El sábado se conoció la muerte de Malcolm Young, el fundador de AC/DC
hace cuarenta y cuatro años, que se dice pronto...
Por supuesto, aquí cabe una discusión sobre hasta qué punto el puñado
de individuos que hoy venden entradas y
suben a un escenario cobijados bajo ese nombre tienen aún algún interés o no.
Si la cuestión es pertinente para grupos formados en torno a una persona como
los Motörhead de Lemmy o los Jethro Tull de Ian Anderson en su momento, no
digamos para aquellos donde los protagonismos están repartidos.
Mi respuesta rápida sería que no, pero en una época en la que la gente
paga dinero para ver a los llamados “grupos tributo” no lo tengo tan claro[1].
Si compras una entrada para ver a AC/DC al menos puedes decir que has visto a
Angus Young. Yo vi a B. B. King hace veinticinco años. Estaba tan cascado que
tocó buena parte del concierto sentado y la gente aplaudía cuando se levantaba,
lo que me llamó mucho la atención. Por resumirlo de forma sencilla, puedo decir
bien alto que he visto a B. B: King, pero también puedo decir al mismo volumen
que B.B. King nunca se hubiera hecho famoso con actuaciones como esa.
Y aunque Lemmy era un hombre carismático que conservó su personalidad
hasta el final e Ian Anderson sigue siendo básicamente lo que fue, a mí me
hubiese gustado ver a los Motörhead formados por Lemmy, Eddie “Fast” Clarke y
Philthy “Animal” Taylor y a los Jethro Tull de cualquier momento de la década
de 1970. Y si hablo de AC/DC, hubiera dado mucho por verles cuando Bon Scott
era su cantante[2]
y si no, en los primeros años de Brian Johnson.
Como AC/DC es un fenómeno global la prensa de todo el mundo ha
incluido la muerte de Malcolm en sus ediciones y España no podía ser menos. Aquí
es donde he decidido reír por no llorar, porque el artículo de El País lo
firma Diego A. Manrique y el de El Mundo Julián Ruiz.
Mi adolescencia coincide prácticamente con la década de los ochenta.
Si adoptamos el concepto inglés de teenager cumplí los trece en 1981, el
año que descubrí a AC/DC.
Ser heavy[3]
en los años ochenta equivalía a ser un analfabeto de barrio que escuchaba una
música muy primitiva. Indigna de aparecer en los medios de masas, subsistía de
forma marginal y hay que tener en cuenta que hablamos de unos tiempos en que no
sólo no existía Internet sino que un simple reproductor de vídeo suponía un
gasto importante.
Entonces lo que ocupaba la atención era La Movida, una especie
de falsa vanguardia artística cuyo nivel de transgresión era tal que ocupaba
amplios espacios en televisión en una época en la que sólo existía la emisora
pública, reducida a dos canales[4].
Tenía su propio programa semanal, “La edad de oro”, un bodrio aburridísimo al
que sólo se invitaba a los simplones amiguitos de la directora y presentadora[5].
Para comprender la arbitrariedad de semejante punto de vista basta con
un dato: el disco Back in black de AC/DC, publicado en 1980, es el
segundo más vendido de todos los tiempos, sólo por detrás de Thriller de
Michael Jackson que, por cierto, sí recibía mucho tiempo en aquella televisión.
Y es esta cuestión la que me hace reír como podría hacerme llorar si
me hubiera pillado en otro momento. Porque recuerdo dónde estaban entonces
Diego A. Manrique y Julián Ruiz, los encargados de hablar de Malcolm Young para
El País y El Mundo respectivamente.
No es extraño que sus artículos consistan en una acumulación de
gilipolleces, una detrás de otra[6].
En los primeros ochenta Manrique y Ruiz ― entonces el primero crítico musical y el segundo
productor discográfico ―, estaban entregados a La Movida en cuerpo y alma y
el heavy era para ellos una incómoda molestia que se permitían ignorar.
Hoy hablan como si hubieran estado allí.
No es el caso. Era una época menos políticamente correcta y de haber
estado, tendrían cicatrices o amputaciones que poder enseñar.
[1] Músicos que tocan canciones de un grupo imitándolos
en todo, desde tocar exactamente las mismas notas hasta vestir igual y
reproducir sus gestos. Como es lógico, se trata de reproducir una foto fija,
congelar un momento, pues ningún músico que se precie es inmune al paso del
tiempo y no canta o toca igual cuando empieza que cuando lleva diez, veinte o
treinta años pisando tablados. No hace mucho vi un cartel de un artista que
anunciaba una recreación de determinado concierto que Jacques Brel ofreció en
la sala Olympia de París en una fecha concreta. Se me ocurrió que para que el
acontecimiento fuera coherente cada miembro del público debería acudir vestido
y caracterizado como uno de los asistentes a aquel recital e imitar exactamente
las reacciones que tuvo entonces el oyente al que suplantaba, pero deseché la
idea porque me recordaba demasiado a Jorge Luís Borges.
[2] Y aquí me hago trampa a mí mismo, pues cuando supe
de AC/DC Bon Scott ya había muerto, aunque apenas hiciera un año. Puestos a
pedir...
[3] Si se es estricto, AC/DC no era un grupo heavy.
Ellos mismos hacían burla de los grupos vestidos de cuero de arriba abajo con
los pelos recién salidos de la sección de tinte y cardado de la peluquería que
publicaban discos con portadas que reproducían monstruos y heroínas ligeras de
ropa al estilo Richard Corben, pero entonces no se andaban con tantas
sutilezas. También se consideraba heavy a Leño.
[4] Sobre ella hay un libro escrito con afán de “ajuste
de cuentas” un tanto incoherente pero interesante: José Luis Moreno ― Ruiz: La
movida modernosa. Crónica de una imbecilidad política, La Felguera,
(Madrid), 2016.
[5] La también fallecida hace unos meses Paloma
Chamorro, conocida como Paloma Echamorro en Heavy Rock, una
revista española que fue pionera en Europa.
[6] Ahorro la cita. Quien quiera los podrá encontrar
fácilmente. Si no recuerdo mal, ambos escribieron también cuando murió el gran
Lemmy, con los mismos resultados.
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