Mostrando entradas con la etiqueta Capitalismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Capitalismo. Mostrar todas las entradas

martes, 31 de enero de 2017

UN FARSANTE Y UNA MOMIA

Se llama Santiago Íñiguez, es presidente de la IE University y decano de la IE Business School y el entrevistador le presenta como “uno de los españoles más reconocidos en el ámbito de la formación empresarial”.
La primera pregunta que se me ocurre es ¿para qué necesita formarse un empresario? Que se miren en el espejo de Trump. Cuanto más ignorante, zafio, despiadado y lleno de prejuicios, mejor te irá en el mundo de los negocios. Por usar una frase que gusta mucho en ese ámbito, conseguirás todo lo que te propongas.
En respuesta a una pregunta dice que “La tecnología está sustituyendo la actividad de carácter manual y rutinaria, y eso hay que agradecerlo, porque sustituye tareas poco enriquecedoras y poco satisfactorias, pero también está generando múltiples empleos que no existían anteriormente, en el terreno de la gestión del entorno digital, del análisis del ‘big data’ o de la gestión global. Hay muchas nuevas funciones que surgen por el desarrollo de la tecnología”.
Es curioso cómo cambian las cosas... El trabajo manual siempre fue el símbolo del trabajo, “con sus propias manos”, se decía en tono de admiración , y hoy es una peste de la que hay que huir. Por otra parte, quizá sea yo muy raro pero prefiero un trabajo rutinario a uno “creativo”. Mis neuronas se resienten y prefiero aplicarlas, por ejemplo, a escribir estas divagaciones que a hacer rico a uno que no me lo va a agradecer y que en cuanto pueda prescindir de mí, me dará la patada en el culo sin mayor solemnidad. Trabajo porque soy tan exquisito que necesito un techo para guarecerme debajo cuando hace frío o llueve y porque no me fían en el supermercado, que si no, iba a trabajar la madre del topo[1]. Me sobran oportunidades satisfactorias y enriquecedoras. De mi educación cristiana recuerdo que el trabajo es una maldición divina y con los años aprendí que la palabra procede de “tripalium”, que era un instrumento de tortura.
Pero la cuestión no es cuáles son mis preferencias. Lo importante aquí es que el orden funcionaba sobre un contrato social: tendrás que trabajar y, a cambio, recibirás un salario que te permitirá mantenerte y darte algún capricho. Así es como funcionaba el invento y lo habíamos interiorizado de tal manera que nos parecía normal dedicar un tercio de tu vida a velar por los intereses de otro que te lo agradecerá siempre por debajo del valor de lo que produces porque si no, no habría ganancia. Pero aquello que nos contaron ya no sirve. El trabajo será un bien escaso por el que habrá que pelear y, una vez obtenido, dar gracias por pertenecer a la categoría de los explotados en lugar de a la de los excluidos[2].
En cuanto a lo del ‘big data’ y demás, veremos que las convicciones son muy firmes pero, según cómo, pueden serlo un poco menos. Parece que aún hay cierto margen...
Y sigue: “Por otro lado, tenemos datos de la UE y EEUU que demuestran el auge del trabajo por cuenta propia, de ‘freelance’ y autónomos. En España el entorno de los autónomos ha sido considerado como marginal desde el punto de vista del interés político, y hay que tomárselo en serio y promoverlo, ya que es algo genuinamente emprendedor. En EEUU, en 2020, una cuarta parte de la población laboral será de trabajadores autónomos. De modo que las grandes corporaciones tendrán menos trabajadores en términos absolutos.
Un momento, se le olvida Cuba, donde han creado una nueva palabra: “cuentapropista”. La cuestión es que, en Cuba, como en el “mundo libre”, no hay otra opción. Ese auge del trabajo por cuenta propia no es una decisión voluntaria de gente que ha decidido ser emprendedora. O bien son falsos autónomos o son los que han sido despedidos y se han quedado al margen y no tienen otra salida  que venderse lo mejor que sepan o puedan.
Y el tipo continúa: “Sin embargo, soy optimista y estoy seguro de que se van a generar nuevas oportunidades, nuevas habilidades y nuevos conocimientos. El reto no es cómo buscar compensaciones económicas para trabajadores cuyo contenido se queda obsoleto sino cómo formar al nuevo perfil de talento para identificar esas nuevas oportunidades. Hay que tomar como referencia la formación continuada”.
Aquí hay un salto mental bastante grande que confieso que me resulta imposible dar. Hablando su jerga estúpida se podría llegar a pensar en el contenido de un trabajo pero ¿el contenido de un trabajador? ¿qué demonios es eso?. Pero queda clara una cosa: no habrá renta básica, subsidio de desempleo indefinido ni ningún otro tipo de compensaciones económicas. Será la ley de la selva. Los fuertes, los talentosos que identifiquen las nuevas oportunidades, sobrevivirán. Los demás, se siente... Y aquí el propagandista se muestra más papista que el Papa, porque sus amos en la cumbre de  Davos  ya se han estado planteando la cuestión de la renta básica universal[3]. Es pura lógica. Si el motor es el consumo, ¿quién echará fuego a la caldera? Claro que en ese Foro Económico Mundial de Davos el mayor defensor del libre comercio fue el delegado del Partido Comunista Chino...
El entrevistador le dice que “El directivo también puede ser reemplazado por los programas informáticos, no solo los trabajadores manuales”.
Respuesta: “Valoro mucho la aportación del ‘big data’ y de los algoritmos a la hora de tomar decisiones, pero el ‘big data’ no es la nueva religión y tampoco el oráculo que va a determinar qué decisión tomar ante dilemas serios. Quizá en Uber un algoritmo pueda coordinar la asignación de servicios, o que el pilotaje de avión se haga por ordenador, pero nadie tomaría una decisión clave en una empresa, ni dejaría una decisión judicial importante, como la del Tribunal Supremo o la de un Tribunal Superior de Justicia en manos de robots o algoritmos. Ya hay algoritmos que están en consejos de administración, pero nadie nombraría presidente del consejo a un algoritmo. Hay estudios que aseguran que los trabajos rutinarios sí serán sustituidos, pero todos los que tengan que ver con una dimensión cualitativa o relacional necesariamente pasarán por la actividad humana”.
Pronto me ocuparé del tema, pero precisamente hace pocos días el Tribunal Supremo ha dictado sentencia diciendo que la intención es irrelevante, que lo que cuenta es la literalidad del mensaje, así que nadie mejor que una máquina para interpretar literalmente.
“Nadie nombraría presidente del consejo a un algoritmo”. ¿Por qué no? Es como cuando dicen que la globalización es irreversible (que este también lo dice, por cierto). La Historia está llena de ejemplos irreversibles a los que se dio vuelta sin mayor problema.  Si cuando hablan de destruir empleos utilizan el eufemismo “reducción de costes laborales”, sin duda los mayores costes laborales son los de los consejos de administración. Ese es un dato objetivo, (solo por hablar como ellos, yo diría que todos los datos son objetivos). ¿No sería, pues, un gran ahorro?
Los trabajos “insustituibles”, aquellos que tienen que ver con “una dimensión cualitativa o relacional”, es decir, los que no se juzgan con cualidades objetivas, son precisamente aquellos que llevan a la ruina a las empresas. Son los de los que sientan en el consejo de administración de una compañía eléctrica a un Ángel Acebes que mintió a conciencia siendo Ministro de Interior cuando los atentados del 11 M y de allí fue a Bankia. Ningún algoritmo recomendaría la contratación de Ángel Acebes, ni aún el más simple. No hace mucho leía que Google y otras grandes compañías de la rama informática están incorporando unos “botones” para apagar los programas por si les da por pensar demasiado...
 “Hay estudios que aseguran”... esta frase es equivalente al “Anunciado en TV” que acompañaba a  algunos productos hace años. Cuando se cuenta con un estudio serio y riguroso, a nadie le importa citarlo, para que todos podamos juzgar su exactitud.



