martes, 31 de octubre de 2017

LABERINTOS


El pensamiento español tradicional que no hacía ascos a los orígenes de nadie y admitía en su seno, por ejemplo, al catalán Jaime Balmes, a quien está dedicada hoy una de las calles más largas de Barcelona , ha sido siempre antijudío. Decir antisemita es un error conceptual porque hay más pueblos considerados semitas aparte de los judíos. Era antijudío sin vergüenza ninguna. Los judíos eran los deicidas, los que  habían condenado a muerte injustamente a Jesucristo Nuestro Señor y debían pagar su culpa eternamente, lo que se deducía de los escritos de San Pablo y de otros Padres de la Iglesia que los comentaron. Su expulsión por parte de los Reyes Católicos era una consecuencia lógica que nadie podía poner en juicio, como tampoco la exigencia de la “limpieza de sangre”, el deber de demostrar que se estaba limpio de sangre judía para poder acceder a un cargo público. Como siempre ocurre, algún rabino podía llegar a obispo de Burgos pero, como sabemos, las normas siempre son más rígidas por abajo que por arriba.
Así que el antijudaísmo era la tónica y cuando se pudo hablar propiamente de un pensamiento de derechas en España, este fue clara y lógicamente antijudío.
Curiosamente, cuando Franco llegó al poder se instaló una cierta ambigüedad. Se toleraba una ración de contenido antijudío, siempre y cuando no se pasara de la raya. Franco era el gran amigo de los pueblos árabes (y ahí está el regalo del templo de Debod que hoy luce en Madrid muy cerca del Palacio Real), pero Franco a su vez mantenía una cierta aureola de amigo de los judíos[1]. Aquí no se pueden desligar hechos como la actuación de Ángel Sanz Briz, encargado de negocios de la embajada española en Budapest, que salvó a más de cinco mil judíos húngaros en un momento en que los nazis habían hecho una prioridad del exterminio de los judíos húngaros. Si bien es cierto que no hay pruebas de que actuara impulsado por el régimen al que servía, jamás sufrió ninguna sanción. En ese sentido Franco siempre fue muy hábil jugando con dos o tres barajas...
Murió Franco y llegó Suárez, que por llevar la contraria hacia el orden internacional vigente mantenía una corriente de simpatía hacia los palestinos, en especial hacia la OLP y su jefe Yaser Arafat. Hubo que esperar al gobierno de Felipe González para que España reconociera a Israel, se dice que por los buenos oficios de los hermanos Múgica, Enrique y Fernando (alias Pototo), sionistas convencidos por ser hijos de madre judía.
Pese al reconocimiento, pasaron unos años de atonía porque la opinión pública española era mayoritariamente propalestina. Y aquí caben tres opciones: se puede entender que era antisemita, antisionista o una mezcla de las dos cosas. Antisemita es quien se opone a los judíos por ser judíos (como he escrito, denominación errónea lingüísticamente hablando), antisionista es quien se opone al imperialismo judío, es decir, quien se opone a que traspase las fronteras decretadas por la ONU cuando dio vía libre a la creación de Israel o incluso a su propia existencia como país. En ese sentido España era una anormalidad europea, pues el apoyo a Israel en el resto de Europa era bastante mayor, lo que conllevó que la propaganda sionista se volcase sobre España para tratar de corregir el error estadístico.


Se acercaron a los más vociferantes y cualquiera puede imaginar la forma de condicionar su opinión. En el bando español reclutaron a lumbreras como Federico Jiménez Losantos o Jon Juaristi, (que resultó tan convencido que incluso se convirtió al judaísmo) y en el lado catalán a gente no menos brillante como Pilar Rahola o Joan B. Culla. Hay que reconocer que la obra de estos y otros taladros vociferantes rindió sus frutos. Las derechas catalanas y españolas se hicieron sionistas con gran alegría para purgar su anterior antijudaísmo[2].
Había quien abroncaba a Serrat porque su Mediterráneo iba de Algeciras a Estambul sin bañar tierras israelíes[3].
Hoy escuchaba en Catalunya Informació que mientras Palestina desea que haya “una España fuerte y unida”, Israel no se había pronunciado en ningún sentido.
Por supuesto, en la lógica catalanista significa “palestinos malos”, “israelíes, resistentes de momento a la presión española”.
Me gustaría saber qué opinan Jiménez Losantos, Juaristi y el resto de la docena...






[1] En mi infancia se decía que los judíos decían misas por Franco. En este caso hay que entender israelíes en lugar de judíos (hay judíos que están en contra del establecimiento en Palestina, de hecho lo ven como un signo del inminente fin de los tiempos) y algún ritual propio en lugar de la misa, pues los judíos no celebran tal ritual que implica de hecho una transubstanciación en la que no creen... En cualquier caso el mensaje es claro, Franco no era antipático a los israelíes.
[2] La derecha vasca era sionista desde siempre. Si se habla del “exilio español”, ellos siempre han hablado de la “diáspora vasca”.
[3] No me lo invento aunque lo parezca.




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