A un mes de la matanza en
la redacción de Charlie Hebdo se puede decir que los asesinos han conseguido su
objetivo: la revista suspende su publicación indefinidamente, han triunfado.
Entre estos dos hechos,
mucha confusión.
Mientras los franceses se
manifestaban con cartelitos que decían “Soy judío”, el primer ministro israelí
aprovechaba su visita para llevarse los cadáveres de los cuatro muertos judíos
y enterrarlos en Jerusalén. Sonaba como si de los ataúdes colgase un cartel que
dijera “Pero yo no soy francés”. Por su parte, los autodenominados líderes
mundiales aprovechaban un ataque a la libertad de expresión para proponer
como solución variados ataques a las libertades[1]
y Francisco, el papa enrollao, avisaba de que si le mentaban la madre,
respondería a guantazos aunque el ofensor fuera un amigo. Extraño representante
del que enseñó aquello de poner la otra mejilla, más se parece al cura Don
Camilo de Giovanni Guareschi. Claro que, en el fondo, se trata de defender el
negocio. Uno empieza atacando una religión y acaba por atacarlas todas...
La prensa de ultraderecha[2]
reaccionó como un solo hombre: un ataque contra la Civilización Occidental, la
única que existe. Es un argumento tramposo, porque su definición de Civilización
Occidental consiste en “filosofía griega, derecho romano y humanismo
cristiano”[3].
Mezcla extraña. Poco que
objetar a la filosofía griega, basada en la duda, la creación de hipótesis y su
verificación sobre el terreno. Lo del derecho romano ya es más complicado. Si
por un lado se puede apreciar su esfuerzo de poner leyes por escrito para que
se apliquen igual en todo el territorio, hoy hay partes que chirrían mucho, no
hay que olvidar que se trataba de una sociedad esclavista e imperialista por
convicción. Un ejemplo: la palabra testigo viene de testículo, pues
juraban, literalmente, por sus cojones. Eso excluía a las mujeres salvo casos
muy excepcionales como el suicidio colectivo de Masada, donde los únicos
testigos vivos eran dos ancianas.
Lo del humanismo cristiano
parece un chiste como el que hacía Unamuno a costa del nombre del diario “El
Pensamiento Navarro”, que decía que ambas cosas juntas eran incompatibles.
Como todas las religiones monoteístas, el Cristianismo está peleado con el
Humanismo. Dado que el alma nos la ha insuflado Dios y nuestro cuerpo es un
templo del Espíritu Santo ― por eso el suicidio es pecado mortal ―, como individuos no tenemos especiales derechos.
Sobran los ejemplos. El último cantante castrado, Alessandro Moreschi,
pertenecía a la capilla musical del Papa. (Hablamos del siglo XX, su voz se ha
conservado en grabaciones). Los colegios religiosos fueron los últimos en
abolir los castigos corporales y, a día de hoy, el Vaticano es uno de los pocos
estados excluidos de firmar la Declaración de Derechos Humanos porque, entre
otras de sus evangélicas leyes, la edad de consentimiento sexual allí son los
trece años.
La Civilización Occidental
que ellos reivindican se hizo apartando al Cristianismo, cuando no
combatiéndolo, con riesgo de las vidas de los que se atrevieron a ello, como Giordano
Bruno, por poner un solo ejemplo. Lo que la definió fue lo que hoy llamamos
laicismo. El papel del Cristianismo fue sólo de obstáculo, en tanto que, como credo
monoteísta, es profundamente totalitario. Pero en este pedazo del globo se le
supo confinar a su lugar, la esfera privada y, aunque a veces consiga romperla,
se puede decir que ― en general ―
se ha hecho un buen trabajo, aunque no hay que bajar la guardia.
La prensa de izquierdas[4],
con mensajes más variados, hacía hincapié en un punto: la necesidad de
autocensurarse para no provocar la islamofobia (que, a día de hoy, no se
ha producido). Sobre esta cuestión concreta de la autocensura no voy a
extenderme aquí, porque será objeto de una próxima entrada titulada Los
agelastas.
Sin que se puedan
adjudicar a una prensa en especial, también aparecían aquí y allá dos errores
históricos de grueso calibre. Uno de ellos era la famosa fórmula de que “el
Islam es una religión de paz” y el otro era que “la prueba de que no son
ataques religiosos es que la mayoría de los muertos son musulmanes”.
