El 14 de noviembre se cumplirán cincuenta años de la aparición del
libro de Guy Debord La sociedad del espectáculo. Debord era entonces la
cabeza visible de la Internacional Situacionista (IS), un grupúsculo nacido en
el ambiente cultural parisino (escisión de la Internacional Letrista,
una de las hijas no reconocidas del Surrealismo) pero, a diferencia del resto
de pequeñas sectas artísticas, la IS se politizó profundamente cuando constató
que el arte había perdido cualquier capacidad subversiva o siquiera
transformadora.
No tengo problema en confesar que Debord es uno de los pensadores que
más me ha influido. Lo que, por supuesto, no quiere decir que compre todo lo
que vende. Soy muy crítico con parte de sus ideas y respecto a su vida,
fascinante y contradictoria al mismo tiempo, no permito que interfiera en la
apreciación de sus textos, como tengo por norma[1].
En 1967 la Unión Soviética aún se veía como un enemigo temible y
parecía dejarlo claro al año siguiente con la invasión de Checoslovaquia. En
China, el Gran Timonel Mao desencadenaba su Revolución Cultural y
mientras tantos fachas que hoy fustigan aquel horror entonces la apoyaban con
entusiasmo, Debord y los situacionistas no se engañaban y dejaron claro por
escrito su desprecio ante la moda “maoísta” que recorría Europa[2].
Si el libro tuvo una acogida discreta en su momento, las ventas se dispararon
medio año después, tras el Mayo del 68 parisino.
El resto de su andadura editorial refleja la historia de aquellos
años. En los setenta estaba disponible en prácticamente toda Europa, incluidos
países del Bloque Soviético a los que llegaba con grandes esfuerzos. Entrados
los ochenta, desapareció con el famoso desencanto para resurgir con
potencia a fines de siglo, cuando parecía renacer la contestación cuya imagen
transmitían los movimientos antiglobalización pero que parecía mucho más
profunda, aunque vista desde hoy es evidente que se trataba de un espejismo más.
Entonces fue cuando supe de su existencia...
Curiosamente he vuelto a leer menciones sobre la sociedad del espectáculo
a raíz del famoso proceso pero todas superficiales, identificándolo con una
especie de dictadura de los medios y la industria del entretenimiento. Se trata
de un concepto bastante complejo, lo que es la base de su fuerza, pues las
diferentes interpretaciones posibles abren el camino a reflexiones e
intuiciones que difícilmente surgirían sin el estímulo que supone intentar
comprenderlo[3].
Si no lo he comprendido mal, el espectáculo entendido como la producción material
de información y entretenimiento sería un reflejo de la propia sociedad que lo
engendra y coloca en ese lugar de preeminencia. Podría hacerse una analogía con
la época barroca, una sociedad de apariencias que se veía reflejada en el
teatro, el mayor divertimento de su tiempo, que reflejaba la esencia de esa
apariencia devolviéndola precisamente como juego de apariencias[4].
El libro se divide en nueve capítulos de extensión desigual. Si en la
edición pirata que tengo en mis manos en este momento[5]
el último no llega a tres páginas y media, el más largo ocupa veintiséis[6].
En realidad, aunque agrupado en nueve capítulos, el libro está dividido en 221
textos de extensión desigual que algunos han denominado parágrafos pero quizá tesis
sería su denominación más adecuada.
No intentaré hacer un resumen,
pese a que su extensión apenas alcanza noventa páginas en formato cuartilla,
sólo comentaré alguna cuestión que parece de plena actualidad hoy día. Sí
invito a leerlo pues, como he escrito más arriba, para mí funciona como un
generador de ideas y cada lectura me aporta algo nuevo. Pondré un ejemplo que
creo que resume todo lo escrito hasta ahora, la tesis 168, al comienzo del
capítulo séptimo.
