Pese a mis
reiterados propósitos de dedicar el tiempo libre a cosas útiles, aún no he
espabilado y sigo perdiendo muchas horas con la prensa diaria en versión
digital. Cierto que cada vez me afecta menos, pero hoy he topado con un párrafo
que no puedo resistirme a comentar:
Dicen en los
tutoriales sobre liberalismo que el coche es la libertad y su popularización
contribuyó definitivamente a la revolución sexual. Aunque sea un Simca 1000, en
los coches se pueden hacer más cosas que en una bici[1].
Primero un poco
de contexto. Lo del Simca 1000 alude a una canción de un grupo que tuvo mucha
difusión en medios convencionales en los ochenta titulada: “Qué difícil es
hacer el amor en un Simca 1000”. Se llamaban Los Inhumanos y no me suena raro
que el liberalismo y la inhumanidad aparezcan en el mismo párrafo...
Dicen en los
tutoriales sobre liberalismo que el coche es la libertad.
Estas ya son palabras mayores. Según la academia que limpia, fija y da
esplendor, un tutorial es un “manual de uso en soporte electrónico”. Pudiera
ser que la mención a un medio modernete[2]
tratara de compensar su alusión decididamente rancia a aquel grupo popero de
usar y tirar, pero creo que se trata más bien de una confesión. El liberalismo
no se lee. Se aprende en la red con vídeos cortitos y directos al hígado y si
duran cinco minutos, mejor que diez. No en vano les encanta eso de “el tiempo
es oro”.
Que a los
liberales les gusta el coche es algo obvio. Su adorada Margaret Thatcher decía
que el que a los cuarenta años viajaba en transporte público era un fracasado[3],
su estrecha mente ni siquiera concebía la posibilidad de que alguien no
quisiera comprar un coche. Es lo primero que hacen en cuanto pueden, y el
siguiente reto que se marcan es comprar otro más caro y las malas lenguas dicen
que dentro de la subespecie liberal masculina el tamaño del coche es
inversamente proporcional al tamaño de la minga.
Tampoco hay duda
de que lo asocian con la libertad hasta el punto de que cuando están dentro del
coche se sienten libres de incumplir las mínimas normas de convivencia. Sólo
hace falta recordar a dos liberales de antes de los tutoriales, Aznar
quejándose de no poder conducir borracho y Esperanza Aguirre contrariada por no
poder aparcar donde le diera su aristocrática gana.
Sí, en efecto,
en los tutoriales sobre liberalismo el coche es la libertad. Y de esa premisa
se deduce que el enemigo del coche es enemigo de la libertad, como hace la
autora del artículo. Afortunadamente, uno que no parece haberse educado con
tutoriales recupera un documento precioso, el primer bando sobre automóviles
publicado por el Ayuntamiento de Madrid en 1908:
“El automóvil no
debe circular por una población a velocidades excesivas, produciendo molestias
y peligros al vecindario; pero éste, por su parte, no tiene tampoco derecho a
disputar a los vehículos, la posesión y disfrute del centro de las calles y
plazas, por el que podrá transitar de paso y con las precauciones debidas,
cuando tenga que atravesarlas, pero siendo intolerable que pretenda convertirlo
en lugar predilecto de tertulias y recreos, cual si los ciudadanos que van en
coche no hubieran de merecer de los que van a pie el propio respeto que a estos
deben inexcusablemente guardar los primeros”[4].
El alcalde autor
del bando era el Conde de Peñalver, curiosamente el propietario del primer
automóvil que circuló por Madrid. No me gusta resaltar lo obvio, y más cuando
es tan obvio, pero su escrito hace evidente que el automóvil reinará en
adelante sobre las tertulias y recreos de la chusma. ¿Quién puede concebir una
ciudad donde los vecinos hablen y se diviertan juntos? La ciudad es para los
coches, para que la perfumen con su aroma y la armonicen con sus músicas
acompasadas y aquellos trasnochados que pretendan volver a los recreos y
tertulias son unos liberticidas.
No es casual que
a los agentes de tráfico se les conociera durante mucho tiempo como “guardias
de la porra”, pues hizo falta mucha porra para que la chusma entendiera que
estaba ganando libertad cuando su sentido común le indicaba que la perdía...
Lo de la
contribución a la revolución sexual es de mucho reír. Arabia Saudí es el
paraíso del coche[5].
Un amigo que trabajó allí me contaba que una de las aficiones de los varones
saudíes era organizar campeonatos de fútbol jugado en todoterrenos 4x4. Porque
a las hembras siguen sin catarlas...
¿No tendrá algo
más que ver con poner a las religiones en su sitio, que es el templo y no la
calle?
[1]
Emilia Landaluce: “El rey en patinete”, El Mundo. (23/10/18). La primera
frase del artículo ya deja claro que pertenecemos a mundos diferentes: “El otro
día casi me atropella el hijo de Ernesto de Hannover en un patinete”. Ni
siquiera sabía que el tal Ernesto de Hannover, famoso en otros tiempos por sus
borracheras públicas o por ser acusado de intento de asesinato, tuviera hijos y
menos que vivieran en España...
[2] No
sé si sería más correcta la palabra soporte, me pierdo en el catálogo de las
modernidades.
[3]
Los ignorantes escribirían “perdedor”.
[4]
José Luis Fernández Casadevante, “Kois”: “¿Y si pacificar el tráfico es una
declaración de guerra?”, eldiario.es, 18/10/18. Como se ve leyendo el
bando, en los primeros tiempos coexistieron “automóvil” y “coche”, aunque el
primero casi ha desaparecido hoy. Automóvil fue la palabra de referencia
mientras coexistía con el coche, que era el vehículo tirado por caballos. Una
vez desaparecido este, el automóvil absorbió el antiguo término por metonimia.
En Iberoamérica se prefirió carro, por adopción de la voz inglesa car,
con las notables excepciones de Argentina y Uruguay que conservaron el apócope
auto.
[5] Al
menos hasta ahora, que el príncipe heredero amigo del serrucho parece querer
restringir el acceso libre a la gasolina.
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