miércoles, 11 de marzo de 2015

LOS AGELASTAS. (A CUENTA DE CHARLIE HEBDO, II)

François Rabelais amaba las palabras. Le gustaba combinar las existentes para sorprender a sus lectores y cuando sentía la falta de alguna, la inventaba. Sucede que los catedráticos de la Sorbona le mortificaban a base de denuncias a las autoridades desde que cometió la osadía de ridiculizar su pedantería en sus libros. En el prólogo al libro cuarto de Gargantúa y Pantagruel encontró una palabra magnífica para definirles: los agelastas. Los que nunca ríen, siendo la risa, como él decía, cosa propia del hombre.
Últimamente me han sobrado ocasiones para recordarla. Una ha sido la reivindicación del respeto a las creencias ajenas. La otra, como ya comenté en la anterior entrada, es la llamada a la contención para no provocar la “islamofobia”[1]. Por desgracia, los asesinatos de Copenhague las han devuelto a la actualidad.
            La protección a las creencias podría entenderse si fuera general, pero no lo es. No hay que ir muy lejos para encontrar periodistas que parecen ocupar todas las horas del día en atacar las ideas de Podemos[2]. Curiosamente, para que una creencia pueda situarse más allá de ataques, debe contener seres y fenómenos que no puedan verse, oírse o tocarse. En ese caso, hacer humor a su costa se convierte en blasfemia, que es delito en España a día de hoy.
El segundo asunto, la contención, está muy unido al concepto de corrección política. Hubo quien criticó que Charlie hiciera humor sobre el Islam porque los árabes están marginados en Francia. Por supuesto que la revista no se burlaba de los habitantes de las barriadas periféricas de París, al contrario, pero eso tanto da. Se recurre a un argumento “de tripas” para acallar una opinión, y esa forma de proceder es muy peligrosa, pues cuando tiene el viento a favor consigue zanjar discusiones intelectuales con consideraciones sentimentales.
Más peligrosa aún es la figura del guardián, en especial si el guardián se profesionaliza, pues necesita el conflicto para vivir[3]. Nadie instala centinelas si no espera enemigos. Entonces nacen los Observatorios y demás organismos profesionales de vigilancia. Un ejemplo especialmente cómico es el del promotor de Jóvenes contra la Intolerancia, que una vez se vio lejos de la juventud cambió el nombre de la cosa a Movimiento contra la Intolerancia, en lugar de hacerse a un lado y dejar paso a los jóvenes, que hubiera sido lo lógico.
Lo primero que se puede decir de ellos es que son paternalistas, pues se arrogan la representación de un colectivo que no se la ha dado. Por supuesto, ellos exhiben ahí su condición de expertos, ese yo sé mejor que tú lo que te conviene.
      Otra consecuencia de esta visión, que en la jerga de los ideólogos llamarían sectorial, es la división de los individuos por su raza, su género o sus preferencias sexuales. Es inevitable que se acabe adoptando un punto de vista parcial y, desde luego, erróneo. ¿Quién tiene más en común: dos homosexuales, uno barrendero y el otro alto ejecutivo de una multinacional, o dos miembros de un consejo de administración, independientemente de con quién se acuesten? Más adelante ofreceré un ejemplo que creo que responde la pregunta.
Y, por supuesto, al poseer en exclusiva la visión correcta del asunto, acaban por atesorar un enorme poder. Moral, que no físico, pero no por eso menos coercitivo. Y, como dijo aquel, un exceso de virtud puede hacer triunfar a las fuerzas del mal[4]. Ha sucedido hace poco, con la ley contra la homofobia que aprobó el parlamento catalán, que establece que cuando se acusa a alguien de un delito homófobo, es el reo quien debe demostrar su inocencia y no al contrario. Esta decisión, que vuelve del revés todo el sistema judicial, basado precisamente en la presunción de inocencia, apenas ha recibido críticas. De nuevo, poca sorpresa.
      En este punto me viene a la cabeza la imagen de los agelastas que atormentaban a Rabelais, esos clérigos sombríos, carentes de humor, que buscaban enemigos por cualquier lado y cuando no los encontraban, los inventaban. Se instala la denuncia como práctica habitual, no sólo una denuncia moral sino una real, ante los tribunales, que puede acabar con la hacienda y la carrera de los que no disponemos de grandes medios. Ese miedo a la denuncia del vigilante acaba por instalar en las mentes la autocensura, que es mucho más destructiva que la censura real, que generalmente la ejerce gente tan obtusa que no comprende las alusiones a poco sutiles que sean[5]...
Se trata de un miedo real y pondré dos ejemplos recientes de la vieja Inglaterra donde van unos años por delante de nosotros en la materia , uno cómico y el otro trágico.
El dos de octubre del año pasado un titular del diario Público decía: Un Ayuntamiento borra un mural de Banksy de 500.000 euros al considerarlo “racista” por error. Vayamos por partes. Banksy es un muralista callejero aún no identificado al parecer de Bristol que ejecuta trabajos de gran calidad con contenidos que van de la ternura a la provocación. Trabaja sin anunciarse ni pedir permiso y los pocos lugares cultos que reciben sus obras las consideran un regalo valioso,  mientras la mayoría se deshacen de ellas, como los palurdos de Clacton-on-Sea[6]. Según la Wikipedia inglesa, Clacton-on-Sea tiene 53.000 habitantes y vivió su momento de gloria entre los 50 y los 70 por obra del turismo. Ahora se compone mayoritariamente de sector terciario y jubilados.


