lunes, 15 de mayo de 2017

A LA VEJEZ, VIRUELAS...

Lluís Llach ha aparecido en la prensa por unas declaraciones muy llamativas en las que afirma que “En el momento que tengamos la ley de transitoriedad jurídica, ello obligará a todos los funcionarios que trabajan y viven en Cataluña. El que no la cumpla será sancionado. Se lo tendrán que pensar muy bien. No digo que sea fácil, al revés, muchos de ellos sufrirán. Porque dentro de los Mossos d’Esquadra hay sectores que son muy contrarios[1]”.

Siempre me ha gustado la música de Lluís LLach. L’Estaca era una de las canciones favoritas de mi infancia aunque no entendiera ni papa de la letra y he escuchado cientos de veces los discos que considero sus clásicos como el Viatge a Itaca, lleno de impulso épico, su potente directo de 1976 o el dramático Campanades a morts, dedicado a los obreros muertos en Vitoria el 3 de marzo de 1976.
Pero no fue un proceso continuo. De niño escuchaba L’Estaca y corría por el pasillo de casa con una bandera que me había hecho con la funda de un colchón viejo[2], pero no fue hasta bien cumplido el cuarto de siglo cuando me empecé a interesar en serio por la música de Llach.
Como suele suceder, escuché sus discos en desorden, a medida que me iba haciendo con ellos, y pronto descubrí que me gustaban mucho más sus primeros discos que los siguientes. Por poner dos ejemplos aparte de los tres ya citados : Com un arbre nu, publicado en 1972, que contenía un homenaje instrumental al Che Guevara (o al menos así lo he entendido siempre) y una divertida canción dedicada a un censor, aparte de clásicos como La Madame o La gallineta; o su primer directo, grabado en el Olympia de París (tuvo que salir corriendo porque el futuro demócrata Martín Villa quería meterle en la cárcel), un disco de una variedad asombrosa.
Pero a partir de 1980 (por poner una fecha redonda, en realidad debió ser antes), sus discos me parecían mucho menos interesantes. Alguno francamente aburrido. Su directo en el Camp Nou muy celebrado porque según se dice es el único solista que ha conseguido llenar el estadio , nunca ha conseguido transmitirme la pasión que rezuma el del 76. Ni por parte del artista ni por la del numerosísimo público.
De sus últimos veinticinco años de producción apenas salvo un par de discos: Un pont de mar blava, por su ambición, en la estela del Viatge a Itaca, y Nu de nuevo un directo , por todo lo contrario, por su sobriedad. Él solo canta y se acompaña con el piano o la guitarra. Del resto recuerdo bien poco, alguna canción suelta...

