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miércoles, 2 de mayo de 2018

NUEVAS GRAMÁTICAS



 En una época en que el delito de odio es la estrella del Código Penal no es extraño que se oiga conjugar muy a menudo el verbo odiar. Como tengo una cierta vocación de lingüista aficionado quería compartir aquí un nuevo uso de este verbo que he creído detectar últimamente pero, como carezco de credenciales, me limitaré a exponer mi teoría y os reservo a vosotros el juicio sobre ella.

Un verbo transitivo
Como todos los verbos de pensamiento, odiar es un verbo transitivo. Precisa de un objeto. Cuando alguien odia, odia a algo o a alguien.
Veamos un ejemplo reciente. Los ideólogos disfrazados de economistas o sociólogos nos han instruido últimamente para que odiemos a los pensionistas, una banda de egoístas insolidarios que han tenido la desfachatez de plantear que se les revaloricen las pensiones según el IPC, sin conformarse con el magro cuarto de punto que les lleva a perder poder adquisitivo cada año que pasa. Por citar sólo tres, los viejos amigos de esta página Juan Ramón Rallo y Gonzalo Bernardos o un tal Julio Carabaña[1].
Debemos odiarlos por pedir que cumplan lo que les prometieron. Al parecer son ellos los que nos roban, los causantes de que cobremos unos sueldos de mierda... Aquí entramos en una de esas disociaciones que tanto gustan a estos ideólogos de pacotilla. Sucede que los pensionistas no son una clase extraña a nosotros que nos exprime el jugo sino que son nuestros padres y abuelos que nos ayudan siempre que lo necesitamos, que suele ser a menudo. Supongo que se sienten mal y se ven en la necesidad de devolvernos algo de lo mucho que nos roban...
Porque este estado de cosas es insostenible: “Así, en Moncloa sostenían hasta anteayer que era imposible subir todas las pensiones lo mismo que el IPC, tachando la petición de “populismo letal” que pondría en riesgo el sistema mismo”.
Pausa. Hace tiempo que me hace mucha gracia que un partido que se apellida Popular utilice populismo como insulto pero, ya digo, me faltan credenciales de filólogo. Sigo:
“Pero la necesidad del disputado voto del nacionalismo vasco ha obrado el milagro. Y pelillos a la mar”[2].
Qué desperdicio, tanto odio derramado para nada...

Odiar se vuelve reflexivo
Este es el uso que yo no conocía, volcar el odio contra uno mismo. Lo más parecido eran las autocríticas que puso de moda Stalin y cuyo ejemplo más acabado para mi gusto fueron las del grupo peruano Sendero Luminoso. Las recomiendo sin reservas, creo que son un modelo de uso de la retórica que debería estudiarse, amén de divertidas si uno sabe dejar aparte el lado trágico.
Pero esas autocríticas eran siempre individuales, uno se acusaba a sí mismo por sus propios errores. Sí, es evidente que pueden calificarse de autoodio, pero últimamente hemos avanzado muchos pasos en muy poco tiempo.
Veamos por ejemplo un artículo de Octavio Salazar, publicado en eldiario.es el 28 de abril y titulado “Todos somos parte de ‘la manada’”[3]. Aquí me basta con reproducir las dos frases seleccionadas para acompañar al título porque indican el tenor del artículo:
Todos nosotros, varones que desde que nacemos somos educados para el privilegio, formamos parte de ese orden que nos ofrece tantos dividendos
Es por tanto responsabilidad nuestra desvincularnos de la manada, iniciar un proceso de reconstrucción personal y convertirnos en agentes para la igualdad
Es decir, vuelve el pecado original. La gentuza que portamos el cromosoma XY un poquito menos de la mitad del género humano somos culpables salvo que nos desvinculemos, reconstruyamos y convirtamos en agentes para la igualdad. Si no seguimos estos pasos, daremos mucho asco.
En los comentarios al artículo gente con sentido común le señalaba lo obvio: si tus padres te dieron una educación machista, es tu problema. Los míos no sólo no han tenido la desvergüenza de robarme el sueldo sino que tampoco han tenido la poca delicadeza de enseñarme que la mujer es un espécimen distinto a mí. No guardo un gran recuerdo del colegio “de curas” al que asistí doce de los años más largos de mi vida pero debo dejar claro que jamás escuché un comentario machista de boca de ningún profesor, fuera fraile o seglar. Las cosas como son.



