Presuntamente se
trata de la víctima número 15 de este año por la práctica del balconing,
que ha costado la vida a siete de ellas. (...) El joven ha caído al
patio interior del hotel, desde una altura aproximada de ocho metros y
sufre un traumatismo craneoencefálico grave.
El hecho ha
producido una gran consternación entre los amigos de la víctima,
que han intentado acercarse al joven mientras era atendido por los servicios
sanitarios (...)[1]”
Empecemos por lo
anecdótico. Me encanta el verbo defecar, la forma más fina de decir cagar sin
caer en cursilerías. Del mismo modo, adoro el sinónimo de origen gitano jiñar
por lo contrario, porque a todo el mundo le resulta zafio.
Me hace gracia
que se le considere víctima del “balconing” ―
con el cauteloso añadido del “presuntamente” ―
porque, por lo que yo entiendo, el “balconing” es siempre un acto voluntario.
El actor se lanza voluntariamente a la piscina. Luego la alcanza o no, esa es
otra historia, pero en este caso parece tratarse de algo diferente y basta
pensar en la “gran consternación entre los amigos de la víctima” para descartar
que fuera un salto premeditado. Parece más un accidente...
Y aquí vienen
las cuestiones. Existe ese comportamiento probado en algunos turistas de hacer
fuera lo que no se atreven a hacer en casa. Son innumerables los casos de
quienes viajan a un país donde se les ofrece sexo adolescente o infantil de
pago y se aplican aquello de “allí donde fueres, haz lo que vieres” o los que justifican
los abusos a las visitantes en países donde rige la fe mahometana por aquello
de que “son sus costumbres”. Un curioso relativismo moral que supedita el
cumplimiento de las normas a las fronteras. No me gusta generalizar pero de mi
estancia en el Reino Unido saqué la idea de que los turistas británicos
impresentables están entre los menos hipócritas del mundo. Son igual de
asquerosos en su casa que fuera.
Cuando viví en
Escocia presencié escenas que hubieran merecido la portada de un periódico y
jamás recibieron atención mediática. Lo del caganer este hubiera sido una
broma. Sólo cuando la cosa se salía mucho de madre recibían algo de atención,
siempre breve y a posteriori, muchas veces imposible de descifrar si uno no
sabía con anterioridad de qué le estaban hablando[2].
Escrito esto, no pretendo generalizar. Guardo un magnífico recuerdo de mi año
de Erasmus en la Universidad de Edimburgo. Sí, desde luego, hubo juerga.
Mucha. Pero también hubo mañanas enteras en la National Library of Scotland
leyendo libremente obras con las que hasta entonces sólo había soñado... Y
gente extremadamente lúcida con la que hubiera pasado una eternidad charlando.
O la librería lesbiana Word Power, en la que compré un montón de libros
y panfletos que a día de hoy sigo releyendo. Pero también estaban los que uno
de los pocos profesores a los que nunca perdí el respeto definía como los
monstruitos.
No parece
arbitrario decir que el alcohol ha tenido aquí su parte de culpa. Dudo de que
los amigos de la víctima hubieran intentado acercarse en caso de estar serenos
porque cualquiera con facultades mentales plenas entiende que eso no hace más
que dificultar el trabajo de los profesionales de la sanidad y, por tanto,
fastidiar al amigo. Sin embargo el alcohol puede servir como atenuante, pero no
como eximente[3].
La principal
cuestión moral a la que me refiero es la siguiente: ¿Es lícito alegrarse de que
alguien que pretendía cagar encima de quien pasara por debajo haya sido recompensado
con un traumatismo craneoencefálico grave?
No espero que
mucha gente admita semejante idea en público y menos en la época de la
corrección política. Todos hacemos nuestros votos porque el herido se
restablezca pronto. Pero al final todo el mundo se retrata. Los partidos que no
entran a valorar sentencias judiciales siempre acaban criticando las que no
les gustan y la labor de la Policía, que siempre merece respeto, es juzgada de
forma diferente si se trata de la labor de la policía española o de la
venezolana[4].
Cabe descartar
que alguien piense “te lo mereces” o “te lo has ganado a pulso”. No digamos ya
cosas peores como que en el infierno le pudieran recetar a diario el suplemento
vitamínico que él pretendía administrar a quien tuviera la suerte de pasar por
allí...
[1] La
noticia procede de la agencia EFE. La reproduzco de El Mundo: “Un
turista cae al vacío mientras defecaba desde su balcón de un hotel de Magaluf”,
03/08/18. He obviado algunos datos que no aportaban nada al asunto pero quien
quiera ya sabe dónde encontrarlo entero, como siempre.
[2]
Recuerdo una agresión masiva e indiscriminada en una feria por parte de adolescentes trastornados (ni
siquiera estaban borrachos) a familias de abuelos, padres y nenes, zurrándoles
sin ton ni son, de la que la prensa local sólo se ocupó cuando ya toda la
ciudad hablaba de ello.
[3]
Ignoro lo que sucederá en los códigos penales militares más modernos, pero en
los antiguos el alcohol no sólo no era atenuante sino que era agravante.
[4] Y
viceversa, claro está. Todo el espectro político ha hecho distinciones entre
“terroristas” y “luchadores por la libertad”. Recuerdo a Aznar diciendo que
todos los terrorismos eran iguales sentado al lado de Carlos Alberto Montaner,
reclamado por Cuba como autor de unos cuantos atentados explosivos
indiscriminados. Y los dos tan panchos...
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