Hace poco el insustituible filósofo Fernando Savater
nos deleitaba con un artículo del que disfruté especialmente de un párrafo:
En primer término, los que forman el partido
mayoritario del país según las últimas elecciones, dos millones de votos por
delante del siguiente. Me refiero, claro está, a quienes no votan, sea porque
están en la inopia (“¡y yo qué sé!”) o porque creen pertenecer a la élite (“a
mi no me engañan, yo no entro en el juego”). En los comicios con mayor oferta
política de nuestra historia reciente no han encontrado motivo para salir de
casa (excluyo, por supuesto, a los miles que quisieron votar desde el
extranjero y no pudieron hacerlo por una infecta burocracia). La verdad es que
no merecen vivir en un país democrático, sino en un establo con televisión y
ADSL. Ahí seguirán, hasta que el voto obligatorio les recuerde que son
ciudadanos mal que les pese[1].
En fin, como miembro del partido mayoritario del
país, agradecerle que reconozca nuestra victoria. También afearle que no pueda
cumplir sus promesas, pues si bien he superado el régimen de estabulación y
ahora vivo en un piso, aún no dispongo de televisor ni de una buena conexión a
Internet, aunque espero solucionar pronto esta última carencia sin esperar a la
improbable generosidad de don Fernando.
No es la primera vez que lo escribo: ¡Qué mala es la
memoria! Yo, que guardaba como oro en paño unas seguidillas abstencionistas del
siglo XIX recopiladas por quien firma ese artículo... Porque Savater ha estado
en tantos lados que su trayectoria resulta difícil de reconstruir, pero aún
conservo algún recuerdo de ella.
Sí, claro, don Fernando coleccionaba seguidillas
abstencionistas porque durante una época era un peligroso anarquista de salón,
comecuras de boquilla, que reivindicaba la revolución frente a la política
mientras tronaba contra la universidad desde su empleo universitario... ¡Si
hasta intenté leer su Panfleto contra el Todo, un insufrible ejercicio
de pedantería del que me engañó su estimulante título!
Pero no aguantó mucho en esas latitudes, como tanto
anarquista de pose que hubo por aquellos años. Hay que entender que mi
descubrimiento de las veleidades ácratas de Fernández Savater[2]
coincidió en el tiempo con su etapa en ¡Basta ya!, una organización civil
que daba la cara valientemente frente a la amenaza cierta de ETA. Nada que
objetar.
¿O sí?
Ahora suena muy remoto, pero en esos mismos años
Federico Jiménez Losantos, César Vidal y alguna otra figura menor, tenían una
influencia nada despreciable en la opinión pública desde sus programas de radio
emitidos por la cadena de los obispos. Durante esa época me dediqué a recopilar
citas desviadas, mentiras fácilmente desmontables o simples absurdos proferidos
por estos personajes. De Federico Jiménez Losantos guardaba con cariño dos
especialmente llamativos, uno en el que llamaba “socialista” a Berlusconi y
otro, un artículo de 1981, en el que tachaba a Savater[3]
de “abertzale” y “proetarra”. Eran tan evidentemente ridículos... Pues bien, lo
de Berlusconi está aún por demostrar ― y se me antoja de demostración difícil ―, pero en lo
de don Fernando tenía razón, era abertzale y proetarra. En 1978, al tiempo que
escribía artículos en Egin, era profesor del campus de Zorroaga (San
Sebastián). En esa facultad se celebraban “asambleas de facultad presididas por
un tipo encapuchado que dejaba la pistola sobre la mesa” y el alumno más
brillante era José Luis Álvarez Santacristina, “Txelis”, uno de los máximos
dirigentes de ETA cuando fue detenido en 1992. El propio interesado ha
reconocido que aprobaba a los alumnos de ETA presos cuyos nombres le
facilitaban en una lista, sin mayor control de su trabajo académico. En 2004 lo
explicaba con su frivolidad habitual: “En mi ingenuidad creía ― y muchos como
yo ― que los de la
guerrilla eran los buenos y que la violencia de ETA era la inercia del pasado,
del franquismo, y que iba a desaparecer más pronto que tarde”[4].
Y no hace falta explicar más. Era ingenuo, como yo cuando pensaba que Jiménez Losantos
disparataba...
“En los comicios con mayor oferta política de
nuestra historia reciente”, dice. Y supongo que lo dice porque en las próximas
elecciones (¿de aquí a tres meses?) no estará la opción a la que ahora apoya
con su indudable clarividencia política, Unión Progreso y Democracia. Pero los
que éramos niños en los años setenta coleccionábamos pegatinas (al menos en el
País Vasco, donde yo vivía) y, sinceramente, no había color. ¿Quién se acuerda
hoy del Frente Democrático de Izquierdas, con sus manos entrelazadas?
(Agrupación de electores que enmascaraba al PTE, según descubrí años después).
Entonces sabíamos diferenciar entre la Liga Comunista y la Liga Comunista
Revolucionaria[5],
aunque nos perdiéramos entre las infinitas escisiones del falangismo: F.E. de
las JONS, Falange Española Independiente, Falange Española Auténtica, los
Círculos José Antonio, los diferentes grupos que se apellidaban sindicalista...
(y eso que en mi caso solo los recuerdo por su diferente cotización en el
mercado de intercambio, de acuerdo con su rareza). Pero claro, entonces don Fernando estaba en
otra cosa, tronando contra las urnas, ignoro si por inope o por elitista. Sí
sospecho que estuvo en un buen establo, pues ha conservado una potencia
intelectual tan formidable.
[1] “Ni
podemos ni debemos”, El País, 07/01/16. Confieso que suelo revisar la
edición digital de este periódico, más por rutina que porque lo merezca, pero
esta maravilla se me pasó. Llegué a ella a través de Caffe Reggio, una
página muy interesante que reproduce artículos de opinión de varios periódicos
y que parece tener problemas últimamente. Fernando Savater ha perdido a su
esposa recientemente y se planteaba renunciar a leer o escribir, según se
publicó. Celebro sinceramente que haya superado su melancolía.
[2] Supongo
que se despojó de un apellido tan corriente por creer pertenecer a la élite,
no por estar en la inopia.
[3] Respetaré
su elección de abandonar el molesto Fernández que tan cacofónico suena junto a
su nombre de pila.
[4] Los
datos de este párrafo proceden de Gregorio Morán: El cura y los mandarines.
Historia no oficial del Bosque de los Letrados. Cultura y política en España
1962-1996. Akal, Madrid, 2014, pp. 508-9. Lo del aprobado general a los
presos es recuerdo personal de una entrevista que le hicieron.
[5] En una
de ellas andaba envuelto José María Mendiluce, que luego compartió con Savater
el hecho de haber recibido un premio
Planeta, aunque creo que el de Savater fue de consolación, pero a nadie le
amarga un dulce.
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