Aclaración no requerida (y por tanto se puede interpretar como se quiera)
Para que nadie piense que me escondo, alguna impresión sobre el tema de la famosa manada. Por ejemplo, me llama la atención que algunas manifestantes que muestran su rechazo a la manada reivindiquen en carteles que “la manada somos nosotras”. Pensaba que eso de la manada era un concepto repugnante, al menos para mí lo es, resume casi todo lo que no me gusta[4]. Pero es que el feminismo de confrontación consigue efectos extraños, como que se alíen con él Ana Botín o unas monjas de clausura, es lo que tiene fiarlo todo al género...
Es el riesgo de aplicar una lente deformada a la visión. Aparte de este, el otro gran caso que recuerdo es el de Juana Rivas y los dos comparten la misma condición, la de mostrar una fachada con más agujeros que un queso de gruyere.
Sé que ninguno de los jueces que formaba el tribunal será jamás amigo mío, uno de los pocos privilegios que me quedan es el de elegir a mis amigos. Pero también tengo claro que su torsión argumental es posible porque la presentación del caso por parte de la defensa lo permite.

El otro día un canalla intentó violar a una chica de trece años en La Barceloneta. La cría se puso a dar gritos y a su llamada acudieron unos cuantos hombres (mucho me temo que ninguno de ellos desvinculado, reconstruido ni convertido en agente para la igualdad) que propinaron un severo correctivo al presunto violador y lo entregaron a la policía.
Si esta niña no obtiene una sentencia de acuerdo con la ofensa recibida que nadie dude de que estaré en la primera fila de la manifestación que se convoque. Y dispuesto a todo...




[1] Este es el sociólogo. Publicó un artículo en El País el 9 de abril con el explosivo título de “Pensionistas, egoístas y demagogos”, de contenido fácil de adivinar sin necesidad de leerlo. Por esta y otras hazañas similares se dice que el director de El País va a ser puesto de patitas en la calle próximamente (Fernando Cano: “Antonio Caño dejará de ser director de El País”, El Español, 27/04/18).
[2] Editorial sin firma: “Unas cuotas con sabor agridulce”, El Mundo, 27/04/18.
[3] Como chascarrillo, Octavio Salazar luce mucho más joven en la foto que acompaña al artículo que en la que ilustra su voz en Wikipedia.
[4] Lo mismo opino del término “hembra alfa” opuesto al de “macho alfa”, aunque este tenga una formulación más suave. Elena Soriano (1917 – 1996) hablaba sobre “el donjuanismo femenino” en un ensayo que no llegó a publicar en vida y que su hija remató de mala manera.

