martes, 22 de diciembre de 2015

RECUERDOS


El día 27 de noviembre La Vanguardia publicaba un largo artículo de tres páginas en el que examinaba de forma crítica los “procesos de participación ciudadana” que llevan a cabo Colau y los suyos desde el Ayuntamiento de Barcelona[1].
Es evidente que el diario del señor conde era más partidario de Trías, pero el texto no parece tan escorado como para que se deba dudar de lo que dice. Haré aquí un resumen apretado, fijándome en especial en las partes que han despertado ciertos recuerdos, como luego se verá. Comienza citando una frase que Ada Colau decía en campaña electoral: “Un ayuntamiento que camina preguntando y obedeciendo” (y ya se comprobará que hay mucho más de lo primero que de lo segundo). El resto lo citaré encabalgado, pero creo que se conserva el sentido.

El proyecto de presupuestos municipales para el 2016 prevé ampliar la partida de “participación y relación con la ciudadanía” de 9,1 a 14,1 millones de euros (...) Algunos partidos han insinuado, por decirlo suavemente, “amiguismo” en algunas contrataciones (...) La mayoría de la oposición pone en cuestión no la participación en sí misma, sino la manera de conducirla, encauzarla. “Dirigirla” hacia los propósitos del gobierno, dicen los más críticos. Los dardos apuntan principalmente a las contrataciones de empresas dinamizadoras y la “repetición” de procesos y consultas. (...) En todo caso, el equipo de Colau ha advertido que de las consultas y participaciones no prosperarán propuestas que vayan contra su programa de gobierno. (...) Los consejos de barrio son un espacio de participación donde mejor se manifiesta el nuevo estilo. Reuniones con vecinos que, en líneas generales, presentaban quejas y reivindicaciones se han transformado con la presencia de monitores o “dinamizadores” externos. En los consejos que han adoptado la nueva fórmula (...) forman dos o tres grupos de trabajo con vecinos sobre temáticas determinadas (...) que discuten y elaboran propuestas con la orientación, dirección o acompañamiento de los monitores. Por último, y refiriéndose a las críticas de los grupos de la oposición, La externalización de estos trabajos se ve como privatización de la gestión de los procesos participativos, siendo “estos trabajos”, diversos trabajos de dinamización, evaluación y elaboración de conclusiones en procesos participativos.

