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lunes, 11 de abril de 2016




LAS DOS HUELGAS DE GASOLINERAS DE BARCELONA[1]

1977

En julio de 1977 se reúnen en asamblea los trabajadores de gasolineras de la provincia de Barcelona con el objetivo de acordar una plataforma común para la renovación de su convenio. En asamblea posterior se eligió una comisión integrada por siete miembros de CNT, dos de UGT, dos de CCOO y un independiente y el 30 de agosto se presenta el borrador, que es aprobado por mayoría absoluta. Hay que recordar que a finales de abril se habían legalizado los sindicatos, así que estos aún estaban en plena fase de organización. Ya tenían asignado su papel de suplantar cualquier otro tipo de agrupamiento de los trabajadores, pero aún no disponían del poder efectivo para impedirlo.
En este caso se ve claro en el hecho de que era la asamblea la que tenía el control sobre la comisión en todo momento. Las indicaciones de esta se consideraban solo orientaciones que debían ser aprobadas por la asamblea o, en su caso, rechazadas o corregidas.
La petición principal era elevar el salario  de 458 a 1.000 pesetas diarias. Ante los oídos sordos que hace la patronal, deciden convocar huelga a partir del 28 de setiembre. Entonces, esta ofrece un aumento de hasta 700 pesetas diarias.
En ese momento irrumpen en la negociación por su cuenta y riesgo , unos liberados  de CCOO que ni siquiera eran gasolineros, pero la maniobra es descubierta y denunciada por la asamblea y quedan fuera de juego. No hay que olvidar que en ese mes se habían firmado los Pactos de la Moncloa, que establecían precisamente ese papel de policía laboral para las centrales a despecho de la propia ley, como veremos más adelante. Era solo un anuncio de lo que estaba por llegar...
Y comenzó el regateo. La asamblea bajó a 900, pero la patronal no se movió de las 700, así que se declaró huelga indefinida a partir del 21 de octubre. Éxito total. Pararon todas las gasolineras de la ciudad y el 90% de la provincia. A los cinco días, los patronos claudicaron y acabaron aceptando un sueldo de 881 pesetas diarias, con vigencia hasta el 1 de julio de 1978. Habían conseguido el mejor convenio provincial de gasolineras. Según Zambrana, hasta fueron alabados por una parte de la prensa.
Hay dos cuestiones técnicas, referentes al derecho laboral de entonces, que es interesante precisar. La primera es que aún no se planteaba la cuestión de los servicios mínimos y sin embargo, la asamblea de gasolineros se había adelantado y había previsto un sistema de bonos para que pudieran ser atendidos médicos, ambulancias y otros servicios de urgencias. La segunda es que entonces las huelgas sectoriales estaban prohibidas, de modo que, durante medio año, gente de CNT estuvo recorriendo las gasolineras una por una para que firmasen convocatorias de huelga con la fecha en blanco, para poder presentar todas juntas en el momento adecuado. Debieron ser entre doscientas y trescientas.