Creo que la imagen es bastante evidente. Por si hiciera falta algo de contexto, iba a haber unas elecciones a las que se presentaba el UKIP, el partido que ha hecho bandera de la lucha contra la inmigración en general y contra el resto de Europa en particular. Para los que no saben inglés, traduciré los cartelitos: “Los inmigrantes no son bienvenidos”, “Vuelve a África” y “Aléjate de nuestros gusanos”.
En efecto, hay que ser muy imbécil para ver ahí un mensaje racista, pero lo cierto es que, como informa el periódico, “Un portavoz del Ayuntamiento dijo que se había eliminado el mural tras recibirse una queja de que era “ofensivo” y “racista”, opinión que en principio compartió la brigada municipal”. Una queja. En este caso ni siquiera era una denuncia o su anuncio. Una simple queja, puede que anónima, bastó para llevar adelante la destrucción. Desde luego, cuando supieron que la obra estaba valorada en 400.000 £ cambiaron de opinión, aunque parece que no del todo: “Por supuesto que agradeceríamos un original de Banksy adecuado en cualquiera de nuestros paseos marítimos y nos encantaría si volviera en el futuro”. La cursiva es mía: Adecuado. Pese a haber hecho un ridículo mundial, se comportan como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando.
La casualidad quiso que al día siguiente el mismo periódico escribiera visiblemente escandalizado que Mónica Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios, “prefiere contratar a mujeres que no puedan quedarse embarazadas. Y lo dice una mujer que es madre de ni más ni menos que seis hijos”.
Claro. Quizá sea que en ese momento en la mente de Mónica Oriol pesaba más la cartera que la vagina. No hablaba como mujer, sino como empresaria, que para ella era la mirada clave del asunto. El feminismo de salón que pide “más mujeres en consejos de administración” no es consciente del absurdo que implica su frase. Si fueran conscientes de lo que significa la desigualdad sin adjetivos, pedirían menos consejos de administración. Estructuras improductivas, antieconómicas y esencialmente parasitarias que sirven para que unos cuantos figurones se apropien de lo que producimos los demás. Eso sí sería una verdadera reivindicación de la igualdad sin etiquetas, eliminar esos lastres...
El lado trágico lo aporta Rotherham, una ciudad inglesa de 248.176 habitantes en 2001. Allí, una banda de bestias violó sistemáticamente a unas 1.400 chicas durante varios años, alguna de ellas de tan sólo doce años. Si los cálculos que he hecho sobre la pirámide de edad del Reino Unido no están equivocados, la cantidad equivale al 10% de las chicas de esa edad. Para los flojos en matemáticas pondré un ejemplo muy sencillo: uno va a Rotherham, se sienta en un banco de la calle principal y se dedica a contar chicas jóvenes que pasan por allí. Pues bien, de cada diez que cuente, una fue violada repetidamente, día tras día, por degenerados que abusaban de ella con crueldad, por turnos o en grupo.
Las mentes cándidas pueden decir que si las niñas estaban muy asustadas y no denunciaban, la policía no tendría por qué saber nada. Las mentes más encallecidas saben que en una ciudad de un cuarto de millón de habitantes la policía sabe todo lo que pasa. Pero no hace falta perderse en suposiciones, una de las víctimas lo denunció. La historia es un tanto escatológica, pero creo que es una buena manera de aproximarse a la realidad, que es mucho más escandalosa que las frías cifras.
La niña, no provenía de un entorno miserable, sino que sus padres mantenían al menos una posición digna, lo que en tiempos más felices llamábamos “clase media”[7]. Claro, es fácil hacer un relato neutro de los hechos, pero hay que meterse en la piel de una niña de doce o trece años violada a diario. La cría no podía aguantar la tensión y se cagaba encima. Como le daba vergüenza que su madre viera que se había cagado, la chica escondía la ropa. Hasta que la mentira fue insostenible, entonces se lo contó todo a sus padres. Sus padres se dieron cuenta de que, aparte de su mierda, la ropa podría contener otros restos biológicos que sirvieran para condenar a sus violadores, así que lo metieron todo en un saco y fueron a la policía. Los agentes, todo sonrisas, escucharon pacientemente, preguntaron, etiquetaron y registraron como prueba la bolsa de ropa.
Días después, les llamaron. Por desgracia, la bolsa de ropa que constituía la prueba se había extraviado, pero tenían derecho a una compensación económica, 140 £.
Seguramente alguien me tildará de racista si ahora añado que la banda de violadores invisibles a los ojos de la policía de Rotherham estaba formada en su totalidad por pakistaníes...