Le presentan como “sin lugar a dudas, el gran historiador catalán vivo”, pero seguramente es porque nació en 1931. También le suelen presentar como “maestro de historiadores” pero supongo que será porque dio clase en la universidad durante muchos años. Josep Fontana militó en el PSUC, la sucursal catalana del PCE nacida para ahogar la revolución anarquista del 36, pero últimamente se ha pasado al catalanismo más vociferante. El periodista dice:
“Hay quien habla directamente del fin del trabajo, porque el sistema ya no podrá ofrecer suficiente ocupación”.
Respuesta: “(...) esto son sandeces. La transformación del trabajo se ha producido siempre. Refiriéndose a los robots, por ejemplo, un economista norteamericano decía que el problema será saber de quién son los robots, a quienes beneficiarán. Es una tontería decir que la desaparición de trabajos mecánicos en la industria puede significar el fin del trabajo. Teóricamente, en una sociedad muy organizada, hay un sector en el cual las capacidades de absorción son ilimitadas. Es el sector servicios. Justamente, una de las enormes diferencias en la respuesta a la crisis de China y de los países occidentales es que la política del estado chino ha sido, en buena medida, la de absorber en el sector servicios buena parte de la gente que se quedaba sin oficio al desaparecer empresas que no eran rentables y que había que suprimir. Es evidente que la robotización puede hacer que se pierdan muchos puestos de trabajo, pero si los robots producen más beneficio, estos beneficios se tendrían que traducir en más impuestos, que permitan dar ocupación a más gente dedicada a servicios sociales. Si algo sabemos que falta en este país son médicos y enfermeros en los hospitales, en cantidad, y aquí no hay ningún robot que los pueda sustituir. Esto del fin del trabajo es una barbaridad. En todo caso, sería la de determinados tipos de trabajo”.
Resulta un poco difícil buscar luz en este batiburrillo conceptual. Por supuesto, lo del impuesto a los robots recuerda mucho a lo de la “Tasa Tobin” con la que tanto nos dieron la paliza a principios de siglo. La idea era imponer una tasa que gravaría las transacciones especulativas. Quedó en  nada, claro. ¿Por qué habrían de pagarla si lo hacen para ahorrar dinero? ¿Por la fuerza de la razón? Por otro lado, ¿está poniendo a China como ejemplo de planificación? Mira, ahí coincide con Mariano Rajoy que alababa su crecimiento al 7% que ya está al seis y pico. ¿Este alaba qué? ¿su organización? ¿su justicia social? ¿su eficiencia? Por no entrar en la cuestión de que, por supuesto, no hay ningún sector donde las capacidades de absorción sean ilimitadas, eso no hay ni que explicarlo.
Resurgen sus viejos fantasmas... Cuando se lee el Manifiesto comunista de Marx y Engels lo primero que llama la atención es que es una defensa cerrada de la eficiencia del capitalismo, al que solo critican por sus aspectos morales. Fontana se ha quedado anclado en esa época y el único capitalismo que se corresponde con el que describían los dos barbudos es el de la China actual. Por otro lado, como alto funcionario que fue, solo entiende que el estado sea quien lo arregle todo, como le ingresaba e ingresa milagrosamente su sustanciosa paga anual. En esto  se parece a Colau, que también da por sentada la inyección de fondos públicos desde su experiencia laboral en ONGs (y aquí la N parece una broma). Y sin embargo, el estado no arregla nada. Él dice que es evidente que faltan médicos y enfermeros y la realidad es que sobran. Cientos de ellos salen cada año con un contrato bajo el brazo hacia lugares donde se les aprecia más. 

