El comienzo es de los que marcan: Comparecemos a título de
ciudadanos participantes convencidos de que en política nunca cae el telón, de
que en parte alguna nadie esperará a la resolución de nuestras incertidumbres,
de que es momento de buscar acuerdos y soluciones en vez de proseguir
obsesionados por identificar culpables sobre los que centrifugar
responsabilidades indeclinables.
Sé que merecería ser reproducido entero pero me quedaré con esta
muestra por falta de espacio[1],
aunque del párrafo ya puede deducirse alguna cosa. La primera y más obvia es
que entre estos ciudadanos participantes debe de haber algún escritor y quien
haya llegado a esta conclusión se podrá sentir satisfecho: entre los firmantes
suman once escritores de ambos sexos. ¿Y quién podrá negar que tras el hallazgo
de una fórmula tan acabada como “centrifugar responsabilidades indeclinables”
ha de haber al menos un poeta? Pues acertará también. De entre los once
escritores uno de ellos es también poeta, Benjamín Prado.
Sabiendo que el total de firmantes es de 47, cualquiera pensaría que
la autodefinición más repetida sería la de escritor... Pues no, se equivocaría
de pleno, la más reivindicada es la de catedrático de universidad. Quince en
total. Y eso que alguno hace trampas, como mi querido amigo Fernando Savater,
al que diría que no le toca jubilarse hasta el año que viene pero supongo que
prefiere reivindicarse escritor antes que funcionario. Mucha hambre
hubiera pasado esta lumbrera de haber tenido que vivir de lo que rendían sus
libros sin el apreciable colchón de su sueldo de catedrático... Hubo quien lo
fue y hoy ya no lo es porque el escalafón no perdona la edad, como Carmen
Iglesias, que fue tutora de la infanta Cristina ― ¿o es ya
ex-infanta? Ahí confieso mi ignorancia ―, y preceptora del entonces príncipe y hoy
rey por lo que el entonces rey y hoy también rey aunque ya no reine, la
recompensó con el condado de Gisbert. Solo puede ostentar su pertenencia a dos
Reales Academias, la de la Historia y la de la Lengua Española, lugares a los
que no se deja de pertenecer hasta que se comprueba que el proceso de
descomposición está bien avanzado y el olor no es una falsa alarma. Es cierto
que ha estado en sitios más raros ― como la Trilateral ―, pero supongo que a diferencia de lo que habría de
exigirse a los que se dedican a asuntos tan serios como la lengua o la
historia, allí no les importa mucho que alguien escriba qui prodest. Con
esa dirección no es extraño que la disfuncional familia real española irradie
tanta cultura...
Los catedráticos parecen habitar un mundo aparte. Hace años ― cuando tenía
el nefasto vicio de escuchar las tertulias radiofónicas en las que siempre
solía haber al menos uno para dar color ―, me quedaron grabadas frases rotundas como “no me
puedo creer que un empresario prefiera contratar trabajadores jóvenes y despreciar
el valor de la experiencia que puede aportar un trabajador veterano”. Al
principio pensaba que eran una colección de cínicos, pero después me di cuenta
de que simplemente se trataba de gente que había perdido cualquier tipo de
contacto con la realidad. Al fin y al cabo, la Universidad es una de las pocas
pervivencias medievales que han conseguido mantener su esencia. La otra era el
Toro de la Vega de Tordesillas, pero este año ya les ha metido en cintura la
Junta de Castilla y León.
Y como cualquier mundo aparte, también fija las reglas para la
reproducción de la especie. Alguno de los firmantes parece haber heredado el
título. Así, José María Maravall es hijo del también catedrático José Antonio
Maravall, aunque hay que reconocer que el viejo al menos tenía talento, pero la
palma se la lleva Félix Ynduráin, catedrático de física, hijo del catedrático Francisco
Ynduráin y hermano de Francisco José, también catedrático de física y de
Domingo, catedrático de literatura española.