domingo, 27 de noviembre de 2016

... Y NADA MÁS QUE LA VERDAD

Resulta que el Diccionario Oxford ha elegido post – truth como palabra del año y a los medios mundiales les ha faltado tiempo para hacerse eco. En castellano parece que se transcribirá como posverdad y significa “que denota circunstancias en las cuales los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
Aunque según se dice la palabra ya se había utilizado antes, la definición propuesta parece claramente inspirada por el referéndum británico y la elección de Donald Trump. En este caso Colombia u Holanda no cuentan porque para ciertos ambientes culturales anglosajones lo que no habla inglés simplemente no existe.
Desde luego, los periódicos que la han jaleado se sitúan automáticamente en el otro lado, en el que valora los hechos objetivos y no la emoción o las creencias. Son como esos que se hartan de llamar tonto a todo el mundo, ni se les pasa por la cabeza la posibilidad de pertenecer al grupo. Así que me ha dado por revisar al más serio entre los serios para ver exactamente en qué momento se encuentra respecto a la verdad, si anterior, coetáneo o posterior. Tampoco he buscado exhaustivamente, me he contentado con tres ejemplos pero desechando muchos para no aburriros[1].
Julio Carabaña es profesor de Sociología en la UCM y autor de un libro titulado Pobres y ricos. En su artículo trata de demostrar que la desigualdad no ha crecido utilizando “el índice de Gini (0, cuando todos consiguen lo mismo, y 100, cuando uno se lo queda todo)”.
Comienza retador: “La teoría (o la ideología, o la narrativa) dominante dice que la globalización aumenta la desigualdad y que la desigualdad produce populismo, nacionalismo y xenofobia, con etiquetas de derecha y de izquierda. Pero ¿y si la desigualdad no hubiera aumentado, o no hubiera aumentado tanto, o hubiera aumentado por razones distintas de la globalización?”. Fuerte apuesta, pardiez. Dejaremos de lado que el aumento de la desigualdad no suele achacarse a la globalización sino al neoliberalismo para no chafarle el argumento. Aunque sí desvelaré el final, porque lo que interesa es el argumento central. Sí, desde luego, era obvio, la desigualdad no ha aumentado. Lo mejor es cómo lo prueba. Resulta que en España el índice de Gini no ha aumentado desde mediados de los 90. “Como apuntaba la OCDE, el aumento de la desigualdad en España durante la crisis puede reducirse a un fenómeno mucho más simple, el aumento de la pobreza. Los pobres severos pasaron de ser el 2% de la población en 2007 a ser el 5% en 2009 y 2013. En la misma magnitud que han aumentado los pobres severos han disminuido también las clases medias”. Que quede claro.
Es posible por tanto hablar de un populismo  genérico. Hay sin embargo dos grandes diferencias entre los populismos de derechas y de izquierdas. Primero, obviamente, las políticas: “Podemos y el Frente Nacional tienen en común que dirigen sus ataques contra una élite liberal que creen responsable de los problemas. Difieren en el tipo de problemas que identifican y enfatizan, y en las soluciones que ofrecen”, dice Benjamin Stanley, profesor en la Universidad SWPS de Varsovia (Polonia)[2].
Así que ven la realidad de forma diferente y, como es lógico, tampoco coinciden en las medidas a tomar. Entonces ¿en qué coinciden? En culpar a una élite liberal. Por supuesto, aquí hay una polisemia que el muy conocido en su casa a la hora de comer Benjamin Stanley no se ocupa en precisar, porque liberal en Estados Unidos significa izquierdista mientras que en Europa se refiere a los economistas de extrema derecha que celebran cada despido considerándolo una “reducción de costes laborales”. Cuando tanto el PSOE como Ciudadanos dijeron en voz alta y con todas las letras que nunca apoyarían un gobierno con Mariano Rajoy de presidente caían en esa definición tan laxa de populismo. Suerte que la prudencia les hizo rectificar...
La última aportación la proporciona Steve Roberts, de la Singularity University, una universidad apoyada por Google y la NASA según la misma lógica que alumbró la Trump University. Una universidad que ofrece un programa que cuesta 14.000 dólares y tiene una duración de seis días. Según Roberts, “ofrecemos una experiencia que cambia tu mentalidad, que transforma a la gente y cuando se marchan no vuelven a ser los mismos”.
Cierto que hace tres mil años que los alquimistas vienen prometiendo esto mismo, pero no eran tan insensatos como para asegurar resultados en una semana. Ellos requerían toda una vida, por eso siempre se pinta a los alquimistas como ancianos...

Y de tal universidad, tales sabios. El susodicho Roberts responde a una pregunta diciendo que “Hace 50 años éramos granjeros. Todos estábamos preocupados porque las máquinas nos quietarían (sic) el trabajo, era la única manera de ganar dinero: tener una granja y vender comida”.
Hasta en un país tan industrialmente atrasado como España que levante la mano el que en 1966 sus padres o sus abuelos vivían de tener una granja y vender comida...
La pregunta es: si no están en la posverdad ni en la verdad, ¿estarán en la preverdad?




[1] Todos proceden de El País. Aquí van por orden de mención: Julio Carabaña: “¿Y si la desigualdad no ha crecido?” (22/11/16), Jordi Pérez Colomé y Kiko Llaneras: “De Trump a Podemos, qué es el populismo” (14/11/16) y Ana Torres Menárguez: “La mayoría de universidades del mundo van a desaparecer” (25/10/16).
[2] Encuentro un poco triste que El País se vea obligado a aclarar a sus actuales lectores que Varsovia está en Polonia. Aún recuerdo la lluvia de cartas de indignación que recibió un redactor de El País Semanal hace ya unos cuantos años (demasiados, según parece) por escribir “ad divinis” en lugar de “a divinis”.