Siempre me ha
resultado muy curioso escuchar a algunos políticos que cuando están en activo
se vanaglorian de haber ganado su plaza de funcionario siendo muy jóvenes ― la
frase clásica es “yo a los X años ya tenía la vida solucionada” ―
pero cuando abandonan el poder ninguno regresa a esa plaza de la que tanto
blasonaba antes. Supongo que cuando uno ha pisado según qué moquetas encuentra
muy ordinario volver a emplearse en un trabajo sencillo y decente que dé lo
suficiente como para mantenerse con dignidad[1].
Para eso se
inventaron lo que ahora llamamos “puertas giratorias”, que traducido al
castellano significa que cualquier empresa de gran tamaño les hará un hueco en
su consejo de administración para que disfruten de unos buenos ingresos sin
necesidad de contrapartida alguna. Creo que el ejemplo que primero viene a la
cabeza es el de las compañías eléctricas, mimadas con cariño por los diferentes
gobiernos que se han sucedido desde que se reinstauró la costumbre de pasar por
las urnas. En sus consejos se sientan ― es
un decir, porque tampoco es obligatoria la asistencia aunque las dietas suelen
ser interesantes ― desde antiguos presidentes o ministros
hasta personajes como el Marqués de Del Bosque, de nombre Vicente, cuyo mayor
mérito según mis amigos futboleros fue no joder demasiado el equipo que le
había dejado hecho Luis Aragonés[2].
Más allá de
estos ejemplos tan vistosos que sólo alcanzan a la parte más alta del
escalafón, sí parece que los políticos tengan interiorizado que en el momento
en que abandonen su cargo algo se les buscará, que no tendrán que pasar por el
trago humillante de enviar el curriculum y batirse el cobre con otros aspirantes
al mismo puesto y someterse a las entrevistas de los muchachos de Recursos
Humanos[3].
Leo que Anna
Gabriel anda corta de fondos. Cuando tomó la decisión de exiliarse optó por
seguir el ejemplo de otros revolucionarios ilustres como Bakunin o Lenin y
eligió Suiza como destino pese a saber que es un país caro, porque ella ya
tenía bien estudiado un plan para afrontar la supervivencia diaria y no hay que
olvidar que Gabriel es sobria de costumbres [4].
Según un reportaje que leí una vez, en Barcelona vivía en un piso compartido en
el barrio de Gracia con muy pocas posesiones personales[5].
Según la Wikipedia
sus empleadores (como se dice ahora) han sido la Generalitat, el grupo
parlamentario de las CUP y la universidad, donde era profesora de derecho.
Dedicación que comparte con la mano derecha de Colau, mi gran amigo Gerardo
Pisarello[6]
La CUP no tiene
grupo parlamentario en Suiza y no sé si la Generalitat habrá abierto
oficina ― desde luego no será por falta de ganas ―
pero si lo ha hecho, con lo del 155 es muy mal momento para ir allí a pedir
trabajo.
Naturalmente, la
opción pasaba por emplearse como profesora en alguna universidad suiza. ¿Acaso
no pasó a la universidad privada Francisco Camps con una tesis recién leída tan
brillante que la han declarado secreta en cuanto se empezó a asociar con la
palabra plagio? Vale. Camps es un facha como el Almirante Cervera, pero nacido
en los Países Catalanes. Y aquí o follamos todos o la pu... digo, aquí jugamos
todos o se rompe la baraja. Parece obvio que en la cabeza de Gabriel no entraba
la posibilidad del no.
Y sin embargo ha
sido no. Ninguna universidad suiza ha mostrado interés por que la cupaire
comparta su sabiduría con sus alumnos.
Estos suizos no
tienen ni idea. Ya ni pensar en la virtuosa Cataluña, en el odioso Estado
español un antiguo parlamentario con tal nivel de exposición pública
habría obtenido aunque fuera una miserable ayudantía en una universidad pública
o privada con sólo hacer saber que estaba necesitado. Qué gente más rara...