Esta situación me planteaba preguntas. ¿Podía decir que me gustaba Lluís Llach si solo apreciaba los discos que había grabado antes de que me afeitase, apenas una fracción de su carrera? Y una ocasión me resolvió la duda. Tuve la oportunidad de ver a Lluís Llach en directo por primera vez en mi vida. Fue en Salamanca, calculo que en 1998.
La respuesta fue un rotundo. Un concierto hermosísimo, un gran recuerdo. Llach se entregó a fondo, defendiendo el repertorio él solo. Emotivo, humorístico, apasionado...
Ofreció todos sus clásicos o los que yo considero como tales , uno detrás de otro. Había leído que Llach odiaba cantar L’Estaca pero en aquella ocasión la cantó sin que nadie se la pidiera y quien la sabía la coreaba y quien no, entonaba la melodía , porque, como dijo, “nos vemos tan poco...”.
Durante los años siguientes apenas supe de él. Me interesaba en otras músicas pero escuchaba sus discos de vez en cuando. Los siete ya mencionados que tenía “en soporte físico”, como se dice hoy[3]. En 2001 leí que, para conmemorar los veinticinco años de la matanza de Vitoria, en sus conciertos interpretaba una versión condensada de Campanades a morts y me pareció magnífico. Por decir verdad, en realidad tuve que deducirlo porque la noticia de El País mencionaba algo llamado Campanadas de amor. En fin...
Volvimos a vernos el 3 de marzo del 2006, trigésimo aniversario de la matanza de Vitoria, en un homenaje a los cinco muertos de 1976. El concierto comenzó a pedir de boca, con Abril 74, uno de mis clásicos y al parecer de mucha más gente, pues fue muy coreado y celebrado al acabar. Y después de eso, cuando esperábamos la colección completa, un surtido de canciones tan raras que tenía que explicarlas primero, como si pidiera perdón inconscientemente por darnos la tabarra de esa manera[4]. Pero la segunda parte del concierto ahuyentó cualquier resquemor. Una versión  impresionante de Campanades a morts precisa, emotiva, desbordante... El público se entregó por completo. Y tras la salva rendida de aplausos era evidente que  queríamos más[5], queríamos algo que no hacía falta nombrar, que hasta el más tonto podía entenderlo... queríamos L’Estaca.
Y no nos la dio. Y como no nos la dio, comenzamos a cantarla sin él.
Fue patético.
Al oír que pensábamos cantarla con su compañía o sin ella, apareció corriendo por el escenario como alma que lleva el Diablo a  corre – cuita, que dicen en Cataluña , se sentó al piano y se agregó al coro como pudo...
No entendía nada pero la gente con la que fui al concierto, tampoco. Por una vez fui capaz de callar la boca y esperar a ver lo que decían antes de emitir mi opinión. Y coincidía. Un concierto que había  empezado de forma muy prometedora y a partir de ahí había caído en picado con canciones cada vez más raras y absurdas hasta el descanso y en la segunda parte, una interpretación de una tensión emocional impresionante para volver a joderla en los bises... Pitos y palmas, que dicen los críticos taurinos. Pero, al menos en mi caso, reunidos en la misma persona.
Esta experiencia me planteó muchas preguntas que son más viejas que el mundo pero no por ello menos pertinentes, que se podrían resumir en una de forma algo grosera: ¿quién es el propietario de una obra, el artista que la crea o el público que la recibe y se apropia de ella?