Bien. Hasta aquí lo que dio de sí noviembre de 2015, pero según avanzaba en la lectura, más me recordaba a una fecha mítica, una de las que se han ganado su lugar en la Historia con un guión en medio, el legendario 15 de mayo del 2011, el 15-M. Pues bien, yo estuve allí. No en el de Madrid, donde nació, sino en el de Barcelona, que es donde vivo. Tampoco fue el 15. Hay que recordar que ese día había convocada una manifestación bastante extraña cuyo mensaje principal era no votar a los partidos que habían apoyado una ley para restringir accesos a Internet, a la que se añadió una mezcla de gente que pedía desde no votar a votar a partidos minoritarios.
No fue el 15 y no tengo muy claro si fue el 16 o el 17, pero fue uno de los dos. Una buena amiga y yo decidimos acercarnos, porque aquello sonaba bien. Cosa impresionante: miles de personas sentadas en el centro de la plaza, en completo silencio, y una chica micrófono en mano, presta a comenzar[2].
En fin, comenzó la asamblea y una de las primeras sorpresas fue que se aplaudía sin aplaudir, moviendo las manos sin hacer ruido (en una plaza muy grande rodeada por edificios de oficinas en los que nadie duerme a esa hora) pero la asamblea se interrumpía cuando llegaba el pasacalles cacerolada, ruidoso como nada en el mundo. Cuando pregunté por lo que a mí me parecía un contrasentido claro, me respondieron que la gente se tenía que desahogar.
Callaron los caceroleros y la muchacha retomó su discurso, donde una de las propuestas más importantes era declarar que todo aquello no era obra de Democracia Real Ya, que se aprobó mayoritariamente. Y ella seguía leyendo... Entonces un grupo pequeño una docena , intentó intervenir, pero ella se lo impidió.
Resultó que no era una asamblea sino un plebiscito. Se trataba de refrendar o reprobar lo ya acordado por otros, pero sin capacidad para alterar el texto ya fijado.
Unos cuantos preguntamos dónde y cómo se acordaba el texto y nos dieron una hora y una ubicación para intervenir en la comisión política y participar en la elaboración de los textos. Así que al día siguiente aparecimos en el lugar y hora indicados. Allí nos dijeron que la cosa no funcionaba exactamente así, que había una gente que estaba las veinticuatro horas y que estos eran los que en realidad estaban al tanto de todos los giros argumentales y eran los que podían graduarlos. Les respondí que bien empezaban creando aristocracias, dando más valor a unas opiniones que a otras independientemente de los argumentos, pues ese es el concepto aristocrático, valorar la posición sobre cualquier otra consideración. Así que mi amiga y yo optamos por irnos a tomar un vino. Quizá fueran dos...
Se les empezaba a ver el plumero pero, aún así, acudimos a la siguiente asamblea. Una vedette del ambiente marginal propuso que había que redactar un manifiesto porque Quim Monzó había escrito que los de la plaza ni siquiera tenían un manifiesto[3]. No sé cuántos lo oyeron, pero le respondí que “eso te pasa por leer a Quim Monzó”. Tuve éxito, hubo risas.
La cuestión fue que la elaboración del manifiesto se sometió a votación y fue derrotada ampliamente. A la portavoz no le quedó otro remedio que admitir que la votación se había perdido y no habría manifiesto.
Al día siguiente, la misma que anunció solemnemente que no habría manifiesto convocaba a asistir a una esquina de la plaza a los que quisieran contribuir al manifiesto.
Claro, ahí nos descolgamos, ya era demasiado.
Luego fueron los mossos a traición un día y les forraron a palos, y se extrañaban de que la policía les pegase. Después me llegó al buzón una convocatoria para una asamblea de barrio del 15 – M, que se había descentralizado para conquistar los barrios.
Acudí a varias. Las anécdotas graciosas eran que la gente se esforzaba por hablar en catalán, aunque era evidente que no lo dominaban, y que había un muchacho que no hacía más que llamar a la violencia y di por supuesto que él era el mosso infiltrado.
En fin, era una buena tribuna para exponer tus ideas, aunque siempre hablasen los mismos. Pero sí debo decir que quien no hablaba era porque no quería, pues jamás se le retiró o negó la palabra a nadie.
Y así caminaba la asamblea. No llegamos a grandes acuerdos pero era un sitio donde se escuchaban cosas interesantes. Un buen lugar para pasar un par de horas a la semana.
Hasta que un día apareció un muchacho que se presentó como “dinamizador”. Al parecer, algo debía preocupar a la dirigencia del 15 – M. Quién sabe si era porque decidíamos poco o porque lo poco que decidíamos no les cuadraba...
La cuestión es que aquel comisario político estaba allí, examinándonos, tomando nota mental de si lo que se decía era adecuado o se salía de la línea. Cómo me recordaba la escena a los exámenes orales del horrible colegio en el que estudié, cuando el cura movía la mano del bolígrafo negro al rojo sin detenerse en ninguno hasta que acababas...
Aprobamos. De hecho comenzó haciéndonos la pelota, aunque después dejó claro en qué fallábamos y por qué. A la semana siguiente no volví. Me pareció una intromisión demasiado descarada. Pero un mes después, me picó la curiosidad y me acerqué a la plaza. No había nadie.
Ignoro cuándo se produjo la deserción masiva, pero sí tengo claro que el dinamizador  acabó siendo un dinamitador. Y nunca sabré si estaba triste o sonreía cuando lo supo...







[1] “Excesos de participación”, Vivir, pp.  1-3. Vivir  es un cuadernillo central con paginación independiente del resto del diario.
[2] Me sonaba haberla visto conduciendo una tediosa charla convocada por un grupúsculo independentista – marxista – leninista – feminista – animalista (antipatriarcal y antiespecista, por usar su jerga) pero no podría jurarlo.
[3] Escritor de ámbito local, poco conocido fuera pero mantenido por gente como el señor Conde de Godó, que le paga una columna diaria.

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