Así que Anna
necesita financiación urgentemente y el obvio recurso es la solidaridad, la
gran palabra. Se va a organizar un concierto en su pueblo y una quincena de
grupos va a actuar gratis para allegar fondos en un festival con precios de
bandas que cobrarían más de lo habitual.Porque queda
descartado que se dedique a ordinarieces tales como poner copas, dar clases
particulares o fregar escaleras. Estos no han conocido ese clásico de Luis Aguilé
que decía “Soy currante y tiro palante, lo que como me lo gano con el lomo”[7].
Que no se me
malinterprete. Odio el trabajo más que nadie en el mundo. Me considero un
fracasado por haber tenido que rebajarme a trabajar. Creo que vender tu fuerza
de trabajo es una actividad inhumana y degradante y no me crearía ningún
problema de conciencia haber heredado una fortuna y no tener que dar un palo al
agua en mi vida. Trabajar es de burros.
Es una de las
críticas que siempre he hecho a los obreristas, su veneración hacia el trabajo
como única fuente de riqueza legítima, reproduciendo bien aprendida la vieja
lección burguesa. Para mí ser trabajador no es síntoma de superioridad moral
sino de degeneración genética pero nadie es perfecto[8]...
Otra cuestión
muy distinta es comprobar que gente a la que se le llena la boca hablando de la
dignidad innata de los trabajadores y criticando el precariado decida que no es
necesario haberlo padecido para criticarlo. Y si lo padeció en sus tiempos
jóvenes, debe guardar tan mal recuerdo que no le han quedado ganas de repetir.
A falta de cátedra, buenos son conciertos.
Supongo que al
menos tendrá el detalle de enviar un vídeo de lloriqueo previo y posterior
agradecimiento que provoque el éxtasis entre su entregado público.
[1] Todos
los casos que recuerdo ahora son del PP pero imagino que también debe de
haberlos en otros partidos.
[2]
Conocido como “el sabio de Hortaleza”. Dio un ejemplo de sabiduría difícil de
superar cuando advirtió de que “No es bueno leer demasiado. Yo tenía un amigo
que se puso a leer a Kafka y se volvió maricón”. Se lo escuché decir por la radio y está
reproducido en Internet pero no demasiado, curiosamente.
[3]
Dos palabras que ya lo dicen todo poniéndonos al nivel de las grapadoras o la
máquina de café.
[4] Aprovecho
la ocasión para reproducir una cita de Lenin que creo que es muy poco conocida:
“Soy incapaz de escuchar música demasiado a menudo ―
dijo una vez refiriéndose a la Appasionata de Beethoven ―.
Afecta a tus nervios, hace decir cosas bonitas y estúpidas y acariciar las
cabezas de esas personas capaces de crear tanta belleza mientras viven en este
infierno mezquino. Y no hay que acariciar la cabeza de nadie..., podría ocurrir
que te mordieran la mano. Hay que golpearles en la cabeza, sin piedad”. Greil Marcus:
Rastros de carmín. Una historia secreta del siglo XX. Anagrama
(Barcelona), 1993 (2ª ed.), p. 234. Supongo que por eso la izquierda actual
resulta tan triste...
[5]
Para quien no conozca la idiosincrasia barcelonesa, Gracia es el barrio
preferido por los catalanes guais (artistas sin obra conocida,
bohemios de a las tres en casa, agitadores culturales subvencionados...)
mientras los guiris guais
prefieren el mío, el Barrio Gótico.
[6]
Aunque más cabría llamarle el muñón derecho, pues su actividad conocida se
reduce a retirar una estatua y renombrar una calle.
[7] En
realidad la versión original era en argentino: “Soy laburante y
tiro padelante, lo que como me lo gano con el lomo”. Aguilé cantaba otro
clásico contra el trabajo: “Es una lata el trabajar”.
[8] Es
probable que ya lo haya escrito aquí alguna otra vez pero la palabra trabajo
procede del latín tripalium, que era un instrumento de tortura.
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