Descubrí su fotografía hace un par de semanas y me
fascinó, como a tantos otros.
Basta introducir su nombre en el famoso buscador
para acceder a docenas de páginas que se ocupan de ella. Tiene entrada propia
en la Wikipedia inglesa, polaca y española, lo que no es poco logro para
alguien que carece de biografía, más allá de sus lugares y fechas de nacimiento
y muerte y el nombre de su madre.
Por supuesto que es muy lógico que no tenga una
biografía. A los catorce años uno ha dejado de pertenecer a sus padres pero
tampoco se pertenece por completo a sí mismo, no es aún dueño de su vida.
Parece obvio que es esa extraña foto la que ha rescatado su nombre del olvido.
Se exhibe en “La vida de los presos” una exposición permanente del
Bloque 6 del Museo Estatal de Auschwitz – Birkenau.
Czeslawa Kwoka nació el 15 de agosto de 1928 ― día de gran
fiesta para los católicos ― en la aldea polaca de Wólka Złojecka y llegó a
Auschwitz junto con su madre, Katarzyna ― una campesina viuda ― el 13 de diciembre de 1942, procedentes de Zamość. Katarzyna,
la prisionera 26946, murió el 18 de
febrero de 1943 y Czeslawa (nº 26947) el 12 de marzo. Eso es todo lo que se
sabe de ella.
Por supuesto, se trata de la foto. Es esa imagen la que consigue que
la recordemos con su nombre y apellido, la que pese al intento de sus asesinos
de convertirla en res de matadero numerada y certificada, para nosotros sea una
igual, alguien cuyo dolor nos duele también. Y aquí entra la historia de la
propia fotografía, y para atenderla hay que ocuparse de Wilhelm Brasse, el
fotógrafo que la tomó, aunque sea brevemente.
Brasse era medio polaco y medio austriaco. No
hubiera tenido problemas para ser considerado alemán en esas extrañas
divisiones raciales que hacían los nazis pero, en un ejemplo de valor personal,
rehusó jurar fidelidad a Hitler y cumplió tres meses de cárcel. A su salida de
prisión intentó contactar con el ejército polaco en el exilio, pero le
capturaron y deportaron a Auschwitz (con el número 3444). Sus conocimientos de
fotografía le salvaron. Los responsables del campo le ordenaron tomar imágenes
del trabajo de los prisioneros, de los experimentos médicos y, en especial, hacer
fichas de los presos, algunas de las cuales consiguió rescatar[1]
y son las que, por ejemplo, forman el mural del que Czeslawa es parte. Según su
cálculo, hizo entre cuarenta y cincuenta mil fichas.
Y aquí viene el dato más sorprendente: la
recuerda. Entre las decenas de miles de personas y personitas que
fotografió, recuerda a Czeslawa Kwoka. Y, lo que es más impresionante, la
recuerda en una entrevista con ochenta y siete años cumplidos:
“Era tan joven y estaba tan aterrorizada. La chica
no entendía por qué estaba allí ni podía entender lo que le estaban diciendo,
así que aquella kapo[2]
cogió un palo y le golpeó en la cara. Aquella alemana descargaba su ira sobre
la chica. Una cría tan hermosa, tan inocente... Lloró, pero no podía hacer
nada”.
Él tampoco. Hubiera sido su sentencia de muerte.
Czeslawa secó sus lágrimas y la sangre bajo su
labio, que es perfectamente visible en la fotografía, y posó.
Hay tanto en su imagen que nos recuerda la parte más repugnante del siglo XX... La
número 26947 lleva una bufanda en la cabeza porque le habían rapado el pelo a
trasquilones para rellenar con él el abrigo de algún soldado alemán destinado
en el Frente del Este. La lógica industrial aplicada al asesinato a gran
escala. Como en los mataderos, hay partes que se aprovechan del prisionero
cuando está vivo y otras cuando ya ha muerto. A Czeslawa la raparon a su
llegada porque si hubiera sobrevivido un año más la podrían haber rapado otra
vez. Sin embargo los dientes de oro se extraían a los cadáveres, porque ni
crecen ni menguan con el tiempo. Entre las páginas que hablan de Czeslawa una
menciona que en uno de los campos que visitó ― no era Auschwitz ― le sorprendió que las duchas eran muy bajas de techo.