Convertido al catalanismo más extremo, en el 2014 Josep Fontana perpetró un bodrio titulado La formació de la identitat. Una história de Catalunya. En El Periódico, (22/10/14) le preguntaban: “¿No habrá traducción?
He dicho que no. Quería explicar cosas a gente que tiene la misma cultura, que ha tenido las mismas experiencias, que se ha encontrado con los mismos problemas y con la que tenemos una visión del mundo compartida, que es lo que acaba fabricando toda esa identidad.
Cualquiera diría que si se han de dar todas esas condiciones es que en realidad no explica nada[4]. Pero el periodista insiste:
¿Se rinde? ¿No hay nada a hacer?
No es eso solo. He escrito este libro pensando en lectores catalanes. Si he de hacer los mismos razonamientos a lectores castellanos, lo tendría que reescribir completamente. Y no sé si vale la pena el esfuerzo.
En fin, ¿qué decir? Los castellanos somos tan subnormales que el amigo Fontana debería reescribir en clave de mi ma má me mi ma, yo a mo a mi ma los razonamientos que los catalanistas cogen al vuelo. Normal que dude ante tan ciclópea tarea...
No sé si debido a su pasado criptocomunista o a su presente de converso al catalanismo más extremo, Fontana figuraba el último en la lista de Ada Colau al Ayuntamiento de Barcelona[5].



[1] Es decir, topota madre.
[2] Y mientras tanto, el anarquismo organizado lleva meses inmerso en un debate sobre el “sindicalismo revolucionario”. Es triste comprobar que las fuerzas que se supone que quieren el cambio sigan analizando el mundo con conceptos decimonónicos.
[3] Héctor G. Barnés: “Lo único que pone de acuerdo a las élites y a Podemos: la renta básica universal”, El Confidencial, 23/01/17.
[4] Aunque quién sabe lo que quería decir el viejo... Es evidente que la entrevista está horriblemente traducida del catalán, basta ver ese doloroso ¿No hay nada a hacer? Lo digo porque en catalán suele utilizarse el verbo explicar como sinónimo de contar. En catalán los chistes no se cuentan, se explican.
[5] Para quien quiera leerlos enteros, Esteban Hernández: “Cómo está afectando a los directivos la llegada del populismo”, El Confidencial, 22/01/17 y Carles Bellsolà: “Josep Fontana: El sistema, tal como funcionaba, ya no convence a la gente”, Público, 21/12/16.

viernes, 30 de diciembre de 2016

LAS HERMANITAS DE LA MALA CONCIENCIA


¿La clase obrera? No es problema, puedo comprar a la mitad para que mate a la otra mitad.
J. P. Morgan (1991)[1]

Creo que ya he escrito alguna vez que eldiario.es es el máximo portavoz de la corrección política en España, al menos entre los medios que reciben una cierta audiencia. Por eso me sorprendió encontrar el otro día un artículo titulado “Culpad a los apóstoles de la identidad, ellos nos empujaron al camino del populismo” y cuyo subtítulo “Con su excesiva defensa de las minorías, la izquierda ha puesto en peligro medio siglo de progresismo” me hizo augurar una catarata de comentarios en contra[2].
Me equivoqué. De los veintiséis comentarios que constaban cinco días después, doce eran favorables, ocho críticos y los otros seis no me ha bastado mi pobre intelecto para ubicarlos en ninguno de los bandos. No entraré en detalle en el artículo porque se escapa un poco de lo que quiero tratar aquí, me basta con reproducir un párrafo (quizá el más polémico) que sí viene al caso: El progresismo de identidad alzó a la “víctima sagrada”, a las minorías étnicas a las que no se puede criticar, a las mujeres, los homosexuales y los inmigrantes, a quienes Hillary Clinton se refirió una y otra vez en cada discurso. Por ende, favorecer a un grupo es excluir a otro, en este caso a los llamados olvidados, identificados como el “hombre blanco, rancio y fracasado”. Luego volveré sobre esta cita.

Marx y su compadre Engels no inventaron el socialismo (ni el comunismo, ni el concepto de revolución social). Esas ideas ya existían y hay quien las remonta hasta la Grecia Clásica, lo que no parece disparatado si se piensa que en esa época se inventó la democracia, y estas derivaciones son solo sus formulaciones más avanzadas... Lo que sí hicieron estos dos con infinita arrogancia fue definir el suyo como “socialismo científico” y catalogar los anteriores como socialismos “utópicos”, con el sentido de irrealizables.
No soy experto en Marx. He leído sus textos juveniles (que según algunos son los más aprovechables porque aún no estaba poseído por esa locura científica y se movía con más libertad) y alguna cosa posterior, aunque no de forma sistemática. En cualquier caso, de las ideas comúnmente aceptadas resulta difícil hasta para los expertos delimitar con exactitud dónde llega el pensamiento de Marx, cuál es la parte que añadió Engels[3] y, desde luego, sin un conocimiento profundo de ambos autores es imposible saber hasta qué punto lo que se identifica generalmente como marxismo en sus dos variantes de materialismo histórico y materialismo dialéctico refleja su pensamiento o el de comentaristas posteriores. Es sabido que Marx dijo en más de una ocasión que él no era marxista. Así que, una vez declarada mi ignorancia, me considero capacitado para escribir sobre hechos que sucedieron en el último siglo y medio a despecho de que alguien pueda acusarme de que aquello no lo dijo el barbudo. Lo dijera quien lo dijera, lo cierto es que tuvo muchos seguidores que lo aprobaron y siguieron con fe.


