sábado, 17 de agosto de 2019

SIN COMENTARIOS (IV)







En la época de la universidad, en el 74, conocí mucha gente de aquí. Viví los fusilamientos del 75 muy de cerca por razones obvias. Y durante el resto del tiempo, he considerado siempre que Euskadi es el último foco revolucionario en Occidente. Es el único lugar donde podría ser posible la Revolución.


Ramoncín. Entrevista en Punto y Hora de Euskal Herria 442, (01/08/86), p. 50[1].






[1] Entonces se ve que aún no le molestaba que le llamasen Ramoncín. Venía de dar un concierto para las Gestoras Pro Amnistía de Ermua. Dos veranos antes había tocado en Vitoria y fui a verle. Digámoslo todo, gané la entrada en un concurso radiofónico y mi interés era el grupo telonero, unos tales Barricada que acababan de sacar su primer disco que en Vitoria ya conocíamos de sobra los interesados porque una radio ponía a menudo la maqueta, que era idéntica al disco, si no mejor...  (Curiosamente la antigua radio de Falange, que desde que murió el Paco, o puede que antes en la medida de lo posible, dio un giro radical a sus orígenes). Es una opinión subjetiva pero para mí jamás volvieron a llegar a ese nivel... Respecto a su concierto vitoriano, tengo varios recuerdos que narraré en orden cronológico. El primero es que el concierto se retrasó y aquel retraso coincidió sospechosamente con el final del partido de la selección española que jugaba la Eurocopa y acabó perdiendo la final ante Francia, que jugaba en casa, aunque no fue ese partido sino uno clasificatorio que ganó. Nunca podré olvidar la cara de Ramoncín cuando salió al escenario y fue recibido al grito de “Muerte al Papa y al gobernador”, que estaba muy de moda en Vitoria entonces. (El gobernador era el gobernador civil, un tal César Milano, si la memoria no me falla). También recuerdo la cantidad de latas y botellas que le pasaron cerca. Hasta intentó hacerse el guay cuando una casi le desgracia con su tono de macarrilla pero universitario, de Vallecas pero de Legazpi, en plan “chaval, si tienes algún problema, yo después te invito a unas cervezas”, pero no le sirvió de nada. Alrededor de donde yo estaba un tío que entonces me parecía un viejo y hoy me parecería un chaval se dedicaba a pedir las colillas encendidas a los que terminaban un cigarrillo para lanzárselas a Ramoncín y hay que reconocer que su puntería era envidiable...

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