François Rabelais amaba
las palabras. Le gustaba combinar las existentes para sorprender a sus lectores
y cuando sentía la falta de alguna, la inventaba. Sucede que los catedráticos
de la Sorbona le mortificaban a base de denuncias a las autoridades desde que
cometió la osadía de ridiculizar su pedantería en sus libros. En el prólogo al
libro cuarto de Gargantúa y Pantagruel encontró una palabra magnífica
para definirles: los agelastas. Los que nunca ríen, siendo la risa, como
él decía, cosa propia del hombre.
Últimamente me han sobrado
ocasiones para recordarla. Una ha sido la reivindicación del respeto a las
creencias ajenas. La otra, como ya comenté en la anterior entrada, es la
llamada a la contención para no provocar la “islamofobia”[1].
Por desgracia, los asesinatos de Copenhague las han devuelto a la actualidad.
La protección a las creencias podría entenderse si
fuera general, pero no lo es. No hay que ir muy lejos para encontrar
periodistas que parecen ocupar todas las horas del día en atacar las ideas de
Podemos[2].
Curiosamente, para que una creencia pueda situarse más allá de ataques, debe
contener seres y fenómenos que no puedan verse, oírse o tocarse. En ese caso,
hacer humor a su costa se convierte en blasfemia, que es delito en España a día
de hoy.
El segundo asunto, la
contención, está muy unido al concepto de corrección política. Hubo
quien criticó que Charlie hiciera humor sobre el Islam porque los árabes
están marginados en Francia. Por supuesto que la revista no se burlaba de los
habitantes de las barriadas periféricas de París, al contrario, pero eso tanto
da. Se recurre a un argumento “de tripas” para acallar una opinión, y esa forma
de proceder es muy peligrosa, pues cuando tiene el viento a favor consigue
zanjar discusiones intelectuales con consideraciones sentimentales.
Más peligrosa aún es la
figura del guardián, en especial si el guardián se profesionaliza, pues
necesita el conflicto para vivir[3].
Nadie instala centinelas si no espera enemigos. Entonces nacen los
Observatorios y demás organismos profesionales de vigilancia. Un ejemplo
especialmente cómico es el del promotor de Jóvenes contra la Intolerancia, que
una vez se vio lejos de la juventud cambió el nombre de la cosa a Movimiento
contra la Intolerancia, en lugar de hacerse a un lado y dejar paso a los
jóvenes, que hubiera sido lo lógico.
Lo primero que se puede
decir de ellos es que son paternalistas, pues se arrogan la representación de
un colectivo que no se la ha dado. Por supuesto, ellos exhiben ahí su condición
de expertos, ese yo sé mejor que tú lo que te conviene.
Otra consecuencia de esta visión, que en la jerga de
los ideólogos llamarían sectorial, es la división de los individuos por
su raza, su género o sus preferencias sexuales. Es inevitable que se acabe
adoptando un punto de vista parcial y, desde luego, erróneo. ¿Quién tiene más
en común: dos homosexuales, uno barrendero y el otro alto ejecutivo de una
multinacional, o dos miembros de un consejo de administración, independientemente
de con quién se acuesten? Más adelante ofreceré un ejemplo que creo que
responde la pregunta.
Y, por supuesto, al poseer
en exclusiva la visión correcta del asunto, acaban por atesorar un
enorme poder. Moral, que no físico, pero no por eso menos coercitivo. Y, como
dijo aquel, un exceso de virtud puede hacer triunfar a las fuerzas del mal[4].
Ha sucedido hace poco, con la ley contra la homofobia que aprobó el parlamento
catalán, que establece que cuando se acusa a alguien de un delito homófobo, es
el reo quien debe demostrar su inocencia y no al contrario. Esta decisión, que
vuelve del revés todo el sistema judicial, basado precisamente en la presunción
de inocencia, apenas ha recibido críticas. De nuevo, poca sorpresa.
