Lluís Llach ha aparecido en la prensa por unas declaraciones muy
llamativas en las que afirma que “En el momento que tengamos la ley de
transitoriedad jurídica, ello obligará a todos los funcionarios que trabajan y
viven en Cataluña. El que no la cumpla será sancionado. Se lo tendrán que
pensar muy bien. No digo que sea fácil, al revés, muchos de ellos sufrirán.
Porque dentro de los Mossos d’Esquadra hay sectores que son muy contrarios[1]”.
Siempre me ha gustado la música de Lluís LLach. L’Estaca era
una de las canciones favoritas de mi infancia aunque no entendiera ni papa de
la letra y he escuchado cientos de veces los discos que considero sus clásicos
como el Viatge a Itaca, lleno de impulso épico, su potente directo de
1976 o el dramático Campanades a morts, dedicado a los obreros muertos
en Vitoria el 3 de marzo de 1976.
Pero no fue un proceso continuo. De niño escuchaba L’Estaca y
corría por el pasillo de casa con una bandera que me había hecho con la funda
de un colchón viejo[2],
pero no fue hasta bien cumplido el cuarto de siglo cuando me empecé a interesar
en serio por la música de Llach.
Como suele suceder, escuché sus discos en desorden, a medida que me
iba haciendo con ellos, y pronto descubrí que me gustaban mucho más sus primeros
discos que los siguientes. Por poner dos ejemplos ― aparte de los tres ya citados ―: Com un
arbre nu, publicado en 1972, que contenía un homenaje instrumental al Che
Guevara (o al menos así lo he entendido siempre) y una divertida canción
dedicada a un censor, aparte de clásicos como La Madame o La gallineta;
o su primer directo, grabado en el Olympia de París (tuvo que salir corriendo
porque el futuro demócrata Martín Villa quería meterle en la cárcel), un disco
de una variedad asombrosa.
Pero a partir de 1980 (por poner una fecha redonda, en realidad debió
ser antes), sus discos me parecían mucho menos interesantes. Alguno francamente
aburrido. Su directo en el Camp Nou ― muy celebrado porque según se dice es el único
solista que ha conseguido llenar el estadio ―, nunca ha conseguido transmitirme la pasión que
rezuma el del 76. Ni por parte del artista ni por la del numerosísimo público.
De sus últimos veinticinco años de producción apenas salvo un par de
discos: Un pont de mar blava, por su ambición, en la estela del Viatge
a Itaca, y Nu ― de nuevo un directo ―, por todo lo contrario, por su sobriedad. Él solo
canta y se acompaña con el piano o la guitarra. Del resto recuerdo bien poco,
alguna canción suelta...
Esta situación me planteaba preguntas. ¿Podía decir que me gustaba
Lluís Llach si solo apreciaba los discos que había grabado antes de que me
afeitase, apenas una fracción de su carrera? Y una ocasión me resolvió la duda.
Tuve la oportunidad de ver a Lluís Llach en directo por primera vez en mi vida.
Fue en Salamanca, calculo que en 1998.
La respuesta fue un sí rotundo. Un concierto hermosísimo, un
gran recuerdo. Llach se entregó a fondo, defendiendo el repertorio él solo.
Emotivo, humorístico, apasionado...
Ofreció todos sus clásicos ― o los que yo considero como tales ―, uno detrás
de otro. Había leído que Llach odiaba cantar L’Estaca pero en aquella
ocasión la cantó sin que nadie se la pidiera ― y quien la sabía la coreaba y quien no, entonaba la
melodía ―, porque, como dijo, “nos vemos tan poco...”.
Durante los años siguientes apenas supe de él. Me interesaba en otras
músicas pero escuchaba sus discos de vez en cuando. Los siete ya mencionados
que tenía “en soporte físico”, como se dice hoy[3].
En 2001 leí que, para conmemorar los veinticinco años de la matanza de Vitoria,
en sus conciertos interpretaba una versión condensada de Campanades a morts
y me pareció magnífico. Por decir verdad, en realidad tuve que deducirlo
porque la noticia de El País mencionaba algo llamado Campanadas de
amor. En fin...