1978

En junio de 1978 faltaba un mes para que caducase el convenio, así que lo denunciaron. Sin respuesta. Entonces solicitaron huelga legal y después de diez días, tampoco hubo respuesta.
En aquellos meses habían pasado muchas cosas y parece que los gasolineros no se habían dado cuenta, mientras los de enfrente sí tomaron buena nota...
Cabe recordar que el 16 de enero comenzaba el proceso de elecciones sindicales que otorgaba oficialmente la representación de los trabajadores a los elegidos, a semejanza de la política, donde se entregaba todo el poder a los parlamentarios y senadores electos para que lo interpretasen según su criterio[2].
Sucedió que UGT y CCOO, legitimadas por la fuerza de los votos recibidos en el proceso, habían firmado un convenio nacional de gasolineras que se suponía de validez en todo el territorio.
El nuevo convenio era una ruina. Parece evidente que, puestos a firmar un convenio nacional, las condiciones deberían ser mejores que las del mejor convenio provincial. En su defecto, iguales. En ningún caso peores.
Pues bien, como ya se ha indicado, el mejor convenio provincial era el de Barcelona y comparado con este, el nacional era un desastre. Según una octavilla que circuló durante la huelga, el precio por hora del convenio barcelonés era de 230 pesetas frente a 155 del nacional, el tiempo de almuerzo pasaba de 30 a 15 minutos, los dos pluses de Navidad y Primero de Mayo (1.000 pesetas cada uno) desparecían, así como el “quebranto de moneda” hermosa expresión, por cierto , que en Barcelona era el salario de un día, y de trabajar un máximo de dos domingos seguidos se pasó a tres[3]. Por si eso fuera poco, como aclara Joan Zambrana, la legislación vigente no otorgaba capacidad de decisión a las centrales sindicales como tales, sino a las comisiones negociadoras que se creaban a tal efecto (en muchos casos estas comisiones se formaban por práctica asamblearia, tanto a nivel provincial como en algunos casos estatal)[4]. Daba igual. La mera existencia del convenio nacional daba a los patronos la excusa a la que agarrarse para no negociar.
Pero ese no era el único cambio, en realidad todo había cambiado. Así, aunque nominalmente pudiera convocar a la huelga la Asamblea de Trabajadores de Gasolineras de Barcelona, se entendió que quien convocaba la huelga era la CNT, mayoritaria en el sector. Su secretario Enric Marco ya había declarado en mayo que “esta vez la CNT va a ir con todas sus fuerzas para que los trabajadores se den cuenta de que la confianza que entonces depositaron en nosotros es justa. Por eso vamos a ir a un convenio y si es necesario a un conflicto, pero bien organizados, desde el primer momento. Que no se hagan ilusiones ni los empresarios ni los arbitrajes oficiales de que van a arrastrar a CNT a algo que no quieren hacer los trabajadores”[5]
La propia CNT había cambiado y, aunque no se prestase al juego electoral, pensaba en términos de central sindical, en un juego peligroso que le iba a traer consecuencias muy negativas. Si en el 77 se había prestado a organizar una huelga de logística muy complicada de forma anónima, ahora le interesaba  que se supiera que estaba detrás,  para acreditar el peso que le negaba la representación electoral a la que había rehusado. El asunto trajo debate y si en el Solidaridad Obrera de mayo del 78 se denunciaba que “CNT no puede hablar de la asamblea como órgano decisorio cuando por otra parte está apoyando comités intersindicales con las burocracias reformistas y por qué no verticalistas, salidas de las elecciones sindicales” en el CNT del 17 de agosto se le replicaba  que “Si nos cuestionamos el que los sindicatos sirvan para la negociación debemos cuestionar la razón de ser de las secciones sindicales. La asamblea cubre el espacio de la unidad de acción, pero hay que defender la estructura del sindicato como organización de lucha” y “Si los sindicatos no sirven, habría que buscar otra forma de organización que podría ser el asambleísmo, pero esto me parece muy peligroso”.  
La huelga comenzó el dos de setiembre y ¡cuántas cosas pueden cambiar en menos de un año!

