Pero era una
práctica que nunca me satisfizo. Es cierto que la limitación del espacio era un
acicate para practicar el arte de la condensación, pero muchas veces eran
demasiados asuntos a rebatir en pocas palabras y no quería acabar escribiendo
siete comentarios seguidos porque no me gustaba cuando lo hacían otros. Tampoco
me convencía el hecho de que comentarios inteligentes quedaran sepultados entre
un montón de basura sin que se les prestara la atención que merecían. En ese
caso mis comentarios eran intentos de rescatar lo mejor de estos con la idea de
volverlos de actualidad por ver si sus buenas ideas recibían mejor pago. Así
que en cuanto tuve mi propio “medio”, cesé casi por completo de comentar.
Casi. Porque no
hace mucho, en uno de esos espacios aparte que publica El País y que no
sé si calificar de revistas o suplementos, alguien cometió un grave atentado
contra la etimología y me pareció que estaba en mi mano ofrecer una respuesta
clara y contundente que podía ser leída por mucha gente y no lo pensé más... La
verdad es que fue una experiencia satisfactoria. Fue leída, entendida, citada y
apoyada con pulgares hacia arriba[1].
El caso se ha
repetido. He leído en Retina, uno de esos apartes de El País, una
paradoja muy fácil de poner en evidencia en poco espacio y he pensado que el
comentario reservado al lector era el lugar más adecuado para hacerlo.
Y me he quedado
con las ganas...
No he encontrado
forma de enviar un comentario y tampoco parece haberlos. Bien puede ser que me
equivoque y estén ahí, al alcance de una vista menos caprichosa que la mía. En
cualquier caso ya es tarde, tendrá que ser una entrada aquí. Perderé la
capacidad de llegar a la enorme masa de lectores de El País pero a
cambio quedará a disposición de cualquiera que le interese por tiempo
indefinido[2].
Según un viejo
dicho, el camino al Infierno está empedrado de buenas intenciones.
Sucede que he
encontrado un artículo que alerta sobre el peligro de los anglicismos, algo que
me preocupa desde los años noventa del siglo pasado, cuando lo que hacía muchísimo
que era una amenaza latente comenzó a convertirse en una plaga.
Está claro que
cuando un idioma goza del viento favorable invade los idiomas que encuentra. José
Cadalso alertaba contra la invasión de galicismos que se sufría en su época y es
cierto que si hoy hemos incorporado neologismos de entonces como bidé, también
lo es que palabras como epatar aún se usan con mucho cuidado, probablemente
porque el francés no era la lengua de influencia cuando transcendieron
determinados círculos.
Resulta curioso
comprobar que en la década de 1920 en España no se practicaban deportes sino
“sports” y a los famosos no se les hacían entrevistas sino “interviews”.
Incluso he leído en publicaciones de época conjugaciones del monstruoso verbo
“interviuvar”[3].
Por suerte, fue una moda que se consiguió revertir, seguramente porque entonces
era un goteo y no una avalancha.
El artículo[4]
comienza señalando los peligros evidentes: “pérdida cultural, peor comunicación
entre los hablantes y, en último caso, empobrecimiento económico. Y la
causante, la invasión de extranjerismos, fundamentalmente debido al auge de la
tecnología”. (Para gustos los colores, pero me sobra la alusión a la economía.
Siempre me han dado mucha risa los que evalúan el impacto de la lengua en
términos del PIB. No hay mejor manera de demostrar que no se entiende
nada).
Después se
centra “en la proliferación de anglicismos en nuestra lengua. No es un proceso
nuevo. Pero al mismo tiempo, es distinto debido al actual ritmo de la
comunicación, a la inmediatez y a la ausencia de fronteras en un mundo global y
acelerado[5]”.
Y aquí viene lo
bueno, la esencia, aunque me temo que encuentro errores de coordinación en su
defensa del idioma[6]:
Algunos lingüistas alertan, además de que la influencia actual del inglés no
se da solo (ni es la más preocupante) en el léxico, sino que también se
producen en otros niveles de la lengua, como el gramatical. Y esta no es cosa
menor (o dicho de otra manera, es cosa mayor que diría el expresidente Mariano
Rajoy). “La gramática es la columna vertebral de la lengua”, aseguró recientemente
a Verne Pedro Álvarez de Miranda, miembro de la RAE.”Podemos incorporar una
palabra y luego dejar de usarla si ya no es útil, pero los cambios de la
gramática afectan a toda la lengua”.
Completamente de
acuerdo. Pero...
Copio
literalmente un recuadro del artículo titulado “Descubriendo el Mediterráneo”:
― Al
día. “Parece que si no usas esas palabras no estás al día”, advierte Antonio
Rodríguez de las Heras, quien asegura que el anglicismo tiene un punto de no
retorno en el que la palabra castellana deja de tener validez, como en el caso
de app.
Parece de broma,
¿verdad?
Para alertarnos
del peligro de los anglicismos utiliza uno en el nivel gramatical, que
es el más peligroso según Álvarez de Miranda.
Por supuesto, la
traducción castellana correcta de point of no return es punto sin
retorno. Punto de no retorno es una monstruosidad en el nivel gramatical
que permite futuras construcciones como “café de no azúcar”.
La verdad es que
tal y como está entrecomillado no queda claro quién es el autor de esta coz al
idioma que pretenden defender, si el periodista o el catedrático de
Comunicación de la Universidad Carlos III. Tanto da, no lo quiero saber.
Además de lo del
camino infernal, bien se dice que líbreme Dios de mis amigos, que de mis
enemigos me libro yo[7].
[1] Lo
diré en endecasílabos con rima consonante: no me hubiesen importado un carajo
de haber sido pulgares hacia abajo.
[2]
Durante esa época también publiqué comentarios en YouTube. Uno de ellos
era una pregunta relativa a uno de los pioneros de la recuperación de la Música
Antigua. Hoy día, en los comentarios al video en cuestión figura la amable
respuesta de alguien pero no la pregunta. Supongo que él y yo somos las únicas
personas del mundo que entendemos su respuesta porque la pregunta era muy
concreta y la respuesta se ceñía a ella.
[3]
Que figuraba en el diccionario de la academia del 2001, aunque parece que en el
último se han deshecho de ella. Ya les ha costado...
[4]
Guillermo Vega: “Decir ‘story telling’ en vez de ‘narrativa’ no te hace más
listo y puede dañar tu cultura”. Retina, 08/05/19.
[5]
Creo que olvida el motivo más importante: la ignorancia. Que suele ser al mismo
tiempo del inglés y del castellano. Un ejemplo: cuando comenzó el interés en
España por la NBA, la liga profesional de baloncesto de EE.UU., cuando un
jugador conseguía una cifra doble en una casilla de sus estadísticas algunos
comentaristas comenzaron a utilizar la espantosa expresión dobles figuras.
Cualquiera con un mínimo conocimiento del inglés (y basta con dos semanas de
estudio) sabe que el adjetivo se coloca antes que el sustantivo y el
diccionario más pobre de los existentes aclara que uno de los significados de figure
es cifra. De este modo el sencillo “cifras dobles” se transformó en las
terribles “dobles figuras”.
[6] Y
para mi gusto también de puntuación, aunque reconozco que soy bastante
incoherente en su uso.
[7]
Por cierto que al final he descubierto que sí que había comentarios. Nada menos
que treinta y dos. Leídos todos, a ninguno parece haber escandalizado el “punto
de no retorno”.
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