La bandera de Arabia Saudí[5],
uno de los países más musulmanes que existen y bastante responsable de nuestros
quebraderos de cabeza actuales, tiene fondo verde ―
el color del Islam ― y lleva escrita la frase “No hay más dios que Alá y
Mahoma es su profeta”, pero coronando el conjunto no hay una rama de olivo sino
una espada desenvainada. Según un autor[6],
“el deber de llevar a cabo una guerra santa (yihad) contra los no creyentes
aparece en el Corán no una ni dos veces, sino 160”. Sí, sé que los textos
sagrados están recopilados de tal manera que en la misma página caben una cosa
y la contraria, pero lo que está probado sin duda alguna es que la religión
musulmana sobrevivió, se afianzó y consiguió una expansión espectacular ― apenas comparable en la historia humana ― mediante la guerra[7].
Sin que quepa entender siempre esta expansión como un gran baño de sangre;
muchas veces los recién llegados se aliaban con las élites locales para
repartirse la riqueza, la influencia y el poder, como sucedió con la nobleza
hispanovisigoda.
Respecto al otro asunto,
los musulmanes, judíos y paganos varios destripados por los cristianos por
razones religiosas son un porcentaje ridículo de las víctimas de las guerras de
religión desatadas en nombre de Cristo. La mayor afición de los cristianos era
matarse entre ellos por sus diferencias sobre la Transubstanciación, la
Virginidad de María, el papel salvador de las Obras de Misericordia y
cuestiones similares. Las espadas cristianas se mancharon masivamente de sangre
cristiana, basta recordar el consejo de aquel obispo que para acabar con la
herejía cátara dijo “matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos”. Es
precisamente el hecho de que la mayoría de los muertos sean musulmanes lo que
ratifica el carácter religioso de los asesinatos.
Sin embargo, también
aparecieron frases más sabias: “La historia es más sencilla y no va de
cristianos contra musulmanes, ni de islam contra occidente, ni de ricos contra
pobres, sino de barbarie contra civilización. De lo que ha ido siempre. O
ayudamos todos al islam a superar el cáncer del fundamentalismo y a inaugurar
su propia ilustración, o estamos bien jodidos.” Curiosamente, o no, por las
mismas fechas El País nos advertía de que los ilustrados, Diderot y Voltaire en
especial, no pensaban como la gente del siglo XXI: despreciaban a la plebe por
ignorante. Lo que se cuidaba de decir era que la solución que proponían no era
exterminarla sino educarla[8].
Pues bien, me gustaría
rendir aquí un pequeño homenaje a la frágil y apenas naciente ilustración
formada por aquellos que, criados en la religión musulmana, han tenido la
amplitud mental suficiente para separase de ella y el valor para impugnarla
públicamente. Apenas necesitan comentario, pero no deja de ser importante el
énfasis que hacen entre cómo son las cosas y cómo se perciben aquí. Por
ejemplo:
¿Hasta qué punto podemos atribuirle al islam los
progresos técnicos o científicos de la “edad de oro del islam”? La mayoría de
los innovadores y científicos eran agnósticos o profesaban otras religiones.
Además, rara vez existía la libertad para expresar dudas relacionadas con
cuestiones filosóficas, salvo que el dirigente local fuera un mal musulmán, en
lugar de ser un observador. Del mismo modo, ¿sería correcto adjudicarle al
cristianismo el trabajo de Galileo Galilei, cuando el mismo cristianismo hizo
todo lo posible por ahogar su trabajo? Nadie lo hace en Occidente, aunque las
innovaciones en territorios del islam suelen atribuírsele al propio islam.[9]
Por mi parte, nada que objetar. Sólo lamentar cuánto
mejoraría la sociedad si leyéramos a Omar Jayyam desde la escuela...
Ayaan Hirsi Alí publicó un
artículo el 9 de enero, pero prefiero recuperar un texto anterior que une la
claridad y la concisión[10]:
Luego fueron derribadas las Torres Gemelas en nombre de Alá y de su profeta,
y me sentí obligada a tomar partido. La justificación de los ataques por Osama
bin Laden se ajustaba más al contenido del Corán y la Sunna que el coro de
autoridades musulmanas y occidentales bienintencionados que negaban cualquier
vínculo entre la carnicería y el islam.
