HACE CASI SIETE AÑOS
Me ha parecido curioso recuperar un artículo que se publicó en la
desaparecida revista gratuita de mi barrio hace ya casi siete años. Se titulaba
Arde Berga y dice así[1]:
“Decía Marx, y es de suponer que con algún fundamento, que los obreros
no tienen patria. Los anarquistas la rechazaron también, tanto como a Dios y al
amo. Ironías de la vida, más de un siglo después, las grandes corporaciones del
capitalismo nos han confirmado que éste tampoco reconoce ninguna, ni siquiera a
sus estados, si no es como meros garantes de la pax capitalista. Pese a
tanta unanimidad, la implantación del nacionalismo entre ciertos movimientos
sociales es un hecho; ahora bien, no es menos cierto que las contradicciones que
tal maridaje plantea, sobre todo cuando esos movimientos aspiran a tener
representación institucional, suelen llevar a un desenlace poco afortunado. Numerosos
ejemplos, como el de Euskadi, dejan a las claras con cuanta frecuencia el
elemento nacional acaba primando sobre el social en las luchas que estos grupos
protagonizan; por lo demás, parece claro que es difícil postular un
nacionalismo sin patria y una patria sin fronteras, esas viejas y feas
cicatrices que la guerra deja culebreando en los mapas políticos, así como nos
cuesta imaginar una patria sin estado y, menos aún, un estado sin ejército,
aunque éste se pretenda popular. Más difícil aún es despojar a semejante elenco
de los componentes insolidarios y represores.
Un poco de todo esto ha venido ejemplificándose durante los últimos meses
en la zona del Berguedá. En este caso, el origen del conflicto está en un
artículo publicado por el Pèsol Negre, periódico libertario del Alt
Llobregat i Cardener, en el que se criticó a las Candidatures d’Unitat Popular
(CUP), con representación en el Ajuntament, por su apoyo a la Ordenança Cívica
municipal.
Además de algunas agresiones previas (por ejemplo, alguien le rajó las
ruedas del coche a un redactor del Pèsol), la escalada de violencia
comenzó la madrugada del 24 de diciembre, cuando un miembro de las CUP,
incluido en su lista electoral, y otro del Casal independentista, encapuchados,
reventaron la puerta de Cal Okupi de Berga y apedrearon la ventana del cuarto donde
dormía el único ocupante de la casa en ese momento; volvieron poco después, ya
sin capucha, para amenazar al desvelado okupa y a los miembros de los
colectivos libertarios en los que milita. Pese a las peticiones dirigidas a las
CUP para que se posicionaran sobre la actitud de su militante, la organización
responde con un clamoroso silencio. Sea como sea, lejos de amainar, el
conflicto vive otra vuelta de tuerca: la madrugada de fin de año alguien
intenta quemar el Ateneu Anarquista Columna Terra i Llibertat de Berga con
pastillas de parafina y líquido inflamable, resultando afectada sólo la entrada
del local.
Queda postergado sine die el debate sobre si es posible un
nacionalismo de izquierdas, incluso ácrata; probablemente, quienes pensamos que
es incongruente tal combinación lo tenemos tan claro como aquellos que
defienden la viabilidad de ese proyecto político o, mejor dicho, de esos
proyectos, no siempre compatibles entre ellos mismos. La única respuesta a ese
debate irresoluble es, pues, la convivencia: ya hemos restado suficiente entre
tod@s. Ahora bien, el conflicto de Berga (del que, por cierto, esperamos no
tener más noticia) saca de nuevo a la luz esa incomodidad que, inevitablemente,
la izquierda que aspira a una nación y al poder político siente frente a otra
izquierda: la que cree sólo en los pueblos, en su derecho a la autodeterminación
social y en su capacidad para crear sus propias herramientas de participación y
lucha.”
En el 2009 la CUP apenas era conocida en Cataluña, no digamos fuera.
Su implantación se reducía a unos pocos núcleos rurales de los que Berga, con
sus quince mil habitantes, es un buen ejemplo. Entonces era la época de las
ordenanzas cívicas. Las de Barcelona fueron muy contestadas porque mientras el
ayuntamiento proponía fuertes multas para chavales que circularan indebidamente
en patín, por ejemplo, no tenía ningún problema en que se edificara el hotel W
prácticamente en la arena de la playa, lo que parece (solo parece, ojo)
contravenir unas cuantas leyes estatales y alguna que otra norma municipal[2].
Barcelona fue imitada por muchos otros lugares hasta el disparate y hubo
ordenanzas que prohibieron besarse en el paseo marítimo o comer un bocadillo en
la calle. Ignoro cómo eran las de Berga, pero no creo que fueran una gran
aportación a las libertades cívicas.
En cualquier caso, ya que hablamos de civismo, es gratificante
comprobar cómo la participación institucional ha suavizado los modales de estos
muchachos. ¿Qué habrían hecho entonces si un profesor universitario les hubiera
maldecido a ellos y a todos sus descendientes[3],
como sucedió hace poco cuando rechazaron apoyar el gobierno que decidieron
apoyar pocos días después? No, esos tiempos quedaron definitivamente atrás. Su
paso por el parlamento les enseñó que aunque en momentos de máxima indignación
sea legítimo amenazar con una zapatilla a los malvados, se consigue mucho más
abrazándose con el presidente. Es todo un avance contemplar cómo hoy agachan el
lomo hasta casi tocar el suelo y piden perdón humildemente por sus errores
pasados.
No faltarán malpensados que opinen que la diferencia se debe a que
unas críticas vienen de un lado y otras de otro. Se equivocan. Hace poco leía
un sesudo análisis en el que se demostraba que las CUP eran las herederas del
anarquismo catalán del primer tercio del siglo XX y algunos de sus dirigentes ― como la
inconfundible Anna Gabriel ―, militan en la CGT, sindicato anarquista pero que
también concurre a elecciones, en su caso las sindicales.
[1] Masala,46 (marzo ― abril del 2009), p.3. Escrito
por el poeta Mateo Rello, que tenía una sección fija llamada Casa Fanelli
cocina de mercado. (Fanelli fue el principal introductor del anarquismo en
España). Salvo error por mi parte no he alterado nada, pese a que contradice
alguna de mis normas ortográficas.
[2] Colau
se comprometió a revisar la ordenanza si llegaba a la alcaldía. Desconozco en
qué estado se halla el asunto.
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