domingo, 31 de enero de 2016

HACE CASI SIETE AÑOS

HACE CASI SIETE AÑOS

Me ha parecido curioso recuperar un artículo que se publicó en la desaparecida revista gratuita de mi barrio hace ya casi siete años. Se titulaba Arde Berga y dice así[1]:

“Decía Marx, y es de suponer que con algún fundamento, que los obreros no tienen patria. Los anarquistas la rechazaron también, tanto como a Dios y al amo. Ironías de la vida, más de un siglo después, las grandes corporaciones del capitalismo nos han confirmado que éste tampoco reconoce ninguna, ni siquiera a sus estados, si no es como meros garantes de la pax capitalista. Pese a tanta unanimidad, la implantación del nacionalismo entre ciertos movimientos sociales es un hecho; ahora bien, no es menos cierto que las contradicciones que tal maridaje plantea, sobre todo cuando esos movimientos aspiran a tener representación institucional, suelen llevar a un desenlace poco afortunado. Numerosos ejemplos, como el de Euskadi, dejan a las claras con cuanta frecuencia el elemento nacional acaba primando sobre el social en las luchas que estos grupos protagonizan; por lo demás, parece claro que es difícil postular un nacionalismo sin patria y una patria sin fronteras, esas viejas y feas cicatrices que la guerra deja culebreando en los mapas políticos, así como nos cuesta imaginar una patria sin estado y, menos aún, un estado sin ejército, aunque éste se pretenda popular. Más difícil aún es despojar a semejante elenco de los componentes insolidarios y represores.
Un poco de todo esto ha venido ejemplificándose durante los últimos meses en la zona del Berguedá. En este caso, el origen del conflicto está en un artículo publicado por el Pèsol Negre, periódico libertario del Alt Llobregat i Cardener, en el que se criticó a las Candidatures d’Unitat Popular (CUP), con representación en el Ajuntament, por su apoyo a la Ordenança Cívica municipal.
Además de algunas agresiones previas (por ejemplo, alguien le rajó las ruedas del coche a un redactor del Pèsol), la escalada de violencia comenzó la madrugada del 24 de diciembre, cuando un miembro de las CUP, incluido en su lista electoral, y otro del Casal independentista, encapuchados, reventaron la puerta de Cal Okupi de Berga y apedrearon la ventana del cuarto donde dormía el único ocupante de la casa en ese momento; volvieron poco después, ya sin capucha, para amenazar al desvelado okupa y a los miembros de los colectivos libertarios en los que milita. Pese a las peticiones dirigidas a las CUP para que se posicionaran sobre la actitud de su militante, la organización responde con un clamoroso silencio. Sea como sea, lejos de amainar, el conflicto vive otra vuelta de tuerca: la madrugada de fin de año alguien intenta quemar el Ateneu Anarquista Columna Terra i Llibertat de Berga con pastillas de parafina y líquido inflamable, resultando afectada sólo la entrada del local.
Queda postergado sine die el debate sobre si es posible un nacionalismo de izquierdas, incluso ácrata; probablemente, quienes pensamos que es incongruente tal combinación lo tenemos tan claro como aquellos que defienden la viabilidad de ese proyecto político o, mejor dicho, de esos proyectos, no siempre compatibles entre ellos mismos. La única respuesta a ese debate irresoluble es, pues, la convivencia: ya hemos restado suficiente entre tod@s. Ahora bien, el conflicto de Berga (del que, por cierto, esperamos no tener más noticia) saca de nuevo a la luz esa incomodidad que, inevitablemente, la izquierda que aspira a una nación y al poder político siente frente a otra izquierda: la que cree sólo en los pueblos, en su derecho a la autodeterminación social y en su capacidad para crear sus propias herramientas de participación y lucha.”

En el 2009 la CUP apenas era conocida en Cataluña, no digamos fuera. Su implantación se reducía a unos pocos núcleos rurales de los que Berga, con sus quince mil habitantes, es un buen ejemplo. Entonces era la época de las ordenanzas cívicas. Las de Barcelona fueron muy contestadas porque mientras el ayuntamiento proponía fuertes multas para chavales que circularan indebidamente en patín, por ejemplo, no tenía ningún problema en que se edificara el hotel W prácticamente en la arena de la playa, lo que parece (solo parece, ojo) contravenir unas cuantas leyes estatales y alguna que otra norma municipal[2]. Barcelona fue imitada por muchos otros lugares hasta el disparate y hubo ordenanzas que prohibieron besarse en el paseo marítimo o comer un bocadillo en la calle. Ignoro cómo eran las de Berga, pero no creo que fueran una gran aportación a las libertades cívicas.
En cualquier caso, ya que hablamos de civismo, es gratificante comprobar cómo la participación institucional ha suavizado los modales de estos muchachos. ¿Qué habrían hecho entonces si un profesor universitario les hubiera maldecido a ellos y a todos sus descendientes[3], como sucedió hace poco cuando rechazaron apoyar el gobierno que decidieron apoyar pocos días después? No, esos tiempos quedaron definitivamente atrás. Su paso por el parlamento les enseñó que aunque en momentos de máxima indignación sea legítimo amenazar con una zapatilla a los malvados, se consigue mucho más abrazándose con el presidente. Es todo un avance contemplar cómo hoy agachan el lomo hasta casi tocar el suelo y piden perdón humildemente por sus errores pasados.


No faltarán malpensados que opinen que la diferencia se debe a que unas críticas vienen de un lado y otras de otro. Se equivocan. Hace poco leía un sesudo análisis en el que se demostraba que las CUP eran las herederas del anarquismo catalán del primer tercio del siglo XX y algunos de sus dirigentes como la inconfundible Anna Gabriel , militan en la CGT, sindicato anarquista pero que también concurre a elecciones, en su caso las sindicales.



[1] Masala,46 (marzo abril del 2009), p.3. Escrito por el poeta Mateo Rello, que tenía una sección fija llamada Casa Fanelli cocina de mercado. (Fanelli fue el principal introductor del anarquismo en España). Salvo error por mi parte no he alterado nada, pese a que contradice alguna de mis normas ortográficas.
[2] Colau se comprometió a revisar la ordenanza si llegaba a la alcaldía. Desconozco en qué estado se halla el asunto.
[3] Sí, en ese nivel de delirio nos movemos por esta zona...

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