Cuando quedó claro para los científicos que el tránsito de una sociedad capitalista a otra socialista solo podía tener lugar por medio de una revolución, se planteó cuál sería el sujeto histórico encargado de llevarla a cabo. Para definirlo recuperaron una categoría ya olvidada del Imperio Romano, los proletarios. En Roma se clasificaba a los ciudadanos por su riqueza y la última categoría la ocupaban los que no poseían otra que sus hijos, su prole. Traspasado a la época de la Industrialización, el concepto aludía a aquellos que no poseían más que su fuerza de trabajo y se veían obligados a venderla a los propietarios de los medios de producción, ya fueran dueños de industrias, talleres u otro tipo de negocios. En teoría esa clase abarcaría también a los campesinos sin tierra, pero ambos barbudos pensaban que el campo era un lugar dominado por las fuerzas antiguas, de modo que solo en las ciudades podía darse el motor necesario para el cambio, lo que Engels sintetizaba con un antiguo proverbio alemán: “El aire de la ciudad hace libre”. Este proceso llevó a que se acabase identificando al proletario con el obrero industrial, que sería el encargado de conducir el tránsito a la nueva sociedad mediante la dictadura del proletariado, entendida también a la manera romana, es decir, un periodo en el que alguien, investido de todos los poderes de forma temporal, llevaría a cabo las transformaciones necesarias que no permitían las leyes comunes[4].
El problema de las teorías es que por mucho que uno las bautice como científicas, necesitan que la realidad les haga caso y en esta ocasión no fue así. Para empezar, los obreros se mostraron más partidarios del socialismo (entendido como tal el que aspiraba a reformar el sistema, que hoy llamaríamos socialdemocracia) que del comunismo que proponía la revolución. Pero los herederos no se dieron por vencidos y probaron con un nuevo concepto, el internacionalismo proletario. Dado que habían demostrado de forma irrefutable que los obreros eran los encargados de hacer la revolución, ahora era necesario convencerles a ellos de que la hicieran y uno de los argumentos fue ese internacionalismo proletario, hacerles ver que pertenecían a una clase que era la misma más allá de las fronteras. Estaban tan convencidos de haberlo logrado que cuando se declaró la Primera Guerra Mundial daban por hecho que los obreros se negarían a participar en ella porque no estarían dispuestos a disparar sobre sus compañeros, pero lo cierto es que muchos de ellos se alistaron alegremente para matar o morir en nombre de su monarca[5].
Acabada la Segunda Guerra Mundial, la presión de tener en casa a varios millones de jóvenes que habían desafiado a la muerte y sabían usar las armas, junto con el miedo al contagio del ejemplo ruso (que no soviético, que de eso no tenía nada), llevó a la invención del concepto del “Estado del Bienestar” (que hoy hay quien lo llama con gracia el “Estado del Bienestuvo”). Una idea muy sencilla: que los asalariados obtuvieran mayor parte en el reparto de la riqueza, mediante subidas periódicas de sueldos y mediante acceso a servicios básicos como la sanidad o la educación para sus hijos. Y, por supuesto, a los bienes de consumo. El historiador Pierre Vilar decía que hay más objetos en un hogar medio actual que en un palacio antiguo[6]. Y para algunos científicos ahí se pinchó el globo, con los obreros no se podía ir ni a la vuelta de la esquina (pero como veremos más adelante, para otros no).

Así que cabía buscar otro sujeto histórico. Siguiendo la tradición, tenía que tratarse de un oprimido y la época lo ponía muy fácil: los súbditos de las colonias que luchaban por su liberación. Sobre este punto no hace falta insistir mucho porque todavía está muy reciente el espectáculo de la procesión del churrasco de Fidel Castro de punta a punta de la isla, que evoca una combinación grotesca entre la multitud que desfiló ante la capilla ardiente de Paco Franco y el traslado a hombros de los restos de José Antonio Primo de Rivera desde Alicante al monasterio de El Escorial. Aún hay algún despistado que llama gobierno progresista a lo de Daniel Ortega y su mujer en Nicaragua, pero es que por comparación aún lo podría parecer, porque si miramos a África... Y aquí está uno de los trucos: no mirar. Aunque se sucedan durante más de medio siglo dictaduras de ladrones matarifes de su propio pueblo, la culpa no es suya, sino del pérfido hombre blanco que tiene nosequé oscuros intereses. No se suele señalar lo que hay de racista en este argumento, donde el negro es siempre una marioneta en manos del blanco, como perpetuo menor de edad fácil de engañar...
La cuestión es que los colonizados también salieron rana y cada vez quedaba menos campo hacia el que volverse. A raíz de las agitaciones de Berkeley el desafío mucho más serio del mayo del 68 francés, los buscadores descubrieron a los estudiantes como sujeto histórico[7]. Lamentablemente para ellos, los Situacionistas ya se les habían adelantado publicando una crítica demoledora titulada “Sobre la miseria en el medio estudiantil” antes de que los científicos volviesen sus ojos hacia los estudiantes. El panfleto se tradujo a varios idiomas y alcanzó una difusión notable.
Desde entonces todo fue a peor. La entrada en los años setenta ofrecía muy buenas perspectivas. Mayo del 68 fue un momento mucho más decisivo de lo que nos han transmitido los relatos posteriores, descrito de forma interesada como una especie de jolgorio estudiantil que reivindicaba lemas pueriles como “la imaginación al poder”. Lo cierto es que la inquietud se trasladó a las fábricas y el partido comunista francés tuvo que apoyar públicamente al gobierno de De Gaulle y utilizar toda su influencia para evitar un movimiento huelguístico masivo que quién sabe dónde hubiera llevado... Pero casi como por arte de magia, la década entrante acabó por barrer de las mentes la posibilidad de una revolución en Europa. Hubo una esperanza, la Revolución de los claveles portuguesa, desencadenada por el protagonista más insospechado uno de los últimos ejércitos coloniales de Europa , pero su indecisión en el momento clave la llevó a ser tranquilamente “encarrilada” tras un golpe de estado incruento dado por la rama derechista del ejército.
Siguió un canto del cisne, el Movimiento de la Autonomía italiano de 1977[8], pero sin pretender frivolizar sobre el tema, pues hubo mucha gente que iba a por todas y lo pagó muy caro , recordaba demasiado a un intento de reverdecer los laureles del mayo francés. Y ya que he escrito reverdecer, al mismo tiempo hubo un grupo de científicos que volvieron a la idea del obrero como sujeto histórico de la revolución. Les llamaban obreristas y el más conocido fue Toni Negri, un profesor que en su vida había empuñado una herramienta, hablaba desde fuera. Al pobre le tomaron tan en serio que la justicia italiana le acusó de ser el ideólogo de las Brigadas Rojas, con las que no tenía ninguna relación...
El hecho es que al inicio de la década de los ochenta la posibilidad de la revolución había desaparecido del mapa. Subsistían de mala manera grupos que habían optado por la lucha armada como las Brigadas Rojas en Italia, la RAF en Alemania, Acción Directa en Francia o los GRAPO en España, pero se hallaban desconectados de cualquier tipo de apoyo de masas... Todas las opciones con un mínimo de influencia eran reformistas, partidarias de entrar en las instituciones. Pero de algún modo, esa especie de “subasta a la baja” del antiguo sujeto revolucionario se había mantenido. Basta recordar el primer gobierno de Felipe González, que no se cansó de arrear a los obreros con la Reconversión Industrial mientras al mismo tiempo creaba un Ministerio de Asuntos Sociales para cumplir debidamente con las diferentes minorías en el sentido en el que él lo entendía, es decir, repartiendo dinero sin miramientos entre las asociaciones que se arrogaban su representación.

