lunes, 5 de enero de 2015

FINAL FELIZ

El otro día fui al cine a ver un documental escalofriante, Ciutat morta. Trata sobre el montaje del 4F y el subtítulo ya lo dice todo: Uno de los peores casos de corrupción policial de los últimos años en Barcelona[1].

La madrugada del 4 de febrero del 2006 se celebraba una fiesta en un edificio abandonado del barrio de La Ribera. Aún quedaban decenas, quizá centenares de personas dentro, cuando llegó la Guardia Urbana, hacia las 6. Desde arriba les arrojaron objetos y uno de ellos, un tiesto grande y pesado, alcanzó a un urbano que no llevaba casco y le fracturó la base del cráneo. El agente, casado y con cuatro hijos, sigue en coma a día de hoy.
Detuvieron a nueve personas: cinco españoles, dos chilenos, un argentino y una alemana, que ya estaban en la calle cuando cayó el tiesto. Un pequeño detalle que en cualquier mente lógica les libraría de responsabilidad pero, como iremos descubriendo, la lógica no es cosa que haya sobrado en esta pesadilla.
Los agentes dos de ellos en especial se cebaron con los tres sudacas: Rodrigo, Álex y Juan. Baste decir que a uno de ellos le rompieron la mano. Tanto les dieron que tuvieron que llevarles al Hospital del Mar a que les curasen, antes de poder seguir la fiesta en comisaría.
Esa misma noche, dos “bichos raros”, Patricia Heras y su amigo Alfredo, salieron a disfrutar de la comida, la bebida y la conversación entre amigos. Gente decididamente rara, de la que prefiere amar a los de su mismo sexo. Por si fuera poco, Patricia unía a esa anormalidad la de ser poeta y la de llevar un corte de pelo ajedrezado, a cuadritos blancos y negros. De vuelta a casa, los dos en una bici y suponemos que estimulados por los licores, tuvieron un pequeño accidente y una ambulancia les llevó al Hospital del Mar. Una vez allí, mientras Patricia esperaba a que cosieran a su amigo, apareció la comitiva de los tres guiñapos sangrientos y sus ángeles custodios. Mientras los médicos trabajaban duro para recomponerlos, uno de los urbanos decidió que alguien con semejante peinado y pinta de tortillera no podía ser inocente y la acusó de haber participado en los disturbios. Patricia estaba en el furgón antes de darse cuenta, rodeada de gente a la que no había visto en su vida.
De los urbanos pasaron a los Mossos y de allí a la juez, que decretó libertad con cargos para todos menos para los sudacas, en los que apreció “riesgo de fuga por falta de arraigo”. Dos detalles: recuerdo aquí que una de las detenidas era alemana y añadiré que mientras Rodrigo estaba detenido, su madre le buscaba por todas las comisarías de la ciudad.
Por supuesto, se comieron los dos años de prisión preventiva, como marca la ley. Llegó el juicio y basta decir que la defensa hizo un trabajo magnífico. Derribó los argumentos de la fiscalía uno tras otro aunque, desde luego, la versión oficial había cambiado. Ahora no era un tiesto lanzado desde la azotea sino una piedra lanzada desde la calle. Lo que es médicamente imposible, porque para fracturarle la base del cráneo de una pedrada tendría que haberle destrozado la cara, lo que no sucedió[2].
Por no alargar en exceso, me salto las complicidades puestas en evidencia (los alcaldes Clos y Hereu entre otros cargos del Ayuntamiento , mandos de la Guardia Urbana, los principales medios de comunicación de Cataluña). Basta indicar que desde un punto de vista lógico, razonado y sensato, sólo cabía la absolución, pues no había una sola prueba en contra de los detenidos, salvo el testimonio de los dos agentes de la Guardia Urbana. Que fue el que al final contó. Les condenaron.
Pero resultó una sentencia muy extraña. Les declaró culpables pero les aplicó unas penas llamativamente bajas, lo que causa asombro. Si eran culpables, tendrían que haber cumplido veinte años de prisión y si eran inocentes, tendrían que haber salido absueltos con todos los pronunciamientos favorables. Pero no. Ahí quedó ese híbrido, de forma que Rodrigo, Álex y Juan no tuvieron que volver a la cárcel, pues el tiempo cumplido en prisión preventiva ya cubría la pena.
Recurrieron al Tribunal Supremo. Cuando uno se sabe inocente, no quiere conformarse con algo así.
Más les hubiera valido conformarse. El Supremo aumentó las penas. Rodrigo, Álex y Juan volvieron a prisión, Patricia tuvo que ingresar y Alfredo recibió el indulto.
Patricia no pudo soportarlo. Su alma de poeta se rebeló y durante un permiso saltó por la ventana de un séptimo. Añadió la de suicida a su lista de rarezas[3]
Mientras, los dos urbanos seguían en lo suyo, pero cometieron un error. Una noche, fuera de servicio, estaban en una discoteca y con la seguridad del que sabe que la ciudad es suya, abordaron a una chica de la forma más grosera posible. Un amigo de ella les recriminó su actitud y, por si eso no fuera bastante, además era negro[4]. Le detuvieron allí mismo, le llevaron a comisaría y le propinaron una paliza antológica y, como excusa y de propina, le acusaron de traficar con droga dentro de la discoteca.
Ese fue su error, porque Yuri pertenece a una familia bien situada de Trinidad Tobago y no le hacía ninguna falta andar trapicheando. Por si fuera poco, su padre había tenido responsabilidades diplomáticas: cónsul de Noruega. Demasiado como para salir bien librados. Al final fueron condenados a algo más de dos años de prisión y se les ha denegado el indulto.