Subproducto de la circulación de mercancías, la circulación humana
considerada como un consumo, el turismo, se reduce fundamentalmente al ocio de
ir a ver aquello que ha llegado a ser banal. La organización económica de la
frecuentación de lugares diferentes es ya por sí misma la garantía de su equivalencia. La misma modernización que ha
retirado del viaje el tiempo le ha retirado también la realidad del espacio.
Valga esta cita como ejemplo. Estamos hablando del año 1967, hace
medio siglo, que se dice pronto... Habla de la equivalencia de los lugares en
un momento donde Zara no existía ni como el más feliz sueño de su creador. Hoy
se viaja a lugares donde jamás se pierde la referencia porque donde no hay un
Zara hay un McDonald’s o una tienda de Apple. Y el más astuto de ellos ― el tal
Ortega, dueño de Zara ―, ha llegado a organizar un turismo dentro del ciclo
turístico, pues sólo vende ciertos modelos en unas tiendas y no en otras, de
modo que convierte en una “experiencia” viajar a Barcelona para adquirir un
abrigo que no se vende en otro sitio[7].
¿Qué decir de los que van a la agencia de viajes a que les asesoren
sobre algún destino “interesante”? Sé que soy un antiguo, pero yo suponía que
si vas a un lugar es porque ya deseabas visitarlo, para buscar algo que puede
existir o no, pero quieres comprobarlo por ti mismo... En textos posteriores
Debord echaba pestes de la restauración de la Capilla Sixtina, cuando se optó
por un repintado basado más en Walt Disney que en las evidencias
miguelangelescas, sólo por contentar al público estadounidense y japonés, un
buen porcentaje del consumo turístico mundial, sabiendo que la industria del
espectáculo (que no el espectáculo en sí) haría el resto, dejando a buen
recaudo la banalidad.
Si el arte es belleza, y se supone que evidente como tal salvo que uno
provenga de unos referentes culturales alejadísimos, ¿a qué obedecen las audioguías? Esas voces
que te transmiten lo que debes ver en cada lugar, ofreciendo a los turistas una
traducción de mil años de historia en unos segundos. Pues simplemente a la idea
de la cultura como objeto de consumo devenida parte del paquete turístico. Luego
a algunos les extraña que muchos extranjeros que visitan Cataluña vuelvan
hechos independentistas fervorosos... Hoy mismo he visto un grupo de
adolescentes de pieles rosadas que seguían a un guía turístico que enarbolaba
una estelada como enseña para que no se perdiesen. Les he preguntado de dónde
eran y me han dicho que de Ohio. Lo que van a contar cuando vuelvan es obvio...
En fin, ya lo he escrito antes, lo mejor de La sociedad del
espectáculo es que acaba por
erigirse en una interrogación perpetua que te hace poner en cuestión casi todo
lo que pensabas...
Con el tiempo, Guy Debord fue ocupándose de otros asuntos y entre
ellos, uno de los más importantes, fue la cuestión de la fijación de los textos
clásicos y sus traducciones posteriores, de cómo se podía alterar un texto
original de tal forma que no lo pareciese. No es una cuestión menor, de hecho
tiene sus consecuencias hoy[8].
La prueba suprema es que Debord lo ha sufrido en sus carnes después de muerto[9].
La única traducción a la que tuve acceso en ese final de siglo fue la
de José Luis Pardo, catedrático de
filosofía de la Universidad Complutense, Premio Nacional de Ensayo y
actual premio de ensayo de Anagrama, donde mi amigo Savater corta el bacalao...
El final de la tesis 46 dice lo siguiente: “La valeur d’echange est le
condottiere de la valeur d’usage, qui finit par mener la guerre pour son
proprie compte”.
La traducción “pirata” dice: “El valor de cambio es el condotiero del
valor de uso que termina haciendo la guerra por su propia cuenta”
La de José Luis Pardo difiere un tanto: “El valor de cambio es un
subalterno al servicio del valor de uso que ha terminado haciendo la guerra por
cuenta propia”.