[1] No me gusta la palabra Islam ni las que la contienen, por ser demasiado vaga. Se aplica por igual a la creencia y a los que la practican, una ambigüedad que algunos explotan conscientemente de modo que, según conviene, islamófobo es tanto quien critica el mensaje del Corán como quien se queja de la inmigración norteafricana. Por cierto, parece ser que Islam significa sumisión. No sorprende
[2] De todas las críticas hechas a Podemos la que más me gustó fue una de un tal Graciano Palomo, que les acusaba de que cuando iban a la tele se comían toda la comida y robaban las cervezas. Sólo les faltaba tocar el culo a las azafatas.
[3] Esa profesionalización no suele nacer de especiales capacidades o conocimientos sino de lucir medallas. Su argumento principal es la experiencia, haber llegado antes que el resto, a falta de otros valores.
[4] No recuerdo dónde lo leí. Puede que fuera algún autor con ideas opuestas a las mías pero seguiría salvando esta frase aunque detestase el resto de su obra.
[5] El Franquismo fue el último régimen que tuvo censores que ejercían como tales, con salario y cargo reconocidos. Sobran las anécdotas sobre cómo se tragaron canciones, películas o escritos que eran potencialmente mucho más peligrosos que muchas minucias que prohibieron.
[6] Detalle curioso: aunque ha cambiado recientemente, hasta hace poco uno escribía Clacton –on-Sea en Google y la definición que daba el buscador del sitio era la de aldea.
[7] Esto es muy importante. En el Reino Unido, que está totalmente desarticulado como sociedad, los pobres son responsables de todo el mal que les pueda suceder, mientras los ricos siempre encontrarán atenuantes para justificarse. Es cuestión de tiempo que acabemos pensando igual si no ponemos remedio.

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