Y es que, la familia... ¿quién puede dudar hoy de que los lazos
familiares son uno de los grandes problemas de España echando un simple vistazo
a los Borbón? Porque aquí la familia sigue contando mucho, digan lo que digan
sobre la “meritocracia” y desatinos similares. Aquí sigue pesando mucho más
tener un primo que tener un Master y algo de ello se echa de ver en el
elenco de cuarenta y siete ciudadanos participantes que firma el
escrito. Aparte de los catedráticos citados se puede encontrar al político
Gabriel Elorriaga, hijo del político Gabriel Elorriaga. Papá era franquista y
se hizo demócrata, mientras el hijo era demócrata y se hizo del PP. José
Antonio Zarzalejos es hijo de José Antonio Zarzalejos, aquella lumbrera que la
víspera de la mayor matanza ocurrida en Vitoria ― Gasteiz en tiempos modernos pronunció una sabia
frase: “Esto es Vitoria, aquí nunca pasa nada”[2].
Hay otros en los que el lazo no es tan obvio pero sigue siendo igual
de evidente: el formidable pensador Fernando Savater era hijo del notario de
los Fierro, que hoy apenas son recordados pero en la España de Franco eran uno
de los mayores poderes bancarios, que supieron malgastar suficientemente sin
que mediara asesinato, como fuera el caso de los Urquijo. Pero desde luego, sin
ese apoyo es absolutamente descartable que el muchacho hubiese podido publicar
sus tratados en alabanza a Cioran y demás gente prescindible...
También hay quien tiene la filiación familiar más escondida, como
Mercedes Cabrera, que se firma catedrática de universidad. No dudo de
que lo será, y tampoco se me escapa que el añadido es para distinguirse de la
chusma de los catedráticos de instituto que de estos, por cierto, no hay
ninguno. Que podría haberlos y a montón, pero ya se ve que las cabezas
pensantes de este manifiesto lo han querido restringir a la flor y nata...
También podría haberse definido como ex-ministra de Zapatero, que es el cargo
por el que la recordamos, porque en la lista hay algún ex, como el
acabado Joaquín Almunia o una tal Delia Blanco a la que no tengo el gusto de conocer.
La cuestión en este caso es que su segundo apellido es Calvo ― Sotelo y si
se descuenta el hecho de que lo recibió por transmisión materna, es más Calvo
― Sotelo que el que
fuera presidente del gobierno de UCD Leopoldo Calvo ― Sotelo.
Pero aparte de las familias con apellido compuesto a base de guión,
todas las cuales lo recibieron durante el Franquismo, también firma la
aristocracia. Aunque dentro de la aristocracia también hay clases. El
excomunista Nicolás Sartorius Älvarez de las Asturias Bohorques[3]
es hijo de los Condes de San Luis, un título creado en 1848 y que por tanto no
se puede comparar al de la también firmante Cayetana Álvarez de Toledo, decimotercera
Marquesa de Casa Fuerte.
Pero haciendo abstracción digamos que hay gente como Javier Solana que
ha llegado a su puesto por méritos propios, aunque no sea del todo verdad[4].
Uno de los ministros de cultura más incultos de la historia de la democracia,
que ya es decir. El que inauguraba la treintaidosava edición del
Festival de Cine de San Sebastián en lugar de la trigésimo segunda[5].
Luego fue Secretario General de la OTAN y ordenó el bombardeo del edificio de
la Radio Televisión Yugoslava. Ejercicio perfectamente inútil, pues pese a los
declarados entonces diez muertos y veinte desparecidos, la cadena volvía a
emitir seis horas después. Lo curioso en este caso es que por aquellas fechas
su PSOE condenaba en los términos más rotundos un ataque a una sede de Radio
Nacional en el País Vasco que, afortunadamente, no había causado desgracias
personales. Un ataque a la libertad de expresión, decían...