La Policía Armada tomó las gasolineras a punta de metralleta y se ocupó de dispensar el combustible. Como anécdota, durante los primeros días de huelga ardieron varias gasolineras de la periferia de Barcelona y, a día de hoy, aún no ha quedado claro si se debió a sabotajes o fue consecuencia de la ineptitud policial a la hora de despachar la gasolina[6]. Es evidente que con esa ayuda la patronal podía aguantar lo que le echaran encima.
Pero la cosa no paró ahí, se trataba de una ofensiva en toda regla, sin desatender un solo frente. Hubo un centenar de detenciones por integrar piquetes informativos o, simplemente, pegar carteles a favor de la huelga. Treinta y cinco solo entre el 4 y el 5 de setiembre y, como indiqué en el texto anterior, muchas fueron fruto de delaciones de sindicalistas de Comisiones y UGT. La prensa, que había sido más bien favorable en 1977, se tornó hostil y alternó la desinformación, la omisión y la condena.
No hay dato que muestre mejor la decadencia que examinar los apoyos recibidos. Entre los sindicatos: CSUT, SU, UGT (histórica), SOC y los Col.lectius de Treballadors de Catalunya y entre los partidos: ERC, POUM, PTE, LCR, AC o FNC. Salvo ERC, ninguno de ellos consiguió sobrevivir[7].
Aun con tantos y tan poderosos enemigos, la huelga aguantó casi cincuenta días, hasta el 20 de octubre, supongo que a costa de enormes sacrificios personales y familiares. El acuerdo firmado era meramente defensivo. Incluía la readmisión de los despedidos y sancionados con motivo de la huelga, la libertad de los detenidos, el respeto al convenio provincial del año anterior y la posibilidad  de que en el futuro se pudieran pactar convenios provinciales a la espera de las leyes que estaban pendientes de aprobación. Se trataba de no perder lo ganado, de no retroceder. En definitiva, de salvar la cara.
Y por supuesto, no hubo huelga de gasolineros en 1979...



[1] La información procede de un foro de alasbarricadas.org que incluye el capítulo “La Huelga de Gasolineras de Barcelona: dos actos para un conflicto” del libro La alternativa libertaria de Joan Zambrana , y de Trabajadores por la autonomía y la revolución social: “Nuevos comentarios acerca de la España salvaje” en los incontrolados [crónicas de la españa salvaje 1976 1981], Klinamen, Sevilla, (2004), pp. 47 87.
[2] En realidad según el criterio de su jefe de filas, que es quien hace la seña convenida indicando el botón que deben apretar. Así que se pueden permitir el lujo de aprobar o rechazar una propuesta sin ni siquiera escucharla y, aún con eso, de vez en cuando se equivoca alguno. En fin...
[3] La cifra de la remuneración por hora parece discordante con la de 1977, pero quién sabe si se habla de bruto o de neto, si se contabiliza el descanso o las vacaciones o, simplemente, había un error. Sea como fuere, es evidente que el convenio firmado por CCOO y UGT era una burla respecto a lo que la Asamblea de Gasolineras de Barcelona había conseguido el año anterior.
[4] Era el espíritu de la época. Tampoco las elecciones de 1977 eran elecciones a cortes constituyentes y, sin embargo, acabaron aprobando una constitución. El régimen salió ilegítimo desde el principio, así que no nos tiene que extrañar mucho de lo que vemos hoy, solo siguen la costumbre.
[5] En efecto, Enric Marco es el farsante aquel que fingió haber estado encerrado en un campo de concentración nazi cuando, en realidad, trabajó para los nazis a través de una organización franquista que reclutaba voluntarios para ayudar al triunfo de Hitler.
[6] Me abstendré de hacer chistes sobre la capacidad de combustión de ciertas formaciones leñosas porque seguro que hoy caben bajo algún apartado de la Ley Mordaza.
[7] Técnicamente el SOC sí, porque se integró en el Sindicato Andaluz de Trabajadores, pero ya no exhibe públicamente sus siglas. Un caso curioso es el de Unión Sindical Obrera, sindicato de raíz cristiana que aún se arrastra hoy con más pena que gloria: la sección vasca apoyó la huelga mientras la catalana guardaba silencio...