Volvimos a vernos el 3 de marzo del 2006, trigésimo aniversario de la
matanza de Vitoria, en un homenaje a los cinco muertos de 1976. El concierto
comenzó a pedir de boca, con Abril 74, uno de mis clásicos y al parecer
de mucha más gente, pues fue muy coreado y celebrado al acabar. Y después de
eso, cuando esperábamos la colección completa, un surtido de canciones tan
raras que tenía que explicarlas primero, como si pidiera perdón
inconscientemente por darnos la tabarra de esa manera[4].
Pero la segunda parte del concierto ahuyentó cualquier resquemor. Una versión impresionante de Campanades a morts
precisa, emotiva, desbordante... El público se entregó por completo. Y tras la
salva rendida de aplausos era evidente que
queríamos más[5],
queríamos algo que no hacía falta nombrar, que hasta el más tonto podía
entenderlo... queríamos L’Estaca.
Y no nos la dio. Y como no nos la dio, comenzamos a cantarla sin él.
Fue patético.
Al oír que pensábamos cantarla con su compañía o sin ella, apareció
corriendo por el escenario como alma que lleva el Diablo ― a corre – cuita, que dicen en Cataluña ―, se sentó al
piano y se agregó al coro como pudo...
No entendía nada pero la gente con la que fui al concierto, tampoco.
Por una vez fui capaz de callar la boca y esperar a ver lo que decían antes de
emitir mi opinión. Y coincidía. Un concierto que había empezado de forma muy prometedora y a partir
de ahí había caído en picado con canciones cada vez más raras y absurdas hasta
el descanso y en la segunda parte, una interpretación de una tensión emocional
impresionante para volver a joderla en los bises... Pitos y palmas, que dicen
los críticos taurinos. Pero, al menos en mi caso, reunidos en la misma persona.
Esta experiencia me planteó muchas preguntas que son más viejas que el
mundo pero no por ello menos pertinentes, que se podrían resumir en una de
forma algo grosera: ¿quién es el propietario de una obra, el artista que la
crea o el público que la recibe y se apropia de ella?
Quien lea la entrada que inició este blog en otoño de 2014 podrá tener
claras dos cosas. Una, que no soy sectario hablando de cuestiones artísticas.
Es evidente para cualquiera que haya visitado estas páginas que la ideología de
Dios y Rey de Quevedo me repugna. También debe serlo que como escritor
me encanta y moriría por haber recibido una brizna de su talento. La segunda es
que admito las contradicciones. Tanto la cita de Maquiavelo sobre la imitación
de la naturaleza como la que da título a esta página apuntan hacia allá.
En el caso de Lluís Llach es que tengo muchos problemas para establecer
las fronteras. Llach no se hizo famoso por cantar al amor sino por exponer con
mucha habilidad y talento preocupaciones políticas, sociales o como se quieran
llamar, no por cantar a la ternura, las bellezas del Ampurdán y las flores,
aunque es cierto que empezó su carrera con esos temas y nunca los abandonó. Por
lo tanto, desde el momento en que encontró un hueco por abordar cuestiones
ideológicas, no creo que sea una cuestión sectaria explorar hasta dónde llegan
sus contradicciones ideológicas e incluso estéticas.
Empezaré con estas porque, en principio, resultan menos dolorosas,
pues refuerzan una idea que ya había apuntado. Preguntado recientemente por su
pieza preferida[6]
menciona dos: Som tu i jo y Amor t’estimo i tant t’estimo. La
primera la conozco, aparecía en Nu, pero ahora mismo no sería capaz de
tararearla, no parece que me haya causado honda impresión. La segunda, que en
realidad se tituló Només per a tu, ni siquiera soy consciente de haberla
escuchado, pese a haber escuchado su discografía completa. La editó El
Periódico y está disponible en una de las bibliotecas de mi barrio.
Respecto a Campanades a morts dice que “sabía que estaba haciendo una
pedantería”.
Queda respondida así mi duda. Salamanca fue un espejismo y Vitoria la
realidad. Me queda el que el refrán llama consuelo de tontos, pues los diarios
se llenaron de cartas de seguidores que no entendían nada...
En cuanto a las contradicciones ideológicas, ese parece un asunto más
serio. Se difundieron mucho esas declaraciones pero bastante menos otras que
reflejaba el mismo periodista un par de días después, quizá porque se
publicaron en la edición catalana del diario[7].