Y del resto, ¿qué decir? Obviamente, si me centrase en los cuarenta y
siete, el texto alcanzaría un tamaño ingobernable, así que solo cabe alguna
pincelada. Iré por orden de firmantes, saltando muchos. El primero es Santos
Juliá, y no es extraño, pues es uno de los inventores de ese hermoso relato de
la Santa Transición que hoy se enseña en los colegios. Se ha visto en la
obligación de defenderla públicamente en El País cuando le llovieron
merecidos palos. Guillermo de la Dehesa, uno de los mayores defensores de ese
fracaso quizá irreversible llamado Globalización[6],
que fue ministro con el PSOE y al que Alfonso Guerra con su gracejo
habitual llamaba “Guillermo de la Deresha”. Ahora ha salido publicado que cobra
una cifra infame de una empresa que cotiza en el IBEX 35 por no hacer
absolutamente nada. Bueno, sí, tratar de arruinarnos la vida a los demás
expandiendo sus doctrinas repugnantes. Miguel Ángel Aguilar, periodista. Cuesta
imaginar un personaje más ridículo. Recuerdo cuando dirigía un informativo en
televisión, que aparecía amenazando a Slobodan Milosevic. Y la locura le llega
hasta hoy. En la cadena SER, donde conocen sus manías, le guardan un espacio
para que satisfaga sus delirios de grandeza escribiendo telegramas a quien le
place, sea Obama, Putin, Rajoy o Bárcenas, su megalomanía no conoce límites. De
El País ya le han echado... También comparece a tan importante fin el
escritor Andrés Trapiello, que para alabar a Cervantes criticaba a Quevedo o el
director de cine Manuel Gutiérrez ― Aragón ¿Quién podría nombrar el título de su última
película? Como anécdota, también firma Tomás de la Quadra ― Salcedo, que
pese a ser catedrático de universidad los de mi generación solo le relacionamos
con su primo Miguel, aquella cornucopia aventurera subvencionada por el BBVA.
En fin, sobran para dar una idea de lo que tenemos por delante. La
España rancia, opresiva, la que con gesto amable niega cualquier posibilidad de
cambio. La que con buenos modales te sugiere que cualquier intento de modificar
las cosas llevaría al desastre. No toquemos nada, no vaya a ser que la
jodamos...
¿Y de qué va el manifiesto al fin? De que hay que ir a un gobierno sea
como sea, de que hay que evitar unas terceras elecciones. De que si el PSOE
tiene que bajarse los pantalones para que nada cambie, pues que se los baje,
que miraremos hacia otro lado a toque de silbato...
Una muestra perfecta de la España inútil, castradora, cobarde. Esa que
durante algún momento de la Historia parecía que se podía haber echado abajo
pero que cuando llegó la hora de la verdad, la batalla se perdió sin saber
cómo.
Algunos recordarán 1936, otros la Primera República o el levantamiento
de Riego. Yo, que no tengo cura, pienso que todo se echó a perder aquel 23 de
abril de 1521 en el que los Comuneros decidieron plantar batalla en Villalar
aun sabiendo que no tenían ninguna oportunidad. El antiguo falangista
desencantado José Antonio Maravall escribió unas páginas muy hermosas sobre
aquella ocasión fallida. Su socialista hijo no creo ni que recuerde la fecha...
[1] Quien
desee leerlo entero lo tiene disponible en “Manifiesto a los diputados
electos”, Ahora, 21/07/16, nº 43. Que uno de los firmantes sea la cabeza
visible de Ahora solo es muestra de su comprensible orgullo ante un
trabajo bien hecho.
[2] La
luminosa frase ha dado hasta para título de un libro, Carlos Carnicero: La
ciudad donde nunca pasa nada. Vitoria, 3 de marzo de 1976. Servicio Central
de Publicaciones del Gobierno Vasco,
Vitoria ― Gasteiz, (2007).
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