lunes, 28 de marzo de 2016

SINDICALISTAS Y SINDICALISTOS


Josep Maria Álvarez, recién elegido líder de UGT[1], se queja de que “Nos sentimos maltratados. El sindicalismo ha sido maltratado. Porque el capital, los poderosos, saben que primero tienen que acabar con el instrumento que los ha conseguido. El capital y los poderosos saben que para arrebatar nuestros derechos primero tienen que acabar con el instrumento que los ha conseguido: las organizaciones sindicales”.
En fin, el capital y los poderosos llevan más de un siglo atacando a los sindicatos. Y se puede dar con un canto en los dientes, porque en buena parte de ese siglo largo a los sindicalistas se les perseguía a tiros, al menos en España. No. El desprestigio viene del otro lado, de los trabajadores, obreros, currantes, proletarios o incluso productores, como se les llamaba en la prensa franquista. Es un proceso largo pero, en realidad, fácil de explicar.
Históricamente había dos grandes sindicatos en España: la UGT, socialista, fundada en 1888 y la CNT, anarquista, en 1910. Aunque siempre hubo gente en los dos lados que intentó el acercamiento, siguieron trayectorias divergentes hasta la Guerra Civil. Así, durante la dictadura de Primo de Rivera UGT decidió colaborar con el gobierno, mientras CNT se negó y fue ilegalizada. De este modo, mientras la UGT disfrutaba de los beneficios de su colaboración, los anarquistas eran asesinados por docenas por los pistoleros de la patronal y, aunque formaron grupos de acción para combatir el terror con el terror, el saldo fue siempre desigual, nunca llegaron a equilibrar el salvajismo de los patronos.
Había también sindicatos agrarios, católicos o los llamados “amarillos” que eran creación de la propia patronal , pero ninguno tenía una fuerza comparable a la de estos dos.
Tras la guerra, tanto UGT como CNT quedaron prácticamente desarticuladas y aunque hicieron intentos de reorganización, la policía los desbarataba con facilidad, pues los militantes históricos eran bien conocidos y resultaba sencillo seguir sus pasos.
Sin embargo, durante el Franquismo hubo conflictos laborales, más a medida que se acercaba el final del régimen, solo que adoptaron una forma nueva.

Durante la famosa huelga minera de Asturias en 1962, se optó por formar comisiones obreras, que daban paso  a un sistema de organización asambleario, en el que los mineros elegían a sus representantes para la negociación y los acuerdos a los que estos llegasen debían ser refrendados en asamblea para ser considerados válidos. Este sistema, que fue perfeccionándose con el tiempo, demostró ser válido dentro de los estrechísimos cauces  que marcaba el Franquismo y precisamente por su eficacia, las comisiones obreras llamaron la atención del Partido Comunista, que decidió infiltrarlas para ponerlas a su servicio, pues el PCE nunca tuvo un sindicato propio con un mínimo de influencia. La estrategia tuvo éxito, pero hubo trabajadores que vieron la jugada y se negaron a ponerse al servicio de los intereses de un partido, de modo que en algunas fábricas llegaron a coexistir dos comisiones obreras, una fiel al PCE y la otra defensora de los principios asamblearios.

