jueves, 25 de octubre de 2018

UN PÁRRAFO


Pese a mis reiterados propósitos de dedicar el tiempo libre a cosas útiles, aún no he espabilado y sigo perdiendo muchas horas con la prensa diaria en versión digital. Cierto que cada vez me afecta menos, pero hoy he topado con un párrafo que no puedo resistirme a comentar:

Dicen en los tutoriales sobre liberalismo que el coche es la libertad y su popularización contribuyó definitivamente a la revolución sexual. Aunque sea un Simca 1000, en los coches se pueden hacer más cosas que en una bici[1].


Primero un poco de contexto. Lo del Simca 1000 alude a una canción de un grupo que tuvo mucha difusión en medios convencionales en los ochenta titulada: “Qué difícil es hacer el amor en un Simca 1000”. Se llamaban Los Inhumanos y no me suena raro que el liberalismo y la inhumanidad aparezcan en el mismo párrafo...
Dicen en los tutoriales sobre liberalismo que el coche es la libertad. Estas ya son palabras mayores. Según la academia que limpia, fija y da esplendor, un tutorial es un “manual de uso en soporte electrónico”. Pudiera ser que la mención a un medio modernete[2] tratara de compensar su alusión decididamente rancia a aquel grupo popero de usar y tirar, pero creo que se trata más bien de una confesión. El liberalismo no se lee. Se aprende en la red con vídeos cortitos y directos al hígado y si duran cinco minutos, mejor que diez. No en vano les encanta eso de “el tiempo es oro”.
Que a los liberales les gusta el coche es algo obvio. Su adorada Margaret Thatcher decía que el que a los cuarenta años viajaba en transporte público era un fracasado[3], su estrecha mente ni siquiera concebía la posibilidad de que alguien no quisiera comprar un coche. Es lo primero que hacen en cuanto pueden, y el siguiente reto que se marcan es comprar otro más caro y las malas lenguas dicen que dentro de la subespecie liberal masculina el tamaño del coche es inversamente proporcional al tamaño de la minga.
Tampoco hay duda de que lo asocian con la libertad hasta el punto de que cuando están dentro del coche se sienten libres de incumplir las mínimas normas de convivencia. Sólo hace falta recordar a dos liberales de antes de los tutoriales, Aznar quejándose de no poder conducir borracho y Esperanza Aguirre contrariada por no poder aparcar donde le diera su aristocrática gana.
Sí, en efecto, en los tutoriales sobre liberalismo el coche es la libertad. Y de esa premisa se deduce que el enemigo del coche es enemigo de la libertad, como hace la autora del artículo. Afortunadamente, uno que no parece haberse educado con tutoriales recupera un documento precioso, el primer bando sobre automóviles publicado por el Ayuntamiento de Madrid en 1908:
“El automóvil no debe circular por una población a velocidades excesivas, produciendo molestias y peligros al vecindario; pero éste, por su parte, no tiene tampoco derecho a disputar a los vehículos, la posesión y disfrute del centro de las calles y plazas, por el que podrá transitar de paso y con las precauciones debidas, cuando tenga que atravesarlas, pero siendo intolerable que pretenda convertirlo en lugar predilecto de tertulias y recreos, cual si los ciudadanos que van en coche no hubieran de merecer de los que van a pie el propio respeto que a estos deben inexcusablemente guardar los primeros”[4].
El alcalde autor del bando era el Conde de Peñalver, curiosamente el propietario del primer automóvil que circuló por Madrid. No me gusta resaltar lo obvio, y más cuando es tan obvio, pero su escrito hace evidente que el automóvil reinará en adelante sobre las tertulias y recreos de la chusma. ¿Quién puede concebir una ciudad donde los vecinos hablen y se diviertan juntos? La ciudad es para los coches, para que la perfumen con su aroma y la armonicen con sus músicas acompasadas y aquellos trasnochados que pretendan volver a los recreos y tertulias son unos liberticidas.
No es casual que a los agentes de tráfico se les conociera durante mucho tiempo como “guardias de la porra”, pues hizo falta mucha porra para que la chusma entendiera que estaba ganando libertad cuando su sentido común le indicaba que la perdía...
Lo de la contribución a la revolución sexual es de mucho reír. Arabia Saudí es el paraíso del coche[5]. Un amigo que trabajó allí me contaba que una de las aficiones de los varones saudíes era organizar campeonatos de fútbol jugado en todoterrenos 4x4. Porque a las hembras siguen sin catarlas...
¿No tendrá algo más que ver con poner a las religiones en su sitio, que es el templo y no la calle?


[1] Emilia Landaluce: “El rey en patinete”, El Mundo. (23/10/18). La primera frase del artículo ya deja claro que pertenecemos a mundos diferentes: “El otro día casi me atropella el hijo de Ernesto de Hannover en un patinete”. Ni siquiera sabía que el tal Ernesto de Hannover, famoso en otros tiempos por sus borracheras públicas o por ser acusado de intento de asesinato, tuviera hijos y menos que vivieran en España...

[2] No sé si sería más correcta la palabra soporte, me pierdo en el catálogo de las modernidades.
[3] Los ignorantes escribirían “perdedor”.
[4] José Luis Fernández Casadevante, “Kois”: “¿Y si pacificar el tráfico es una declaración de guerra?”, eldiario.es, 18/10/18. Como se ve leyendo el bando, en los primeros tiempos coexistieron “automóvil” y “coche”, aunque el primero casi ha desaparecido hoy. Automóvil fue la palabra de referencia mientras coexistía con el coche, que era el vehículo tirado por caballos. Una vez desaparecido este, el automóvil absorbió el antiguo término por metonimia. En Iberoamérica se prefirió carro, por adopción de la voz inglesa car, con las notables excepciones de Argentina y Uruguay que conservaron el apócope auto.
[5] Al menos hasta ahora, que el príncipe heredero amigo del serrucho parece querer restringir el acceso libre a la gasolina.

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