Tres décadas después la adoración acrítica de las minorías como fermento de quiensabequé y la santificación del camino reformista han cocinado una sopa infernal. Uno puede leer disparates como este: “Para el buen marxista, la interpretación del mundo en principio debe servir para transformarlo. Y esto solo puede hacerse desde dentro de las instituciones, renovándolas y relegitimándolas para propiciar su conexión a las necesidades ciudadanas, no cuestionándolas en nombre de una alternativa ignota o diluida en mera teatralidad”[9]. Ingenuo de mí, yo que me creía eso que había leído tantas veces de que Marx cuando supo sobre la Comuna de París dijo que esa era la forma de organización que él había estado buscando...
Pero no es el reformismo lo que más daño ha hecho a la izquierda mediática sino esa deformación de la doctrina cristiana que dicta que el izquierdista siempre tiene que sacrificarse por otro, nunca tiene derecho a exigir lo suyo porque siempre hay uno que está peor. Es una visión tan degenerada que acaba por llevar a que el izquierdista se sienta mal por serlo y pida perdón por arrogarse algo que en teoría no le compete. Pondré un ejemplo bastante significativo del mismo diario, una periodista que humildemente solicita su sitio porque siendo quien es reivindica lo que reivindica. El texto recuerda más a las “autocríticas” de la época de Stalin que a otra cosa, pero dejémosle golpearse el pecho a gusto: “Como trabajadora que ha sido delegada sindical despedida ilegalmente por ello además pero jamás obrera ni jornalera, que no puedo definirme como proletaria sin sentirme impostora, sino miembro, por mi realidad socio-económica, de la clase media, reivindico mi derecho a ser, vestirme y ejercer mi ideología de izquierdas”[10].
El acabose. Primero, nadie tiene conocimiento de que Marx fuera proletario o jornalero. De hecho, hay datos fehacientes que indican que no la hincó un solo día de su vida. Esta chica fue despedida de su trabajo por hacer actividad sindical pero no le es suficiente porque debe cometer el terrible pecado de ganar lo suficiente como para pagarse el alquiler o la hipoteca. Aún peor, puede ser que ni aún así le llegue y sus padres contribuyan a sus gastos, lo que ya sería una vergüenza muy difícil de sobrellevar, una hija de papá...
Pues anda que no ha habido jornaleros lameculos... el Paco el Bajo que ideó Delibes y retrató magníficamente Mario Camus no era un producto de la imaginación. Y respecto a los obreros, fui testigo durante una época de mi vida de cómo, en cuanto llegaba la hora de la pausa, el peón más joven de la obra de enfrente era el encargado de ir al bar a comprar los bocadillos de todos sus “compañeros”. Los ideales aristocráticos en estado puro.
Sin embargo no era eso lo que proponían los utópicos. La mayoría de ellos creían en una comunidad de gente que abrazara lo que proponían, no pensaban que el hecho de nacer en una casa u otra marcase tu destino. Una comunidad de gente consciente. No me importa de dónde vienes sino hacia dónde quieres ir. Pero por desgracia ganaron los científicos.  

Volviendo a la cita de Jenkins, material de sobra para entender el triunfo de Trump y los que quedan por venir, salvo que la realidad es aún peor. Ya no se trata de que la población, digamos, homogénea haya de sacrificarse por un congénere más desfavorecido, es que ahora también debe preocuparse primero por los derechos de los animales. Y no es una broma, aunque lo parezca. El PACMA, el partido de los zoófilos, fue el más votado entre los que no obtuvieron representación parlamentaria en las últimas elecciones generales. Muy probablemente, el número le hubiese bastado para lograr asiento en elecciones con circunscripción única como las europeas. Los partidos nuevos han incluido el asunto en su agenda, en especial lo que atañe a los espectáculos taurinos. No seré yo quien los defienda, pero creer que el mayor problema que tiene esta sociedad es el “maltrato animal” me suena a delirio. Y tras ellos vienen los herbívoros, que aunque aún no cuentan con una organización fuerte, van ganando un espacio en los medios del que no disfrutan grupos con reivindicaciones que yo diría mucho más atinadas, pero seguramente estaré equivocado de nuevo.
Hay un dato que la ultraderecha mediática repite con insistencia desde que el Frente Nacional francés salió de la marginalidad, hace ya unos treinta años: muchos barrios que votan al FN votaban antes al Partido Comunista. Por una vez, dicen la verdad.