Murió Franco y pareció que se destapara una olla que llevase mucho tiempo al fuego[2]. En enero de 1976 hubo una oleada de huelgas de la que la más espectacular fue la del Metro de Madrid, que fue militarizado, pero la de consecuencias más profundas fue la de Vitoria, aunque en ese momento pasase desapercibida por producirse en una capital de provincia con merecida fama de tranquila. La huelga vitoriana implicó a varios miles de trabajadores de una decena larga de empresas grandes, medianas y pequeñas, y duró dos meses. Últimamente se ha recordado porque se han cumplido cuarenta años de su final trágico, resuelto en cinco trabajadores muertos. Hasta Pablo Iglesias habló de ellos, como de Salvador Puig Antich. Sin embargo, como en el caso de Salvador, se recuerda la muerte pero se olvida cuidadosamente mencionar por qué luchaban, porque es algo que no interesa, un molesto recordatorio de que las cosas podrían ser de otro modo. Ninguno quiere contribuir a reabrir un camino peligroso, porque las consecuencias pueden ser incontrolables, como en Vitoria, donde se empezó pidiendo aumento de sueldo y se acabó poniendo en cuestión todo el sistema. La huelga vitoriana merecería un estudio en profundidad que aún está por hacer, pese a que ha generado una cierta bibliografía , pero aquí me limitaré a mencionar un par de aspectos. Una de sus consignas era Todo el poder a la Asamblea, porque su organización fue asamblearia en todo momento y a todos los niveles, desde pequeñas asambleas de fábrica hasta macroasambleas de varios miles de trabajadores. Esta estructura de funcionamiento impedía en la práctica que ningún grupo u organización pudiera ponerla a su servicio y así, fracasó el intento del PNV por hacerse con el control de la huelga. La propuesta consistía en un fuerte respaldo económico a cambio de otorgarle al Partido la facultad de señalar su finalización[3]. Y por supuesto, la falta de control externo esa falta de cabeza dirigente con la que poder entenderse o a la que, en última instancia, poder acogotar , la volvía imprevisible y, al tiempo, muy poderosa. La Policía ya lo vio claro entonces: “De cuajar tales dispositivos de crearse Comisiones Representativas en toda la nación y realizarse efectivamente el pretendido engranaje entre ellas el avance del movimiento obrero sería práctico y se traduciría opinamos en una prepotencia muy difícil de contener”[4]. El otro aspecto importante es que, pese a las cinco muertes y la vuelta forzada al trabajo, en realidad la huelga consiguió sus objetivos inmediatos. Como cuenta uno de sus protagonistas, con el final trágico no hay ninguna negociación. Económicamente las empresas conceden todo lo que habíamos pedido pero sin negociar absolutamente nada. Incluso los convenios que vinieron los años siguientes fueron los mejores convenios de la historia de la clase obrera en Vitoria como consecuencia de aquella lucha que vino antes[5].
Con esta y alguna otra torpeza, pronto se vio que este primer gobierno de la Monarquía tenía demasiados resabios franquistas como para poder llevar la nave a buen puerto, de modo que, mediado 1976, Juan Carlos se deshace del rígido Arias Navarro, que miraba demasiado hacia el pasado, y pone en su lugar a Adolfo Suárez, mucho más interesado en mirar hacia el futuro, precisamente porque quería deshacerse de su pasado, algo que desde ese momento , se convirtió en moda. La tarea que el Rey encarga a Suárez es conseguir un régimen que sea equiparable a lo que entonces se conocía como Europa Occidental, es decir, los países que eran miembros del Mercado Común y de la OTAN.
Suárez diseñó un sistema articulado en torno a los partidos políticos y tuvo el buen criterio de incluir entre ellos al Partido Comunista aunque en ese primer momento no lo hiciese público , seguramente porque tenía informes fiables sobre su fuerza real, que estaba muy por detrás de su leyenda. Pero si para Suárez era fácil entender el ambiente político no en vano, el Franquismo en el que se crió también tenía sus familias que, a veces, necesitaban un sistema complicado de cesiones, negociaciones y equilibrios para entenderse, al menos en los niveles bajos o medianos , la cuestión laboral le sobrepasaba. Primero, porque de donde él venía, cualquier desencuentro entre patronos y trabajadores se entendía como un problema de orden público. Segundo, porque allí encontraba elementos discordantes y potencialmente peligrosos, como los asamblearios, con los que no cabía ese tipo de arreglos. Así que optó por aplicar el esquema político, el que conocía, para lidiar con el problema.
UGT y Comisiones estaban ansiosas por colaborar y como les parecía que el proceso no avanzaba con suficiente rapidez, crearon un engendro de circunstancias, la COS, que convocó un paro general de un día para el 12 de noviembre de 1976. Eso sí, previamente advirtieron de que su intención no era en absoluto derribar al nuevo gobierno, sino solo hacer una demostración de fuerza[6]. Lo cierto es que tuvieron éxito, mucha gente participó en aquello, aunque sería interesante hacer una encuesta para saber cuántos se arrepintieron después, como tantos que votaron al PSOE en 1982 y perdieron su puesto de trabajo con la Reconversión Industrial...
