El cambio
conceptual inducido por la prevalencia
Ya avisé de que
esta secta de los que creen y pregonan que vivimos en el mejor de los mundos
posibles y el optimismo es la única actitud que merece la pena iba a ser una de
mis dianas este año. En junio, uno de los máximos propagandistas fue
entrevistado en varios periódicos y algo escribí, pero eran tantos los
disparates que acabé por abandonar porque hubiera necesitado la extensión de un
libro entero para dar una réplica adecuada[1].
Mis gustos
televisivos son un tanto extraños, en lugar de las series de moda me gusta una
que utilizan en La Sexta y sus cadenas satélite para rellenar tiempos muertos.
En realidad son varias, pero están agrupadas bajo el nombre genérico de Crímenes
imperfectos. Soy lector de novela policiaca desde la infancia y me fascinan
los procesos de investigación, más allá del asunto del que se ocupen. Una de
las series integradas bajo ese nombre se llama Forensic Files en su
versión original y casi siempre acaba con alabanzas a la ciencia forense. Algo
del tipo “los testigos mienten o se equivocan, pero las pruebas científicas
no”.
Pensaba en esto
mientras leía un curioso artículo escrito por el panglossiano Víctor Lapuente[2],
profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Gotemburgo, porque el
descubrimiento que nos presenta no es cualquier cosa. Así lo explica él mismo:
Pero ahora
tenemos la evidencia. Un grupo de científicos,
liderados por el psicólogo Daniel Gilbert, ha probado la existencia de
un mecanismo cerebral que nos impide captar la realidad con objetividad. Tiene
un nombre pomposo ― “cambio
conceptual inducido por la prevalencia” ―,
pero implicaciones serias para la vida cotidiana. La idea es que, cuando la
presencia de un problema (por ejemplo, la discriminación o la pobreza) se
reduce, los humanos ampliamos su definición. Con lo que no sentimos la mejora.
En una serie de
experimentos, Gilbert y sus coautores han mostrado que, a medida que un
fenómeno se vuelve menos frecuente, incluimos en él más elementos. Por ejemplo,
cuando los puntos azules empiezan a escasear en un papel, contamos como azules
los puntos violetas. Cuando disminuyen las caras amenazantes en las ruedas de
reconocimiento, comenzamos a evaluar los rostros neutros como amenazantes. O
cuando las propuestas poco éticas se tornan esporádicas, rechazamos iniciativas
que antes habríamos calificado como éticamente correctas.
Hasta aquí el
sensacional hallazgo científico. Ahora veamos sus implicaciones, aunque tampoco
son muy difíciles de deducir:
La gran paradoja
es que, mientras los datos nos indican que esta es la era de mayor prosperidad
y paz de la historia, la percepción que se deriva leyendo la prensa o viendo la
televisión es que atravesamos la época más “crítica” y “convulsa”. Hace 30 años, uno de cada tres
ciudadanos del mundo vivía en la extrema pobreza. Ahora solo uno de cada diez.
Y, mientras durante la mayor parte de nuestra existencia la esperanza de vida
era de unos 30 años, ahora vivimos hasta los 70. Y, en países como España, por
encima de los 80.
Divulgadores
como Steven Pinker[3]llevan
tiempo preguntándose cómo es posible que, frente a estas certezas empíricas,
califiquemos cada año como uno de los peores de la historia. Ahora tenemos una
respuesta. Justamente porque todo mejora, vemos problemas por todos los lados.
Las objeciones
del cascarrabias mientras se aguanta la risa
Vayamos por
partes. Hace poco escribía aquí algo parecido sobre los agelastas, que a medida
que les van faltando problemas, los inventan[4].
Pero en este caso no se debe a un error
de percepción sino a que están en juego sus intereses, del mismo modo que las
fuerzas antiterroristas se dedican a rastrear Twitter a falta de cosa más
sólida. De ningún modo se trata de un trastorno cognitivo sino de algo bien
meditado. Así que entiendo que los que tenemos ese problema de percepción somos
los que pensamos que la cosa va mal sin que ganemos nada con ello, aparte de
malestar y preocupación.
