Ojeando El
País[1]
leo que el ultraderechista Jair Bolsonaro está a un paso de ganar las
elecciones brasileñas. Últimamente los demócratas no ganan para sustos,
todo les sale al revés...
Un poco más
adelante un artículo celebra los veinte años del estreno de “Barrio”, la estimable película de Fernando León de
Aranoa que recuerdo haber visto en el cine, eran otros tiempos[2]...
Sin duda es la
falta de sueño la que me ha llevado a relacionar ambos sucesos tras leer el
artículo sobre Barrio. El periodista nos recuerda uno de los personajes,
“Manu, el chaval que repartía pizzas para sacarse unos dineros. Como no tenía
moto lo hacía en transporte público” y el director de la peli dice que “Alguien
colgó en Twitter la foto de Manu llevando la pizza y otra de un repartidor de
Glovo en el Metro o en el autobús. Hace 20 años esto parecía gracioso, ahora
refleja la precariedad”.
Algo que
resultaba ridículo hace veinte años es hoy perfectamente asumible. Yo mismo he
compartido vagón de metro con repartidores y me he tenido que morder la lengua
para no comentarles la escena de Barrio que me venía a la cabeza porque
sospechaba que me obligaría a dar muchísimas explicaciones.
Hace dos décadas
era risible, hoy es perfectamente normal. Los tiempos cambian y hay que
adaptarse, nos dicen. Pero esos mismos nos dicen que no todo debe cambiar. El
“sistema democrático” parece ser inmune al tiempo, como la moda masculina. No
hay nada superior a introducir una papeleta en una urna y callar durante cuatro
años como no hay nada que se iguale al traje que llevaban Marx y Engels cuando
publicaron el Manifiesto Comunista, aunque la corbata siga apretando el
cuello y dificultando el riego cerebral.
Ya se sabe que
cuando las hechuras del traje se quedan pequeñas, este se rompe por donde menos
se imagina. Los Trump, Bolsonaro, Salvini, Orban, Duterte, etc. son los rotos
en el sobaco del traje viejo y los sastres del buen orden se afanan en echar
remiendos aunque ahora mismo parece haber más apaño que traje.
Como vecino de
la Plaza de Sant Jaume tuve el privilegio de ver el sábado pasado la bochornosa
retirada de la acampada[3]
que iba a durar hasta la consecución de la independencia. La verdad es que como
demostración de fuerza resultaba patética. Paso por delante a todas horas y jamás
vi más de una docena de personas. La media era de cuatro. Sin embargo no me
cabe duda de que si mañana hubiera elecciones el peso del independentismo sería
infinitamente superior al que esa parodia ridícula dejaba traslucir[4]
porque meter una papeleta en una urna es muy fácil y no compromete a nada.
[1]
Hace años que no gasto un céntimo en periódicos de papel, así que en mi caso el
verbo no lleva hache. Dicen que si no apoyamos a la prensa no se podrán hacer
reportajes serios y todas esas cosas. Estoy desolado...
[2]
Javier Lafuente: “El candidato ultra Bolsonaro logra una gran victoria en la
primera vuelta” y Pablo León: “La importancia de volver al ‘Barrio’”, El
País, 08/10/18.
[3]
Luego sentada, cuando se confirmó que en realidad no había nadie acampado pero
cada noche plantaban una tienda más, con lo que en una semana habrían copado
todo el espacio y esa y no otra fue la razón para desalojarlos.
Ayer leía que sólo la ANC tiene 125.000
inscritos. ¿No son capaces ellos solos de colocar doscientas personas al día en
Sant Jaume de forma permanente, aunque sea mediante rotaciones? ¿No están
sobrados de estudiantes, jubilados o parados de larga duración? Se ve que no...
Con todas mis críticas pasadas y futuras al 15 ― M puedo atestiguar que su acampada era
real, que dentro de cada tienda había gente.
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