A partir de ahí, todo vino en cascada. El 28 de abril de 1977 se legalizaron los sindicatos y el 16 de enero de 1978 comenzaron las elecciones sindicales. Entre ambas fechas, en setiembre de 1977, se firmaron los Pactos de la Moncloa.
CCOO y UGT se sumaron con alegría al plan, como lo habían hecho los partidos de los que eran meras correas de transmisión, el PCE y el PSOE. El esquema era el mismo. Las elecciones sindicales otorgarían poder a las cúpulas de las centrales y, por supuesto, dinero para mantener contentos a los suyos. Ahí nació la nefasta figura del liberado.
De los dos sindicatos históricos, la CNT se negó a entrar en el juego. Apostó por el asamblearismo y perdió. Es complicado explicar las causas del fracaso. Desde luego, hubo guerra sucia. Se montó una provocación en toda regla el “Caso Scala”, con la presencia de un confidente infiltrado (Joaquín Gambín) , para criminalizar a la CNT convirtiéndola en una organización terrorista. Se acusó a Rodolfo Martín Villa, entonces ministro de Gobernación, de estar detrás del montaje pero, por supuesto, nunca se pudo probar. De lo que sí hay constancia es de que le preocupaban más los anarquistas que ETA o los GRAPO porque ambos, a diferencia de los anarquistas, tenían jefes con los que era posible entenderse, aunque también es cierto que no es obligatorio caer en provocaciones. Puede que fuera la falta de un partido detrás en un proceso que fue diseñado para partidos o que fuera una apuesta  demasiado alta para las fuerzas con las que contaba. También hay quien ha apuntado que la CNT refundada ya nació con graves taras[7]. En cualquier caso, esa nueva CNT pudo ser dejada pronto de lado sin consecuencias apreciables, salvo en lugares concretos.
Pero igual que sucedió con los partidos de los que dependían, Comisiones y UGT tuvieron que pagar un precio. La imagen de Santiago Carrillo con la bandera bicolor detrás no significaba cambiar un trapo por otro sino reconocer la Monarquía y obligarse públicamente a defenderla. Con ese simple gesto desautorizaba cuarenta años de lucha del PCE, pero la ilusión de futuro de entonces compensaba liquidar todo su pasado de un plumazo.
Lo que se pidió a cambio a los sindicatos mayoritarios fue que ejercieran de “policía laboral”, y a ello se aplicaron con entusiasmo. En apenas un par de años habían acabado con cualquier alternativa que no pasase por sus manos, aunque tuvieran que recurrir a tácticas tan sucias como denunciar a la policía con nombres y apellidos a miembros de piquetes de huelgas que no habían convocado ellos. La derrota la resumía muy sencillamente Miquel Amorós en un texto de 1995: el “Estatuto de los Trabajadores, obra de la patronal CEOE y de la UGT, apoyada con reticencias por CCOO, fue promulgado el 10 de marzo de 1980. Introducía la flexibilidad de las plantillas y suprimía la práctica corriente de las asambleas, pero no para dar mayor protagonismo a los Comités de Empresa legales sino para darlo a las cúspides de las centrales, consagrando los acuerdos verticales (por arriba). El capítulo relativo al derecho de reunión establecía la periodicidad óptima de las asambleas ¡UNA CADA SEIS MESES! Además, su celebración sucedería fuera del horario de trabajo, con un orden del día prefijado y con los asistentes de otras empresas (si los hubiere) previamente anunciados”[8].
Con los años el proceso se agudizó. La única obsesión de CCOO y UGT parecía ser desmovilizar a los trabajadores, cuya única fuerza era, precisamente, su capacidad de movilización, poder poner en jaque estructuras productivas vitales. El mensaje venía a ser “vosotros id tranquilos a cenar el sábado, no os preocupéis por nada, que ya velamos nosotros por vuestros intereses. Dejadlo en nuestras manos”. Y, por supuesto, como en cualquier engaño, siempre hace falta uno que engañe y otro que se deje engañar. La gran mayoría se fue contenta a cenar el sábado, confiada en que las conquistas conseguidas no podían echarse atrás, del mismo modo que se decía que los pisos nunca podían bajar de precio...
Recuerdo a Javier Arenas, ministro de Trabajo del gobierno de Aznar, alabando a Antonio Gutiérrez, líder de Comisiones entonces, y Gutiérrez tan feliz, devolviendo los cumplidos... Pero cambiaron las tornas. Llegó la crisis y solo entonces los dos “interlocutores sociales” (que ya habían renunciado hasta a ser sindicatos) descubrieron que pilotaban dos cascarones huecos. Se habían aplicado con tanta energía a desmantelar la fuerza que podían tener la que nacía de la fuerza de movilización, más allá del paro simbólico de 24 horas , que cuando hicieron sus llamamientos a la resistencia, descubrieron que no había nadie detrás. Y se indignaban cuando Esperanza Aguirre pedía que se eliminasen los “liberados sindicales”, cuando no había otra propuesta más lógica. Ya habían cumplido su misión, desarmar a los trabajadores. ¿Para qué les necesitaban en el futuro? Hicieron su trabajo de bomberos de forma impecable y fueron recompensados muy generosamente. ¿A qué viene ahora quejarse de que todas las cerillas de la caja están mojadas?[9]







