José Antonio. El extraño caso del fascismo español. Historia
de la Falange y del Movimiento Nacional (1923 – 1977). Planeta,
(Barcelona), 1997, pp. 693s.
[2] La
dictadura de Salazar y su continuador Marcelo Gaetano duró más que la de
Franco. Cuarenta y dos años hasta que fue depuesta por la malograda Revolución
de los Claveles. Si los historiadores españoles se lamentan de que la historia
española está infrarrepresentada en las historias universales, supongo que los
historiadores portugueses andarán llorando sus penas por las esquinas...
[3] El
resultado fue catastrófico para los judíos húngaros. Fueron deportados en masa
a Auschwitz
– Birkenau en el verano de 1944 a tal ritmo
que los hornos crematorios no daban abasto y se quemaban los cadáveres en
hogueras al aire libre. Haciendo una aproximación gruesa, el 90% de los que
llegaban en cada tren eran destinados a la columna izquierda (la de la muerte)
y eran asesinados el mismo día. Ni siquiera se tomaban la molestia de hacerles
la ficha.
[4]
Por supuesto, en cuanto empezaron a sonar con fuerza los tambores de la
independencia marroquí, Franco licenció a su queridísima Guardia Mora, la envió
de vuelta a Marruecos y la sustituyó por otra católica, apostólica y romana.
[5]
Corea del Norte cumpliría ambas condiciones y, sin embargo, no es un régimen
fascista. De ahí lo de no suficientes.
[6]
Jesús C. Aguerri: “Sobre las contradicciones del fascismo y las contradicciones
propias”, eldiario.es, 24/06/18.
[7]
Decía Cicerón que la historia es maestra de la vida. Sin llegar a tanto, está
claro que del pasado se puede aprender. Desde que las encuestas le dieron
esperanzas, Felipe González pasó años explicando a los empresarios que lo de
socialista y obrero se podía negociar a la baja cuanto conviniera...