El pensamiento español tradicional ― que no hacía ascos a los orígenes de nadie y
admitía en su seno, por ejemplo, al catalán Jaime Balmes, a quien está dedicada
hoy una de las calles más largas de Barcelona ―, ha sido siempre antijudío. Decir antisemita es un
error conceptual porque hay más pueblos considerados semitas aparte de los
judíos. Era antijudío sin vergüenza ninguna. Los judíos eran los deicidas, los
que habían condenado a muerte
injustamente a Jesucristo Nuestro Señor y debían pagar su culpa eternamente, lo
que se deducía de los escritos de San Pablo y de otros Padres de la Iglesia que
los comentaron. Su expulsión por parte de los Reyes Católicos era una
consecuencia lógica que nadie podía poner en juicio, como tampoco la exigencia
de la “limpieza de sangre”, el deber de demostrar que se estaba limpio de
sangre judía para poder acceder a un cargo público. Como siempre ocurre, algún
rabino podía llegar a obispo de Burgos pero, como sabemos, las normas siempre
son más rígidas por abajo que por arriba.
Así que el antijudaísmo era la tónica y cuando se pudo hablar
propiamente de un pensamiento de derechas en España, este fue clara y
lógicamente antijudío.
Murió Franco y llegó Suárez, que por llevar la contraria hacia el
orden internacional vigente mantenía una corriente de simpatía hacia los
palestinos, en especial hacia la OLP y su jefe Yaser Arafat. Hubo que esperar
al gobierno de Felipe González para que España reconociera a Israel, se dice
que por los buenos oficios de los hermanos Múgica, Enrique y Fernando (alias Pototo),
sionistas convencidos por ser hijos de madre judía.
Pese al reconocimiento, pasaron unos años de atonía porque la opinión
pública española era mayoritariamente propalestina. Y aquí caben tres opciones:
se puede entender que era antisemita, antisionista o una mezcla de las dos
cosas. Antisemita es quien se opone a los judíos por ser judíos (como he
escrito, denominación errónea lingüísticamente hablando), antisionista es quien
se opone al imperialismo judío, es decir, quien se opone a que traspase las
fronteras decretadas por la ONU cuando dio vía libre a la creación de Israel o
incluso a su propia existencia como país. En ese sentido España era una
anormalidad europea, pues el apoyo a Israel en el resto de Europa era bastante
mayor, lo que conllevó que la propaganda sionista se volcase sobre España para
tratar de corregir el error estadístico.
Se acercaron a los más vociferantes y cualquiera puede imaginar la
forma de condicionar su opinión. En el bando español reclutaron a
lumbreras como Federico Jiménez Losantos o Jon Juaristi, (que resultó tan
convencido que incluso se convirtió al judaísmo) y en el lado catalán a
gente no menos brillante como Pilar Rahola o Joan B. Culla. Hay que reconocer
que la obra de estos y otros taladros vociferantes rindió sus frutos. Las
derechas catalanas y españolas se hicieron sionistas con gran alegría para
purgar su anterior antijudaísmo[2].
Había quien abroncaba a Serrat porque su Mediterráneo iba de Algeciras a
Estambul sin bañar tierras israelíes[3].
Hoy escuchaba en Catalunya Informació que mientras Palestina
desea que haya “una España fuerte y unida”, Israel no se había pronunciado en
ningún sentido.
Por supuesto, en la lógica catalanista significa “palestinos malos”,
“israelíes, resistentes de momento a la presión española”.
Me gustaría saber qué opinan Jiménez Losantos, Juaristi y el resto de
la docena...
[1] En mi infancia se decía que los judíos decían misas
por Franco. En este caso hay que entender israelíes en lugar de judíos (hay
judíos que están en contra del establecimiento en Palestina, de hecho lo ven
como un signo del inminente fin de los tiempos) y algún ritual propio en lugar
de la misa, pues los judíos no celebran tal ritual que implica de hecho una
transubstanciación en la que no creen... En cualquier caso el mensaje es claro,
Franco no era antipático a los israelíes.
[2] La derecha vasca era sionista desde siempre. Si se
habla del “exilio español”, ellos siempre han hablado de la “diáspora vasca”.
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