El otro día fui al cine a ver un documental
escalofriante, Ciutat morta. Trata sobre el montaje del 4F y el
subtítulo ya lo dice todo: Uno de los peores casos de corrupción policial de
los últimos años en Barcelona[1].
La madrugada del 4 de febrero del 2006 se celebraba
una fiesta en un edificio abandonado del barrio de La Ribera. Aún quedaban
decenas, quizá centenares de personas dentro, cuando llegó la Guardia Urbana,
hacia las 6. Desde arriba les arrojaron objetos y uno de ellos, un tiesto grande
y pesado, alcanzó a un urbano que no llevaba casco y le fracturó la base del
cráneo. El agente, casado y con cuatro hijos, sigue en coma a día de hoy.
Detuvieron a nueve personas: cinco españoles, dos
chilenos, un argentino y una alemana, que ya estaban en la calle cuando cayó el
tiesto. Un pequeño detalle que en cualquier mente lógica les libraría de
responsabilidad pero, como iremos descubriendo, la lógica no es cosa que haya
sobrado en esta pesadilla.
Los agentes ― dos de ellos en especial ― se cebaron con los tres sudacas: Rodrigo,
Álex y Juan. Baste decir que a uno de ellos le rompieron la mano. Tanto les
dieron que tuvieron que llevarles al Hospital del Mar a que les curasen, antes
de poder seguir la fiesta en comisaría.
Esa misma noche, dos “bichos raros”, Patricia Heras
y su amigo Alfredo, salieron a disfrutar de la comida, la bebida y la
conversación entre amigos. Gente decididamente rara, de la que prefiere amar a
los de su mismo sexo. Por si fuera poco, Patricia unía a esa anormalidad la de
ser poeta y la de llevar un corte de pelo ajedrezado, a cuadritos blancos y
negros. De vuelta a casa, los dos en una bici y suponemos que estimulados por
los licores, tuvieron un pequeño accidente y una ambulancia les llevó al
Hospital del Mar. Una vez allí, mientras Patricia esperaba a que cosieran a su
amigo, apareció la comitiva de los tres guiñapos sangrientos y sus ángeles
custodios. Mientras los médicos trabajaban duro para recomponerlos, uno de los
urbanos decidió que alguien con semejante peinado y pinta de tortillera no
podía ser inocente y la acusó de haber participado en los disturbios. Patricia
estaba en el furgón antes de darse cuenta, rodeada de gente a la que no había
visto en su vida.
De los urbanos pasaron a los Mossos y de allí a la
juez, que decretó libertad con cargos para todos menos para los sudacas,
en los que apreció “riesgo de fuga por falta de arraigo”. Dos detalles:
recuerdo aquí que una de las detenidas era alemana y añadiré que mientras
Rodrigo estaba detenido, su madre le buscaba por todas las comisarías de la
ciudad.
Por supuesto, se comieron los dos años de prisión
preventiva, como marca la ley. Llegó el juicio y basta decir que la defensa
hizo un trabajo magnífico. Derribó los argumentos de la fiscalía uno tras otro
aunque, desde luego, la versión oficial había cambiado. Ahora no era un tiesto
lanzado desde la azotea sino una piedra lanzada desde la calle. Lo que es
médicamente imposible, porque para fracturarle la base del cráneo de una
pedrada tendría que haberle destrozado la cara, lo que no sucedió[2].
Por no alargar en exceso, me salto las complicidades
puestas en evidencia (los alcaldes Clos y Hereu ― entre otros cargos del Ayuntamiento ―, mandos de la
Guardia Urbana, los principales medios de comunicación de Cataluña). Basta
indicar que desde un punto de vista lógico, razonado y sensato, sólo cabía la
absolución, pues no había una sola prueba en contra de los detenidos, salvo el
testimonio de los dos agentes de la Guardia Urbana. Que fue el que al final
contó. Les condenaron.
Pero resultó una sentencia muy extraña. Les declaró
culpables pero les aplicó unas penas llamativamente bajas, lo que causa asombro.