En este punto me viene a la cabeza la imagen de los
agelastas que atormentaban a Rabelais, esos clérigos sombríos, carentes de
humor, que buscaban enemigos por cualquier lado y cuando no los encontraban,
los inventaban. Se instala la denuncia como práctica habitual, no sólo una
denuncia moral sino una real, ante los tribunales, que puede acabar con la
hacienda y la carrera de los que no disponemos de grandes medios. Ese miedo a
la denuncia del vigilante acaba por instalar en las mentes la autocensura, que
es mucho más destructiva que la censura real, que generalmente la ejerce gente
tan obtusa que no comprende las alusiones a poco sutiles que sean[5]...
Se trata de un miedo real
y pondré dos ejemplos recientes de la vieja Inglaterra ― donde van unos años por delante de nosotros en la
materia ―, uno cómico y el otro trágico.
El dos de octubre del año
pasado un titular del diario Público decía: Un Ayuntamiento borra un
mural de Banksy de 500.000 euros al considerarlo “racista” por error. Vayamos
por partes. Banksy es un muralista callejero aún no identificado ― al parecer de Bristol ―
que ejecuta trabajos de gran calidad con contenidos que van de la ternura a la
provocación. Trabaja sin anunciarse ni pedir permiso y los pocos lugares cultos
que reciben sus obras las consideran un regalo valioso, mientras la mayoría se deshacen de ellas, como
los palurdos de Clacton-on-Sea[6].
Según la Wikipedia inglesa, Clacton-on-Sea tiene 53.000 habitantes y vivió su
momento de gloria entre los 50 y los 70 por obra del turismo. Ahora se compone
mayoritariamente de sector terciario y jubilados.
Creo que la imagen es
bastante evidente. Por si hiciera falta algo de contexto, iba a haber unas
elecciones a las que se presentaba el UKIP, el partido que ha hecho bandera de
la lucha contra la inmigración en general y contra el resto de Europa en
particular. Para los que no saben inglés, traduciré los cartelitos: “Los
inmigrantes no son bienvenidos”, “Vuelve a África” y “Aléjate de nuestros
gusanos”.
En efecto, hay que ser muy
imbécil para ver ahí un mensaje racista, pero lo cierto es que, como informa el
periódico, “Un portavoz del Ayuntamiento dijo que se había eliminado el mural
tras recibirse una queja de que era “ofensivo” y “racista”, opinión que en
principio compartió la brigada municipal”. Una queja. En este caso ni siquiera
era una denuncia o su anuncio. Una simple queja, puede que anónima, bastó para
llevar adelante la destrucción. Desde luego, cuando supieron que la obra estaba
valorada en 400.000 £ cambiaron de opinión, aunque parece que no del
todo: “Por supuesto que agradeceríamos un original de Banksy adecuado en
cualquiera de nuestros paseos marítimos y nos encantaría si volviera en el
futuro”. La cursiva es mía: Adecuado. Pese a haber hecho un ridículo mundial,
se comportan como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando.
La casualidad quiso que al
día siguiente el mismo periódico escribiera ―
visiblemente escandalizado ― que Mónica Oriol, presidenta del Círculo de
Empresarios, “prefiere contratar a mujeres que no puedan quedarse embarazadas.
Y lo dice una mujer que es madre de ni más ni menos que seis hijos”.
Claro. Quizá sea que en
ese momento en la mente de Mónica Oriol pesaba más la cartera que la vagina. No
hablaba como mujer, sino como empresaria, que para ella era la mirada clave del
asunto. El feminismo de salón que pide “más mujeres en consejos de
administración” no es consciente del absurdo que implica su frase. Si fueran
conscientes de lo que significa la desigualdad sin adjetivos, pedirían menos
consejos de administración. Estructuras improductivas, antieconómicas y
esencialmente parasitarias que sirven para que unos cuantos figurones se
apropien de lo que producimos los demás. Eso sí sería una verdadera
reivindicación de la igualdad sin etiquetas, eliminar esos lastres...