Ayaan conoce muy bien la
realidad que critica. Era demasiado pequeña para oponerse a que le rebanaran el
clítoris pero, sin ser mucho mayor, tuvo la valentía de salir por pies cuando
quisieron casarla contra su voluntad. Conoce bien el paño. Por supuesto, sé que
los bienpensantes argumentan que la amputación del clítoris no tiene nada que
ver con la fe musulmana sino que se trata de una costumbre local, pero lo que
tengo muy claro es que ningún ateo ha entregado jamás voluntariamente a su hija
para que le extirpen una fuente de placer sexual. Y es una gran diferencia.
Ahmed Harqan es un valiente ateo egipcio
que en un debate televisivo se atrevió a preguntar en voz alta “¿qué hace el
Estado Islámico (ISIS) que no hiciera Mahoma?
La frase trajo mucha cola
y provocó otros debates. En uno de ellos, Salim Abdel Gelil ― del instituto gubernamental Al – Azhar y antiguo
miembro del ministerio que inspecciona las mezquitas ―
le recordó que “cuando alguien proclama en público su herejía, promueve su
depravación y justifica su apostasía sobre la base de que “el islam no es bueno”,
ahí están los tribunales. Los tribunales le atraparán”[11].
Pero esta gente se siente
muy sola. Miran hacia donde creen que deberían recibir apoyo y encuentran
indiferencia en el mejor de los casos, cuando no ataques. Deben pensar que
aquella energía que asombró al mundo hace trescientos años, ha debido
desaparecer. Desde luego, si retiramos el contenido “sobrenatural” del Corán ― por otro lado, perfectamente ridículo ―, sólo nos queda un tratado de ideología cruel y
reaccionaria y una suma de prejuicios e ignorancia. ¿Qué se puede esperar de la
recopilación doctrinal de una banda de cabreros analfabetos que creían que la
tierra era el centro del Universo y el sol giraba en su torno?
Entonces, ¿por qué no se
combate semejante acumulación de disparates? ¿No es cierto que la Humanidad
mejoraría si se consiguiera que cada vez menos gente creyera semejantes cosas?
Celosía del convento de
las Agustinas (sXVI).
[1] El uso
del plural no es en absoluto inocente. Por ejemplo, permite la paradoja de que
un preso goce de unas cuantas libertades.
[2] Siempre
me ha parecido muy extraña esa sobrerrepresentación de la ultraderecha en los
medios. Uno lee a opinantes muy frecuentados que llaman socialista a Berlusconi
y se pregunta cómo es posible esa desproporción entre sus muchos oyentes y los pocos
votantes de partidos que sostienen posiciones tan extremas...
[3] Aunque
aún no he encontrado el texto original, parece ser que esta cita que repiten
como loros procede de Houston Stewart Chamberlain, el gran teórico de la “raza
aria”. Estaba casado con una hija del músico Richard Wagner y la plana mayor
del partido nazi asistió a su funeral, con Hitler a la cabeza.
[4] Así
como me llama la atención la presencia de tanto columnista en el borde del lado
derecho, me sorprende la inexistencia en la parte izquierda. Hoy día no hay un
solo opinante que pida la abolición del estado, ni siquiera uno que apueste por
un estado socialista con todas las letras.
[6] Walter
Laqueur: “Lecciones de París”, La Vanguardia, 23/01/15. No me fío mucho
de él, pero la cifra debe ser cercana a la realidad porque es un dato demasiado
fácil de refutar. Confieso que el día de la masacre descargué un Corán pero fui
incapaz de pasar de las primeras páginas...
[7] El
proceso está muy bien resumido en Chris Wickham: “The Crystallization of Arab
Political Power, 630 – 750” en The Inheritance of Rome. A History of Europe
from 400 to 1000. Penguin, Londres, 2010, pp. 279 – 297. Hay traducción
española, pero mucho más cara.
[8] La cita es de David Torres: “A Alá lo que es de Alá”. Público,
09/01/15. No he conseguido encontrar el artículo de El País, el buscador del
diario parece corroído por la decadencia que aniquila, despacio pero sin pausa,
al imperio PRISA.
[10] El
artículo se publicó en El País y
se titulaba “Cómo responder al atentado de París”. La cita procede de “Cómo (y
por qué) me hice infiel”, publicada en Christopher Hitchens: Dios no existe.
Lecturas esenciales para el no creyente, Debolsillo, Barcelona, 2011, pp.
643 – 647, cita de la p. 645. En el mismo compendio se incluyen citas
sustanciales del imprescindible Ibn Warraq, Por qué no soy musulmán, que
se editó en castellano de manera semiclandestina y casi vergonzante.
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