Quien lea la entrada que inició este blog en otoño de 2014 podrá tener claras dos cosas. Una, que no soy sectario hablando de cuestiones artísticas. Es evidente para cualquiera que haya visitado estas páginas que la ideología de Dios y Rey de Quevedo me repugna. También debe serlo que como escritor me encanta y moriría por haber recibido una brizna de su talento. La segunda es que admito las contradicciones. Tanto la cita de Maquiavelo sobre la imitación de la naturaleza como la que da título a esta página apuntan hacia allá.  
En el caso de Lluís Llach es que tengo muchos problemas para establecer las fronteras. Llach no se hizo famoso por cantar al amor sino por exponer con mucha habilidad y talento preocupaciones políticas, sociales o como se quieran llamar, no por cantar a la ternura, las bellezas del Ampurdán y las flores, aunque es cierto que empezó su carrera con esos temas y nunca los abandonó. Por lo tanto, desde el momento en que encontró un hueco por abordar cuestiones ideológicas, no creo que sea una cuestión sectaria explorar hasta dónde llegan sus contradicciones ideológicas e incluso estéticas.
Empezaré con estas porque, en principio, resultan menos dolorosas, pues refuerzan una idea que ya había apuntado. Preguntado recientemente por su pieza preferida[6] menciona dos: Som tu i jo y Amor t’estimo i tant t’estimo. La primera la conozco, aparecía en Nu, pero ahora mismo no sería capaz de tararearla, no parece que me haya causado honda impresión. La segunda, que en realidad se tituló Només per a tu, ni siquiera soy consciente de haberla escuchado, pese a haber escuchado su discografía completa. La editó El Periódico y está disponible en una de las bibliotecas de mi barrio. Respecto a Campanades a morts dice que “sabía que estaba haciendo una pedantería”.
Queda respondida así mi duda. Salamanca fue un espejismo y Vitoria la realidad. Me queda el que el refrán llama consuelo de tontos, pues los diarios se llenaron de cartas de seguidores que no entendían nada...
En cuanto a las contradicciones ideológicas, ese parece un asunto más serio. Se difundieron mucho esas declaraciones pero bastante menos otras que reflejaba el mismo periodista un par de días después, quizá porque se publicaron en la edición catalana del diario[7]. El artículo dejaba claro que Llach pertenece a la corriente más desaforada del independentismo catalán, que no se puede decir que sea un movimiento que, en general, tenga los pies en la tierra.
Por ejemplo, decía sin que le entrara la risa que Cataluña es la cuarta economía de Europa. Tengo claro que Alemania es la primera pero no el resto del escalafón.  Sacaremos fuera a Gran Bretaña, suponiendo que cuando dice Europa quiere decir Unión Europea, aunque aún forme parte de ella. Supongo que detrás van Francia e Italia, no sé en qué orden, y detrás Cataluña. Lo que, por supuesto, se contradice con el lema independentista de llegar a ser como Austria o Dinamarca. Eso sería claramente retroceder puestos. Y si a eso añadimos que “cada catalán aporta a Europa más que un francés y casi igual que un alemán”, cualquier lugar por debajo del segundo puesto debería considerarse una derrota. Una Cataluña independiente no puede contentarse con tan poco...Quien sienta curiosidad puede leer el artículo entero, que no le defraudará. Hay para dar y regalar o, como se dice en catalán, para alquilar sillas.
Por mi parte, solo me ocuparé de dos cuestiones, por no alargar demasiado el texto. Una es anecdótica. Ahora Llach “pide que se eviten noticias de La Vanguardia y de El Periódico” porque considera “recalcitrantemente unionistas” a estos diarios. La Vanguardia ha sido de todo, hasta La Vanguardia Española, volviendo siempre el rabo hacia donde soplaba el viento, pero de El Periódico se puede decir sin miedo que desde que se fundó apenas ha variado su línea editorial. Sin embargo, poco le importó su unionismo recalcitrante cuando vendía su discografía completa...
La segunda me parece mucho más seria. Lluís Llach es homosexual orgulloso de serlo y siempre se ha distinguido en las reivindicaciones del colectivo. En su época extraviada, a fines de los setenta y primeros ochenta, formaba en un partidito llamado Nacionalistes d’Esquerra y él fue encargado de redactar la parte correspondiente a los derechos de los homosexuales.
Ahora plantea futuras sanciones contra unos cuantos mossos por “españolazos”, pero cuando en octubre de 2013 el empresario Juan Andrés Benítez, también gay convicto y confeso, fue reducido por los mossos de tal manera que no volvió a levantarse, no recuerdo haber oído su voz pidiendo sanciones.
Quizá susurraba, como en esas cancioncillas de mierda que considera lo mejor de su producción...






[1] Cristian Segura: “Lluís Llach: ‘La Generalitat sancionará a los funcionarios que no acaten la ley de desconexión’”, El País, 25/04/17.
[2] Solo los que vivieron los años 70 pueden hacerse una idea de hasta qué punto apasionaba la política hasta a los que entendíamos maldita la cosa de ella. Ya he contado alguna vez que muchos niños de esa época coleccionábamos pegatinas políticas. Claro que entonces éramos tan raros que también coleccionábamos sellos, monedas, fósiles, minerales o mariposas...
[3] Entonces no había otro. Apple era una compañía que había perdido el paso y vendía unos ordenadores que solo compraba la gente que se dedicaba a asuntos relacionados con el diseño, que se suponían mejores para ese cometido. Lo de iTunes creo que aún no existía ni como posibilidad.
[4] Aunque ahora suene muy remoto, en aquella época se estaba tramitando el segundo estatuto de autonomía catalán. ¡Cantó canciones inspiradas por el segundo estatuto! ¿Quién conocía aquello, siquiera en Cataluña, no digamos ya en Vitoria? En el descanso hablé con catalanes que tampoco entendían nada...
[5] Creo recordar que hubo bis, una repetición de parte de Campanades, pero desde luego lo que sigue lo recuerdo muy bien, sin duda alguna. Hay un libro de Juan Miguel Morales López y Omar Jurado que da una versión diferente. Ellos sabrán por qué mienten...
[6] Marià de Delàs: “Lluís Llach: “Somos el acta notarial del fracaso del Estado español””, Público, 18/02/17. Hay versión catalana en el mismo diario. Supongo que es la original pero utilizo la castellana por comodidad.
[7] Cristian Segura: “Lluís Llach, un símbol al rescat del procés”, El País, 27/04/17.

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