El autor mismo da la respuesta: para ahorrar gas. La muerte programada con los
criterios de la cadena de Henry Ford (y esto lo digo yo)
Si a nosotros, que sabemos de la enorme capacidad de
la mente humana cuando se aplica al mal, nos horroriza saber estas cosas, creo
que resulta imposible ponerse en la piel de alguien que apenas había alcanzado
la pubertad y vivía en un horizonte campesino. Es imposible medir la reacción
de Czeslawa secuestrada de su pueblo y sumergida en esa fábrica de muerte
programada.
Si se había sentido desgraciada por ser huérfana y
pobre, pronto descubriría que su vida hasta entonces había sido un paraíso,
comparada con lo que le esperaba.
Y en ese punto la foto nos descoloca aún más. Una
niña ya asustada y que se acaba de llevar un palazo en los morros. Y si en las
dos primeras fotos deja traslucir lo que es ― la niña asustada, lo que seguramente para ella
sería el trauma de estar rapada como una piojosa ―, en la tercera foto encontramos a la princesa de
los cuentos[3].
La clave es esa elegancia natural, esa pose de
ensoñación que replica las imágenes magníficas de las estrellas de Hollywood de
su tiempo a las que, si conoció, sería por alguna revista olvidada por algún
viajero de paso o, quizás, ni siquiera eso... Es esa capacidad de abstraerse de
la asquerosa realidad que le rodeaba, la máquina de matar, la lógica del
capitalismo aplicada al asesinato, la economía de medios, lo que hoy llaman los
ideólogos la eficiencia, la excelencia.
Estamos hablando de una niña apaleada a traición sin
saber por qué y es capaz de responder como si se encontrase a años luz del
horizonte de basura que la envuelve. Supongo que es eso, la dignidad de los
humanos heridos que pese a todo no se apean de su humanidad, que gritan su
condición, tanto el fotógrafo como la fotografiada. No cabe mayor desprecio a
sus verdugos. Da igual lo que ella pensara en ese momento. Da igual que mirase
hacia arriba para no verse la sangre. ¿Qué importa lo que nosotros pensemos que
ella pensaba en ese momento?
Lo que importa es la lección que ella está dando a
sus verdugos. Creéis que vais a matar a alguien que es mucho menos que
vosotros, pero os está demostrando, con una sencilla pose, que es mucho más.
No se conocen las causas de su muerte, pero no hay
muchas opciones. O murió de enfermedad o fue asesinada con una inyección de
fenol en el pecho, que era la muerte que los nazis reservaban a los niños
polacos. Su delito fue haber nacido en una aldea rodeada de tierras fértiles. Está
escrito por ahí que cuando los niños más mayores iban a recibir la inyección
letal avisaban a gritos a los más pequeños...
[2] Kapos
eran los presos que colaboraban con la autoridad del campo a cambio de
privilegios que podían consistir en un poco más de comida y de espacio o,
simplemente, de conservar la vida. Es fácil enjuiciarlos desde un sillón cómodo
en una casa calentita en un entorno pacífico. Wilhelm Brasse, que tantas
muestras de valentía dio ― rehuyendo jurar, intentando sumarse a la resistencia , salvando
imágenes para la posteridad ― se sentía tan abrumado que, una vez libre, no fue capaz de
fotografiar nada durante el resto de su vida. Entre los kapos hubo desde quien
se suicidó por no poder convivir con su pasado hasta el que murió viejo con su
imagen íntegra de padre responsable, abuelo feliz y devoto de Dios.
[3] Que
luego nosotros, desde que las imágenes han empezado a viajar a velocidad
cibernética, hemos comprobado que la mayoría de las princesas de verdad
necesitan, como mínimo, una buena dosis de laxante, aunque su nombre indique lo
contrario.
Alma cándida, rostro virginal, lagrimas corren por mis mejillas ante la impotencia del saber no poder ayudarte. Kwoka perdóname, perdónanos, descansa en paz!!
ResponderEliminarEnhorabuena al autor, es el mejor post que he leído de Czeslawa.
ResponderEliminarPor cierto, este lunes 12 de Marzo fue el 75 aniversario de su muerte. Descanse en Paz por Siempre.
Gracias al fotógrafo Wilhelm Brasse, que pudo traernosla a esta época y se trajo con esta foto la misma capacidad de provocarnos esta admiración y cúmulo de semtimientos que le causo a él mismo cuando se la hizo.
ResponderEliminarMe uniré a cualquier iniciativa que evite que se pierda su recuerdo.
Inmejorable representante de los 6 millones de almas tan desconocidas como ella misma, si no hubiese sido por la foto y la memoria de su fotógrafo.
Descansen ambos en Paz
Es la imagen del horror, la pena y el desconcierto, ahora está en el cielo
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