[1] Unfinished business... the politics of Class War, The Class War Federation y A. K. Press, (Stirling), 1992, p. 55.
[2] El autor es Simon Jenkins y se publicó el 04/12/16 en la sección de Internacional, que incluye muchos textos procedentes de The Guardian como este. No he buscado el original, me he conformado con la traducción de Javier Biosca Azcoiti.
[3] Al parecer la mayor parte de El Capital, aunque se dice que se basó en los apuntes que dejó Marx y en las muchas conversaciones que tuvieron.
[4] Por supuesto, el asunto es más complejo y he de simplificarlo para que se entienda. Por ejemplo, por debajo del proletariado existiría el lumpenproletariado, compuesto por elementos marginales como mendigos, delincuentes o prostitutas y cerca de los burgueses se encontrarían los pequeñoburgueses, que incluirían entre otros a los tenderos o a las llamadas “profesiones liberales”.
[5] Desde luego, se cuentan historias heroicas de desertores individuales o unidades enteras que se negaron a participar en la carnicería y lo pagaron muy caro, pero no conviene olvidar que fueron muy pocos. La mayoría siguió una trayectoria similar a la de un don nadie llamado Adolf Hitler, que se alistó voluntario con gran entusiasmo y fue ascendido a cabo y ganó la Cruz de Hierro por su comportamiento. El resto son ilusiones. Y la misma actitud se repitió en la Segunda Guerra Mundial, incluidos muchísimos obreros que fueron a defender a tiros las ideas salvajes del antiguo cabo.
[6] No es una cita literal, aunque sí fiel. Y hay que tener en cuenta que hablaba de un hogar de hace por lo menos cuarenta años...
[7] Como he escrito más arriba, tengo que simplificar en favor de la claridad. Hubo quien apostó por la minoría negra estadounidense, cuyo representante más combativo (por no decir el único) eran los Panteras Negras, otro fenómeno cuyos ecos retumban hoy. El mismo día que publicaba este artículo, eldiario.es incluía otro de Andrés Gil titulado “Todo el poder para el pueblo”; las Panteras Negras en las que se mira Pablo Iglesias”.
[8] Todos estos hechos son muy desconocidos, por razones obvias. Un buen resumen en Encyclopédie des Nuisances: Historia de diez años. Esbozo para un cuadro histórico de los progresos de la alienación social, Klinamen, (¿Sevilla?), 2005.
[9] Fernando Vallespín: “Transgresiones fútiles”, El País, 08/12/16. Por supuesto, es un ataque a Podemos...
[10] María Iglesias: “Separémonos todos en la lucha final”, eldiario.es, 05/12/16. Una anécdota. Leyendo un blog anarquista que parece escrito por gente muy joven (regeneracionlibertaria.org) uno de los contribuyentes se define como “Anarquista social y de la rama comunista libertaria solo en cuanto a pensamiento político. Por lo demás soy una persona normal. Aportando mi pluma como un diminuto grano de arena a que el anarquismo sea una alternativa política real y transformadora. Deconstruyendo mis privilegios de hombre. ¡Luchar, crear, poder popular!”. Se ve obligado a pedir perdón por haber nacido con un rabo entre las piernas. En la misma línea, en su último congreso el sindicato CNT se declaró feminista. Yo pensaba que en el programa anarquista estaba incluida la igualdad entre sexos pero está claro que debo ser de otra época... 

lunes, 28 de marzo de 2016

SINDICALISTAS Y SINDICALISTOS


Josep Maria Álvarez, recién elegido líder de UGT[1], se queja de que “Nos sentimos maltratados. El sindicalismo ha sido maltratado. Porque el capital, los poderosos, saben que primero tienen que acabar con el instrumento que los ha conseguido. El capital y los poderosos saben que para arrebatar nuestros derechos primero tienen que acabar con el instrumento que los ha conseguido: las organizaciones sindicales”.
En fin, el capital y los poderosos llevan más de un siglo atacando a los sindicatos. Y se puede dar con un canto en los dientes, porque en buena parte de ese siglo largo a los sindicalistas se les perseguía a tiros, al menos en España. No. El desprestigio viene del otro lado, de los trabajadores, obreros, currantes, proletarios o incluso productores, como se les llamaba en la prensa franquista. Es un proceso largo pero, en realidad, fácil de explicar.
Históricamente había dos grandes sindicatos en España: la UGT, socialista, fundada en 1888 y la CNT, anarquista, en 1910. Aunque siempre hubo gente en los dos lados que intentó el acercamiento, siguieron trayectorias divergentes hasta la Guerra Civil. Así, durante la dictadura de Primo de Rivera UGT decidió colaborar con el gobierno, mientras CNT se negó y fue ilegalizada. De este modo, mientras la UGT disfrutaba de los beneficios de su colaboración, los anarquistas eran asesinados por docenas por los pistoleros de la patronal y, aunque formaron grupos de acción para combatir el terror con el terror, el saldo fue siempre desigual, nunca llegaron a equilibrar el salvajismo de los patronos.
Había también sindicatos agrarios, católicos o los llamados “amarillos” que eran creación de la propia patronal , pero ninguno tenía una fuerza comparable a la de estos dos.
Tras la guerra, tanto UGT como CNT quedaron prácticamente desarticuladas y aunque hicieron intentos de reorganización, la policía los desbarataba con facilidad, pues los militantes históricos eran bien conocidos y resultaba sencillo seguir sus pasos.
Sin embargo, durante el Franquismo hubo conflictos laborales, más a medida que se acercaba el final del régimen, solo que adoptaron una forma nueva.

Durante la famosa huelga minera de Asturias en 1962, se optó por formar comisiones obreras, que daban paso  a un sistema de organización asambleario, en el que los mineros elegían a sus representantes para la negociación y los acuerdos a los que estos llegasen debían ser refrendados en asamblea para ser considerados válidos. Este sistema, que fue perfeccionándose con el tiempo, demostró ser válido dentro de los estrechísimos cauces  que marcaba el Franquismo y precisamente por su eficacia, las comisiones obreras llamaron la atención del Partido Comunista, que decidió infiltrarlas para ponerlas a su servicio, pues el PCE nunca tuvo un sindicato propio con un mínimo de influencia. La estrategia tuvo éxito, pero hubo trabajadores que vieron la jugada y se negaron a ponerse al servicio de los intereses de un partido, de modo que en algunas fábricas llegaron a coexistir dos comisiones obreras, una fiel al PCE y la otra defensora de los principios asamblearios.