El artículo dejaba claro que Llach pertenece a la corriente más desaforada del
independentismo catalán, que no se puede decir que sea un movimiento que, en
general, tenga los pies en la tierra.
Por ejemplo, decía sin que le entrara la risa que Cataluña es la
cuarta economía de Europa. Tengo claro que Alemania es la primera pero no el
resto del escalafón. Sacaremos fuera a
Gran Bretaña, suponiendo que cuando dice Europa quiere decir Unión Europea,
aunque aún forme parte de ella. Supongo que detrás van Francia e Italia, no sé
en qué orden, y detrás Cataluña. Lo que, por supuesto, se contradice con el
lema independentista de llegar a ser como Austria o Dinamarca. Eso sería
claramente retroceder puestos. Y si a eso añadimos que “cada catalán aporta a
Europa más que un francés y casi igual que un alemán”, cualquier lugar por
debajo del segundo puesto debería considerarse una derrota. Una Cataluña
independiente no puede contentarse con tan poco...Quien sienta curiosidad puede
leer el artículo entero, que no le defraudará. Hay para dar y regalar o, como
se dice en catalán, para alquilar sillas.
Por mi parte, solo me ocuparé de dos cuestiones, por no alargar
demasiado el texto. Una es anecdótica. Ahora Llach “pide que se eviten noticias
de La Vanguardia y de El Periódico” porque considera
“recalcitrantemente unionistas” a estos diarios. La Vanguardia ha sido
de todo, hasta La Vanguardia Española, volviendo siempre el rabo hacia
donde soplaba el viento, pero de El Periódico se puede decir sin miedo
que desde que se fundó apenas ha variado su línea editorial. Sin embargo, poco
le importó su unionismo recalcitrante cuando vendía su discografía completa...
La segunda me parece mucho más seria. Lluís Llach es homosexual
orgulloso de serlo y siempre se ha distinguido en las reivindicaciones del
colectivo. En su época extraviada, a fines de los setenta y primeros ochenta,
formaba en un partidito llamado Nacionalistes d’Esquerra y él fue encargado de
redactar la parte correspondiente a los derechos de los homosexuales.
Ahora plantea futuras sanciones contra unos cuantos mossos por
“españolazos”, pero cuando en octubre de 2013 el empresario Juan Andrés
Benítez, también gay convicto y confeso, fue reducido por los mossos de
tal manera que no volvió a levantarse, no recuerdo haber oído su voz pidiendo
sanciones.
Quizá susurraba, como en esas cancioncillas de mierda que considera lo
mejor de su producción...
[1] Cristian Segura: “Lluís Llach: ‘La Generalitat
sancionará a los funcionarios que no acaten la ley de desconexión’”, El País,
25/04/17.
[2] Solo los que vivieron los años 70 pueden hacerse una
idea de hasta qué punto apasionaba la política hasta a los que entendíamos
maldita la cosa de ella. Ya he contado alguna vez que muchos niños de esa época
coleccionábamos pegatinas políticas. Claro que entonces éramos tan raros que
también coleccionábamos sellos, monedas, fósiles, minerales o mariposas...
[3] Entonces no había otro. Apple era una compañía que
había perdido el paso y vendía unos ordenadores que solo compraba la gente que
se dedicaba a asuntos relacionados con el diseño, que se suponían mejores para
ese cometido. Lo de iTunes creo que aún no existía ni como posibilidad.
[4] Aunque ahora suene muy remoto, en aquella época se
estaba tramitando el segundo estatuto de autonomía catalán. ¡Cantó canciones
inspiradas por el segundo estatuto! ¿Quién conocía aquello, siquiera en
Cataluña, no digamos ya en Vitoria? En el descanso hablé con catalanes que
tampoco entendían nada...
[5] Creo recordar que hubo bis, una repetición de parte
de Campanades, pero desde luego lo que sigue lo recuerdo muy bien, sin
duda alguna. Hay un libro de Juan Miguel Morales López y Omar Jurado que da una
versión diferente. Ellos sabrán por qué mienten...
[6] Marià de Delàs: “Lluís Llach: “Somos el acta
notarial del fracaso del Estado español””, Público, 18/02/17. Hay versión
catalana en el mismo diario. Supongo que es la original pero utilizo la
castellana por comodidad.
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