El lado trágico lo aporta
Rotherham, una ciudad inglesa de 248.176 habitantes en 2001. Allí, una banda de
bestias violó sistemáticamente a unas 1.400 chicas durante varios años, alguna
de ellas de tan sólo doce años. Si los cálculos que he hecho sobre la pirámide
de edad del Reino Unido no están equivocados, la cantidad equivale al 10% de
las chicas de esa edad. Para los flojos en matemáticas pondré un ejemplo muy
sencillo: uno va a Rotherham, se sienta en un banco de la calle principal y se
dedica a contar chicas jóvenes que pasan por allí. Pues bien, de cada diez que
cuente, una fue violada repetidamente, día tras día, por degenerados que
abusaban de ella con crueldad, por turnos o en grupo.
Las mentes cándidas pueden
decir que si las niñas estaban muy asustadas y no denunciaban, la policía no
tendría por qué saber nada. Las mentes más encallecidas saben que en una ciudad
de un cuarto de millón de habitantes la policía sabe todo lo que pasa. Pero no
hace falta perderse en suposiciones, una de las víctimas lo denunció. La
historia es un tanto escatológica, pero creo que es una buena manera de
aproximarse a la realidad, que es mucho más escandalosa que las frías cifras.
La niña, no provenía de un
entorno miserable, sino que sus padres mantenían al menos una posición digna,
lo que en tiempos más felices llamábamos “clase media”[7].
Claro, es fácil hacer un relato neutro de los hechos, pero hay que meterse en
la piel de una niña de doce o trece años violada a diario. La cría no podía
aguantar la tensión y se cagaba encima. Como le daba vergüenza que su madre
viera que se había cagado, la chica escondía la ropa. Hasta que la mentira fue
insostenible, entonces se lo contó todo a sus padres. Sus padres se dieron
cuenta de que, aparte de su mierda, la ropa podría contener otros restos
biológicos que sirvieran para condenar a sus violadores, así que lo metieron
todo en un saco y fueron a la policía. Los agentes, todo sonrisas, escucharon
pacientemente, preguntaron, etiquetaron y registraron como prueba la bolsa de
ropa.
Días después, les
llamaron. Por desgracia, la bolsa de ropa que constituía la prueba se había
extraviado, pero tenían derecho a una compensación económica, 140 £.
Seguramente alguien me tildará de racista si ahora añado que la banda
de violadores invisibles a los ojos de la policía de Rotherham estaba formada
en su totalidad por pakistaníes...
[1] No me
gusta la palabra Islam ni las que la contienen, por ser demasiado vaga.
Se aplica por igual a la creencia y a los que la practican, una ambigüedad que
algunos explotan conscientemente de modo que, según conviene, islamófobo es
tanto quien critica el mensaje del Corán como quien se queja de la inmigración
norteafricana. Por cierto, parece ser que Islam significa sumisión. No sorprende
[2] De
todas las críticas hechas a Podemos la que más me gustó fue una de un tal
Graciano Palomo, que les acusaba de que cuando iban a la tele se comían toda la
comida y robaban las cervezas. Sólo les faltaba tocar el culo a las azafatas.
[3] Esa
profesionalización no suele nacer de especiales capacidades o conocimientos
sino de lucir medallas. Su argumento principal es la experiencia, haber llegado
antes que el resto, a falta de otros valores.
[4] No
recuerdo dónde lo leí. Puede que fuera algún autor con ideas opuestas a las
mías pero seguiría salvando esta frase aunque detestase el resto de su obra.
[5] El
Franquismo fue el último régimen que tuvo censores que ejercían como tales, con
salario y cargo reconocidos. Sobran las anécdotas sobre cómo se tragaron canciones,
películas o escritos que eran potencialmente mucho más peligrosos que muchas
minucias que prohibieron.
[6] Detalle
curioso: aunque ha cambiado recientemente, hasta hace poco uno escribía Clacton
–on-Sea en Google y la definición que daba el buscador del sitio era la de aldea.
[7] Esto es
muy importante. En el Reino Unido, que está totalmente desarticulado como
sociedad, los pobres son responsables de todo el mal que les pueda suceder,
mientras los ricos siempre encontrarán atenuantes para justificarse. Es
cuestión de tiempo que acabemos pensando igual si no ponemos remedio.
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