Murió Franco y pareció que se destapara una olla que llevase mucho tiempo al fuego[2]. En enero de 1976 hubo una oleada de huelgas de la que la más espectacular fue la del Metro de Madrid, que fue militarizado, pero la de consecuencias más profundas fue la de Vitoria, aunque en ese momento pasase desapercibida por producirse en una capital de provincia con merecida fama de tranquila. La huelga vitoriana implicó a varios miles de trabajadores de una decena larga de empresas grandes, medianas y pequeñas, y duró dos meses. Últimamente se ha recordado porque se han cumplido cuarenta años de su final trágico, resuelto en cinco trabajadores muertos. Hasta Pablo Iglesias habló de ellos, como de Salvador Puig Antich. Sin embargo, como en el caso de Salvador, se recuerda la muerte pero se olvida cuidadosamente mencionar por qué luchaban, porque es algo que no interesa, un molesto recordatorio de que las cosas podrían ser de otro modo. Ninguno quiere contribuir a reabrir un camino peligroso, porque las consecuencias pueden ser incontrolables, como en Vitoria, donde se empezó pidiendo aumento de sueldo y se acabó poniendo en cuestión todo el sistema. La huelga vitoriana merecería un estudio en profundidad que aún está por hacer, pese a que ha generado una cierta bibliografía , pero aquí me limitaré a mencionar un par de aspectos. Una de sus consignas era Todo el poder a la Asamblea, porque su organización fue asamblearia en todo momento y a todos los niveles, desde pequeñas asambleas de fábrica hasta macroasambleas de varios miles de trabajadores. Esta estructura de funcionamiento impedía en la práctica que ningún grupo u organización pudiera ponerla a su servicio y así, fracasó el intento del PNV por hacerse con el control de la huelga. La propuesta consistía en un fuerte respaldo económico a cambio de otorgarle al Partido la facultad de señalar su finalización[3]. Y por supuesto, la falta de control externo esa falta de cabeza dirigente con la que poder entenderse o a la que, en última instancia, poder acogotar , la volvía imprevisible y, al tiempo, muy poderosa. La Policía ya lo vio claro entonces: “De cuajar tales dispositivos de crearse Comisiones Representativas en toda la nación y realizarse efectivamente el pretendido engranaje entre ellas el avance del movimiento obrero sería práctico y se traduciría opinamos en una prepotencia muy difícil de contener”[4]. El otro aspecto importante es que, pese a las cinco muertes y la vuelta forzada al trabajo, en realidad la huelga consiguió sus objetivos inmediatos. Como cuenta uno de sus protagonistas, con el final trágico no hay ninguna negociación. Económicamente las empresas conceden todo lo que habíamos pedido pero sin negociar absolutamente nada. Incluso los convenios que vinieron los años siguientes fueron los mejores convenios de la historia de la clase obrera en Vitoria como consecuencia de aquella lucha que vino antes[5].
Con esta y alguna otra torpeza, pronto se vio que este primer gobierno de la Monarquía tenía demasiados resabios franquistas como para poder llevar la nave a buen puerto, de modo que, mediado 1976, Juan Carlos se deshace del rígido Arias Navarro, que miraba demasiado hacia el pasado, y pone en su lugar a Adolfo Suárez, mucho más interesado en mirar hacia el futuro, precisamente porque quería deshacerse de su pasado, algo que desde ese momento , se convirtió en moda. La tarea que el Rey encarga a Suárez es conseguir un régimen que sea equiparable a lo que entonces se conocía como Europa Occidental, es decir, los países que eran miembros del Mercado Común y de la OTAN.
Suárez diseñó un sistema articulado en torno a los partidos políticos y tuvo el buen criterio de incluir entre ellos al Partido Comunista aunque en ese primer momento no lo hiciese público , seguramente porque tenía informes fiables sobre su fuerza real, que estaba muy por detrás de su leyenda. Pero si para Suárez era fácil entender el ambiente político no en vano, el Franquismo en el que se crió también tenía sus familias que, a veces, necesitaban un sistema complicado de cesiones, negociaciones y equilibrios para entenderse, al menos en los niveles bajos o medianos , la cuestión laboral le sobrepasaba. Primero, porque de donde él venía, cualquier desencuentro entre patronos y trabajadores se entendía como un problema de orden público. Segundo, porque allí encontraba elementos discordantes y potencialmente peligrosos, como los asamblearios, con los que no cabía ese tipo de arreglos. Así que optó por aplicar el esquema político, el que conocía, para lidiar con el problema.
UGT y Comisiones estaban ansiosas por colaborar y como les parecía que el proceso no avanzaba con suficiente rapidez, crearon un engendro de circunstancias, la COS, que convocó un paro general de un día para el 12 de noviembre de 1976. Eso sí, previamente advirtieron de que su intención no era en absoluto derribar al nuevo gobierno, sino solo hacer una demostración de fuerza[6]. Lo cierto es que tuvieron éxito, mucha gente participó en aquello, aunque sería interesante hacer una encuesta para saber cuántos se arrepintieron después, como tantos que votaron al PSOE en 1982 y perdieron su puesto de trabajo con la Reconversión Industrial...
A partir de ahí, todo vino en cascada. El 28 de abril de 1977 se legalizaron los sindicatos y el 16 de enero de 1978 comenzaron las elecciones sindicales. Entre ambas fechas, en setiembre de 1977, se firmaron los Pactos de la Moncloa.
CCOO y UGT se sumaron con alegría al plan, como lo habían hecho los partidos de los que eran meras correas de transmisión, el PCE y el PSOE. El esquema era el mismo. Las elecciones sindicales otorgarían poder a las cúpulas de las centrales y, por supuesto, dinero para mantener contentos a los suyos. Ahí nació la nefasta figura del liberado.
De los dos sindicatos históricos, la CNT se negó a entrar en el juego. Apostó por el asamblearismo y perdió. Es complicado explicar las causas del fracaso. Desde luego, hubo guerra sucia. Se montó una provocación en toda regla el “Caso Scala”, con la presencia de un confidente infiltrado (Joaquín Gambín) , para criminalizar a la CNT convirtiéndola en una organización terrorista. Se acusó a Rodolfo Martín Villa, entonces ministro de Gobernación, de estar detrás del montaje pero, por supuesto, nunca se pudo probar. De lo que sí hay constancia es de que le preocupaban más los anarquistas que ETA o los GRAPO porque ambos, a diferencia de los anarquistas, tenían jefes con los que era posible entenderse, aunque también es cierto que no es obligatorio caer en provocaciones. Puede que fuera la falta de un partido detrás en un proceso que fue diseñado para partidos o que fuera una apuesta  demasiado alta para las fuerzas con las que contaba. También hay quien ha apuntado que la CNT refundada ya nació con graves taras[7]. En cualquier caso, esa nueva CNT pudo ser dejada pronto de lado sin consecuencias apreciables, salvo en lugares concretos.
Pero igual que sucedió con los partidos de los que dependían, Comisiones y UGT tuvieron que pagar un precio. La imagen de Santiago Carrillo con la bandera bicolor detrás no significaba cambiar un trapo por otro sino reconocer la Monarquía y obligarse públicamente a defenderla. Con ese simple gesto desautorizaba cuarenta años de lucha del PCE, pero la ilusión de futuro de entonces compensaba liquidar todo su pasado de un plumazo.
Lo que se pidió a cambio a los sindicatos mayoritarios fue que ejercieran de “policía laboral”, y a ello se aplicaron con entusiasmo. En apenas un par de años habían acabado con cualquier alternativa que no pasase por sus manos, aunque tuvieran que recurrir a tácticas tan sucias como denunciar a la policía con nombres y apellidos a miembros de piquetes de huelgas que no habían convocado ellos. La derrota la resumía muy sencillamente Miquel Amorós en un texto de 1995: el “Estatuto de los Trabajadores, obra de la patronal CEOE y de la UGT, apoyada con reticencias por CCOO, fue promulgado el 10 de marzo de 1980. Introducía la flexibilidad de las plantillas y suprimía la práctica corriente de las asambleas, pero no para dar mayor protagonismo a los Comités de Empresa legales sino para darlo a las cúspides de las centrales, consagrando los acuerdos verticales (por arriba). El capítulo relativo al derecho de reunión establecía la periodicidad óptima de las asambleas ¡UNA CADA SEIS MESES! Además, su celebración sucedería fuera del horario de trabajo, con un orden del día prefijado y con los asistentes de otras empresas (si los hubiere) previamente anunciados”[8].
Con los años el proceso se agudizó. La única obsesión de CCOO y UGT parecía ser desmovilizar a los trabajadores, cuya única fuerza era, precisamente, su capacidad de movilización, poder poner en jaque estructuras productivas vitales. El mensaje venía a ser “vosotros id tranquilos a cenar el sábado, no os preocupéis por nada, que ya velamos nosotros por vuestros intereses. Dejadlo en nuestras manos”. Y, por supuesto, como en cualquier engaño, siempre hace falta uno que engañe y otro que se deje engañar. La gran mayoría se fue contenta a cenar el sábado, confiada en que las conquistas conseguidas no podían echarse atrás, del mismo modo que se decía que los pisos nunca podían bajar de precio...
Recuerdo a Javier Arenas, ministro de Trabajo del gobierno de Aznar, alabando a Antonio Gutiérrez, líder de Comisiones entonces, y Gutiérrez tan feliz, devolviendo los cumplidos... Pero cambiaron las tornas. Llegó la crisis y solo entonces los dos “interlocutores sociales” (que ya habían renunciado hasta a ser sindicatos) descubrieron que pilotaban dos cascarones huecos. Se habían aplicado con tanta energía a desmantelar la fuerza que podían tener la que nacía de la fuerza de movilización, más allá del paro simbólico de 24 horas , que cuando hicieron sus llamamientos a la resistencia, descubrieron que no había nadie detrás. Y se indignaban cuando Esperanza Aguirre pedía que se eliminasen los “liberados sindicales”, cuando no había otra propuesta más lógica. Ya habían cumplido su misión, desarmar a los trabajadores. ¿Para qué les necesitaban en el futuro? Hicieron su trabajo de bomberos de forma impecable y fueron recompensados muy generosamente. ¿A qué viene ahora quejarse de que todas las cerillas de la caja están mojadas?[9]