[1] Líder es la forma moderna de llamar al jefe. Porque liderar, lo que se dice liderar, no lideran nada. Por ejemplo, Mariano y Pedro mandan, uno más que otro, pero solo porque en este momento uno tiene más poder, no porque esté mejor dotado, basta con ver las que arma cada vez que abre la boca... La cita que sigue es de “Álvarez (UGT): “Nos hemos sentido maltratados por el capital”, El País, 12/03/16. Suena un poco repetitiva, pero no es mi culpa.
[2] El detonante fue un decreto de congelación salarial de noviembre de 1975, obra del ministro Juan Miguel Villar Mir. El suegro de compi yogui, dicho sea de paso. Algunos no han conocido mal año.
[3] Carlos Carnicero Herreros: La ciudad donde nunca pasa nada. Vitoria, 3 de marzo de 1976. Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco, Vitoria-Gasteiz, (2007), p. 106.
[4] Comisaría General de Investigación Social: Boletín Informativo Nº 26, (06/07/76). Citado por Carnicero, p. 80. Hay que aclarar que nunca hubo tal intento de engranaje.
[5] Todo el poder a la Asamblea. Vitoria 3 de Marzo de 1976 en sus documentos. Likiniano Elkartea, (2001), p. 5.
[6] Fue el primero de estos enfrentamientos rituales. Una huelga general de un día carece de sentido. El objeto de la huelga general es, precisamente, hacer caer al gobierno y no tiene límite de tiempo. Se mantiene hasta que triunfa o es derrotada. Pese a lo escrito, reconozco haber participado con entusiasmo en todas las que ha habido desde diciembre de 1988 salvo una, la de 2002, que encontré muy extraña.
[7] Como Miquel Amorós, que se movió por aquel ambiente y casi treinta años después no ahorraba las críticas: “la neoCNT, la casa común de sindicalistas extraviados, aventureros, anarquistas folklóricos y provocadores”. Los incontrolados [crónicas de la españa salvaje 1976 1981]. Klinamen, (Sevilla), 2004, p.9.
[8] Historia de diez años. Esbozo para un cuadro histórico de los progresos de la alienación social. Klinamen, (Sevilla), 2005, p. 96.
[9] Como el texto ha salido muy largo, pronto aparecerá una nota sobre las huelgas de gasolineras de Barcelona que creo que ilustra bien el proceso que aquí se cuenta.