Traducir condotiero por subalterno significa que no se tiene ni idea
de Historia. Y no tener ni idea de Historia implica muy malas credenciales para
traducir a Guy Debord, muy preocupado por la interpretación histórica, ya fuera
acertada o erróneamente. Traducir condotiero por subalterno
refleja o mucha ignorancia o mucha mala fe. Un subalterno nunca hará la guerra
por su cuenta, a diferencia del condotiero.
No sé si los medios se harán eco del cincuentenario. De momento no he
leído nada. Y quizá sea mejor así porque
no sé las barbaridades que se podrían llegar a leer sobre el libro o el autor.
Por mi parte recomiendo que os hagáis con una copia (a poder ser
gratuita) y lo leáis. Sentiréis una sensación curiosa: por un lado parece que
habla de puras abstracciones y por otro parece ofrecer explicaciones claras a
asuntos de nuestro tiempo que son aparentemente incomprensibles[10].
Terminaré esta incitación a la lectura de La sociedad del
espectáculo con una frase que Debord escribió en otro lugar:
La hora de sentar cabeza no llegará jamás.
Ojalá fuera así en unas cuantas cabezas. No harían falta muchas...
[1] Creo que no hay una biografía de Debord disponible
en castellano. Existe un libro muy estimable del gran Anselm Jappe: Guy
Debord, Anagrama, (Barcelona), 1998, pero que no es tanto una biografía
como un intento de explicar su pensamiento. En francés encontré una de
Christophe Bourseiller: Vie et mort de Guy Debord (1931 – 1994), Plon,
s. l., 1999. Bourseiller, hijo de una familia dedicada al teatro, apareció con
cuatro años en la primera versión de La guerra de los botones, una
película por la que siento un gran cariño.
[2] “El punto de ebullición de la ideología en China”,
artículo sin firma redactado por Guy Debord y publicado en el número 11 de la
revista Internationale Situationniste de octubre de 1967. Traducción en Internacional
Situacionista. Textos completos en castellano de la revista Internationale
Situationniste (1958-1969), vol. 3. Literatura Gris, (Madrid), 2001, pp.
467 – 476.
[3] Aunque probablemente Debord acabó un tanto
desanimado al leer los disparates que se escribieron sobre su obra mientras
vivía. Su producción posterior es mucho más clara, hasta llegar a escribir en
una prosa que muchos críticos literarios franceses consideran clásica. Críticos
a los que Debord despreció con todas sus fuerzas, lo que no les desalentó en
absoluto...
[4] No puedo dejar de citar aquí uno de los libros más
hermosos e inspiradores que he leído en mi vida, de José Antonio Maravall: La
cultura del Barroco. Análisis de una estructura histórica. Ariel,
(Barcelona), 2002 (novena edición, la primera es de 1975).
[5] Debord nunca procedió penalmente contra editores que
imprimieron su obra sin pagar derechos de autor. Curiosamente, sí lo hizo
contra quien publicó originalmente La sociedad del espectáculo por
razones que serían largas de explicar, pero quien quiera puede documentarse con
facilidad.
[6] El capítulo cuarto, “El proletariado como sujeto y
como representación”. Anselm Jappe indica acertadamente que, siendo el capítulo
más extenso, es el que menos atención ha recibido. No por casualidad es el que
presenta mayor carga política de todos y desentona con la imagen que los medios
han tratado de ofrecer sobre Debord como una especie de esteta exigente.
[7] No sé si se podrá comprar por Internet, pero desde
luego uno no puede probárselo ni acariciar la tela, que es ya toda una
experiencia de por sí. Trabajo en el sector turístico y no hablo por hablar...
[8] Noticia de Europa Press reproducida por Público,
23/10/17: “Israel detiene a un palestino al que Facebook tradujo su ‘Buenos
días’ como ‘Atacadles’”.
[9] Y es una pena porque estando vivo no hubiese
ahorrado una respuesta que hoy convendría atesorar.
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