[1] Líder es la forma moderna de llamar al jefe. Porque liderar, lo que se dice liderar, no lideran nada. Por ejemplo, Mariano y Pedro mandan, uno más que otro, pero solo porque en este momento uno tiene más poder, no porque esté mejor dotado, basta con ver las que arma cada vez que abre la boca... La cita que sigue es de “Álvarez (UGT): “Nos hemos sentido maltratados por el capital”, El País, 12/03/16. Suena un poco repetitiva, pero no es mi culpa.
[2] El detonante fue un decreto de congelación salarial de noviembre de 1975, obra del ministro Juan Miguel Villar Mir. El suegro de compi yogui, dicho sea de paso. Algunos no han conocido mal año.
[3] Carlos Carnicero Herreros: La ciudad donde nunca pasa nada. Vitoria, 3 de marzo de 1976. Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco, Vitoria-Gasteiz, (2007), p. 106.
[4] Comisaría General de Investigación Social: Boletín Informativo Nº 26, (06/07/76). Citado por Carnicero, p. 80. Hay que aclarar que nunca hubo tal intento de engranaje.
[5] Todo el poder a la Asamblea. Vitoria 3 de Marzo de 1976 en sus documentos. Likiniano Elkartea, (2001), p. 5.
[6] Fue el primero de estos enfrentamientos rituales. Una huelga general de un día carece de sentido. El objeto de la huelga general es, precisamente, hacer caer al gobierno y no tiene límite de tiempo. Se mantiene hasta que triunfa o es derrotada. Pese a lo escrito, reconozco haber participado con entusiasmo en todas las que ha habido desde diciembre de 1988 salvo una, la de 2002, que encontré muy extraña.
[7] Como Miquel Amorós, que se movió por aquel ambiente y casi treinta años después no ahorraba las críticas: “la neoCNT, la casa común de sindicalistas extraviados, aventureros, anarquistas folklóricos y provocadores”. Los incontrolados [crónicas de la españa salvaje 1976 1981]. Klinamen, (Sevilla), 2004, p.9.
[8] Historia de diez años. Esbozo para un cuadro histórico de los progresos de la alienación social. Klinamen, (Sevilla), 2005, p. 96.
[9] Como el texto ha salido muy largo, pronto aparecerá una nota sobre las huelgas de gasolineras de Barcelona que creo que ilustra bien el proceso que aquí se cuenta.