Si eran culpables, tendrían que haber cumplido veinte años de prisión y si eran
inocentes, tendrían que haber salido absueltos con todos los pronunciamientos
favorables. Pero no. Ahí quedó ese híbrido, de forma que Rodrigo, Álex y Juan
no tuvieron que volver a la cárcel, pues el tiempo cumplido en prisión
preventiva ya cubría la pena.
Recurrieron al Tribunal Supremo. Cuando uno se sabe
inocente, no quiere conformarse con algo así.
Más les hubiera valido conformarse. El Supremo
aumentó las penas. Rodrigo, Álex y Juan volvieron a prisión, Patricia tuvo que
ingresar y Alfredo recibió el indulto.
Patricia no pudo soportarlo. Su alma de poeta se
rebeló y durante un permiso saltó por la ventana de un séptimo. Añadió la de
suicida a su lista de rarezas[3]
Mientras, los dos urbanos seguían en lo suyo, pero
cometieron un error. Una noche, fuera de servicio, estaban en una discoteca y
con la seguridad del que sabe que la ciudad es suya, abordaron a una chica de
la forma más grosera posible. Un amigo de ella les recriminó su actitud y, por
si eso no fuera bastante, además era negro[4].
Le detuvieron allí mismo, le llevaron a comisaría y le propinaron una paliza
antológica y, como excusa y de propina, le acusaron de traficar con droga
dentro de la discoteca.
Ese fue su error, porque Yuri pertenece a una
familia bien situada de Trinidad ― Tobago y no le hacía ninguna falta andar
trapicheando. Por si fuera poco, su padre había tenido responsabilidades
diplomáticas: cónsul de Noruega. Demasiado como para salir bien librados. Al
final fueron condenados a algo más de dos años de prisión y se les ha denegado
el indulto.
¿Final feliz? Patricia está muerta, Álex, Juan,
Alfredo y Yuri aún no han superado el trauma. Sólo Rodrigo parece haber salido
de la experiencia más fuerte de lo que entró. Habría que ser muy optimista para
encontrar felicidad aquí...
Pero es que no me refería a ellos, sino a los dos
agentes de la Guardia Urbana. Cierto que tendrán que pasar por el engorroso
trámite de una temporadita en prisión, pero les han concedido la jubilación a
sus 34 y 38 años. Hasta el día de su muerte recibirán una pensión de entre
1.600 y 1.800 euros mensuales[5].
¿Es o no un final feliz?
[1] Es
imposible resumir aquí lo que la película tarda dos horas en explicar. La
página www.desmontaje4f.org ofrece muchísima información. Además quiero
destacar dos artículos, uno de Gregorio Morán (cuyo testimonio se recoge en Ciutat
morta): “Muertes de perro. La poeta (y 2)”, La Vanguardia, 22/10/11,
p. 30 y otro de Albano Dante Fachin Pozzi: “¿Cómo puede ser que yo no conociera
esta historia que pasó una noche de 2006 en Barcelona?” en cafeambllet.com.
[2] Aquí
sólo uno de tantos hechos asquerosos que rodean esta historia: TV3 modificó su
noticia de archivo. La primera sólo hablaba del tiesto y tuvieron que fabricar
una nueva en la que cupiera también la piedra de la calle. Creo recordar que en
la película no se menciona, pero lo han contado los directores en entrevistas.
Conservan la captura en vídeo de la noticia original.
[3] No sé
si la Iglesia hubiera puesto pegas para enterrar en sagrado a semejante
pecadora. Sus amigas le libraron del dilema, aventando sus cenizas en el
Mediterráneo griego.
[4] Para
hacerse una idea de sus latitudes mentales, uno de ellos, que se hartó de llamar
“sudacas de mierda” a Rodrigo, Álex y Juan, es negro. Por supuesto, la
diferencia es clara: él está en el bando correcto.
[5] Esperanza
Escribano: “El caso más grave de torturas en Barcelona, silenciado por los
medios”. Público. 28/12/14 (Pese a la fecha, no se trata de una
inocentada).
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