Dice este
muchacho que mientras durante la mayor parte de nuestra existencia la
esperanza de vida era de unos 30 años, ahora vivimos hasta los 70. Y, en países
como España, por encima de los 80.
Esto es
absolutamente falso. No hay aún edición digital pero para un profesor de
universidad no debería ser difícil conseguir el artículo de Jean Gautier
Dalché: “Connaissance de l’âge et évaluation de la durée chez les habitants de
quelques agglomérations du diocèse de Palencia selon une enquête de 1220”. Anuario
de estudios medievales 19, (1989), pp. 191 – 204, donde podrá
asombrarse de la cantidad de viejos que había a principios del siglo XIII en un
lugar que no es precisamente donde se derramó el Cuerno de la Abundancia. No
hay ni que discutirlo. Es basura. Una mentira como una casa. Una gilipollez de
a millón. Un tópico ridículo que no por el hecho de repetirlo va a mejorar,
pero es que tienen poco para convencernos de que todo va maravillosamente.
Pero hay otro
argumento: Hace 30 años, uno de cada tres ciudadanos del mundo vivía en la
extrema pobreza. Ahora solo uno de cada diez. No sé por qué pero siempre
les pasa lo mismo: tras cada intento panglossiano por abrirnos los ojos, el
propio periódico en el que han publicado sus hallazgos maravillosos les
desmiente. En este caso, En la batalla que libra la humanidad contra el
hambre, los seres humanos vamos perdiendo. En 2017, 821 millones de personas se
iban a la cama cada día sin haber ingerido las calorías mínimas para su
actividad diaria, son 15 millones más que el año anterior, lo que supone un
retroceso a niveles de 2010. Los datos recogidos en el informe La seguridad
alimentaria y la nutrición en el mundo de la ONU, publicado este martes,
confirman que no se trata de un repunte aislado, aunque los expertos se
resisten a hablar de un cambio de tendencia, ya se encadenan tres años de
subida[5].
En fin, que las
“certezas empíricas” son las que son y Steven Pinker seguirá haciéndose
preguntas.
Aunque siempre
les queda uno de sus argumentos favoritos: hoy buena parte de la humanidad caga
en un inodoro. Y aquí tienen razón, los abundantes viejos de la Palencia del
siglo XIII cagaban en huertos y sembrados. O, espera, que me acabo de acordar
de que Tim Cranmore construye unas réplicas magníficas de una flauta que
apareció en 2006 en la excavación de una letrina del siglo XIV en Tartu
(Estonia) que lo mismo tenía asiento[6]...
[1]
Steven Pinker, que presentaba libro, aunque seguramente algo de lo escrito será
aprovechable en el futuro. Por cierto, sus seguidores en España (Cayetana
Álvarez de Toledo y gente así) se hacen llamar pinkerianos y no pinkertianos,
como escribí erróneamente a principios de año. Imagino que se cruzó por el
camino la Agencia Pinkerton de tantas lecturas de mi adolescencia
[2]
Víctor Lapuente: “Vivimos en Matrix”. El País, 05/09/18. Por desgracia,
no he visto la película Matrix y verla tampoco está entre mis planes
inmediatos...
[3] Es
curioso, casi siempre que esta tropa nombra a Pinker le añade lo de divulgador,
no sé exactamente con qué intención. En ambientes universitarios suele tener un
matiz peyorativo, por aquello de la falta de originalidad.
[4]
Por ejemplo, el concepto de “micromachismo”. Un caso típico se da cuando un
chico y una chica piden una cerveza y una coca – cola y el camarero sirve la
cerveza al chico sin preguntar. En realidad se llama estadística y no siempre
es desfavorable a los oprimidos, cuando la policía busca a un asesino en serie
en Estados Unidos siempre parte de la idea de que es un varón blanco hasta que
las pruebas conduzcan hacia otro lado. (Sí, lo he aprendido viendo Crímenes
imperfectos).
[5]
Alejandra Agudo; “El hambre aumenta por tercer año y alcanza a 821 millones de
personas”. El País, 11/09/18.
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