¿Final feliz? Patricia está muerta, Álex, Juan, Alfredo y Yuri aún no han superado el trauma. Sólo Rodrigo parece haber salido de la experiencia más fuerte de lo que entró. Habría que ser muy optimista para encontrar felicidad aquí...
Pero es que no me refería a ellos, sino a los dos agentes de la Guardia Urbana. Cierto que tendrán que pasar por el engorroso trámite de una temporadita en prisión, pero les han concedido la jubilación a sus 34 y 38 años. Hasta el día de su muerte recibirán una pensión de entre 1.600 y 1.800 euros mensuales[5]. ¿Es o no un final feliz?





[1] Es imposible resumir aquí lo que la película tarda dos horas en explicar. La página www.desmontaje4f.org ofrece muchísima información. Además quiero destacar dos artículos, uno de Gregorio Morán (cuyo testimonio se recoge en Ciutat morta): “Muertes de perro. La poeta (y 2)”, La Vanguardia, 22/10/11, p. 30 y otro de Albano Dante Fachin Pozzi: “¿Cómo puede ser que yo no conociera esta historia que pasó una noche de 2006 en Barcelona?” en cafeambllet.com.
[2] Aquí sólo uno de tantos hechos asquerosos que rodean esta historia: TV3 modificó su noticia de archivo. La primera sólo hablaba del tiesto y tuvieron que fabricar una nueva en la que cupiera también la piedra de la calle. Creo recordar que en la película no se menciona, pero lo han contado los directores en entrevistas. Conservan la captura en vídeo de la noticia original.
[3] No sé si la Iglesia hubiera puesto pegas para enterrar en sagrado a semejante pecadora. Sus amigas le libraron del dilema, aventando sus cenizas en el Mediterráneo griego.
[4] Para hacerse una idea de sus latitudes mentales, uno de ellos, que se hartó de llamar “sudacas de mierda” a Rodrigo, Álex y Juan, es negro. Por supuesto, la diferencia es clara: él está en el bando correcto.
[5] Esperanza Escribano: “El caso más grave de torturas en Barcelona, silenciado por los medios”. Público. 28/12/14 (Pese a la fecha, no se trata de una inocentada).

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